06. El Aborto / Conversión de Bernard Nathanson

Esta vez vamos a hablar de un tema muy importante y preocupante hoy en día: el aborto. Y para ello vamos a contar la conversión de Bernard Nathanson, un médico estadounidense que fue responsable de la muerte de 75.000 niños no nacidos.
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Buenas a todos una semana más a Iluminando lo Escondido. Esta vez vamos a hablar de un tema muy importante y preocupante hoy en día: el aborto. Y para ello vamos a contar la conversión de Bernard Nathanson, un médico estadounidense que fue responsable de la muerte de 75.000 niños no nacidos. 

Nacido en 1926, Bernard, hijo de un prestigioso médico judío especializado en ginecología, creció en un hogar sin fe y sin amor, debido a que su padre abdicó de la fe tras estar en contacto con el ambiente escéptico y liberal de la universidad. En su familia imperaba demasiada malicia, conflictos y odio.

Estudió medicina en la Universidad de McGill en Montreal y en 1945 se enamoró de Ruth, una joven y guapa judía, con la que hizo planes de matrimonio. La joven, sin embargo, quedó embarazada, y cuando Bernard escribió a su padre para consultarle la posibilidad de contraer matrimonio, éste le envió cinco billetes de 100 dólares con la recomendación de que eligiese entre abortar o ir a los Estados Unidos para casarse, lo cual comprometería la brillante carrera que le esperaba como médico.

Bernard decidió apostar por su carrera, y convenció a Ruth de que abortase. No la acompañó a la intervención abortiva, y Ruth volvió sola a casa, en un taxi, con una fuerte hemorragia, con la que estuvo a punto de perder la vida. Al recuperarse –casi milagrosamente–, ambos dieron por terminada su relación. Este fue el primero de los muchos encuentros que tuvo Bernard con el aborto a lo largo de su vida.

Después de graduarse Bernard hizo sus prácticas en un hospital judío y más tarde pasó al Hospital de Mujeres de Nueva York, donde entró en contacto con el aborto clandestino. Para entonces ya había contraído matrimonio con una joven judía, con la que acabaría divorciándose a los pocos años.

En esas circunstancias Nathanson conoció a Larry Lader, un médico a quien solo le los abortos clandestinos.

Dos años más tarde, Nathanson se involucró directamente en la práctica abortiva. Las primeras clínicas abortistas de Nueva York comenzaban a explotar el negocio de la muerte programada, y en muchos casos su personal carecía de licencia del Estado o de garantías mínimas de seguridad. Una clínica que estaba a punto de cerrar debido a esto fue relanzada por el mismo Nathanson. Se daba la paradoja increíble de que, mientras estuvo al frente de aquella clínica, en ese lugar había también un servicio de ginecologíaobsesionaba la idea de conseguir que la ley permitiese el aborto libre y barato. Para ello fundó, en 1969, la «Liga de Acción Nacional por el Derecho al Aborto», una asociación que intentaba culpabilizar a la Iglesia por cada muerte que se producía en  y obstetricia: es decir, se atendían partos normales al mismo tiempo que se practicaban abortos. Mientras tanto, Nathanson mantenía una intensa actividad para que la ley del aborto fuera ampliada, dando conferencias y reuniéndose con políticos y gobernantes de todo el país. Llevó a cabo en esta etapa más de 60.000 abortos, entre ellos el de un bebé que iba a tener él mismo con una mujer que no quería abortar y a la que el propio Nathanson convenció de llevar a cabo la operación. Hasta que finalmente, agotado, dimitió de su clínica.

A partir de este momento las cosas empezaron a cambiar. Dejó la clínica abortista y pasó a ser jefe de obstetricia del Hospital de St. Luke’s. La nueva tecnología, el ultrasonido, hacía su primera aparición en el ámbito médico. El día en que Nathanson pudo observar el corazón del feto en los monitores electrónicos, comenzó a plantearse por vez primera qué era lo que estaban haciendo verdaderamente en la clínica.

Decidió escribir un artículo sobre su experiencia con los ultrasonidos, reconociendo que en el feto había vida humana y esto le hizo recibir amenazas de muerte, pero no cambió su opinión, ya había llegado a la conclusión de que el aborto es un crimen.

Nathanson dejó de realizar abortos, pero aún quedaba pendiente el camino de vuelta a Dios. Nathanson creció judío y durante muchos años se describía a sí mismo como un «ateo judío». Una primera ayuda le vino de su admirado profesor universitario, el psiquiatra Karl Stern, que según decía el mismo Nathanson, poseía un secreto que él había buscado durante toda su vida: el secreto de la paz de Cristo.

Por otra parte, el movimiento pro-vida le había proporcionado el primer testimonio vivo de la fe y el amor de Dios. 

En 1989 asistió a una acción de Operación Rescate en los alrededores de una clínica. El ambiente de los que allí se manifestaban pacíficamente en favor de la vida de los no nacidos le conmovió. Dijo textualmente: empecé a considerar seriamente la noción de Dios, un Dios que había permitido que anduviera por todos los proverbiales circuitos del infierno, para enseñarme el camino de la redención y de la misericordia a través de su gracia.

Pronto, el médico acabó leyendo Las Confesiones de San Agustín, libro que calificó como «alimento de primera necesidad».

A raíz del movimiento pro-vida se puso en contacto y empezó a hablar periódicamente con el Padre John McCloskey del Opus Dei. No le resultaba fácil creer, pero lo contrario, permanecer en el agnosticismo, le llevaba al abismo ya que sentía que el peso de sus abortos se hacía más gravoso y persistente.

Finalmente, el 8 de diciembre de 1996, solemnidad de la Inmaculada Concepción, a las 7:30 de la mañana, en la cripta de la Catedral de San Patricio de Nueva York, el Doctor Nathanson se convertía en hijo de Dios. Entraba a formar parte de su Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. El Cardenal John O’Connor le administró los sacramentos de Bautismo, Confirmación y Comunión. Las palabras de Bernard Nathanson, al final de la ceremonia, fueron escuetas y directas:

«No puedo decir lo agradecido que estoy ni la deuda tan impagable que tengo con todos aquellos que han rezado por mí durante todos los años en que me proclamé públicamente ateo. Han rezado tenaz y amorosamente por mí. Estoy totalmente convencido de que sus oraciones han sido escuchadas. Consiguieron de Dios lágrimas para mis ojos».

Personalmente me gustaría sacar dos ideas de esta bonita historia. La primera es que todos, en mayor o menor parte, necesitamos el perdón de Dios y hemos de confiar en su Infinita Misericordia que se derrama por todos los que estén dispuestos a arrepentirse de manera sincera dejando atrás la vida de pecado. Muchas veces el demonio nos tienta haciendo ver que nuestro pecado no tiene perdón y nos intenta hundir en ese sentimiento de culpabilidad. Sin embargo, es en este momento donde más necesitamos acudir a Dios, que nos espera para recibirnos con los brazos abiertos y con su Amor, para darnos la fuerza para no volver a pecar.

La segunda idea es la responsabilidad que tenemos los cristianos de rezar por el prójimo, especialmente por los más grandes pecadores del mundo, ya que, con nuestra intercesión, el Señor a través de Nuestra Madre Santísima es capaz de llevar a Sí incluso a aquellos que más alejados están de Dios.

Le pedimos a Dios que derrame su Preciosísima Sangre en estos Últimos Tiempos sobre nosotros los pecadores, especialmente sobre aquellos que están alentando y realizando abortos, para que puedan convertirse e ir al Cielo. Pedimos también por el cese del aborto en el mundo entero, y por todos los niños no nacidos por esta causa. Así sea. Amén.