Queridos hijos, lloro porque no me escucháis, no me creéis y no me aceptáis.” (Civitavecchia)

Desde que el Señor nos entregó a Su Madre en la Cruz (Juan 19,27), Ella se ha tomado muy en serio su misión de que todos Sus hijos se salven. Por eso no ha dejado de remover cielos y tierra, intercediendo ante Dios para obtener todo tipo de gracias y para hacernos más accesible el camino hacia la salvación.

Esta constante intercesión podemos verificarla gracias a las manifestaciones sobrenaturales: apariciones, locuciones y otros sucesos milagrosos que la Virgen ha propiciado a lo largo de los últimos 2000 años, para aumentar nuestra fe, para advertirnos de peligros materiales y espirituales y para mover nuestros corazones al arrepentimiento.

La Virgen no se ha desentendido de la Iglesia. Ella, que la engendró junto al Espíritu Santo en Pentecostés, ha permanecido junto a ella en sus primeros pasos y en su expansión por el mundo, en sus grandes victorias y en sus pruebas, persecuciones y martirios. Igualmente permanecerá junto a ella en los últimos tiempos, llamando a los fieles a refugiarse en Su Inmaculado Corazón para mantenerlos a salvo de los engaños de los enemigos de Dios y de las almas y, finalmente, poder participar de Su triunfo.

La historia no habría sido la misma sin la intervención directa de la Virgen María. ¿Qué sería de España sin El Pilar?, ¿qué sería de México sin Guadalupe o de Portugal sin Fátima?, ¿qué habría sido de la Cristiandad sin la intercesión de la Santísima Virgen en Lepanto o en Empel?, ¿cuántas almas se habrían perdido sin el Santo Rosario, sin el escapulario o sin la Medalla Milagrosa?, ¿qué Santo hay que no haya sido devoto de la Santísima Virgen?

Durante 2000 años la Iglesia ha reconocido y agradecido esta intercesión, promoviendo devociones, estableciendo festividades, erigiendo santuarios y declarando dogmas. Ha recurrido confiadamente a la segura protección de su Madre en tiempos de graves dificultades y peligros, sabiendo que como reza la oración de San Bernardo, jamás se ha oído decir que ninguno de los que haya acudido a Ella, implorado Su asistencia y reclamado Su socorro, haya sido abandonado.

Por esta razón, la Iglesia ha tratado cuidadosamente de discernir cuáles de los numerosos sucesos atribuidos a la Santísima Virgen, tienen un origen sobrenatural y pueden ser un bien para las almas, en cuales no está claro, se podría tener dudas o se debería seguir estudiando, y cuáles provienen de personas y espíritus que buscan confundir y alejar a los fieles de Dios. Estos criterios, basados en la constancia o no del carácter sobrenatural de los sucesos, pretendían ofrecer distintos grados de certeza sobre el origen de las manifestaciones estudiadas.

Ahora, el documento publicado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, que ya anunciamos en el programa 8, modifica todo el proceso de discernimiento y establece nuevos criterios para evaluar la aprobación de lo que llama “fenómenos presuntamente sobrenaturales”. Las modificaciones introducidas suponen un cambio en el enfoque con que se afronta la investigación de los sucesos, altera las funciones y la autoridad de aquellos que hasta ahora tenían la potestad de decisión y tienen un impacto en la percepción que los fieles pueden tener de las apariciones marianas ya aprobadas.

Para explicar estos cambios con más detalle, nos vamos a centrar en

7 puntos que consideramos fundamentales:

  1. El primero de ellos es el cambio en las conclusiones con las que se cierran los casos estudiados. De los tres posibles resultados que había antes, es decir: consta sobrenaturalidad, no consta sobrenaturalidad y consta no sobrenaturalidad, se pasa ahora a seis. Se mantiene el de consta no sobrenaturalidad, se elimina el de consta sobrenaturalidad, que se sustituye por un Nihil obstat que según dice el documento “no expresa ninguna certeza en cuanto a la autenticidad sobrenatural del fenómeno”, aunque “se reconocen muchos signos de una acción del Espíritu Santo”.

Además, se incluyen otros cuatro estados intermedios en función del número de “elementos problemáticos” que se determinen respecto a la “experiencia espiritual”. Si antes el discernimiento giraba en torno a clarificar si el fenómeno provenía de Dios o no, ahora los criterios son más subjetivos y confusos, ya que da a entender que dentro de una manifestación verdadera y cuyos frutos son buenos, puede haber “elementos problemáticos” o que supongan un riesgo.

  1. El segundo punto es la eliminación del criterio de Sobrenaturalidad: Como dice el documento, la Iglesia ya no se plantea “la posibilidad de afirmar con certeza moral que aquello proviene de una decisión de Dios que lo ha querido de modo directo” y “no cabe esperar un reconocimiento positivo por parte de la autoridad eclesiástica sobre el origen divino de presuntos fenómenos sobrenaturales”. Fin de la cita.

Lo contrario de la certeza y el fruto de la incertidumbre es la duda. ¿Puede una acción directa de Dios ser imperfecta?, ¿se puede equivocar Dios a la hora de elegir su instrumento y no prever “elementos problemáticos” que puedan “contaminar” su acción? La eliminación de la definición de sobrenaturalidad siembra la duda sobre la integridad de cualquier manifestación sobrenatural, presente, pasada y futura, porque siempre podrá haber subjetivamente elementos que se consideren buenos y otros que sean “problemáticos”.

Este criterio contradice claramente las normas de discernimiento que nos da el Señor en Mateo 7,17, cuando dice que “todo árbol bueno da frutos sanos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede llevar frutos malos, ni un árbol malo frutos buenos.” Por lo tanto, o es de Dios y por lo tanto es bueno, o no es de Dios y por lo tanto es malo. Evitar hacer esta distinción, es sembrar confusión, es dañar la veracidad y poner un obstáculo a la credibilidad del suceso.

Además, el documento admite que quitando la declaración de sobrenaturalidad de los hechos, resulta aún más claro que es solo una ayuda «pero que no es obligatorio usarla». Esta afirmación quita gravedad y urgencia a las advertencias y a los remedios que nos ofrece el Cielo, haciéndolos prescindibles. Dios, cuando envía a Su Madre o permite un signo extraordinario, no es para “aconsejarnos”, sino para provocar un cambio en nosotros: un aumento de fe, una conversión más profunda, advertirnos de un peligro, etc. Prescindir de una Gracia así porque “no es obligatorio usarla”, es un argumento poco inteligente si tu intención es alcanzar la santidad.

Quitar la sobrenaturalidad reduce a escala humana la acción de Dios y abre la puerta al racionalismo, que es un veneno que mata la fe. Una vez abierta esa puerta no es difícil reinterpretar la Revelación con ese mismo criterio y cuestionar si lo que narran los Evangelios fue realmente así “porque en aquella época no había grabadoras”; o atribuir las palabras de Jesús que escandalizan a la sociedad de hoy, a que Nuestro Señor estaba influenciado por las costumbres de su época; o a negar incluso la sobrenaturalidad de Sus milagros, afirmando que en la multiplicación de los panes y los peces, simplemente compartieron y la comida no se acabó, siendo realmente un “milagro de solidaridad”.

Renunciando a la declaración de sobrenaturalidad, el Santo Rosario no se diferenciaría de la cuerda con cuentas que usan, por ejemplo, musulmanes o budistas; sin sobrenaturalidad, la fe se convierte en superstición o idolatría y el escapulario, en un amuleto. Y en último término, supone renunciar a querer descubrir la verdad y eso, en ningún caso, puede ser un bien para los fieles.

La especial rotundidad del documento a este respecto, cuando afirma que “se reitera que ni el Obispo diocesano, ni las Conferencias Episcopales, ni el Dicasterio, por regla general, declararán que estos fenómenos son de origen sobrenatural, ni siquiera si se concede un Nihil obstat”, o “El Obispo diocesano estará atento también que los fieles no consideren ninguna de las decisiones como un aval al carácter sobrenatural del fenómeno”, esto plantea la duda de qué motivaciones hay detrás para que un punto tan crucial en la veracidad y autenticidad del suceso, sea tan abiertamente descartada.

En cambio, “como prevén las nuevas Normas, permanece firme la posibilidad de una declaración de “no sobrenaturalidad”, solo cuando surgen signos objetivos y claramente indicativos de una manipulación presente en la base del fenómeno”. Es un sin sentido renunciar a estudiar los indicios de  sobrenaturalidad de un suceso en base a criterios objetivos, y a la vez pretender utilizar esos mismos criterios para determinar su falsedad.

  1. El tercer punto que queremos destacar es la conclusión de Nihil obstat: el documento vaticano sustituye la declaración de sobrenaturalidad por una mención de “Nihil obstat”, equiparando con esta denominación los sucesos extraordinarios permitidos por Dios, con la aprobación que la Iglesia da desde el punto de vista moral o doctrinal a cualquier libro publicado que hable sobre la fe.

De nuevo la acción de Dios, comparada y reducida a la dimensión del hombre. La sensación general al leer el documento es que el objetivo no es acorde con la recomendación de San Pablo: “No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tesalonicenses 5,20), sino todo lo contrario e incluso parece que lo bueno debe estar en una cuarentena permanente, bajo la etiqueta de “presunto”, esperando a que se detecte cualquier aspecto “problemático o arriesgado” que lo termine desacreditando.

Continúa el documento afirmando que “incluso cuando se concede un Nihil obstat para los procesos de canonización, esto no implica una declaración de autenticidad de eventuales fenómenos sobrenaturales presentes en la vida de una persona”, lo que extiende la sombra de duda sobre miles de vidas de santos, a los que el Señor se manifestó de una forma privilegiada. Cuestionar constantemente la autenticidad como hace el texto, desvela la obsesión y los prejuicios de quienes lo han redactado.

  1. El cuarto punto es el papel del obispo: uno de los aspectos más sorprendentes del documento es el nuevo rol que tienen los obispos en todo el proceso de investigación del suceso. «Las nuevas Normas establecen que el Dicasterio debe ser consultado e intervenir siempre para dar una aprobación final a cuanto ha decidido el Obispo, antes que este último haga pública una decisión sobre un acontecimiento de origen presuntamente sobrenatural.»

Si antes los obispos eran la máxima autoridad para establecer la postura oficial de la Iglesia al respecto, ahora son unos meros subalternos, que deben hacer todo el trabajo de investigación y presentar un informe no vinculante, cuya decisión final queda supeditada al criterio superior de la Conferencia Episcopal del país en cuestión y posteriormente del Dicasterio de Doctrina de la fe, o en casos excepcionales, del papa.

Hay que recordar en este punto que los obispos son verdaderos maestros de la fe y verdaderos pastores, que no solo han de guiar la grey a ellos confiada hacia los sanos pastos de la fe, sino también deben vigilar para que no se infiltren errores o abusos en la devoción de los fieles y en las prácticas de piedad. Por eso, no pueden renunciar a esa responsabilidad que tienen en virtud de su oficio y permitir que sea otro (no jerárquicamente superior) el que pueda impugnar o contradecir su criterio en un asunto de estas características.

A estas alturas no puede sorprendernos el hecho de que la autoridad de los obispos sea cuestionada. El cacareado proceso sinodal en el que están diluyendo a la Iglesia, ya prevé una deslegitimación de sus funciones y de su posición jerárquica a favor de una horizontalidad que desdibuja su papel preeminente en la transmisión de la fe y en la custodia del depósito de la fe. Así lo manifestaba el instrumentum laboris del Sínodo de la Sinodalidad: “ser una Iglesia más sinodal implica también una participación más amplia de todos en el discernimiento, lo que exige un replanteamiento de los procesos de toma de decisiones. En consecuencia, existe una demanda de estructuras de gobierno adecuadas, inspiradas en una mayor transparencia y responsabilidad, que afecta también al modo en que se ejerce el ministerio del obispo. (…) Para proceder a la renovación del ministerio episcopal dentro de una iglesia más plenamente sinodal son necesarios cambios culturales y estructurales

Al indicar la carta introductoria del cardenal prefecto del Dicasterio de Doctrina de la fe, que estos cambios han sido aprobados y consensuados con los obispos, de ser cierto, supone una grave defección en la misión que el Señor encargó a los Apóstoles y sus sucesores. En otras palabras, han vendido su primogenitura por un plato de lentejas.

  1. El criterio único del Dicasterio: Como consecuencia de lo anterior, el Dicasterio de la Doctrina de la Fe está asumiendo un rol que no le corresponde, que es el de situarse por encima de la autoridad episcopal. De esta forma, la decisión final recae en una sola persona, que no tiene autoridad jerárquica sobre los obispos y los asuntos de sus diócesis.

Dice el documento al respecto: “Terminada la investigación, todas las actas relativas al caso examinado se remiten al Dicasterio para la Doctrina de la Fe para la aprobación final. A la luz del examen realizado, procederá a confirmar o no la decisión propuesta por el Obispo diocesano”

  1. Criterios ambiguos o subjetivos: Dice el texto No hay que ignorar que, a veces, el discernimiento también puede versar sobre delitos, manipulación de personas, daños a la unidad de la Iglesia, beneficios económicos indebidos, errores doctrinales graves, etc., que podrían provocar escándalos y minar la credibilidad de la Iglesia.»

Resulta irónica la preocupación del cardenal prefecto sobre los escándalos, la credibilidad y los errores doctrinales graves que pueden perjudicar a la Iglesia, cuando él con su doctrina manifiestamente errónea, ha sido uno de los mayores promotores de escándalos y confusión en el seno de la Iglesia recientemente, por ejemplo con la publicación de Fiducia Supplicans, que permite la bendición de parejas en situación de pecado.

¿Qué garantía hay de que sea un proceso limpio y honesto, si no se busca dilucidar el origen de los sucesos y si los criterios de discernimiento pueden anteponer la unidad a la Verdad? En algunos casos es evidente que puede darse un conflicto de intereses, cuando los mensajes o profecías hacen referencia a la mala praxis de sacerdotes, obispos o cardenales.

  1. El último punto es que el discernimiento requiere tiempo: dice el documento que «Hoy hemos llegado a la convicción de que estas situaciones complicadas, que producen confusión en los fieles, deben evitarse siempre, asumiendo una implicación más rápida y explícita de este Dicasterio y evitando que el discernimiento apunte hacia una declaración de “sobrenaturalidad”, con grandes expectativas, ansiedades e incluso presiones al respecto.»

Vemos aquí de nuevo cómo otro criterio subjetivo, el tiempo o la rapidez en las conclusiones, se antepone a la búsqueda de la verdad. Si bien la prolongación en el tiempo sobre una decisión, más allá de lo razonable, puede ser fuente de incertidumbre, esto es diferente a que ante muestras evidentes o manifiestas de veracidad en un caso estudiado se pretenda dilatar artificialmente el proceso o se renuncie a una investigación más rigurosa y profunda, en aras de la rapidez.

Dice Santo Tomás que la Iglesia “camina con paso lento entre los errores contrarios” (Opus. 3, Contra graecos, cap. IX); pero también está segura de poder llegar en todos los casos, pronto o tarde, a conocer la verdad, porque la sabiduría y bondad de Dios no puede permitir que el hombre se vea arrastrado invenciblemente al error y que su Iglesia pierda en su oficio de maestra.

Ante esta situación cabe hacerse

Dos preguntas fundamentales:

  1. La primera es: ¿Realmente se comunica Dios con los hombres a través de apariciones y sucesos sobrenaturales?

La Iglesia siempre ha dicho que sí, como hemos explicado al principio, porque reconoce algunas de sus manifestaciones, afirmaba que eran de origen sobrenatural y las promovía como una fuente de gracias y frutos espirituales para los fieles y la vida de la Iglesia.

  1. La segunda pregunta es: Si Dios permite estos signos y apariciones, ¿para qué son si ya tenemos la Revelación?

Entramos aquí en el terreno del sentido de las apariciones: La Iglesia enseña que la Revelación pública se culminó con la muerte del último de los Apóstoles y que el depósito a ella confiada contiene todo lo que es necesario creer y practicar en orden a la salvación eterna.

Y algunos se escudan en que las apariciones marianas no pertenecen a la revelación y al depósito de la fe para desacreditarlas, quitarles importancia o incluso para hacer dudar de su veracidad.

¿Esto significa que las apariciones son innecesarias o prescindibles? ¿Podemos decirle a Dios: “para qué envías a Tu Madre si ya sabemos todo lo que teníamos que saber”? Quizá no sean imprescindibles pero son necesarias, especialmente ante una desviación o un peligro grande que afecte a la fe y la salvación de las almas.

Tracemos una analogía: la Revelación es el mapa que nos conduce a la salvación, pero en un momento dado, o bien por despiste o porque alguien nos tiende una trampa, resulta que terminamos desviándonos del camino sin darnos cuenta. Entonces Aquél que nos dio el mapa nos envía avisos y señales para advertirnos de que nos estamos alejando del camino correcto y nos muestra cómo podemos volver de forma rápida y segura a la ruta original. Si hacemos caso omiso a estas advertencias porque ya tenemos el mapa, entonces estaremos actuando de forma soberbia, ingrata e imprudente.

Las apariciones y sucesos sobrenaturales que Dios permite, por tanto, no pretenden sustituir a la Revelación, sino que nos ayudan a vivirla más plenamente en cada momento de la historia.

Como conclusión, nos quedan abiertas algunas dudas sobre el

Alcance que este documento va tener de ahora en adelante

En primer lugar, no podemos aislar este documento de la línea de decisiones y cambios que se están imponiendo desde el gobierno de la Iglesia. Aplicando el principio de la “hermenéutica de la continuidad”, se pueden vislumbrar algunas de las motivaciones que han impulsado estos cambios y ya hemos visto que no son precisamente un amor muy profundo a la Verdad y a la Santísima Virgen. La obsesión por centralizar y tener el control del proceso y de sus resoluciones públicas, la desconfianza hacia los criterios o conclusiones de los obispos, hasta el punto de tutelarlos y desautorizarlos, y la pertinaz insistencia en que no se llegue a afirmar en ningún caso la sobrenaturalidad de los casos estudiados, nos hacen desconfiar de las intenciones implícitas tras la publicación de este documento y nos permiten intuir un intento de filtrar y desacreditar todas aquellas manifestaciones y mensajes que sean inconvenientes o incómodos con el rumbo que está tomando la Iglesia Católica y los planes que sobre ella tienen quienes la dirigen actualmente.

En segundo lugar, nos preguntamos si se van a imponer y adaptar los nuevos criterios y la nueva clasificación a los fenómenos ya estudiados y resueltos por la Iglesia anteriormente. Las declaraciones que se han hecho públicas en los últimos meses, reevaluando algunas apariciones marianas, nos hacen ver que esta va a ser la tónica general. La afirmación del documento de que “La mayor parte de los Santuarios, que hoy son lugares privilegiados de la piedad popular del Pueblo de Dios, no han tenido jamás, en el curso de la devoción que allí se expresa, una declaración de sobrenaturalidad de los hechos que dieron lugar al origen de aquella devoción.  El sensus fidelium intuyó que allí existe una acción del Espíritu Santo y no aparecen problemas importantes que hayan requerido una intervención de los Pastores». Esta afirmación, aparte de sugerir que el fenómeno parte del pueblo y no de Dios y que no ha habido un estudio eclesial al respecto, parece abrir la posibilidad a este revisionismo, ya que ningún caso queda completamente cerrado y según las nuevas normas “el Dicasterio se reserva, en cualquier caso, la posibilidad de intervenir nuevamente tras la evolución del fenómeno” de motu proprio. En estos casos la sobrenaturalidad nunca ha sido puesta en duda, aunque no fuera explícitamente declarada.

En tercer lugar, ¿se van a aplicar estos criterios también en la evaluación de los milagros para los procesos de canonización y otros fines? Sabemos que de cara al Jubileo de 2025 se ha creado la “Comisión de Nuevos Mártires – Testigos de la Fe”, vinculada al Dicasterio de las Causas de los Santos, y que pretende “canonizar” a personajes no católicos en un intento de fomentar la fraternidad y el diálogo con otras religiones y con el mundo. Quitar la acción directa de Dios que se manifiesta de forma especial en los milagros que son requeridos en los procesos canónicos, abriría la puerta a que en el corto plazo se eleve a los altares a personas que no han vivido las virtudes en grado heroico, sino que han destacado por su compromiso social, su cuidado de la naturaleza o aquellos que hoy se les llama “testigos del Evangelio”, pero que protagonizaron cismas y promovieron la herejía en el seno de la Iglesia.

Por último, nos queda la gran duda y preocupación sobre si es posible que con estos nuevos criterios se vuelva a aprobar alguna aparición, milagro o suceso sobrenatural enviado por Dios. ¿Se está tratando de cerrar a Dios la posibilidad de comunicarse con Su Iglesia de forma extraordinaria para reconducirla de la deriva a la que muchos la están llevando?, ¿no es todo esto, en definitiva, un intento de silenciar a la Santísima Virgen María, ante Sus cada vez más urgentes advertencias y sus cada vez más abundantes lágrimas por la humanidad?

Tenemos antecedentes de sobra de esto: como apariciones que han sido ocultadas o rechazadas sin haber sido previamente investigadas, mensajes que han sido tergiversados y malinterpretados a conciencia, como pudimos ver en la publicación del tercer secreto de Fátima; y lo hemos visto también en las persecuciones que desde dentro y fuera de la Iglesia siempre han acompañado a los videntes y testigos, escogidos por Dios para transmitir sus mensajes.

Hay una cosa clara, siempre hay quien quiere silenciar a la Virgen porque sus mensajes resultan incómodos o dejan en evidencia los planes de los enemigos de Cristo y de Su Iglesia. Hay quienes se empeñan en empequeñecer y despreciar las virtudes y privilegios con los que Dios ha adornado a Su Santísima Madre, porque Ella es la Nueva Eva, que aplasta la cabeza de la serpiente, a quienes ellos sirven. Hay quienes directamente no tienen fe o han renunciado a ella y pretenden arrastrar tras de sí a todos los que puedan para precipitarlos al error.

Creo que es nuestro deber, con la Gracia de Dios, denunciar cualquier intento de atentar contra la fe de las personas. Estamos en un momento en el que el humo de la confusión arrastra a muchas almas hacia la increencia y la apostasía. Permanecer en silencio o promover esa confusión no proviene de Dios y por ello debemos estar atentos a las señales, mensajes y signos que Dios y la Santísima Virgen nos dan para permanecer sobre el fundamento de la Verdad.

“Entonces la serpiente arrojó de su boca en pos de la mujer agua como un río, para que ella fuese arrastrada por la corriente. Mas la tierra vino en ayuda de la mujer pues abrió la tierra su boca, y sorbióse el río que el dragón había arrojado de su boca. Y se enfureció el dragón contra la mujer, y se fue a hacer guerra contra el resto del linaje de ella, los que guardan los mandamientos de Dios mantienen el testimonio de Jesús” Apoc. 12,15