11. La huida
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Luz para mis pasos
Continuamos una semana más analizando y profundizando en los signos que Nuestro Señor nos dejó en Su discurso escatológico de Mateo 24, para prepararnos para los últimos tiempos. Y hoy vamos a hablar sobre un tema muy interesante y que de nuevo está presente a lo largo de toda la historia de la salvación: la huida.
Vamos a ver qué significa la huida en la Biblia, por qué tenemos que huir, de qué o quién tenemos que huir, cuándo será la huida y a dónde nos dice el Señor que tenemos que huir. Analizaremos otras huidas que aparecen en las Sagradas Escrituras y aprenderemos qué actitud debemos tener frente a la huida.
Empecemos por recordar las palabras de Jesús en el Evangelio de san Mateo:
“Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo –el que lee, entiéndalo–, entonces los que estén en Judea, huyan a las montañas; quien se encuentre en la terraza, no baje a recoger las cosas de la casa; quien se encuentre en el campo, no vuelva atrás para tomar su manto. ¡Ay de las que estén encintas y de las que críen en aquel tiempo! Rogad, pues, para que vuestra huida no acontezca en invierno ni en día de sábado. Porque habrá, entonces, grande tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá más.”
La huida es, ante todo, un mandato de Dios, una orden que forma parte de Su plan de salvación y es, además, una muestra grandísima de Su misericordia con los que Le son fieles y cumplen Su Ley. Huir significa, por tanto, separarnos del mal y de todo lo que ofende a Dios.
Como hemos visto en los últimos programas, la huida es una etapa dentro del camino de la persistencia en la apostasía, y se sitúa entre la profanación del templo y el culto idólatra en el templo de Dios, que termina provocando el castigo contra los impíos.
Cuando se profana la Casa de Dios, Él es el primero que aleja Su presencia, como hemos visto en numerosos ejemplos a lo largo de los últimos programas, y exhorta a quienes quieren serLe fiel a hacer lo mismo.
Esto mismo nos lo dice San Pablo en 1 Corintios 10, 20:
“Por lo cual, amados míos, huid de la idolatría. (…) Lo que inmolan los gentiles, a los demonios lo inmolan, y no a Dios, y no quiero que vosotros entréis en comunión con los demonios. No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios”.
Cuando el templo es profanado se convierte en un lugar de culto a los demonios y no debemos participar de ninguna forma en ningún rito que se produzca en él, para no ser cómplices del mismo pecado y del mismo castigo. Si esto no queda suficientemente claro, San Pablo incide en ello también en 2 Corintios 6, 14:
“No os juntéis bajo un yugo desigual con los que no creen. Pues ¿qué tienen de común la justicia y la iniquidad? ¿O en qué coinciden la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿O qué comunión puede tener el que cree con el que no cree? ¿Y qué transacción entre el templo de Dios y los ídolos? (…) Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y Yo os acogeré; y seré Padre para vosotros, y vosotros seréis para Mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”.
Es importante entender que la huida, cuando es mandato de Dios no es signo de cobardía, sino de obediencia, de humildad, de fidelidad y de sabiduría. Nos dice el Libro de los Proverbios 16, 17:
“La senda de los justos es huir del mal; guarda su alma el que guarda sus pasos”
Y también el libro de la Sabiduría 10, 6:
“La (sabiduría) libró al justo, que huía de los impíos, que perecieron cuando cayó el fuego sobre la Pentápolis”
Este versículo hace referencia a la huida de Lot de Sodoma y este es el primer ejemplo de huida en las Sagradas Escrituras que queremos contar hoy. Estos ejemplos nos pueden dar mucha luz sobre las circunstancias en las que se produjeron y nos pueden ayudar a entender y discernir en qué situaciones nos podemos ver obligados a huir.
- La huida de Lot
Nos cuenta el libro del Génesis, capítulo 19 que dos ángeles llegaron a la casa de Lot y él los acogió en su casa. Todo el pueblo se congregó a la puerta y pidieron a Lot que sacara a sus invitados para poder abusar de ellos. Sigamos con el relato bíblico:
“Y a los hombres que estaban a la puerta de la casa los hirieron con ceguera, desde el menor hasta el mayor, de modo que se fatigaron (inútilmente) por hallar la puerta. Luego dijeron los varones a Lot: “¿Tienes aquí todavía alguno? Sácalos a todos de aquí: los yernos, tus hijos y tus hijas, y todo cuanto tengas en la ciudad. Pues vamos a destruir este lugar, porque se ha hecho grande su clamor delante de Yahvé, y Yahvé nos ha enviado a exterminarla.”
La ceguera es una de las consecuencias y es castigo de los pecados más graves, ceguera física en ocasiones, pero sobre todo ceguera espiritual. Es una imagen que aparece muchísimas veces en las Escrituras y Cristo lo refiere especialmente a aquellos malos pastores que “son ciegos que guían a ciegos. Si un ciego guía a otro ciego, caerán los dos en el hoyo”. Ante el inminente castigo, los ángeles de Dios exhortan a Lot y a su familia a huir de la ciudad:
“Al rayar el alba, los ángeles apremiaron a Lot, diciendo: “Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que se hallan contigo, no sea que perezcas por la maldad de la ciudad.” Y como él tardase, los varones lo asieron de la mano, y, por compasión de Yahvé hacia él, también a su mujer y a sus dos hijas. Lo sacaron, pues, y lo pusieron fuera de la ciudad. Y mientras los sacaban fuera, dijo uno: “Ponte a salvo, por tu vida. No mires atrás, ni te pares en ningún lugar de la Vega. Huye a la montaña, no sea que perezcas.”
Aquí vemos de nuevo, que aquellos que no huyen cuando Dios da la señal, terminan sufriendo el mismo castigo que los impíos. También vemos cómo la huida es un acto de compasión de Dios, que incluso ante las dudas de Lot, terminan los ángeles sacándolo ellos mismos de la ciudad. ¿A dónde huye Lot? Los ángeles le dicen que a las montañas, pero por un nuevo acto de misericordia de Dios es perdonada de la destrucción por amor a sus escogidos una ciudad pequeña y apartada, llamada Segor:
“He ahí cerca esa ciudad donde podría refugiarme. Es tan pequeña. Con tu permiso huiré a ella -¿no es ella tan pequeña?- y vivirá mi alma.” Contestóle Dios: “Bien, te concedo también esta gracia de no destruir la ciudad de la cual hablas.”
Este pasaje de la huida de Lot, nos muestra tres actitudes distintas frente a la huida:
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- La primera es la de Lot: que cree y confía en Dios, pero a pesar de las dudas que le surgen, termina obedeciendo y cumpliendo la voluntad de Dios. Dios en Su misericordia lo pone a salvo, lo protege de todo mal y lo sustenta con Su Providencia.
- La segunda es la de sus yernos: nos dice el versículo 14: “Salió, pues, Lot y habló con sus yernos, desposados con sus hijas, diciendo: “Levantaos, salid de este lugar; porque Yahvé va a destruir la ciudad.” Más era a los ojos de sus yernos como quien se burlaba.” La actitud de los yernos es la del incrédulo, el que no hace caso al aviso y se mofa de él. Dios quería que los yernos también se salvaran, pero ellos permanecieron en la ciudad y sufrieron el mismo castigo de los sodomitas.
- La tercera actitud es la de la mujer de Lot: los ángeles indican claramente a Lot que no mire atrás en su huida y el versículo 26 nos narra: “Mas la mujer de Lot miró atrás y se convirtió en estatua de sal.” La actitud de la mujer de Lot es la del que en un principio se fía de Dios y huye pero se lleva consigo sus pecados y todas las miserias de su vida anterior. Su castigo no es por la curiosidad sino por su apego a su antigua vida. Este apego hace que en cierto sentido su corazón todavía permanezca en la ciudad maldita y por ello, termina sufriendo su misma suerte. Dice Jesús en Mateo 6, 21 que “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”, así que Dios le dio lo que deseaba, convirtiéndola en un pedazo de la misma ciudad que ella añoraba y quedando, como dice el libro de la Sabiduría en 10,7, como “testimonio de un alma incrédula”
¿Por qué es importante este pasaje de la huida de Lot?
Porque Jesús lo menciona explícitamente en el discurso escatológico de Lucas 17 con estas palabras:
“Asimismo, como fue en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre, y los hizo perecer a todos. Conforme a estas cosas será en el día en que el Hijo del hombre sea revelado (…) Acordaos de la mujer de Lot. El que procurare conservar su vida, la perderá; y el que la pierda, la hallará.”
Es por tanto imprescindible tener presente este pasaje y meditar sobre él para que llegado el momento de la señal, podamos tener la actitud adecuada ante la huida.
- La huida de Noé
Otro de los ejemplos con los que compara el Señor Su Segunda Venida es con los tiempos de Noé:
“Y como fue en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, se casaban (los hombres), y eran dadas en matrimonio (las mujeres), hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el cataclismo y los hizo perecer a todos.”
Dice el Génesis en el capítulo 6,11 que toda la tierra estaba corrompida delante de Dios y llena de violencia, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. En cambio, solo Noé había encontrado gracia a los ojos de Dios.
¿Cómo fue la huida de Noé?
Al estar toda la tierra corrompida, no había lugar físico al que poder huir, porque el castigo que Dios preparaba era para exterminar a todo ser viviente. Por eso, Dios le indica a Noé que construya el arca y le dice cómo tiene que construirla, para ponerse a salvo. El arca es un lugar protegido especialmente por Dios, es un refugio en medio del mundo y de las aguas del pecado, que son purificados por la acción de Dios.
¿Por qué los demás no construyeron también un refugio y se pusieron a salvo?
Porque a pesar de la predicación de Noé, no le escucharon, le tomaron por loco y siguieron con su vida: comiendo, bebiendo y casándose. Y como hemos dicho antes, el que no huye cuando Dios lo indica, perece con los impíos. “Así será también en los días del Hijo del Hombre”, dice el Señor.
Veamos ahora otros pasajes de la Biblia en los que se habla de la huida.
- La huida de Egipto
Quizá de todos los casos que vamos a exponer, el más conocido sea la huida de la esclavitud de Egipto del pueblo de Israel y que está narrada en las Escrituras en los primeros capítulos del Libro del Éxodo.
Sin entrar en detalle en la historia, sí que nos queremos fijar en 4 puntos:
- El primero es el motivo del cautiverio: los egipcios temieron que los hebreos al tener muchos hijos y multiplicarse pudieran ser una amenaza y se volvieran contra ellos. Por eso el faraón ordenó que todos los niños recién nacidos fueran echados al río. Y queremos destacar este hecho porque es muy similar al contexto de otra huida, la de la Sagrada Familia, por el mismo motivo: por la orden que dio Herodes de matar a todos los niños menores de dos años. En ambos casos, Dios interviene para poner a salvo a Moisés, conducido en una cestilla por el río hasta la hija del Faraón, y en el caso de Jesús, avisando un ángel a San José, de que huyeran, precisamente, a Egipto. Y vemos cómo la muerte de los inocentes es otro de los graves pecados que desencadenan la justa ira de Dios, como tratamos en el último programa en el caso del Rey Manasés y como hoy, más que nunca en la historia, esto se está produciendo con el aborto.
- El segundo punto es la huida de Moisés al desierto, después de matar al egipcio, como se nos narra en Éxodo 2,11. En este caso su huida es una purificación y una preparación para la misión que Dios tenía preparada para él. Para ello, es necesario que Moisés salga de esa tierra de idolatría en la que ha vivido toda su vida y llevando una vida sencilla de pastor en el desierto es cuando Dios se le manifiesta y le encarga que dirija la huida de todo el pueblo de Egipto hacia la tierra prometida.
- El tercer punto es esa huida en sí: dice el libro del Éxodo 13,17, que Dios no los condujo por el camino de la tierra de los filisteos, aunque estaba cerca; para que al ser atacados no se arrepintieran y volvieran a Egipto. Y esto nos recuerda la importancia de la perseverancia en los caminos que Dios nos muestra, que a veces no son los más sencillos y evidentes, pero son los que nos permitirán cumplir mejor Su voluntad y no volver a la antigua vida de pecado. En el caso de los israelitas supuso 40 años de vagar por el desierto.
- El último punto es la actitud de los israelitas en su huida: y es una actitud que nos recuerda en algunos casos a la mujer de Lot. Cuando Dios endurece el corazón del faraón para que se arrepienta y los persiga, los israelitas exclaman: “¿Acaso no había sepulturas en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto? ¿Qué has hecho con nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te decíamos en Egipto: Déjanos que sirvamos a los egipcios? Porque mejor nos sería servir a los egipcios que morir en el desierto.” Un poco después, murmuran contra Dios: “¡Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahvé en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan en abundancia! Vosotros nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a todo este pueblo.” Y más adelante ante la falta de agua: “¿Por qué nos has hecho salir de Egipto, para matarnos de sed, a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?”. También el libro de los Números 21,5 nos narra una nueva queja: “Por qué nos habéis sacado de Egipto para morir en el desierto? Pues no hay pan, y no hay agua; y nos provoca ya náusea este pan miserable”. En estos cuatro ejemplos vemos cómo los israelitas no dejan de mirar atrás en su huida, añorando la vida de esclavitud y pecado que tenían en Egipto y apegados a las cosas materiales. Y nos recuerda a las palabras de Jesús en Lucas 9,62: “Ninguno que pone mano al arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.
- La huida de los Macabeos
La cuarta huida de las Escrituras que queremos comentar en este programa es la de los Macabeos. Ya hablamos de ellos en el último programa, pero hoy nos vamos a centrar y profundizar en el contexto y las actitudes de su huida de Jerusalén.
Como vimos en el programa anterior, el rey Antíoco toma la ciudad de Jerusalén, profana el templo, establece la idolatría y prohíbe el culto al Dios verdadero, matando a los que no obedeciesen sus órdenes y permanecieran fieles a Dios. En este contexto cuenta el primer libro de los Macabeos:
“Por causa de ellos huyeron los habitantes de Jerusalén, viniendo ésta a quedar morada de extranjeros, y como extraña para sus naturales, los cuales la abandonaron.”
Y más adelante continúa:
«Y muchos del pueblo se unieron a aquellos que abandonaron la ley del Señor e hicieron mucho mal en el país; y obligaron al pueblo de Israel a huir a parajes extraviados, y a guarecerse en sitios ocultos.»
En este contexto se cuenta de un padre, Matatías, sacerdote de Jerusalén, que junto con sus hijos Juan, Simón, Judas, Eleázaro y Jonatás, había huido a las montañas y se habían refugiado en la ciudad de Modín. Matatías, al ver cómo las tropas de Antíoco hacían estragos en la ciudad, profanaban el templo y masacraban a los ciudadanos fieles, se lamenta amargamente, y con sus hijos rasgan sus vestidos y se cubren de cilicios, es decir se dedican a llevar una vida de oración y penitencia. Entonces acuden los enviados del rey a casa de Matatías para exigirles que ofrecieran sacrificios a los ídolos y abandonasen la Ley De Dios. A lo que Matatías respondió:
“Aunque todas las gentes obedezcan al rey Antíoco, y todos abandonen la observancia de la ley de sus padres, y se sometan a los mandatos del rey, yo, y mis hijos, y mis hermanos obedeceremos la ley de nuestros padres. Quiera Dios ampararnos. No nos es provechoso abandonar la Ley y los preceptos de Dios. No daremos oídos a las palabras del rey Antíoco, ni ofreceremos sacrificios, violando los mandamientos de nuestra Ley por seguir otro camino”.
Y lleno de santa ira al ver a un judío apostatar y ofrecer un sacrificio a los ídolos, mató a ese infeliz y también al enviado del rey, y gritando por la ciudad dijo:
“Todo el que tenga celo por la Ley, y quiera permanecer firme en la Alianza, sígame.”
Y huyó con sus hijos a los montes, y abandonaron todo cuanto tenían en la ciudad. Entonces muchos que amaban la Ley y la justicia, se fueron al desierto; y permanecieron allí con sus hijos, con sus mujeres y sus ganados; porque se veían inundados de males.
Vemos aquí que a veces frente a un mal que acecha la fe, no vale solo con apartarse un poco, huir a las montañas o al pueblo de al lado, porque tarde o temprano todos esos males terminan por llegar también a ese lugar y la dificultad de la prueba se vuelve cada vez más grande. A veces la huida tiene que ser al desierto, donde no hay comodidades, donde tenemos que dejar nuestra antigua vida, nuestra casa, nuestro trabajo, porque esa es la única forma de poder estar a salvo y no contagiarnos de los pecados que hay alrededor.
En su fidelidad a la Ley y anteponiendo el cumplimiento de los preceptos a su propia vida, algunos de los que huyeron a las cavernas no se defendieron, al haber sido atacados en sábado, y sufrieron el martirio.
En cambio, Matatías y los suyos decidieron que para preservar y defender su vida y con ella la Ley De Dios contra las naciones, porque ellos eran los únicos que habían permanecido fieles, vieron entonces que en la situación de excepcionalidad en la que vivían, los preceptos no debían cumplirse si estaba en juego un bien mayor, como era la preservación de la fe y la Ley del Señor.
Para entender esta decisión sobre los preceptos y el puesto que ocupan el templo o los lugares de culto en la vida de fe, en momentos de persecución, encontramos una frase en 2 Macabeos 5, 19, que dice así:
«Mas Dios no escogió el pueblo por amor del lugar, sino a éste por amor del pueblo. Por cuyo motivo este lugar mismo ha participado de los males que han acaecido al pueblo, así como tendrá también parte en los bienes; y el que ahora se ve abandonado por efecto de la indignación del Dios todopoderoso, será nuevamente ensalzado a la mayor gloria, aplacado que esté aquel grande Señor.»
Esto es lo mismo que explicamos en el programa sobre la destrucción de Jerusalén: la importancia del templo o del lugar de culto y de los preceptos que se cumplan en él, radica en que Dios esté presente allí. Si ese lugar se utiliza para el mal o es profanado, Dios ya no está allí y ese lugar es parte del pecado de los que han participado, por lo tanto no se pueden cumplir los preceptos ni se puede utilizar para el culto a Dios, hasta que Dios sea desagraviado y el lugar sea purificado.
Y terminamos el relato de los Macabeos, con el testamento espiritual que deja Matatías a sus hijos antes de morir. Que estas palabras nos sirvan de ejemplo y enciendan en nuestro corazón un fuego de celo por servir a Dios más fielmente, en medio de las pruebas que tenemos a nuestro alrededor y de las que están por venir.
Dice así:
“Ahora domina la soberbia, y es el tiempo del castigo y de la ruina, y del furor e indignación. Por lo mismo ahora, oh hijos míos, sed celosos de la Ley, y dad vuestras vidas en defensa del Testamento de vuestros padres.
Acordaos de las obras que hicieron en sus tiempos vuestros antepasados, y os adquiriréis una gloria grande, y un nombre eterno. Abrahán, por ventura, ¿no fue hallado fiel en la prueba que de él se hizo, y le fue imputado esto por justicia? José en el tiempo de su aflicción observó los mandamientos, y vino a ser el señor de Egipto. Fineés, nuestro padre, porque se abrasó en celo por la honra de Dios, recibió la recompensa de un sacerdocio eterno. Josué por su obediencia llegó a ser caudillo de Israel. Caleb, por el testimonio que dio en la congregación del pueblo, recibió una herencia. David por su misericordia se adquirió para siempre el trono del reino. Elías por su abrasado celo por la Ley fue recibido en el cielo. Ananías, Azarías y Misael fueron librados de las llamas por su fe. Daniel por su sinceridad fue librado de la boca de los leones. Y a este modo id discurriendo de generación en generación: Todos aquellos que ponen en Dios su esperanza, no descaecen.
Y no os amedrenten las palabras del hombre pecador; porque su gloria no es más que basura y gusanos. Hoy es ensalzado, y mañana desaparece; porque se convierte en el polvo de que fue formado, y se desvanecen todos sus designios. Sed, pues, constantes vosotros, oh hijos míos, y obrad vigorosamente en defensa de la Ley; pues ella será la que os llenará de gloria.
Reunid a vosotros todos aquellos que observan la Ley, y vengad a vuestro pueblo. Dad a las gentes su merecido, y sed solícitos en guardar los preceptos de la Ley.”
Que estas palabras y el ejemplo de estos fieles, que nos precedieron en la fe nos ayuden, inspiren e iluminen en la prueba, en la persecución y en el tiempo de la gran apostasía que vivimos.
- La huida de Babilonia
Nos queda aún el último ejemplo de huida y es el más importante, porque tiene un sentido escatológico, ya que es la huida a la que hace referencia Nuestro Señor en el texto que hemos leído al principio: “los que estén en Judea que huyan a las montañas” y que queda confirmado en el libro del Apocalipsis. Me estoy refiriendo a la huida de Babilonia.
Para que veamos su importancia son varias las citas bíblicas que hacen referencia a esta huida en el Antiguo Testamento, sirviendo de aviso, imagen y modelo de esa última huida final, que tendrán que afrontar los que vivan en los últimos tiempos.
La primera exhortación la encontramos en Isaías 48,20, con estas palabras:
“¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos!”
La segunda está en el capítulo 52, versículo 11:
“Marchad, marchaos, salid de allí; no toquéis cosa inmunda; salid de en medio de ella; purificaos, los que lleváis el equipaje de Yahvé. Pues no saldréis precipitadamente, ni partiréis como fugitivos, porque vuestra vanguardia es Yahvé, y vuestra retaguardia el Dios de Israel.”
Y la tercera de Isaías está en 55,12:
“Partiréis con gozo, y en paz seréis conducidos; los montes y los collados os aclamarán con júbilo, y todos los árboles del campo batirán palmas. En vez de los espinos crecerá el abeto, y en lugar de la zarza, el mirto; y será esto para gloria de Yahvé, para señal eterna que jamás desaparecerá.”
Vemos en estos tres fragmentos que Isaías asiste en espíritu a la catástrofe de la ciudad impía y exhorta a los cautivos a huir para no participar de la suerte de ella.
Dice, además, que la huida no debe hacerse con miedo, con incertidumbre o con melancolía. No hay que huir como fugitivos o delincuentes. Dios nos dice que huyamos alegres porque la huida es una manifestación de Su Gloria y es el signo eterno de su fidelidad con los que Le aman. Él va por delante y nos guarda las espaldas.
Y esa misericordia es motivo de alegría incluso para los animales y la naturaleza, que tras la Segunda Venida de Cristo serán renovados completamente, como parte de los cielos nuevos y tierra nueva que han sido prometidos.
Pero Isaías no es el único profeta que recoge el mandato de Dios de salir de la ciudad de pecado. También Jeremías transmite en tres momentos distintos esta misma sentencia. La primera en el capítulo 50, versículos 8 y siguientes:
“Huid de en medio de Babel, y salid del país de los caldeos, sed como los carneros que van delante del rebaño.”
La segunda en el 51,6:
“Huid de en medio de Babilonia, salve cada uno su vida, no sea que perezcáis por la iniquidad de ella; porque, tiempo es de la venganza de Yahvé; Él va a darle su merecido.”
Y la tercera la encontramos también en el capítulo 51, versículo 45:
“Salid de ella, oh pueblo mío, y salve cada cual su vida del furor de la ira de Yahvé. No se amedrente vuestro corazón, ni temáis los rumores que se oirán en la tierra. Un año correrá un rumor, y después, otro año, otro rumor; la violencia dominará en el país, un tirano seguirá a otro. Por lo tanto, he aquí que vienen días en que castigaré los ídolos de Babel; toda su tierra quedará cubierta de vergüenza, y todos sus muertos yacerán en medio de ella. Celebrarán lo sucedido a Babilonia los cielos y la tierra y cuanto hay en ellos, porque desde el norte vendrán sobre ella los devastadores —oráculo de Yahvé. (…) Los que habéis escapado a la espada, partid sin demora. Desde lejos acordaos de Yahvé, y Jerusalén ocupe vuestros corazones.”
A esto los fieles responden en el siguiente versículo:
«Estamos avergonzados, conocemos nuestra ignominia, la confusión cubre nuestro rostro; pues los extranjeros penetraron en los lugares sagrados de la Casa de Yahvé».
La Casa de Yahvé en aquel momento era el templo de Jerusalén, que había sido profanado, pero en sentido escatológico ese templo será la Iglesia, que será también profanada por los enemigos de Cristo y de Su Iglesia, que penetrarán en ella causando confusión.
De nuevo, Jeremías insiste en lo mismo: hay que huir para no ser parte del castigo por la iniquidad de los impíos y hay que huir sin miedo. Y habla de los rumores que se oirán en la tierra y que nos recuerdan a los rumores de guerra que menciona Jesús en su discurso escatológico y que son el principio de los dolores. Los tiranos que se suceden uno tras otro, nos recuerdan a la primera carta de san Juan 2,18, cuando dice: “Hijitos, es hora final y, según habéis oído que viene el Anticristo, así ahora muchos se han hecho anticristos, por donde conocemos que es la última hora”.
El último de los profetas que aluden a la huida es Zacarías, en su capítulo 2, 7:
“¡Ay, ay! Huid de la tierra del Norte, dice Yahvé; porque por los cuatro vientos del cielo os dispersaré, dice Yahvé. ¡Sálvate, oh Sión, tú que habitas en Babilonia!”
En todas estas citas, los profetas aluden de forma paralela a la Babilonia antigua y a la gran Babilonia del Apocalipsis, capital de la impiedad y de la apostasía. Conociendo las características y lo que se dice de una, podremos hacernos una mejor idea de cómo será la otra, para poder identificarla más fácilmente. Pero sobre ello hablaremos y profundizaremos, si Dios quiere, en un programa próximo.
La huída en los últimos tiempos está profetizada por Cristo en el discurso escatológico que hemos leído al principio de este programa y, como hemos dicho, tiene su confirmación en el Apocalipsis. En el capítulo 18,4, encontramos por última vez este mandato:
“Oí otra voz venida del cielo que decía: “Salid de ella, pueblo mío, para no ser solidario de sus pecados y no participar en sus plagas pues sus pecados se han acumulado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus iniquidades.”
No podremos decir que Dios no nos avisó, porque, como hemos visto, la misma orden y la misma advertencia se repiten a lo largo de todas las Sagradas Escrituras.
Pero hay un detalle más que quiero comentar y es que si leemos en detalle el último libro de la Biblia descubriremos que no hay una sino dos huidas. Antes de esta “última llamada” que acabamos de leer, hay otra escena en la que se narra una huida. Corresponde al capítulo 12 que dice así:
“El dragón se colocó frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo luego que ella hubiese alumbrado. Y ella dio a luz a un hijo varón, el que apacentará todas las naciones con cetro de hierro; y el hijo fue arrebatado para Dios y para el trono suyo. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para que allí la sustenten durante mil doscientos sesenta días”
Ya para terminar vamos a plantear cinco preguntas que nos ayuden a sintetizar lo que hemos hablado en este programa
- ¿Por qué tenemos que huir?
Porque es un mandato de Dios, para alejarnos de la esclavitud y el cautiverio del pecado y no sufrir el mismo castigo de los impíos, que han rechazado a Dios, han profanado su templo y lo han llenado de abominación e idolatría.
2. ¿De dónde tenemos que huir?
Tenemos que huir:
- Como Lot, de la ciudad de pecado y abominación: simbolizada por Sodoma y Gomorra.
- Como Moisés y el pueblo de Israel, de la ciudad idólatra que nos esclaviza: representada por Egipto.
- Como los primeros cristianos, de la ciudad apóstata y deicida: que es Jerusalén, que tras la muerte de Cristo, deja de ser la ciudad santa.
Estas tres ciudades y sus pecados están contenidos en Babilonia, que es símbolo de la ciudad de los enemigos de Dios y que en el Apocalipsis se identifica con la ciudad de Roma, sede de la Gran Ramera, también llamada Babilonia la grande, convertida en albergue de demonios y refugio de todo espíritu inmundo (Ap.18,2), de la que Cristo nos exhorta que hay que salir.
3. ¿A dónde tenemos que huir?
Dios nos lo indicará llegado el momento, según nuestras circunstancias, pero ya sea en sentido literal o en sentido espiritual, tenemos que huir:
- A una pequeña ciudad apartada, como Lot y los Macabeos al principio
- A las montañas, como los Macabeos después y como nos dice Cristo en el discurso escatológico
- Al desierto, como el pueblo de Israel y la mujer del Apocalipsis
- A un refugio, en medio del mundo, pero protegido por Dios: como Noé
4. ¿Cuándo tenemos que huir?
Según el discurso escatológico, “cuando veáis la abominación de la desolación en el lugar santo” (Mateo 24, 20) y “cuando veáis la ciudad rodeada de ejércitos” (Lucas 21, 20).
Según el Apocalipsis (Ap. 18, 2), cuando estando en medio de Babilonia, ésta se convierte en refugio de demonios y morada de espíritus inmundos.
Según los profetas, cuando Dios así lo indique, por una manifestación sobrenatural o a través de sus enviados.
5. Y por último, ¿qué actitud debemos tener frente a la huida?
- Vida de oración: para ser conscientes de que vivimos cautivos en una ciudad que es enemiga de Dios, para no vivir apegados a ella y tener anhelo del Cielo.
- Humildad: para dejarnos liberar y conducir por Dios por los caminos que Él determine.
- Confianza en Dios: que no nos va a abandonar, que nos va a guiar por el desierto y nos va a sustentar por medio de su Divina Providencia, como a los israelitas por el desierto y a la mujer del Apocalipsis.
- Pobreza: dejando atrás todo lo que nos ataba al pecado y sin nostalgia o apego hacia las cosas materiales, como la mujer de Lot.
- Espíritu de penitencia y sacrificio: porque no podemos huir del mundo y seguir viviendo como vive el mundo. Y tenemos la obligación de reparar por los pecados que ofenden gravemente a Dios.
- Paciencia, porque no sabemos el tiempo que durará la huida y porque el Señor puede permitir que aún estando en la huida tengamos que sufrir males que pongan a prueba nuestra fe.
Que la Virgen Santísima nos asocie a Su triunfo final sobre el dragón, que es la antigua serpiente, y en esta última batalla nos guarde en el refugio de Su Inmaculado Corazón.
Iluminando lo escondido
Muy buenas a todos y bienvenidos una vez más a Iluminando lo Escondido. Como ya sabéis, en estos últimos programas hemos estado hablando de las visiones de Anna Catalina Emmerick sobre los últimos tiempos. Siguiendo en ese hilo, vamos a seguir hablando de profecías de los Últimos Tiempos, esta vez de aquellas recibidas por otros santos de la Iglesia.
En referencia a los Últimos Tiempos, la beata Ana María Taigi cuenta lo siguiente: «Dios enviará dos castigos: uno en forma de guerras, revoluciones y peligros originados en la tierra; y otro enviado del cielo”.
Del castigo en forma de guerras, revoluciones y peligros originados en la Tierra ya hemos visto algunas profecías y visiones y vamos a seguir profundizando en ello. Del otro castigo hablaremos en otra ocasión.
Ya en el siglo XIV encontramos la siguiente profecía de San Vicente Ferrer: “Vendrá un tiempo que ninguno lo habrá visto hasta entonces… Se producirá un estruendo tan grande, de modo que ni fue ni se espera otro mayor, sino el que se experimente en el juicio.”
Más tarde, en el siglo XVIII el Venerable Padre Bernardo María Clausi recibió la siguiente profecía:
“Este azote se hará sentir en todo el mundo y será tan terrible que cada uno de los que sobrevivieren se imaginará que será el único que ha quedado libre.”
“La persecución de los justos por los malos y los impíos será tan grande que habrán de padecer un verdadero martirio.”
También le habló de esto Nuestra Madre Santísima a la beata Sor Elena Aiello en el siglo XX:
“Mira, hija mía, como los pecados del mundo Me han herido. El mundo se ha sumergido enteramente en la suciedad y desborda corrupción. Los gobiernos de los pueblos se han levantado como demonios encarnados.“
“Mientras hablan de paz, se están preparando para una guerra con armas devastadoras para la destrucción de pueblos y naciones. Los hombres abusan de Mi Misericordia y han transformado la tierra en una escena de crímenes. Muchos escándalos llevan a las almas a la perdición … Especialmente por la corrupción de la juventud.”
Encontramos también alguna profecía más reciente. Entre el 1951 y 1952 la mística italiana Teresa Musco recibió las siguientes profecías de la Virgen María:
“En el mundo habrá crisis comunes. El gobierno caerá. El papa pasará horas de agonía; al final Yo estaré ahí para conducirlos al paraíso. Tendrá lugar una gran guerra.”
“Cuando Satanás llegue a la cima de la iglesia, entiende que en este instante habrá conseguido seducir a los espíritus de los grandes científicos y será el momento en que ellos intervendrán con armas potentísimas con las cuales es posible destruir gran parte de la humanidad.”
“El fuego y el humo descompondrán al mundo. Las aguas de los océanos se convertirán en fuego y vapor. Las espumas se elevarán anegando a Europa y todo se hundirá bajo la lava de fuego. Los pocos elegidos que vivan envidiarán a los muertos”
En este mismo año, la mística alemana Teresa Neumann, que se alimentó 36 años exclusivamente de la Eucaristía, recibió la siguiente profecía:
«Está próximo a caer sobre el mundo un castigo terrible, que excederá a cuanto haya acontecido en la historia de la humanidad y que el mismo Señor Jesucristo lo calificó como un juicio final en miniatura”.
Pero vamos a hacer un punto aparte y volver atrás. Porque si bien hemos visto todas estas visiones que nos hablan de las catástrofes que ocurrirán, también son muchas las profecías que nos alertan de las señales a las que tenemos que estar atentos para saber que realmente estamos en estos últimos tiempos. Y a pesar de que algunas de ellas son incluso del siglo IV, muestran con claridad y hacen referencia a los tiempos que vivimos hoy en día.
Y una profecía clara respecto a cuándo ocurrirá, fue dicha por el Hermano Juan de Clef Rock en el siglo XIV que dice así:
«Se dice que veinte siglos después de la encarnación de la palabra, la bestia en su giro se volverá hombre. Aproximadamente el año 2000 d.c., El anticristo se revelará al mundo.»
También sabemos que esto no va a pasar de la noche a la mañana, sino que es un plan llevado a cabo tras muchos años. Nuestra Madre le dice a Teresa Musco:
“A partir de 1972 se iniciará el tiempo de Satanás, los cardenales se opondrán a los cardenales y los obispos contra los obispos. Te encuentras en medio de una generación muy difícil, en la cual se pretende explicarlo todo científicamente y nadie piensa en dar un poco de calor, un poco de amor, inclusive para los más pobres»
En relación a cómo será el estado de la Iglesia, no faltan tampoco profecías. Ya incluso en el siglo IV, San Antonio Abad decía lo siguiente:
“Los hombres se someterán al espíritu de la edad. Ellos dirán que si hubieran vivido en nuestros días, la fe hubiera sido simple y fácil. Pero en sus tiempos, ellos dirán que las cosas son complejas, y que la Iglesia debe ser actualizada de acuerdo a los tiempos y sus problemáticas. Cuando el mundo y la Iglesia sean uno, entonces esos días habrán llegado»
San Hildegaro también avisaba en el siglo XII con esta profecía:
«El tiempo está llegando en que príncipes y la gente desconocerán la autoridad del Papa. Algunos países preferirán sus propias reglas de iglesia en vez del Papa.”
Cabe destacar también una de las profecías del Venerable Bartolomeo Holzhauser en el siglo XVII:
“Durante este periodo, muchos hombres abusarán de la libertad de conciencia concedida. Es a este tipo de hombre que el Apóstol Judas se refería cuando decía: «Esos hombres blasfeman de cualquier cosa que no puedan entender; y ellos corrompen todo lo que conocen de manera natural tal como los animales irracionales lo hacen. Ellos ridiculizarán la simplicidad Cristiana; ellos la llamaran tonta y sin sentido, y tendrán el mayor avance tecnológico, y por las mañas de la ley y sus axiomas, los preceptos de moralidad, los Cánones Sagrados y los dogmas religiosos serán opacados por preguntas sin sentido y elaborados argumentos.“
Y también me gustaría enfatizar las de San Vicente Ferrer y la Venerable Isabel Caroni-Mora:
“Los Cristianos se volverán muy tibios en su religión y rehusarán recibir el Sacramento de la Confirmación, diciendo «es un Sacramento innecesario»
“A los miserables que cada día con mayor orgullo y desfachatez, de palabra y de obra, con incredulidad y apostasía, van pisoteando la santa religión y la divina ley. Se sirven de las palabras de la sagrada escritura y del evangelio, corrompiendo su verdadero sentido para respaldar así sus perversas intenciones y sus torcidos principios»
Por otro lado, encontramos profecías que hablan de cómo actuará el mundo en estos últimos tiempos:
En primer lugar destacamos la profecía de Bendito Rembordt en el siglo XVIII:
«Dios castigará el mundo cuando los hombres conciban maravillosos inventos que nos lleven al olvido de Dios. Ellos tendrán carros sin caballos, y ellos volarán como pájaros»
San Vicente Ferrer y Santa Brígida nos dieron dos profecías similares:
“Advertid que en aquel tiempo las mujeres vestirán como hombres y se portarán según sus gustos y licenciosamente y los hombres vestirán de mujeres»
“La señal de estos eventos será: cuando los sacerdotes habrán dejado el hábito santo y se vestirán como gente común, las mujeres como hombres y los hombres como mujeres».
A esto podemos añadir la profecía de San Senanus en el siglo VI:
“Las mujeres abandonarán sus sentimientos de delicadez, y habitarán con hombres fuera del matrimonio»
No obstante, tengamos siempre presente que al final el Corazón Inmaculado de María triunfará. Así le fue revelado a Teresa Musco:
“Satanás cantará su victoria pero será el momento en que todos verán a Mi Hijo aparecer sobre las nubes y Él juzgará a cuantos han despreciado Su Sangre Inocente y Divina. Entonces Mi Corazón Inmaculado Triunfará.”
Le pedimos al Señor por medio de María Santísima que todo esto nos abra los ojos del alma para poder reconocer y comprender los tiempos que vivimos, de manera que podamos abandonarnos a Dios desde ya para que nos prepare en Su Amor y no seamos engañados en la hora de la tribulación. Así sea. Amén.
La máquina del tiempo
Bienvenido a una nueva entrega de La Máquina del Tiempo. En este programa vamos a comentar una cita de San Pablo en I Corintios 5, 9-13, que dice así:
“Os escribí en la carta que no tuvieseis trato con los fornicarios. No digo con los fornicarios de este mundo en general, o con los avaros, ladrones o idólatras, pues entonces tendríais que salir del mundo. Mas lo que ahora os escribo es que no tengáis trato con ninguno que, llamándose hermano, sea fornicario, o avaro o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón, con ese tal ni siquiera toméis bocado. Pues ¿qué tengo yo que juzgar a los de afuera? ¿No es a los de adentro a quienes habéis de juzgar? A los de afuera los juzgará Dios: “Quitad al malvado de en medio de vosotros””
Estas palabras de San Pablo son muy importantes y tienen mucho jugo para exprimir, sobre todo si las leemos a la luz de estos tiempos.
Para empezar, vemos que san Pablo distingue entre dos tipos de personas: los que son del mundo y los hermanos, es decir, los católicos. A los que son del mundo, el apóstol los encomienda a Dios, pues no son de su jurisdicción como pastor de la Iglesia. Sin duda, los sucesores de los apóstoles, los obispos, deben “ir y hacer discípulos a todos los pueblos” (Mateo 28, 19), pero solamente son responsables ante Dios de los que forman parte de la Iglesia. Por eso dice san Pablo que a los de afuera los juzgará Dios, pero a los de dentro debemos juzgarlos nosotros. Notemos que no dice que él los juzgará como apóstol, sino que dice: “¿No es a los de adentro a quienes habéis de juzgar?” refiriéndose a aquellos a quienes dirige la carta, es decir, a la Iglesia.
Por eso, es falso aquello que dicen algunos que no hay que juzgar, basándose en las palabras de Cristo en Mateo 7, 1. Porque estas palabras del Señor tienen un sentido diferente. Mientras Jesús hace alusión al juicio que compete a Dios, es decir, al personal, San Pablo se refiere al juicio que discierne sobre la Iglesia. Mientras que Dios es el que juzga si una persona es apta o no para el Cielo, la Iglesia debe juzgar qué es bueno para ella, acoger aquello que sí lo es y rechazar aquello que puede hacer que se extravíe.
La exhortación de san Pablo es la de “quitar al malvado de en medio de vosotros”, porque si consientes, aunque sea un poco con el pecado, al final todo el organismo se acaba infectando y alejándose de Dios, como ocurrió repetidamente en el pueblo de Israel, como hemos comentado en el programa 9. Y esto mismo es lo que estamos sufriendo en estos tiempos. La iglesia está llena de fornicarios, avaros, idólatras y maldicientes, pero como algunos de ellos están en puestos importantes de la iglesia, nadie les dice nada y, mientras estas personas sigan dentro, toda la iglesia se está infectando, provocando la apostasía que se está dando en nuestros días.
Como vemos, san Pablo dice “quitad al malvado de en medio de vosotros”, pues como dice el Señor en Mateo 5, 30: “Si tu mano derecha te es ocasión de tropiezo, córtala y arrójala lejos de ti; más te vale que se pierda uno de tus miembros y no que sea echado todo el cuerpo en la gehena”. Mientras esto se hacía, la Iglesia prosperaba, pero de un tiempo a esta parte, se ha dejado crecer la mala hierba en la iglesia, de modo que ha llegado hasta tan arriba, que solamente Dios puede purificarla. Por eso, a lo largo de toda la Escritura, Dios nos dice que huyamos de la ciudad corrompida, para no ser cómplices de sus pecados y para no participar de sus castigos, pues “si estas gentes callan, las piedras se pondrán a gritar”. Esto es, si los miembros de la Iglesia callan y no juzgan a los malos hermanos, Dios purificará a su Iglesia de una forma más dura.
Notemos cómo el apóstol dice que no tengamos trato con nadie que se diga católico y que defienda ciertas posturas. Pues bien, hoy vemos a “católicos abortistas”, defensores de la homosexualidad y toda la teoría de género, católicos que mantienen relaciones extramatrimoniales, católicos que no creen en los dogmas… En definitiva, gente que se dice “hermano” sin serlo. ¿Y cuál es la respuesta de la iglesia? Que en ella caben todos, todos, todos, lo cual es falso si nos basamos en la Palabra de Dios. Aquellos que no siguen la Palabra del Señor, no caben en la Iglesia, mientras no se arrepientan.
Nos estamos jugando la vida eterna y, como dijimos en el programa 10, nuestra arma es la Palabra de Dios.
Que la Virgen María, Reina de los Apóstoles, nos enseñe cómo debemos combatir en estos tiempos de apostasía y a huir de los malvados. Amén
Santos de Verdad
Santa Petronila
Muchos se preguntan dónde está Dios al ver el sufrimiento
De tantas calamidades, guerras, de los pobres y los enfermos
Y concluyen que Dios no existe, que vive enfadado o que no es bueno
Porque con su humana y limitada lógica dicen “¿cómo puede Dios permitir esto?
Pero quien así piensa no ha entendido nada del Evangelio
Y es seducido por los falsos profetas, enemigos y soberbios
Que buscan con sus fuerzas convertir el mundo en un paraíso terreno
Olvidando que Jesús nos dice que no es de este mundo su Reino.
Entonces, ¿por qué sufren los inocentes y los desvalidos?
¿Por qué parece no obtener respuesta el clamor de sus gemidos?
¿Por qué parece que la vida no tenga sentido
y el DIos que se reveló parece un gran desconocido?
Porque la Tierra entera debería ser un gran altar de alabanza a su Creador
Pero está llena de pecado y por lo tanto debe ser altar de sacrificio y expiación
Los hombres no obedecen ni alaban, sino que ofenden al Señor
Y es el sufrimiento de los inocentes el que se ofrece en compensación
Son los hombres los que generan y causan el mal y el dolor
Son los que inmolan a los inocentes arrancándoles el corazón
Y los inocentes no se resisten, porque conocen bien su misión
El Amor no es amado y como Cristo dan su vida por Amor
Pero ¿qué es la vida en el mundo? ¿cuánto dura el sufrir en la Tierra?
Apenas dura un segundo en comparación con la vida eterna
Así que aprendamos a sufrir con mirada sobrenatural y aunque parezca
Que pagan justos por pecadores, recibiremos multiplicada la recompensa.
Roma, siglo primero, tiempo de gran persecución
La Iglesia apenas nace y la sangre se derrama por el Señor
Y así como el sufrimiento va unido al amor
Santa Petronila derramó su perfume en la Tierra y es en el jardín celestial una flor
Santa Petronila nació en Roma de la familia de los Flavios. Hija de Tito Flavio Petronio. Los primeros cristianos, incluido el primer pontífice San Pedro, ya habían llegado a Roma para evangelizarla conforme al mandato de Jesús: Id al mundo entero y predicad el Evangelio. Petronila fue convertida por san Pedro y, por lo tanto, fue considerada su hija espiritual, pero no fue su hija carnal como sugieren algunos relatos.
Como tantas almas amadas por Dios, Santa Petronila sufrió una grave enfermedad que la mantuvo paralítica durante muchos años, y se veía tan claramente que esa era la Voluntad de Dios empleando el sufrimiento de su hija como un verdadero martirio para la salvación de las almas, que en una ocasión San Pedro le mandó que se levantara y quedó como curada momentáneamente; pero cuando San Pedro se fue de su casa, le volvió la enfermedad, de la que quedó totalmente curada a la muerte de San Pedro.
Eran tiempos de testimonios, conversiones y persecuciones, y Santa Petronila asistía a los cristianos presos y enterraba a los mártires.
Entonces, un caballero romano llamado Flaco se enamoró de ella y la pretendió como esposa, pero ella le pidió tres días para pensarlo, ya que ella era virgen y esposa de Cristo. Cuando llegó el tercer día, el sacerdote Nicodemus fue a su casa y celebró para ella la Eucaristía. Al recibir la comunión, Petronila murió.
Santa Petronila es un ejemplo de sometimiento a la voluntad de Dios y de confianza en su plan de salvación, porque supo resignarse y aceptar todo lo que el Señor le pidió, sin dejarse llevar por respetos humanos ni preguntarse porqués. Le pedimos al Señor por medio de Santa Petronila que encienda en nosotros el Amor a Sus Preceptos y nos dé la Gracia de clavarnos en la Cruz con Él, para que toda nuestra vida sea un silencioso grito que proclame “Así sea, Amén”.
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