04. La Conversión del Pueblo Judío

Esta semana vamos a hablar de la conversión del pueblo judío, un acontecimiento que toda la Iglesia lleva esperando más de 20 siglos y que está profetizado para los Últimos Tiempos.
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Iluminando lo escondido

Bienvenidos a Iluminando lo Escondido. Esta semana vamos a hablar de la conversión del pueblo judío, un acontecimiento que toda la Iglesia lleva esperando más de 20 siglos y que está profetizado para los Últimos Tiempos.

El pueblo judío es, en cierto modo, el punto alrededor del cual gira la historia de la humanidad. Fue acariciado por Dios en la persona de Abraham, de quien salió; antes de Nuestro Señor, fue el pueblo sacerdotal por excelencia; dio nacimiento a la Santísima Virgen y al Salvador del mundo; y formó el núcleo de la Iglesia naciente. Todos estos privilegios hacen de la raza judía una raza excepcional, cuyos destinos son sumamente misteriosos.

Pero, desde el momento en que produce al Salvador del mundo, se niega a reconocerLo en su humildad, porque durante mucho tiempo anidó en su corazón la idea de un mesianismo puramente humano, en la figura de un rey que les librara de los enemigos con el poder y la violencia. Además, era un pueblo que, a causa del pecado, había perdido la espiritualidad y el culto verdadero a Dios. Por ello, todo el pueblo exclamó, como nos dice la Escritura en Mateo 27,25: “¡La sangre de Él, sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”. Desde ese momento, la raza elegida y bendita entre todas pasa a ser el pueblo reprobado. Esta reprobación, sin embargo, ¿es definitiva? ¿Seguirán siendo siempre la presa de Satanás, quedando excluidos de la Iglesia? De ningún modo. La Sagrada Escritura nos señala un gran acontecimiento que nos recuerda que este pueblo, por la misericordia de Dios, se convertirá hacia el final de los tiempos. Veamos, pues, la doctrina de la Iglesia sobre este grandísimo acontecimiento a través de San Pablo en la Epístola de los Romanos.

En primer lugar, la reprobación del pueblo judío no fue universal, puesto que muchísimos judíos se convirtieron a la fe. No sólo los judíos de Jerusalén, sino también los de otras comarcas –a las que llevaron la fe–, se convirtieron a la fe católica el día de Pentecostés; y en los tiempos sucesivos, vemos cómo los judíos siguieron convirtiéndose por el ministerio de los Apóstoles: • Jerusalén misma, en el segundo sermón de San Pedro; • Judea, por el ministerio de San Mateo; • Samaria, por la acción del diácono San Felipe; y otras comarcas, especialmente después de que se dispersaran los primeros judíos convertidos por causa de la primera persecución contra la Iglesia.

El segundo punto a tener en cuenta es que la reprobación del pueblo judío tuvo una razón providencial. Si Dios permitió la infidelidad de su pueblo, fue con miras a la conversión de los gentiles. Es para nosotros un misterio saber por qué Dios, para pasar la antorcha de la fe a los gentiles, tenía que permitir la reprobación del pueblo judío, aunque San Pablo levanta en parte ese velo. Y es que dice que lo hizo Dios para tener misericordia de todos sin excepción, y que nadie pueda vanagloriarse delante de Dios. Así Dios, explica el Apóstol, en el Antiguo Testamento tuvo misericordia del pueblo judío, mientras que pareció excluir de la revelación a toda la gentilidad. En el Nuevo Testamento, la conducta de Dios se invierte: permite la caída de su pueblo, y da notablemente preferencia a los pueblos gentílicos, que se convierten a la fe de manera inesperada y casi en su totalidad –lo cual debía ser una señal grande para los judíos: San Pablo dice que de este modo Dios quería dar celos a su pueblo, a fin de instigarlo a convertirse.

El tercer punto que expone San Pablo es que la reprobación de los judíos no fue definitiva, sino sólo por un tiempo, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones o los Últimos Tiempos, esos tiempos que pensamos estar viviendo hoy en día. Un tiempo, al que San Pablo también llama como la gran apostasía, en que los pueblos gentílicos, después de recibir la luz de la fe, la rechazarían en masa; y entonces pasaría lo que pasó con el pueblo judío: que rechazando las gentes la luz de la fe, el Señor volvería la antorcha de la revelación al pueblo judío. Pero el plan de Dios tiene más matices. Dice San Pablo que, para que nadie pueda engreírse ante Dios, y todos reconozcan que los dones de Dios son efecto de su misericordia, y no de los méritos de los pueblos, Dios decidió englobar a todos bajo una misma prevaricación y condenación. El pueblo judío fue infiel al final del Antiguo Testamento y comienzo del Nuevo; el pueblo gentílico se hará reo del mismo pecado al final de su tiempo; y entonces, convencidos ambos del mismo pecado, tendrá Dios misericordia de ambos.

¿Cómo será entonces la conversión final de los judíos? Sabemos que el pueblo judío habrá sido el principal instrumento de la Contra-Iglesia, del Misterio de Iniquidad. Así lo predice Nuestro Señor, diciendo que los judíos en su mayor parte acogerán como mesías al Anticristo, haciéndole cortejo, y sometiéndole el mundo. Pero como bien anticipó el Papa San Gregorio, ya antes de la manifestación del hijo del pecado, se formará entre los judíos una corriente de adhesión a la Iglesia de la siguiente forma: primero habrá una escisión del pueblo judío en dos partes, luego una opresión de los convertidos por parte de los impenitentes, y finalmente una conversión total de Israel por obra de Elías, que como hablamos en el anterior programa, será enviado por Dios a la Tierra en estos Últimos Tiempos. Asegura también que esta vuelta definitiva de los restos de Israel tendrá lugar bajo los mismos ojos del Anticristo, y que el furor de su persecución recaerá principalmente sobre esos judíos convertidos, cuya constancia en soportar ultrajes y tormentos por el nombre de Jesús será inigualable.

Por todo esto le pedimos a Dios que venga pronto, que tenga Misericordia del pueblo judío y de nosotros los gentiles, de manera que podamos estar todos unidos bajo el nombre de Jesús y de Nuestra Madre Santísima para hacer frente al anticristo y sus secuaces, y disfrutar posteriormente los dones y gracias que Nuestro Padre nos tiene preparados. Así sea. Amén.