Nuestro Señor Jesús siempre supo que sería traicionado y entregado por uno de sus amigos, y este fue probablemente el dolor más grande para su Corazón de Hombre-Dios. Que Judas Iscariote traicionó y entregó a Jesús es un hecho profetizado y cumplido, confirmado por los cuatro Evangelistas y el libro de los Hechos de los Apóstoles y, por lo tanto, no hay duda posible al respecto.

Sobre lo que sí parece haber dudas es sobre su verdadera culpabilidad o inocencia, sobre la libertad o el determinismo de sus acciones o sobre su salvación o condenación. Es común leer teorías diversas e incluso ver representaciones en el arte que dan a entender que el caso de Judas está más abierto de lo que se ha creído hasta ahora. En todas ellas se pone sobre la mesa una pregunta: ¿Está Judas realmente en el infierno?

Para contestar esta pregunta, hay que contestar antes otras dos, muy debatidas también en los días que corren. La primera es si existe el infierno, pero esto es una cuestión sencilla: la existencia del infierno es un dogma de Fe, una verdad que debe ser creída por todo aquél que se dice católico. La segunda es si hay alguien en el infierno, y con alguien no nos referimos a los demonios, sino a almas condenadas. Creer que existe el infierno y considerar que fuimos creados libres es suficiente para contemplar la posibilidad real que todos tenemos de ir al infierno. Tampoco está de más recordar que el mismo Jesús menciona el infierno más de 10 veces en el Evangelio.

También se debate sobre cómo es el infierno, si es un estado del alma, un lugar físico o las dos cosas. Sabemos que el infierno pudo ser visto por Santa Faustina Kowalska y por los pastorcitos de Fátima, y es justo pensar que, cuando en el credo decimos que creemos en la resurrección de la carne, estamos afirmando que nuestro cuerpo, hecho de materia, gozará junto con nuestra alma del cielo o sufrirá con ella en el infierno. De todas maneras, lo que está claro es que el infierno significa la eterna separación de Dios, es decir, la tiniebla, la desesperación, el odio, el fuego… sin fin, eternamente.

Aclarado esto, veamos ahora el personaje de Judas Iscariote. Su elección como uno de los doce apóstoles se menciona en Mateo 10, 1-4, donde además se dice que Jesús “les dio potestad de echar a los espíritus inmundos y de sanar toda enfermedad y toda dolencia”. Vemos aquí que Jesús dio también a Judas el poder de realizar milagros, y es evidente que los realizó. Por este motivo y por ser uno de los amigos que más estrechamente estaba unido a Jesús, sabemos que Judas tuvo pleno conocimiento de Quién era Jesús, de la enseñanza que predicaba y la Muerte y Gloria que le esperaba, de la certeza del premio celestial para los justos, de la existencia del demonio y del castigo del infierno. En definitiva, todo se le dio a Judas, como al resto de sus compañeros, para santificarse y ser continuador de Cristo en la Iglesia futura. Pero Judas eligió no seguir el Camino de la Salvación.

Leemos en Juan 11, 52 que tras la resurrección de Lázaro el Sanedrín tomó la resolución de hacer morir a Jesús, y también en el versículo 57 leemos que “habían impartido órdenes para que quienquiera supiese dónde estaba, lo manifestase, a fin de apoderarse de Él”. De hecho, Jesús tuvo que refugiarse en Efraím con sus discípulos hasta poco antes de la Pascua. Y a esta orden de búsqueda y captura responde Judas Iscariote, presentándose voluntaria y libremente ante el Sanedrín, acordando un precio y buscando, desde ese momento “el momento para entregarlo”, como nos dice Mateo 26, 14-16.

Ese momento llegó tras la Última Cena, en la que Judas recibe la advertencia directa de Jesús, que le dice que él será el traidor, como leemos en Mateo 26, 25. Si nos fijamos, también recibe una advertencia similar Pedro, cuando Jesús le anuncia que cometerá el grave pecado de negarLe. Con estas advertencias, Jesús no les está imponiendo un destino predeterminado del que no pueden escapar, sino que les avisa y amonesta de los peligros, ya que, si acudimos a Él, Dios está siempre dispuesto a ayudarnos y cancelar incluso Sus decretos, tal y como hizo con la predicación de Jonás en Nínive cancelando el castigo profetizado gracias a la conversión de la ciudad. Judas y Pedro no dejan de tener libre albedrío en ningún momento y los dos cometen sus respectivos pecados graves. La diferencia radica en qué hizo cada uno después de pecar.

De Pedro sabemos que lloró amargamente al recordar, una vez cometido el pecado, que Jesús se lo había advertido; pero de alguna manera supo humillarse y resistir la tentación a la desesperación y pudo vivir para ser testimonio de la Resurrección, ser confirmado en la fe y en su primado por Jesús, guiar a la Iglesia en sus primeros años y dar la vida en la cruz igual que su Maestro.

Por el contrario, Judas añade a sus pecados de ladrón, de traidor y de deicida, el de la soberbia más alta, porque desespera del perdón de Dios y, con un remordimiento estéril y rechazando toda noción de arrepentimiento, olvidando todas las enseñanzas, exhortaciones y advertencias de Jesús durante 3 años, y no acudiendo siquiera a la Virgen María, decide quitarse la vida ahorcándose.

Judas está en el infierno y allí estará eternamente, y así lo confirman dos citas del Evangelio que muestran con total claridad este final del traidor.

Durante la Última Cena y habiendo salido Judas del cenáculo, en el capítulo 17 de Juan vemos que Jesús está orando por sus discípulos, y en el versículo 12 manifiesta esta clara sentencia dirigiéndose al Padre: “Mientras Yo estaba con ellos, los guardaba por tu Nombre, que Tú me diste, y los conservé, y ninguno de ellos se perdió sino el hijo de la perdición, para que la Escritura fuese cumplida”. Cuando Jesús dice que se perdió, no habla simplemente de una caída o de un desvío del camino, sino de su separación completa de Dios, y la expresión “hijo de la perdición” es sinónimo de anticristo, como vemos en la segunda carta a los Tesalonicenses, capítulo 2, versículos 3 y 4.

Finalmente, leemos en Mateo 26, 24: “¡Ay de aquel hombre, por quien el Hijo del hombre es entregado! Más le valdría a ese hombre no haber nacido”. Y exactamente lo mismo leemos en Marcos 14, 21. Con una mirada sobrenatural, cualquier vida, por rica o penosa que sea, solo vale la pena si al morir el alma termina en el Cielo, aunque sea tras un largo tiempo en el Purgatorio. Por lo tanto, lo que está diciendo en este pasaje Jesús, que no olvidemos que es Dios, es que hubiera sido mejor que Judas, el que Le traicionó y entregó, no hubiera nacido, porque su vida ha terminado en la condenación eterna.

Si Judas se hubiera humillado y arrepentido con verdadero dolor y propósito de enmienda, Dios le habría auxiliado para expiar su gran pecado, perseverar en el bien y, finalmente, alcanzar la salvación.  Pero Judas no lo hizo y por ello permanecerá, igual que los demás traidores de la Verdad y anticristos de la historia, en el infierno por toda la eternidad.