Lucas 22, 63-65
Y los hombres que lo tenían (a Jesús), se burlaban de Él y lo golpeaban. Y habiéndole velado la faz, le preguntaban diciendo: “¡Adivina! ¿Quién es el que te golpeó?” Y proferían contra Él muchas otras palabras injuriosas.

Lucas 23, 11
Herodes lo despreció, lo mismo que sus soldados; burlándose de Él, púsole un vestido resplandeciente y lo envió de nuevo a Pilato.

Juan 19, 5
Entonces Jesús salió fuera, con la corona de espinas y el manto de púrpura, y (Pilato) les dijo: “¡He aquí al hombre!”.

Mateo 27, 27
Entonces, los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de Él toda la guardia. Lo despojaron de los vestidos y lo revistieron con un manto de púrpura. Trenzaron también una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza, y una caña en su derecha; y doblando la rodilla delante de Él, lo escarnecían, diciendo: “¡Salve, rey de los judíos!”; y escupiendo sobre Él, tomaban la caña y lo golpeaban en la cabeza.

Mateo 27, 37
Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condenación: “Este es Jesús el rey de los judíos”. Al mismo tiempo crucificaron con Él a dos ladrones, uno a la derecha, otro a la izquierda. Y los transeúntes lo insultaban meneando la cabeza y diciendo: “Tú que derribas el Templo, y en tres días lo reedificas, ¡sálvate a Ti mismo! Si eres el Hijo de Dios, ¡bájate de la cruz!” De igual modo los sacerdotes se burlaban de Él junto con los escribas y los ancianos, diciendo: “A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: baje ahora de la cruz, y creeremos en Él. Puso su confianza en Dios, que Él lo salve ahora, si lo ama, pues ha dicho: “De Dios soy Hijo”. También los ladrones, crucificados con Él, le decían las mismas injurias.

Mateo 27, 46
Y alrededor de la hora nona, Jesús clamó a gran voz, diciendo: “¡Elí, Elí, ¿lama sabactani?”, esto es: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”. Al oír esto, algunos de los que estaban allí dijeron: “A Elías llama éste”. Y en seguida uno de ellos corrió a tomar una esponja, que empapó en vinagre, y atándola a una caña, le presentó de beber. Los otros decían: “Déjanos ver si es que viene Elías a salvarlo”.

La Pasión de Cristo es un camino de sufrimiento extremo, derramando hasta su última gota de sangre para pagar el precio de nuestra Redención. Un camino en el que junto al al peso de la Cruz, a las heridas por la flagelación, la corona de espinas, los clavos en las manos y en los pies, el abandono de sus discípulos, el sufrimiento de Su Santísima Madre y las tentaciones del demonio, también estuvo acompañado de constantes insultos, agresiones y burlas, por parte de los soldados, de los judíos, de los demonios e incluso de los ladrones crucificados junto a él.

Películas como “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson nos han acercado a este Misterio, permitiendo que participemos de los relatos que nos narran los Evangelios, casi como testigos privilegiados, “viendo” en primera persona y “sintiendo” en nuestra piel cada uno de los azotes; en nuestra cara, cada uno de los escupitajos; en nuestras manos, cada uno de los clavos; y en nuestra mente, un profundo remordimiento por cada uno de los pecados que hemos cometido en nuestras vidas.

La veneración de este camino doloroso fue adoptado por los primeros cristianos de Jerusalén ya en los primeros siglos del Cristianismo, especialmente en Semana Santa. Era un ejercicio de piedad recorrer el camino del Calvario deteniéndose a meditar los acontecimientos que sucedieron en cada uno de los Santos Lugares. Esta tradición se acrecentó tras el Edicto de Milán de Constantino, con las numerosas peregrinaciones a Tierra Santa que se sucedieron desde todos los rincones del Imperio Romano.

Siglos más tarde, el fervor por los lugares relacionados con la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor se incrementó de forma especial durante las Cruzadas. Y fue también decisivo el encargo a los franciscanos de la custodia y protección de los Santos lugares en el siglo XIV. Se dice que ellos son los que establecieron en 14 el número de estaciones del Via Crucis.

Sin embargo, hubo dos figuras que son las que más contribuyeron a difundir la práctica del Via Crucis:

  • El primero de ellos es el beato Álvaro de Córdoba, que a su vuelta de una peregrinación a Jerusalén a mediados del siglo XIV, quedó tan impresionado por la experiencia de recorrer y meditar el camino del Calvario, que a su vuelta a España fundó un monasterio en el que construyó varios oratorios, decorados con escenas de la Pasión, y que reproducían la vía dolorosa que él había recorrido en Jerusalén. Esta representación fue imitada por otros conventos y se considera el origen de la devoción del Via Crucis, como lo conocemos actualmente.
  • El otro es San Leonardo de Porto Mauricio, que fue el primero en predicar y erigir un Via Crucis en el Coliseo Romano, el 27 de diciembre de 1750, siendo el primer acto religioso que se realizaba en el anfiteatro de la ciudad de Roma. Desde entonces se conserva la tradición de que el Papa presida allí el acto penitencial del Viernes Santo. San Leonardo fue el mayor difusor del rezo del Via Crucis, lo erigió en todas las parroquias en las que predicaba, se calcula que fueron 571 en total; lo ponía como penitencia en la confesión y lo recomendaba en sus sermones. Además, fue el primer promotor de la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción.

Vemos en este breve recorrido histórico cómo el rezo del Vía Crucis ha sido una práctica de la devoción cristiana desde sus inicios y ha sido de gran importancia para la perfección de la vida de fe de miles de personas a lo largo de la historia. Su finalidad es unirnos a Nuestro Señor haciendo una peregrinación espiritual a Tierra Santa, a los momentos más significativos de Su Pasión y Muerte redentora. La meditación de los sufrimientos en el cuerpo y en el alma de Nuestro Señor, nos actualiza Su sacrificio, nos recuerda que su causa está en nuestro pecado y nos invita a soportar con paciencia y espíritu de ofrecimiento las dificultades y sufrimientos de nuestra vida.

Esta peregrinación espiritual debe mover internamente al arrepentimiento, al dolor por los pecados cometidos y su aborrecimiento, al más firme propósito de enmienda. Para ello debe realizarse en un ambiente que propicie este encuentro con Cristo crucificado, con meditaciones que nos empujen a sentir con Cristo, para que su contemplación nos transforme y nos convierta. Este es el único sentido de rezar el Via Crucis.

Esta misma semana, el periódico oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, publicaba el comentario de un obispo a un libro llamado “El viacrucis de un chico gay”, ilustrando el artículo con una imagen de dos hombres semidesnudos, junto a otro hombre que carga una cruz.

El texto del obispo es un burdo intento de normalización y reivindicación de los pecados de la carne dentro de la Iglesia Católica. Frases como: “A menudo, como comunidad eclesial, corremos el riesgo de temer, en lugar de acoger, lo que de bueno pueda emerger de las relaciones entre las personas con su propia corporeidad y la de los demás”, manifiestan aquello de lo que nos advirtió San Pablo en 1 Timoteo 4, 3: “Porque vendrá el tiempo en que no soportarán más la sana doctrina, antes bien con prurito de oír se amontonarán maestros conforme a sus propias pasiones”.

Pero este no es un caso aislado, en los últimos años hemos visto “viacrucis” de todo tipo: de migrantes, de jóvenes, de excluidos, de pobres, de conflictos sociales, de la justicia, de la paz, de la fraternidad… Todos ellos tienen un elemento en común: el centro es el ser humano y no Cristo.

Bajamos a Cristo de la Cruz y le arrebatamos Su corona de espinas para subirnos nosotros y quejarnos de nuestros problemas, sean estos reales o inventados.

La indiferencia ante las injusticias, los sufrimientos cotidianos, los fracasos, el aislamiento provocado por las redes sociales, la ansiedad, la depresión, la soledad, los trastornos alimentarios, el refugio en las drogas y la pornografía, son por ejemplo los temas que se meditaron en el “viacrucis” de la pasada JMJ en Lisboa.

«Nos dicen que la vida está llena de oportunidades, pero es difícil ver dónde están esas oportunidades cuando el dinero no es suficiente, cuando no puedes encontrar trabajo y cuando el acceso a la educación es a menudo prácticamente imposible», fue el texto que se leyó para meditar la primera estación: “Jesús es condenado a muerte”.

Esta “creatividad” en las prácticas de piedad tampoco es ajena a los actos litúrgicos, en los que vemos cómo el hombre va desplazando cada vez más a Cristo del centro y convirtiendo Su sacrificio en una fiesta.

Una “creatividad” que lleva inspirando todo tipo de reproducciones blasfemas, con las que los que odian a Cristo y a Su Iglesia siguen burlándose del sacrificio de Nuestro Señor, a lo largo de la historia. Desde el grafito de Alexámenos en el siglo I, hasta películas como La vida de Brian, junto a musicales, series y carteles blasfemos de Semana Santa, son los ecos demoniacos de aquellas burlas que acompañaron a Nuestro Señor en Su Pasión y que, sin duda, acompañarán también a la Pasión de Su Iglesia.

Si bien estas manifestaciones de impiedad provenían desde fuera de la Iglesia, hoy contemplamos cómo el desprecio a la obra redentora de Dios proviene de su interior y promovido muchas veces por aquellos que han sido consagrados para actualizarla en el Santo Sacrificio del altar, mientras muchos católicos participan impasibles, sin reaccionar, incluso en muchas ocasiones disfrutando del espectáculo.

El resultado es un “viacrucis” sin Cristo, sin recogimiento, sin meditación, sin contemplación, sin arrepentimiento, sin lágrimas, sin fe. “Viacrucis” con canciones, con bailes, con colores, confetis y sonrisas.

Volvamos a leer las citas bíblicas del principio y recordemos lo que nos dicen San Pablo en Gálatas 6, 7: “No os engañéis: de Dios nadie se burla: pues lo que el hombre sembrare, eso cosechará.”

Que esto nos ayude a meditar sobre el verdadero sentido del Via Crucis, especialmente en estos días, y acompañemos verdaderamente a Nuestro Señor en su Pasión.