10. La historia que se repite: Los Macabeos
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Luz para mis pasos
Si viéramos la historia de la salvación que nos narran las Sagradas Escrituras como si fuera una película, podríamos diferenciar claramente dos protagonistas: el actor principal sería Dios, evidentemente y el otro papel protagonista sería Su esposa, en este caso, Su Pueblo escogido. Y veríamos cómo a lo largo de la película hay una escena que se repite una y otra vez y que nos cuenta el profeta Oseas en su capítulo 2.
En esta escena, Dios se desvive por Su esposa y la colma de bienes y gracias, mientras que la Esposa no deja de traicionarLo con abominaciones, idolatrías y pecados. Esta infidelidad despierta los celos y la irá de Dios, que en palabras de Oseas dice así:
¡Acusad a vuestra madre, acusadla!
Porque ella no es mi mujer,
ni Yo soy su marido;
aparte de su rostro sus fornicaciones
y de su seno sus adulterios;
No sea que Yo la despoje,
dejándola desnuda,
y la ponga (tal como estaba)
en el día de su nacimiento,
y la haga semejante a un desierto,
y la convierta en una tierra árida,
y la mate de sed.
No me compadeceré de sus hijos;
porque son hijos de fornicación.
Pues su madre ha cometido fornicación;
ha quedado sin honor la que los dio a luz;
pues ella dijo: «Iré en pos de mis amantes,
que son los que me dan mi pan y mi agua,
mi lana y mi lino, mi aceite y mi bebida.»
La indignación de Dios crece y anuncia un castigo para su amada, que consiste en que Dios se aparta de ella y la deja a su suerte, perdiendo ella sus privilgios, Sus dones, su sustento y su protección:
Por eso, he aquí que voy a cerrar
tu camino con zarzas;
la cercaré con un muro
para que no pueda hallar sus senderos.
Irá en pos de sus amantes,
pero no los alcanzará;
los buscará y no los hallará.
…
No reconoció ella
que Yo fui quien le di el trigo,
el vino y el aceite,
y le multipliqué la plata y el oro,
empleado para Baal.
Por eso le quitaré mi trigo a su tiempo,
y mi vino al tiempo señalado;
y recobraré mi lana y mi lino
con que cubre su desnudez.
Mas ahora descubriré sus vergüenzas
a los ojos de sus amantes;
y no habrá quien la libre de mi mano.
Haré cesar toda su alegría,
sus fiestas, sus novilunios y sus sábados,
y todas sus solemnidades.
Devastaré sus viñas y sus higueras,
de las cuales ella decía:
«Éstas son el salario
que me han dado mis amantes».
Las convertiré en un matorral
y las devorarán las bestias del campo.
La castigaré por los días de los Baales
a los cuales ella quemaba incienso,
cuando adornándose con sus zarcillos y collares,
y yendo en pos de sus amantes
se olvidaba de Mí, dice Yahvé.
En su camino de perdición llega un momento en el que la esposa embriagada de amargura, maltratada y humillada recapacita y se arrepiente:
«Iré y volveré a mi primer marido,
pues entonces me iba mejor que ahora.»
Este gesto es suficiente para conmover el corazón de Dios que se apiada de ella, la levanta de la inmundicia y la restituye en su dignidad primera.
Por eso Yo la atraeré
y la llevaré a la soledad
y le hablaré al corazón.
Y desde allí le devolveré sus viñas,
y el Valle de Acor
como puerta de esperanza;
y ella cantará allí,
como en los días de su juventud,
como el día en que subió de Egipto.
En aquel día, dice Yahvé,
me llamarás: «Señor mío»,
y no me llamarás ya: «Mi Baal».
Pues quitaré, de su boca los nombres de los Baales,
y nunca jamás serán mencionados por sus nombres.
Y te desposaré conmigo para siempre;
te desposaré conmigo
en justicia y juicio,
en misericordia y piedad.
Te desposaré conmigo en fidelidad,
y reconocerás a Yahvé.
En aquel día responderé, dice Yahvé;
sí, Yo responderé a los cielos,
y ellos responderán a la tierra;
y la tierra responderá al trigo,
al vino y al aceite;
y éstos responderán a Jezrael.
Sembraré a (Israel) para Mí en la tierra;
y me compadeceré de ‘Lo-Ruhama’,
y al que dije ‘Lo-Ammí’, le diré: ‘Pueblo mío eres’;
y él dirá: «Tú eres mi Dios».”
Esta escena es la historia de la alianza de Dios con el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y es la historia que se seguirá repitiendo una y otra vez, también en la Iglesia hasta el fin del mundo. Es la historia de la parábola del Hijo Pródigo que encontramos en Lucas 15,11. Es la historia que se repite en cada uno de nosotros cada vez que pecamos, que rechazamos a Dios, que nos vamos en busca de otros placeres y otros ídolos que solo nos producen vacío y amargura. Pero es Dios mismo, El que ha querido trazar un camino de vuelta, para que si nos arrepentimos y volvemos nuestro rostro hacia Él, siempre podamos encontrar Su abrazo paterno.
Inspirados por esta historia, en el último programa presentamos un esquema que explica paso a paso cuáles son las etapas que siempre se repiten. A este esquema lo hemos llamado “los dos caminos de la apostasía”. Hoy vamos a profundizar en este modelo y para ello vamos a ver tres ejemplos muy claros que encajan a la perfección y que son El becerro de oro, La destrucción del primer templo de Jerusalén y destierro a Babilonia, y el relato heroico de los Macabeos. Otro ejemplo muy claro, es el que ya tratamos en el programa sobre la Destrucción de Jerusalén y que te recomendamos volver a escuchar teniendo en mente este esquema. Recordemos que todos estos sucesos tienen un sentido escatológico y son imagen de lo que ocurrirá, de forma magnificada, en los últimos tiempos.
Los dos caminos de la apostasía comienzan, como su nombre indica, con la apostasía, con el rechazo a Dios y con el surgimiento de malos pastores. En el relato del becerro de oro, que encontramos en el libro del Éxodo entre los capítulos 32 y 35, el detonante es cuando el pueblo de Israel “vio que Moisés tardaba en bajar del monte se reunió en alrededor de Aaron y le dijeron: “Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros, ya que no sabemos qué ha sido de ese Moisés, ese hombre que nos ha sacado de la Tierra de Egipto””. Este texto que es el inicio del capítulo 32 del Éxodo, ya nos muestra varias cosas:
- En primer lugar, tenemos la apostasía del pueblo que se olvida de Dios y se olvida que fue Dios quién les sacó de Egipto y no Moisés. Es decir, quitan todo ápice de sobrenaturalidad a los prodigios y milagros con los que Dios les liberó de la esclavitud de Egipto y los condujo por el desierto durante 40 años. No fue Dios, fue un hombre.
- En segundo lugar, vemos al mal pastor, encarnado en Aaron, que en vez de corregir las herejías del pueblo, les confirma en su error, les modela un ídolo y les da rienda suelta para caer en el desenfreno para alegría de sus enemigos, como nos cuenta el versículo 25. Aaron era el Sumo Sacerdote y había sido instrumento escogido de Dios. Su caída nos recuerda a la negación de San Pedro y a tantos que hoy callan, consienten o promueven los errores dentro de la Iglesia, también para alegría de sus enemigos.
- En tercer lugar, vemos que es un pueblo que duda de la vuelta de Moisés, como en los últimos tiempos se dudará de la vuelta de Cristo, como nos avisa el propio Cristo en Mateo 24, 48, cuando nos habla del siervo malo, que ante el retraso de su Señor se pone a golpear a sus consiervos y a comer y beber con los borrachos.
Ese mismo libertinaje se apodera de los israelitas cuando adoran al becerro de oro, le ofrecen holocaustos y le presentan sacrificios. Estamos ya en el segundo paso de los caminos de la apostasía, que es cuando se produce la profanación del lugar santo, en este caso, del Monte Sinaí. Coincide este paso con un aviso o un anuncio de un castigo. Lo vemos aquí en el versículo 10, cuando Dios le dice a Moisés: “Déjame ahora para que se encienda mi ira contra ellos y los consuma”.
Se produce aquí, como ya explicamos en el programa anterior, una bifurcación en los dos caminos de la apostasía, por un lado está el camino de los que persisten en la apostasía, que es el pueblo de Israel que sigue adorando al becerro de oro. Y por el otro está el camino que siguen Moisés y los que huyen del culto idólatra, éstos con su oración y penitencia, consiguen aplacar la ira de Dios y obtener su perdón. Los primeros, sufren el castigo anunciado, primero son forzados beberse las cenizas del becerro de oro (versículo 20) y son pasados a cuchillo como nos narra el versículo 27:
“Así dice Yahvé, el Dios de Israel: Cíñase cada uno su espada sobre su muslo, y pasad y repasad por el campamento de puerta en puerta, y matad, cada uno a su hermano, a su amigo y a su pariente.” Hicieron los hijos de Leví según la orden de Moisés; y perecieron en aquel día unos tres mil hombres del pueblo. Y dijo Moisés: “Hoy os habéis consagrado a Yahvé, cada uno contra su hijo y su hermano; para que hoy recibáis bendición.”
Este relato que nos puede parecer duro en nuestros días, no se diferencia en esencia de la advertencia que nos hace Jesús en Mateo 10,35:
“No creáis que he venido a traer la paz sobre la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. He venido, en efecto, a separar al hombre de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra; y serán enemigos del hombre los de su propia casa. Quien ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí.”
Aunque Dios perdona la vida a Moisés y a aquellos que permanecen fieles, el pecado de apostasía, sumado a la idolatría y a la profanación del lugar santo, tiene graves consecuencias, que no desaparecen de inmediato. La principal y más importante es que, Dios se aparta de Su pueblo. Leemos en Éxodo 33, 3: “Yo no iré en medio de ti, porque eres un pueblo de dura cerviz; no sea que te destruya en el camino” y también en el versículo 7: “Y tomó Moisés el Tabernáculo y lo plantó a cierta distancia fuera del campamento, y lo llamó Tabernáculo de la Reunión. De modo que todo el que buscaba a Yahvé salía hacia el Tabernáculo de la Reunión fuera del campamento.” Los exégetas interpretan este castigo como una especie de excomunión.
¿Cómo se pueden revertir las consecuencias de estos graves pecados y recuperar el favor y la presencia de Dios en medio del pueblo?
Nos dice el Éxodo que el pueblo se puso de luto y nadie se atavió con sus galas. Y narra la oración y la humildad de Moisés, pidiendo insistentemente que Dios volviera a habitar en medio de Su pueblo, diciendo: “Si en verdad he hallado gracia a tus ojos, oh Señor, dígnese mi Señor andar en medio de nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por herencia tuya.”
Junto a la oración, el arrepentimiento y los sacrificios, es necesaria también la purificación antes de restablecer el culto a Dios. Para ello, Dios le da unas instrucciones a Moisés, le exhorta a no juntarse con los idólatras, sino a destruir todas las idolatrías y purificarse de ellas:
“Guárdate de hacer alianza con los habitantes del país en que vas a entrar, para que no sean un lazo en medio de ti; antes bien, destruid sus altares, quebrad sus piedras idolátricas y romped sus ascheras.”, “No hagas pacto con los moradores de aquella tierra, porque ellos fornican con sus dioses y les ofrecen sacrificios. Te invitarán y tú comerás de sus sacrificios; y tomarás de sus hijas para tus hijos; y fornicando sus hijas con sus dioses harán también fornicar a tus hijos con los dioses de ellas. No te harás dioses de fundición.”
En esta reconciliación de Dios con su pueblo hay un detalle muy importante, que no debe pasar desapercibido:
Moisés al bajar del monte y ver a los israelitas adorando al becerro de oro, encendido de santa ira, arroja de su mano las tablas de ley y las hace pedazos al pie del monte, simbolizando que la ley de Dios ha sido quebrantada y con ella también su alianza. Tras obtener el perdón y el favor de Dios, Moisés vuelve a tallar las tablas de piedra y Dios desciende para restablecer en ellas Su ley. Es, por tanto, como una renovación de las promesas matrimoniales. Si Dios había dicho “Yo os adoptaré por pueblo mío, y seré vuestro Dios” (en Éxodo 6,7), ahora en 34,10 dice:
“Mira, Yo hago un pacto: haré maravillas delante de todo tu pueblo, como nunca se han hecho en toda la tierra ni en nación alguna; y todo el pueblo en medio del cual estás verá la obra de Yahvé, porque tremendas son las cosas que he de hacer por medio de ti.
¿No es esta la misma historia que hemos leído antes en el profeta Amós?
Pasemos ahora al segundo ejemplo que queremos comentar en el programa de hoy, que es el relato de la destrucción del primer Templo y el cautiverio en Babilonia, lo encontramos en el segundo libro de los Reyes, capítulo 21 y siguientes. Veremos cómo de nuevo se verifican estos dos caminos de la apostasía.
En este caso, el camino de la apostasía es iniciado por el Rey Manases que según nos narra el texto bíblico “hizo lo que era malo a los ojos de Yahvé, imitando las abominaciones de las naciones que Yahvé había expulsado ante los hijos de Israel. Volvió a edificar los lugares altos que su padre Ezequías había destruido; erigió altares a Baal, e hizo una aschera, como había hecho Acab, rey de Israel; y se postró ante todo el ejército del cielo, dándole culto.”
Esta apostasía se convierte también en idolatría y termina con la profanación del lugar Santo: Manasés “erigió también altares dentro de la Casa de Yahvé. Edificó asimismo altares a todo el ejército del cielo en ambos atrios de la Casa de Yahvé; hizo pasar a su hijo por el fuego, observó agüeros y practicó la adivinación y estableció la nigromancia y la magia, e hizo mucha maldad a los ojos de Yahvé, por lo cual provocó su ira. Manasés derramó también mucha sangre inocente, hasta llenar a Jerusalén de cabo a cabo (esto nos recuerda al grave pecado del aborto que se da en nuestros días), además de su pecado de hacer pecar a Judá, para que obraran lo malo a los ojos de Yahvé. (Aparece aquí el impío que arrastra al error a los demás, como vimos en el programa anterior).
Frente a los graves pecados del pueblo, Dios anuncia su castigo, diciendo:
“Por cuanto Manasés, rey de Judá, ha cometido estas abominaciones, haciendo cosas peores que cuanto antes de él hicieron los amorreos, y por cuanto ha hecho también pecar a Judá por medio de sus ídolos (…) He aquí que haré venir sobre Jerusalén y Judá calamidades que a cualquiera que los oyere le retiñirán ambos oídos. Extenderé sobre Jerusalén el cordel de Samaría, y la plomada de la casa de Acab, y limpiaré a Jerusalén como se limpia un plato. Se lo limpia y se lo pone boca abajo. Desecharé el resto de mi herencia, y los entregaré en poder de sus enemigos; y serán presa y botín de todos sus enemigos; pues han hecho lo que es malo a mis ojos, y me han irritado desde aquel día en que salieron sus padres de Egipto, hasta el día de hoy.”.
En este caso, el castigo anunciado por Dios no lo sufre Manasés en vida, sino que sus muchos pecados se acumulan en el reinado de su sucesor, el rey Amón. Es éste quien tiene en su mano la posibilidad de elegir entre los dos caminos de la apostasía: la persistencia en ella o la vía del arrepentimiento. Sigamos leyendo y veamos qué decisión tomó:
“El rey Amón hizo lo malo a los ojos de Yahvé, como lo había hecho su padre Manasés, siguiendo en todo los caminos que había seguido su padre. Sirvió a los ídolos a los que había servido su padre, y se postró ante ellos, abandonó a Yahvé, el Dios de sus padres, y no siguió el camino de Yahvé. Conspiraron contra él sus siervos y mataron al rey en su casa.”
Amón elige seguir en la persistencia de la apostasía, pero aunque su final personal es trágico, Dios es paciente y no descarga todavía su castigo sobre el pueblo, por lo que su sucesor vuelve a tener en su mano el salirse de la persistencia en la apostasía y emprender el camino del arrepentimiento. Veamos qué ocurre:
“El rey Josías hizo recto lo que era a los ojos de Yahvé, siguiendo en todo el camino de David, su padre, sin apartarse ni a la derecha ni a la izquierda.”
Pero Josías hace algo más, envía a su secretario Safán a la Casa de Yahvé y este encuentra el Libro de la Ley. Al leerlo se da cuenta de los graves pecados que han cometido sus antecesores y rasgándose sus vestiduras exclama: “Grande debe ser la ira de Yahvé que se ha encendido contra nosotros, puesto que nuestros padres no han obedecido las palabras de este libro, ni han hecho cuanto nos está prescrito.”
Además acuden a la profetisa Huida, que les dice: “Así dice Yahvé, el Dios de Israel: He aquí que haré venir males sobre este lugar, y sobre sus habitantes. Porque me han abandonado a Mí, y han quemado incienso a otros dioses, irritándome con todas las obras de sus manos. Por eso se ha encendido mi ira contra este lugar, y no se apagará. (Al rey) por cuanto tu corazón se ha conmovido y te has humillado delante de Yahvé, y porque has rasgado tus vestidos y llorado delante de Mí (…) te reuniré con tus padres, y serás sepultado en paz, y no verán tus ojos ninguno de los males que descargaré sobre este lugar.
El Rey Josías hace entonces que todo el pueblo transite por el camino del arrepentimiento, dio la orden y se juntaron en torno a él todos los ancianos de Judá y de Jerusalén. Y subió a la Casa de Yahvé, y con él todos los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes y profetas; y el pueblo entero, desde los chicos hasta los grandes; y leyó delante de ellos todas las palabras del Libro de la Alianza (…) y renovó el rey la Alianza ante Yahvé, (prometiendo) andar en pos de Yahvé y guardar sus mandamientos, sus testimonios y sus leyes con todo el corazón y con toda el alma, cumpliendo las palabras de esta Alianza escritas en aquel libro. Y todo el pueblo asintió a la Alianza.
Si has estado atento, querido oyente, ya sabrás que todavía quedaba un paso antes de poder restablecer la Gracia de Dios y el culto: esto es, la Purificación del templo.
Después mandó el rey al Sumo Sacerdote Helcías, a los sacerdotes de segundo orden y a los guardianes de la puerta, que sacaran del Templo de Yahvé todos los utensilios que habían sido hechos para Baal, para Aschera y para todo el ejército del cielo; y los quemó fuera de Jerusalén. Expulsó a los sacerdotes que los reyes de Judá habían instituido para quemar incienso en los lugares altos de las ciudades de Judá y en los alrededores de Jerusalén, como también a los que quemaban incienso a Baal, al sol, a la luna, a los signos del zodíaco y a todo el ejército del cielo, Sacó asimismo de la Casa de Yahvé la aschera, (la llevó) fuera de Jerusalén, al valle del Cedrón y la quemó en el valle del Cedrón, reduciéndola a polvo, y arrojó su polvo sobre los sepulcros de la plebe. Destruyó las habitaciones de los prostitutos que había en la Casa de Yahvé, donde las mujeres tejían pabellones para Aschera.”
Voy a hacer un breve inciso porque ya ha salido la palabra aschera y es importante entender qué es este concepto. Las ascheras eran árboles que se plantaban en honor a la diosa Astarté, diosa de la tierra y la fertilidad. Era un claro signo de idolatría y para purificar los lugares santos era necesario sacarlas de allí y quemarlas. Pensemos ahora brevemente en el acto que tuvo lugar en los jardines del Vaticano el 4 de septiembre de 2019, en el que entre otras cosas aberrantes, se plantó un árbol en un rito de adoración a la diosa Pachamama, diosa de la tierra y la fertilidad. A día de hoy, ese árbol sigue allí plantado. Cierro paréntesis.
Una vez purificado el Templo de todos los elementos idolátricos, ya se podía restaurar el culto: “Entonces dio el rey a todo el pueblo esta orden: “Celebrad la Pascua en honor de Yahvé, vuestro Dios, conforme a lo que está escrito en este Libro de la Alianza.”
Sin embargo, esta historia que como hemos dicho al principio se repite una y otra vez en el relato de la salvación, tiene un nuevo capítulo en los descendientes del rey Josías, que vuelven a iniciar un nuevo camino de apostasía.
Así, su hijo el rey Joacaz hizo lo que era malo a los ojos de Yahvé, imitando todo lo que habían hecho sus padres. También su sucesor el rey Joakim hizo lo que era malo a los ojos de Yahvé, imitando todo lo que habían hecho sus padres. Yahvé envió contra él bandas de caldeos, bandas de sirios, bandas de moabitas y bandas de los hijos de Ammón. Las envió contra Judá para destruirle, para quitarlo de su presencia, a causa de todos los pecados que había cometido Manasés y por la sangre inocente por él derramada, que Dios no quiso perdonar. Igualmente, su hijo el rey Joaquín hizo lo que era malo a los ojos de Yahvé, imitando todo lo que había hecho su padre.
Esta persistencia en la apostasía, tuvo finalmente el castigo anunciado por Dios y el instrumento para el flagelo fue Nabucodonosor, rey de Babilonia, que llegó a Jerusalén y asedió la ciudad. Tomó al rey preso y como Yahvé lo había predicho, sacó de allí todos los tesoros de la Casa de Yahvé y los tesoros de la casa real, e hizo pedazos todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había hecho para el Templo de Yahvé. Llevó al cautiverio a toda Jerusalén, a todos los príncipes, y a todos los guerreros —diez mil cautivos— y todos los artesanos y herreros, no quedando sino los más pobres del pueblo del país.
Parece que no fue suficiente castigo, y el rey Sedecías también hizo lo que era malo a los ojos de Yahvé, de manera que la ira de Yahvé contra Jerusalén y Judá llegó hasta el punto de arrojarlos de su presencia. Vemos aquí de nuevo cómo el camino de la persistencia en la apostasía, conlleva que Dios se aparte siempre de Su pueblo.
Llegó el rey de Babilonia, él y todo su ejército, contra Jerusalén y asentó su campamento frente a ella. Levantaron terraplenes en derredor de la misma, y la ciudad quedó sitiada hasta el año undécimo del rey Sedecías.
El día nueve del mes cuando era grande el hambre en la ciudad y no había ya pan para el pueblo del país, abrieron una brecha en la ciudad, y toda la gente de guerra (huyó) de noche por el camino de la puerta entre los dos muros, situada cerca del jardín del rey.
Vemos aquí explicitado el paso de la huída de unos pocos y que es la última señal antes de que el castigo se produzca. Los que no huyen de la apostasía, sufren el mismo castigo que los apóstatas.
Nabuzardán, jefe de la guardia y servidor del rey de Babilonia, entró en Jerusalén; quemó la Casa de Yahvé y la casa del rey y entregó a las llamas todas las casas de Jerusalén y todos los grandes edificios. Derribó los muros que rodeaban a Jerusalén y llevó cautivo el resto del pueblo que había quedado en la ciudad; dejó solamente a algunos de los más pobres del país como viñadores y labradores.
Si has escuchado el programa sobre la destrucción de Jerusalén habrás notado la gran similitud que hay entre las dos destrucciones del Templo de Jerusalén, con 600 años de diferencia. En este caso, el destierro y el cautiverio en Babilonia durante 70 años sirvió de expiación de los pecados del pueblo de Israel y movió sus corazones al arrepentimiento y a buscar de nuevo el favor de Dios.
El capítulo 1 de Zacarías nos narra la conversión de Israel y el perdón de Dios:
Así dice Yahvé de los ejércitos: Convertíos a Mí, dice Yahvé de los ejércitos, y Yo me volveré a vosotros. No seáis como vuestros padres, a los que predicaron los profetas anteriores. Pero ellos no escucharon, ni me prestaron atención, dice Yahvé.
Volveré mi rostro compasivo hacia Jerusalén; en ella será reedificada mi Casa. Mis ciudades rebosarán todavía de bienes, aún consolará Yahvé a Sión, y escogerá de nuevo a Jerusalén».
Y se complementa con el capítulo 1 del libro de Ageo que dice:
Así dice Yahvé de los ejércitos: Reflexionad sobre vuestro proceder. Subid al monte, traed maderas y reedificad la Casa, y Yo me complaceré en ella y seré glorificado.
Con la reconstrucción del Templo y el restablecimiento del culto a Dios termina este segundo ejemplo de los caminos de la apostasía y nos queda por contar el tercer ejemplo. He querido explicar este ejemplo porque me parece que es claramente una imagen precursora de lo que sucederá en los últimos tiempos. Si ponemos sobre el relato bíblico de los Macabeos una mirada escatológica, veremos muchos elementos que concuerdan con lo que Nuestro Señor y las epístolas nos advierten que ha de venir antes de la Segunda Venida.
Los Macabeos son un modelo de lo que hay que hacer en épocas de apostasía, de persecución, de martirio; y su ejemplo nos tiene que fortalecer la fe, igual que la de tantos cristianos perseguidos que antepusieron su fe y su amor a la Verdad a su propia vida.
Leamos este tercer ejemplo en el primer capítulo del Libro de los Macabeos:
“Después de haber asolado a Egipto, volvió Antíoco el año ciento cuarenta y tres, y se dirigió contra Israel. Y habiendo llegado a Jerusalén con un poderoso ejército, entró lleno de soberbia en el Santuario (…) Y después de haberlo saqueado todo, se volvió a su tierra; habiendo hecho grande mortandad en las personas, y mostrado en sus palabras mucha soberbia.”
Antíoco se ha considerado siempre por los exégetas una figura del Anticristo. De ahí que lo que nos narra este capítulo contiene muchas similitudes con lo que podemos esperar en los últimos tiempos. Veamos más en detalle:
“Cumplidos que fueron dos años, envió el rey por las ciudades de Judá al superintendente de tributos, el cual llegó a Jerusalén con grande acompañamiento. Y habló a la gente con una fingida dulzura, y le creyeron. Pero de repente se arrojó sobre los ciudadanos, e hizo una gran carnicería, quitando la vida a muchísima gente del pueblo de Israel. Y saqueó la ciudad, y la entregó a las llamas, y derribó sus casas y los muros que la cercaban. Y se llevaron cautivas las mujeres, y se apoderaron de sus hijos y de sus ganados. Fortificaron la
ciudad de David, con una grande y firme muralla, y con fuertes torres, e hicieron de ella una fortaleza. La guarnecieron de gente malvada, de hombres perversos, los cuales se hicieron allí fuertes, y metieron en ella armas y vituallas, y también los despojos de Jerusalén, teniéndolos allí como en custodia. Y vinieron a ser como un funesto lazo, estando como en emboscada contra el lugar santo, y siendo como unos enemigos mortales de Israel; pues derramaron la sangre inocente alrededor del Santuario, y profanaron el lugar santo.”
En este texto que acabamos de leer podemos ver que todo comienza con el engaños de los lobos con piel de cordero, que con fingida dulzura se ganan la confianza del pueblo antes de devorarlo. Una vez que tienen el poder, destruyen las defensas de la ciudad, es decir, los fundamentos de la fe, y los sustituyen por fuertes torres, custodiadas por hombres perversos, es decir, levantan grandes errores y herejías promovidas y defendidas por los falsos pastores. Como consecuencia, el lugar santo queda profanado y ya no es un lugar digno del culto a Dios, Cuya presencia desaparece del Templo. Se produce entonces la etapa de la huída:
“Por causa de ellos huyeron los habitantes de Jerusalén, viniendo ésta a quedar morada de extranjeros, y como extraña para sus naturales, los cuales la abandonaron.
Su Santuario quedó desolado como un yermo, convertidos en días de llanto sus días festivos, en oprobio sus sábados, y reducidos a nada sus honores. En fin, la grandeza de su ignominia igualó a la de su gloria, y su alta elevación se convirtió en llantos.”
Si Dios no está en el Templo profanado, ya no tienen sentido los preceptos y el culto queda interrumpido. Leamos un poco más sobre Antíoco y por qué se le considera un anticristo:
“En esto el rey Antíoco expidió cartas por todo su reino, para que todos sus pueblos formasen uno solo, renunciando cada uno a su ley: particular. Todas las gentes se conformaron con este decreto del rey Antíoco, y muchos del pueblo de Israel se sometieron a esta servidumbre, y sacrificaron a los ídolos, y violaron el sábado. En efecto, el rey envió sus comisionados a Jerusalén, y por todas las ciudades de Judá, con cartas, para que abrazasen las leyes de las gentes de la tierra, y se prohibiese ofrecer en el Templo de Dios holocaustos, sacrificios, y oblaciones por los pecados, y se impidiese la celebración del sábado y de las solemnidades.”
Aunque veremos con mucho más detalle lo que las Escrituras nos anuncian sobre el Anticristo en futuros programas, vemos aquí un signo claro de ese líder mundial que querrá someter a todos los pueblos de la tierra, imponiéndoles un nuevo orden político, estableciendo una ley universal, prohibiendo el culto a Dios y promoviendo en su lugar un culto idolátrico, que muchos abrazarán, apostatando de Dios.
“Mandó además que se profanasen los santos lugares y el pueblo santo de Israel. Dispuso que se erigiesen altares y templos e ídolos, y que se sacrificasen carnes de cerdo y animales inmundos; que dejasen sin circuncidar a sus hijos, y que manchasen sus almas con toda suerte de viandas impuras y de abominaciones, a fin de que olvidasen la Ley de Dios, y traspasasen todos sus mandamientos; y que todos los que no obedeciesen las órdenes del rey Antíoco perdiesen la vida.
“A este tenor escribió a todo su reino, y nombró comisionados que obligasen al pueblo a hacer todo esto; los cuales mandaron a las ciudades de Judá que sacrificasen. Y muchos del pueblo se unieron con aquellos que habían abandonado la Ley del Señor, e hicieron mucho mal en el país; y obligaron al pueblo de Israel a huir a parajes extraviados, y a guarecerse en sitios ocultos.”
El camino de la persistencia en la apostasía conlleva, como hemos visto en los ejemplos anteriores, no solo la profanación del Templo, sino el inicio de un culto idolátrico en él. Nuestro Señor en su discurso escatológico de Mateo 24, nos avisa de un signo muy claro para que los verdaderos fieles huyan de ese lugar de pecado: “Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo, entonces los que estén en Judea, huyan a las montañas”. Esta profecía de Daniel, se cumplió con Antíoco y se cumplirá también en los últimos tiempos.
“El día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, colocó el rey Antíoco sobre el altar de Dios el abominable ídolo de la desolación, y por todas partes se erigieron altares en todas las ciudades de Judá. Y quemaban inciensos y ofrecían sacrificios delante de las puertas de las casas y en las plazas. Y despedazando los libros de la Ley de Dios, los arrojaban al fuego; y a todo hombre en cuyo poder hallaban los libros del Testamento del Señor, y a todos cuantos observaban la Ley del Señor, los despedazaban, en cumplimiento del edicto del rey. Con esta violencia trataban, una vez por mes, al pueblo de Israel que habitaba en las ciudades.”
Aquellos fieles que no huyen cuando Dios les da la señal, terminan sufriendo el castigo de los impíos:
“Las mujeres que circuncidaban a sus hijos eran despedazadas, conforme a lo mandado por el rey Antíoco y a los niños los colgaban por el cuello en todas las casas donde los hallaban, y despedazaban a los que los habían circuncidado. En medio de esto muchos del pueblo de Israel resolvieron en su corazón no comer viandas impuras, y eligieron antes el morir que contaminarse con manjares inmundos; y no queriendo quebrantar la Ley santa de Dios, fueron despedazados. Terrible fue sobremanera la ira contra el pueblo.”
En este contexto que acabamos de explicar, veamos muy brevemente cómo se cumple a la perfección el esquema de los dos caminos de la apostasía, sirviéndonos de versículos de los dos dos libros de los Macabeos.
– Primero es la Apostasía y los malos pastores y leemos en 1 Macabeos 5, 17: “si Dios mostraba por un poco de tiempo su indignación contra los habitantes de la ciudad, era por causa de los pecados de ellos”
– Después se produce el Aviso o pequeño castigo + profanación del templo, que recoge 2 Macabeos 5, 16: “y tomando con sus sacrílegas manos los vasos sagrados, que otros reyes y ciudades habían puesto allí para ornamento y gloria de aquel lugar, (Antíoco) los manoseaba de una manera indigna, y los profanaba.”
– Entonces se produce la huída de unos pocos: “Pero Judas Macabeo, que era uno de los diez que se habían retirado a un lugar desierto, pasaba la vida con los suyos en los montes, entre las fieras, alimentándose de yerbas, a fin de no tener parte en las profanaciones.” (Esto es 2 Macabeos 5, 27)
– Mientras, los impíos persisten en la apostasía: “No se guardaban ya los sábados, ni se celebraban las fiestas solemnes del país, y nadie se atrevía a confesar sencillamente que era judío”
– Como consecuencia se produce el gran castigo y culto idólatra en el templo: “Para profanar el Templo de Jerusalén y consagrar a Júpiter Olímpico, como también el de Garizim a Júpiter Extranjero. Así que se vio caer entonces de un golpe sobre todo el pueblo un diluvio terrible de males” (2 Macabeos 6, 2).
– Y se produce la persecución y martirio: “fueron presos siete hermanos juntamente con su madre; y quiso el rey, a fuerza de azotes y tormentos con nervios de toro, obligarlos a comer carne de cerdo, contra lo prohibido por la Ley (…) Finalmente, después de los hijos fue también muerta la madre”
– Los que huyen se dedican a la oración y a la penitencia para aplacar la ira de Dios: “¿Para qué queremos ya la vida?” Y rasgaron sus vestidos Matatías y sus hijos, y se cubrieron de cilicios, y lloraban amargamente.” (1 Macabeos 2, 13)
– Con estos sacrificios y por la sangre de los mártires obtienen el favor de Dios, que acude en auxilio de sus fieles: “El Macabeo habiendo juntado mucha gente, se hacía formidable a los gentiles; porque la indignación del Señor se había convertido en misericordia.” (2 Macabeos 8, 5)
– Una vez derrotados los enemigos se produce la reparación y purificación del templo: “Ya que quedan destruidos nuestros enemigos, vamos ahora a purificar y restaurar el Templo” (1 Macabeos, 4).
– Y por último, se restaura el culto a Dios en el templo: “Y todo el pueblo se postró, hasta juntar su rostro con la tierra, y adoraron a Dios, levantando su voz hasta el cielo”
No nos extendemos más en este ejemplo pero te animamos a que leas por ti mismo estos pasajes en la Biblia y seguro que encontrarás muchos más detalles que nos dan pistas sobre lo que sucederá en los últimos tiempos y sobre cómo debería actuar el que quiere ser fiel a Dios y no caer en la apostasía. Como hemos dicho, este esquema se repetirá especialmente en los últimos tiempos, con la última infidelidad a Dios de Su Pueblo, a través de la apostasía, y con la última idolatría, cuando rechazando a Dios adore al Anticristo.
Los ejemplos que hemos visto en este programa nos hacen pensar en situaciones muy complicadas que se darán en los últimos tiempos y que obligarán a todos los que quieran ser fieles a Dios, a no quedarse quietos y dejarse llevar por los acontecimientos, sino a manifestar su fe de forma activa, incluso en contra de todo lo que se alza en contra de Dios.
¿No estamos viviendo ya parte de esto? ¿Qué estamos haciendo ante los ataques a la fe que provienen desde dentro de la Iglesia? ¿Somos como los israelitas que se contagiaron del desenfreno y el libertinaje con el becerro de oro? ¿O estamos dispuestos a ser como los Macabeos, que huyeron para no formar parte de la idolatría? ¿En qué camino de la apostasía nos encontramos actualmente?
¡Que Dios nos ilumine!
Iluminando lo escondido
Buenas a todos una vez más a Iluminando lo Escondido. Hoy vamos a abordar la 3ª y última parte de las profecías de los Últimos Tiempos de la beata Ana Catalina Emmerick, hablando de aquellas que hacen referencia al final de la Gran Tribulación y el tiempo del Reinado de Cristo y del Corazón Inmaculado de María aquí en la Tierra tras este periodo.
Vimos en el programa anterior como durante la Gran Tribulación habrá un gran número de desastres tanto espiritual como materialmente. Y éstos se intensificarán cada vez más cuanto más se acerque la venida de Cristo para poner fin a dichas catástrofes:
“Vi grandes tropas viviendo de varios países dirigirse hacia un punto y combates que se libraban por todas partes. Vi en medio de ellos una gran mancha negra, como un enorme agujero; aquellos que combatían alrededor eran cada vez menos numerosos, como si muchos cayeran sin que se dieran cuenta.”
Satanás, consciente de que se le acabará el tiempo, atacará más fuertemente que nunca. Esto hará que el número de fieles a Cristo vaya disminuyendo, bien porque hayan sido mártires o bien porque hayan acabado sucumbiendo al mal, de manera que más que nunca será necesaria la ayuda divina.
Y precisamente, si estos pocos fieles que habrán serán capaces de aguantar, es porque serán sostenidos en todo momento por Jesús y la Virgen, la cual no dejará de proteger a Sus Hijos y los preparará para la Gran Batalla:
“Vi por encima de la iglesia (San Pedro de Roma) muy disminuida, una mujer majestuosamente vestida con un manto azul cielo que se situaba a lo lejos, portando una corona de estrellas sobre la cabeza.”
“Vi una especie de gran manto que iba ampliándose constantemente y que acabó por abrazar todo un mundo con sus habitantes. Al mismo tiempo este símbolo fue para mí una imagen del tiempo presente, y vi a sacerdotes hacer agujeros en ese manto para mirar a través de él.”
“Tuve otra visión donde vi como se preparaba la armada de la hija del rey. Una multitud de personas contribuían a ello. Y lo que ellas aportaban consistía en oraciones, en buenas obras, en victorias sobre sí mismas y en trabajos de toda especie. Todo esto iba de mano en mano hasta el cielo y allí, cada cosa, tras haber pasado por un trabajo particular, llegaba a ser una pieza de la armadura de la que se revestía la Virgen. No se podía dejar de admirar hasta qué punto todo se ajustaba bien y era impresionante ver como cada cosa significaba otra. La Virgen fue armada de la cabeza a los pies. Reconocí varias de las personas que daban su ayuda y vi con sorpresa que establecimientos enteros y grandes y sabios personajes no proveían nada, mientras que las piezas importantes de la armadura provenían de gentes pobres y de pequeña condición.”
Vimos también en el programa anterior que durante este tiempo también habrán 12 apóstoles que estarán trabajando para sostener la Verdadera Iglesia. Como ya hizo en su Primera Venida, Jesús será el encargado de elegir entre sus discípulos a estos apóstoles, que enviará por todo el mundo para cumplir la misión que Dios les dé:
“Vi también como Él les enviaba a lo lejos en todas direcciones, y los seguía con la mirada en sus caminatas lejanas entre las naciones. Y como yo me decía: «¡ay! ¿qué puede hacer un tan pequeño número de hombres entre las multitudes innumerables?» el Señor me dijo aproximadamente: «Su voz se hace oír a lo lejos por todos los lados. Así, ahora todavía, varios son enviados; cualesquiera que sean, hombres y mujeres, pueden lo mismo. Mira la salvación que esos doce han aportado; los que envío a tu época la aportan también, aunque permanezcan oscuros y despreciados”
“Durante ese tiempo, vi todavía en medio de los desastres a los doce hombres de los que ya he hablado, dispersos en diversos lugares sin saber nada los unos de los otros, recibir rayos del agua viva. Vi que todos hacían el mismo trabajo de diversos lados; que ellos no sabían de donde se les encomendaba ese trabajo y que cuando una cosa se había hecho, otra se les daba para hacer. Siempre eran doce de los cuales ninguno tenía más de cuarenta años.”
“ Vi que todos recibían de Dios lo que se había perdido y que ellos operaban el bien por todos los lados; eran todos católicos.”
Vemos también la importancia de la intercesión del Arcángel San Miguel para poder hacer frente a este mal, sobre todo al final de las tribulaciones, donde parecerá que todo está perdido:
“Tuve entonces la visión de una inmensa batalla. Toda la planicie estaba cubierta de un gran humo: había bosquecillos llenos de soldados de donde surgían continuamente. Era un lugar bajo: se veían grandes ciudades en la lejanía. Vi a San Miguel descender con una numerosa tropa de ángeles y separar a los combatientes. Pero esto no llegará más que cuando todo parezca perdido. Un jefe invocará a San Miguel y entonces la victoria descenderá.”
“Vi de nuevo la iglesia de San Pedro con su alta cúpula. San Miguel se mantenía en lo alto, brillante de luz, llevando una vestimenta roja de sangre y sosteniendo en la mano un gran estandarte de guerra.”
“La Iglesia estaba completamente roja de sangre como el ángel, y se me dijo que ella sería lavada en la sangre.”
“Cuanto más duraba el combate, más el color sangrante se borraba de la iglesia y se volvió cada vez más transparente. Sin embargo el ángel descendió, fue hacia los blancos y le vi varias veces al frente de todas sus cohortes. Entonces fueron animados de un coraje maravilloso sin que ellos supieran de donde venía eso ; era el ángel que multiplicaba sus golpes entre los enemigos. los cuales huían por todos lados. La espada de fuego que estaba por encima de los blancos victoriosos desapareció entonces.”
De la misma manera, Jesús no cesará de intentar llevar almas hacia Sí:
“Vi por encima de él en el cielo una gran cruz luminosa a la cual el Salvador estaba ligado; de sus cicatrices surgían haces de rayos resplandecientes que se extendían sobre el mundo. Las cicatrices eran rojas y semejantes a puertas brillantes cuyo centro era del color del sol. No llevaba corona de espinas, sino que de todas las heridas de la cabeza surgían rayos que se dirigían horizontalmente sobre el mundo. Los rayos de sus manos, del costado y de los pies tenían los colores del arco iris; se dividían en líneas muy menudas, a veces también se reunían y alcanzaban de esa manera a pueblos, ciudades. casas sobre toda la superficie del globo. Los vi por un lado y por otro, a veces lejos, a veces cerca, caer sobre diversos moribundos y aspirar las almas que, entrando en uno de estos rayos coloreados, penetraban en la llaga del Señor. Los rayos de la herida del costado se repartían sobre la iglesia situada por encima, como una corriente abundante y muy amplia. La iglesia estaba toda iluminada, y vi la mayor parte de las almas entrar en el Señor por esta corriente de rayos. Estos rayos atraían hacia ellos un gran número de almas que, por el corazón y la vía luminosa, entraban en el costado de Jesús. Se me dijo que el corazón era María.”
Finalmente, la Gran Tribulación tendrá fin con la Segunda Venida de Cristo a la Tierra en la que instaurará su Reinado de Paz en los Cielos Nuevos y Tierras Nuevas, y se producirá el triunfo del Inmaculado Corazón de María, que traerá consigo innumerables gracias y dones para aquellos que hayan conseguido perseverar en la Fe.
Ana Catalina vio cómo se producirá la restauración de la iglesia de San Pedro:
“Entonces vi reconstruir la Iglesia muy rápidamente y con más magnificencia que nunca .
Vi una mujer llena de majestad avanzar en la gran plaza que está ante la Iglesia. Ella mantenía su amplio manto sobre los dos brazos y se elevaba suavemente en el aire. Se posó sobre el domo y extendió sobre toda la extensión de la Iglesia su manto que parecía irradiar oro. Los demoledores se habían tomado un momento de reposo, pero, cuando quisieron volver al trabajo, les fue absolutamente imposible acercarse al espacio cubierto por el manto.”
“Vi la iglesia de San Pedro: estaba desnuda, con excepción del coro y del altar mayor.” “Después vinieron de todas partes del mundo sacerdotes y laicos que rehicieron los muros de piedra, ya que los demoledores no habían podido quitar las fuertes piedras de los cimientos.”
También recibió Ana Catalina muchas visiones que nos dan una idea de cómo será este tiempo de prosperidad:
“Vi a la iglesia completamente restaurada; por encima de ella, sobre una montaña, el Cordero de Dios rodeado de un grupo de vírgenes con palmas en las manos, y también los cinco cfrculos formados por las cohortes celestiales correspondientes a aquellos de aquí abajo que pertenecen a la tierra.”
“Vi todo renovarse y una iglesia que se elevaba hasta el cielo”
“Vi una gran fiesta en la Iglesia que, tras la victoria conseguida, irradiaba como el sol. Vi un nuevo Papa austero y muy enérgico. Vi, antes del comienzo de la fiesta, muchos obispos y pastores expulsados por él, a causa de su maldad. Vi a los santos apóstoles tomar una parte muy especial en la celebración de esta fiesta en la Iglesia. Vi entonces muy cerca de su realización la plegaria: «Venga a nosotros tu reino». Me parecía ver jardines celestes, brillantes de luz, descender de arriba, reunirse en la tierra, en lugares donde el fuego estaba encendido, y bañar todo lo que está por debajo en una luz primordial.”
“Mientras que la iglesia se volvía cada vez más bella y más luminosa, surgió de repente en su seno una bella fuente limpia que extendió por todas partes un agua pura como el cristal, salió a través de los muros y, fluyendo en el jardín, reanimó todo.”
“A la efusión de esta fuente, todo se volvió luminoso y más dichoso y vi por encima de ella un altar resplandeciente como un espíritu celeste, como una manifestación y un crecimiento futuros. “
“Vi al sacerdocio y a las órdenes religiosas renovarse tras una larga decadencia”
Le pedimos al Señor por medio de María Santísima que todo esto nos ayude a prepararnos para estos Últimos Tiempos y que en todo momento tengamos la certeza de que Cristo vendrá y de que el Corazón Inmaculado de María triunfará. Así sea. Amén
La máquina del tiempo
Bienvenido a la máquina del tiempo. En este programa vamos a hablar sobre la carta de San Pablo a los efesios, en concreto del capítulo 6, versículo 17, que dice así:
“Recibid asimismo el yelmo de la salud, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios”.
Vamos a centrarnos en la segunda parte de la cita, es decir, la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. La espada es un arma, destinada a destruir al oponente del que la empuña. Dice Jesucristo en Mateo 10, 34: “no creáis que he venido a traer la paz sobre la tierra. No he venido a traer paz, sino espada”. Esta frase, sin la correcta explicación, puede llevarnos a pensar que Jesús era un violento. Pero, ¿Jesús no era un pacífico que sólo hablaba de amor y misericordia? Pues no exactamente. Como vimos en esta sección del programa anterior, Dios dice a los israelitas, que no procuren paz y tranquilidad a los pueblos que les rodeaban, es decir, al mundo, sino que los exterminasen de en medio de ellos. A esto se refiere Jesús diciendo que no ha venido a traer paz.
Si bien es cierto, que Jesús defiende la caridad, la piedad, la compasión, la misericordia como doctrina, no es menos cierto que también anuncia guerra, sacrificio, pérdida de miembros, división en las familias… Y es que Dios es un Dios guerrero, como se observa en el Antiguo Testamento, pues se le llama Dios de los ejércitos, aunque como dice San Pablo, su espada y su guerra son espirituales, es decir, que Jesús viene para combatir al mundo, al demonio y a la carne con la espada, que es su Palabra, como vemos en las tentaciones en el desierto en Mateo 4, 1-11. Y esa es el arma que nosotros debemos empuñar si queremos derrotar a los enemigos del alma.
No nos engañemos, la vida es una guerra constante en la que hay que batallar cada día, pues no sabemos cuándo llegará nuestra hora. Si vencemos, vencemos con Cristo y ganamos la Vida eterna. Si perdemos, morimos eternamente, en otras palabras, nos espera el infierno. Un católico no puede limitarse solamente a defenderse, pues la misión del cristiano es la de evangelizar al mundo, es decir, rescatar al mayor número de almas posibles del error, de la ignorancia o del pasotismo. Y para eso hay que luchar contra Satanás con el arma que Cristo nos da: la espada de su Palabra. Esta Palabra no solamente hay que predicarla, sino, más importante, vivirla.
Está escrito en Apocalipsis 19, 15: “de su boca sale una espada aguda, para que hiera con ella a las naciones” esto es, en la Parusía, Cristo juzgará a las naciones mediante su Palabra, que herirá a aquellos que no la han seguido en su totalidad. No vale coger lo que me gusta y dejar lo que no. Cristo es “Fiel y Veraz” (Apocalipsis 19, 11), así que toda Palabra que sale de su boca es la Verdad. No solamente las naciones, sino cada uno de nosotros será juzgado por medio de la Palabra, en el juicio personal. Jesucristo ha demostrado que su Palabra es la Verdad muriendo y resucitando. Por eso es que no podemos hacernos una religión a la medida, en lo que aquello que me gusta lo cojo y aquello que no me gusta lo dejo.
En Lucas 9, Jesús envía a los discípulos a predicar y les ordena: “no toméis nada para el camino, ni bastón, ni bolsa, ni pan, ni dinero, ni tengáis dos túnicas”. Sin embargo, en Lucas 22, Jesús dice: “Cuando Yo os envié sin bolsa, ni alforja, ni calzado, ¿os faltó alguna cosa? […] Pues bien, ahora, el que tiene una bolsa, tómela consigo, e igualmente la alforja; y quien no tenga, venda su manto y compre una espada”.
¿Qué diferencia hay entre Lucas 9 y Lucas 22? En la primera cita, era el tiempo de evangelizar, Jesús está con ellos y les sostiene. Dios Padre, por su Providencia hace que tengan todo lo necesario para su misión. Podemos ver aquí los ejemplos de todas las personas y órdenes religiosas, que viven de la Providencia y, aunque a veces pasan dificultad, el Señor les sostiene. En la segunda cita, el contexto es de persecución. A Cristo lo van a detener y crucificar y los apóstoles huirán como ovejas sin pastor. Por eso, Jesús les dice que compren una espada, aún a costa de su manto. Porque, en la persecución, si no nos afianzamos en la Palabra, huiremos sin remedio, lo que puede significar nuestra condenación eterna. La Palabra de Dios es lo único que no cambia: “el cielo y la tierra pasarán, pero las palabras mías no pasarán ciertamente” (Mateo 24, 35).
Por ello, es importante no dejar la Biblia de lado; hay que leer un poco cada día. No basta con escucharla en la misa, conocer las historias e interpretaciones que la Iglesia hace de ellas. Es necesario profundizar, escuchar al Señor que por medio de ella te habla y te dirige. La Palabra de Dios está viva; cada vez que se lee, el Señor nos trabaja el corazón y nos enseña a vivirla. Y más en estos tiempos de persecución, donde la doctrina verdadera está siendo envenenada por tantos, es necesario conocer a Jesús en profundidad.
Que la Santísima Virgen María, que supo creer en todo momento y hasta el final, sede de la Sabiduría, nos abra el entendimiento, para conocer lo que Jesucristo, su Santísimo Hijo, nos quiere decir mediante su Palabra en cada momento de nuestra vida, y así, mantenernos en la Verdad en cualquier circunstancia. Amén
Santos de Verdad
Hay dos expresiones peligrosas que a menudo decimos a Dios
Poner “peros” y preguntar “por qué” cuando nos muestra su Voluntad e Intención
Cuestionar al Omnipotente es caer en el racionalismo en pos
de un interés práctico y meramente humano que pone límites a la confianza en Dios
Estamos tan llenos de respetos humanos y de una impuesta presión social
Que incluso la Palabra de Dios nos es confusa y la tratamos de acomodar
Pero San Francisco de Asís fue la prueba viva en su sencilla santidad
de que se puede vivir el Evangelio verdaderamente incluso de forma literal
Mucho se sabe de este gran santo, posiblemente uno de los más conocidos,
por lo que vamos a intentar destacar algunos aspectos que suelen pasar desapercibidos, como por ejemplo que Francisco no era su nombre real,
sino que en el bautismo el nombre que recibió fue el de Juan.
San Francisco nació en Asís en 1182 en una familia acomodada y pasó la juventud divirtiéndose con cosas vanas y gastando con ostentación el dinero, aunque también era generoso con los pobres.
Dios fue hablando a su corazón a través de diferentes circunstancias de su vida, como enfermedades y guerras, y él con la oración fue dejándose guiar, cada vez más consciente de que el Señor le pedía una entrega total. En una ocasión, Francisco se encontró con un leproso y, superando su aversión, se acercó y le dio un beso, y este fue el inicio de su cambio radical. La Palabra de Dios iba haciendo mella en su alma y los versículos del Evangelio le invitaban a una donación de sí mismo junto con todas sus pertenencias, afectos y deseos.
En ese camino espiritual fue cobrando cada vez más conciencia y dolor por sus pecados, incluso llorando por ellos, hasta que un día se le apareció Jesús crucificado y la contemplación de la Pasión fue para San Francisco una fuente a la que acudía constantemente. En otra ocasión, el crucifijo le dijo estas palabras: “Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas”.
Aunque desconocía el alcance real de estas palabras, Francisco se propuso desde entonces la misión de reconstruir y reparar iglesias en mal estado, llegando a vender mercancía de su padre para costear estas restauraciones. Ante el enfado de su padre, que trató de ponerle entre la espada y la pared, Francisco renunció sin vacilar a su herencia, dejando a su padre para seguir a su Padre del cielo.
Comenzó entonces a pedir limosna soportando las burlas y el desprecio de sus conciudadanos, pero con ese sacrificio y ayudando en el trabajo, llevó a cabo la reparación de la iglesia de San Damián, de la que proféticamente anunció que sería un convento de religiosas para gloria del Señor; esta profecía se realizó cinco años después en Santa Clara y sus religiosas. También reparó la antigua iglesia de San Pedro y se estableció en una capilla llamada Porciúncula, erigida en honor de Nuestra Señora de los Ángeles. Fue allí donde Francisco, a la luz de Mateo 10, 7-19, conoció lo que Dios le pedía: una vida de predicación y pobreza, como cordero en medio de lobos.
No tardaron en unirse cada vez más discípulos y Francisco redactó una regla breve e informal, que consistía en los consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Sin embargo, en Roma no querían aprobar esta comunidad, porque les parecía demasiado rígida en cuanto a pobreza. Finalmente, un cardenal dijo: “No les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el Evangelio”. Y de este modo, recibieron la aprobación.
Otro detalle de la humildad de Francisco fue que solamente llegó a recibir el diaconado, ya que se consideraba indigno del sacerdocio. Respecto a su día a día, los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos, o pedían limosna sin aceptar dinero. La orden fue creciendo y extendiéndose por diferentes provincias y países.
Eran tiempos de cruzadas y en Francisco se encendió el ardor de predicar a los infieles en Túnez, Marruecos, Egipto y Siria. Tal era su amor por el Evangelio y su afán de ganar almas para Cristo, que pasó al campo de batalla enemigo para ser llevado ante el Sultán, con quien conversó sin lograr la conversión del pueblo.
A su vuelta a Italia, Francisco tuvo el dolor de presenciar el acomodamiento de sus frailes, alojados en espléndidos conventos y tratando de llevar una vida monástica equiparándose a otras órdenes. Francisco se dedicó entonces a revisar la regla, tarea difícil por la corriente cada vez más fuerte que defendía ideas como que la prohibición de poseer bienes en común era impracticable. Francisco llegó a exclamar: “Impulsados por el mal espíritu, mis pobres hermanos acabarán por abandonar el camino de la sencillez y de la pobreza”.
La vida de Francisco iba llegando a su plenitud y él se entregaba a la contemplación de la Pasión de Nuestro Señor. En esta unión, Jesús le compartió los estigmas de la Pasión y, según el mismo Francisco, le habían sido reveladas ciertas cosas. El don de la profecía estuvo siempre presente en la vida de Francisco, y poco antes de morir reunió a sus seguidores y les dio estas profecías sobre los últimos tiempos:
“Se acerca rápidamente el tiempo en el que habrá grandes pruebas y tribulaciones, abundarán perplejidades y disensiones, tanto espirituales como temporales; la caridad de muchos se enfriará y la malicia de los impíos se incrementará. Los demonios tendrán un poder inusual y habrá muy pocos cristianos que obedecerán al verdadero Sumo Pontífice y a la Iglesia Romana con corazones leales y caridad perfecta. En el momento de esta tribulación un hombre, elegido no canónicamente, se elevará al Pontificado, y con su astucia se esforzará por llevar a muchos al error y a la muerte. Entonces, los escándalos se multiplicarán, muchas órdenes serán destruidas por completo, porque se aceptará el error en lugar de oponerse a él. Algunos predicadores mantendrán silencio sobre la verdad y otros la hollarán bajo sus pies y la negarán. Aquellos que preserven su fervor han de sufrir injurias y persecuciones, serán considerados como rebeldes y cismáticos, pero el Señor ha de ser el refugio de los afligidos, y salvará a todos los que confían en Él”.
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