13. Las tres ciudades: Babilonia
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Luz para mis pasos
Iniciamos con este programa una serie de tres episodios en los que vamos a analizar a la luz de la Revelación, la historia, el sentido religioso y el significado escatológico que tienen tres ciudades que aparecen en numerosas ocasiones a lo largo de todo el relato bíblico.
Estas ciudades representan, lo mejor y lo peor de la historia humana, de la fidelidad y el rechazo de Dios y tienen un papel principal en los últimos tiempos. Existe un vínculo misterioso entre estas tres ciudades que intentaremos explicar a la luz de las Sagradas Escrituras. Son ciudades con orígenes e historias muy diferentes, pero hay momentos en los que convergen, se confunden entre sí y se imitan, especialmente cuando rechazan a Dios.
Hay momentos en los que hay que huir de todas ellas y otros en los que ellas son el destino de la huida.
– La primera ciudad es Jerusalén: es la ciudad de Dios y por ello recibe el nombre de “ciudad santa”. Pero son varios los momentos en los que sus habitantes reniegan de Dios, caen en la idolatría y la abominación, siendo necesaria su purificación. En el Nuevo Testamento, Jerusalén es imagen de la Iglesia Católica. La nueva Jerusalén bajará del Cielo al final de los últimos tiempos.
– La segunda ciudad es Egipto: es la ciudad de los hombres, ciudad atea que no conoce a Dios, y por ello está llena de ídolos, hasta el punto de hacerse adorar a sí misma. Es lugar de esclavitud por sus vicios y pecados y por ello es imagen del mundo, que con sus comodidades y sus lujos termina asfixiando la fe.
– La tercera ciudad es Babilonia: es la ciudad del demonio, capital de la impiedad y el pecado, de aquellos que conociendo a Dios se rebelan contra Él. Son las ruinas de la Jerusalén apóstata y deicida. En los últimos tiempos será la falsa iglesia del anticristo que engañará y arrastrará a la apostasía a todas las naciones y perseguirá y matará a los pocos que quieran permanecer fieles a Dios.
A cada una de estas ciudades, le vamos a dedicar uno de los próximos programas y en el de hoy empezaremos por Babilonia.
- Historia de Babilonia
Babilonia es una ciudad real, histórica, que existió realmente. Lo digo en pasado porque en la actualidad ya no existe y los motivos los explicaremos a continuación.
Babilonia estaba situada en Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates, en la actual Irak. Fue fundada en torno al año 2300 a.C. Su nombre significa en lengua babilónica “puerta de los dioses”, pero también se la llama en la Biblia, Babel, en hebreo, cuyo significado es “confusión”.
Fue capital del primer imperio babilónico, fundado por el rey Hammurabi entre 1800 y 1750 a.C.. Posteriormente formó parte del Imperio Neoasirio, antes de ser tomada por Nabopolasar, quien estableció el Imperio Neobabilónico. Su hijo Nabucodonosor II la convirtió en una de las ciudades más prósperas de la Antigüedad, con grandes murallas y fastuosos palacios. En el 587 a.C, tomó la ciudad de Jerusalén por la fuerza, destruyó el Templo de Salomón y llevó cautivos a sus habitantes a Babilonia, incluidos los profetas Ezequiel y Daniel. En 538 a.C. Ciro II, rey de Persia, conquistó la ciudad y permitió volver al pueblo judío a Jerusalén, donde resconstruyeron el templo.
Dos siglos después, en el 331 a.C., Babilonia cayó en manos de Alejandro Magno hasta su muerte, pasando la ciudad a su general Seleuco. El octavo sucesor de Seleuco fue Antíoco Epifanes, del que ya hemos hablado en otros programas, quien en el 168 a.C. volvió a tomar Jerusalén y profanó gravemente el templo, erigiendo la estatua de Júpiter e instalando la abominación de la desolación en el lugar santo.
Babilonia sufrió un lento declive que duró más de siete siglos, hasta que fue conquistada por los musulmanes en el 651 d.C. y todo lo que quedaba de Babilonia fue arrasado, reducido a ruinas y enterrado bajo la arena del desierto, cumpliéndose con ello numerosas profecías.
Así permaneció hasta finales del siglo XIX, cuando fue descubierta por un arqueólogo alemán, que restauró algunas de sus construcciones y tesoros y los llevó a los museos de Alemania; la más conocida, la puerta de Ishtar, se encuentra actualmente expuesta en el museo de Pérgamo en Berlín.
En los años 80 del pasado siglo XX, Saddam Hussein trató de reconstruir la ciudad invirtiendo muchos millones de dólares, pero sus esfuerzos quedaron en una pantomima, que tras la caída de su régimen volvió a ser saqueada y que hoy solo sirve para alimentar la curiosidad de algunos turistas.
Por último, en julio de 2019 la Unesco nombró Babilonia como Patrimonio de la Humanidad.
Tras este breve repaso a la historia de la ciudad, vamos a ver ahora qué nos cuentan las Escrituras sobre ella y por qué es importante en la historia de la salvación.
- La torre de Babel
Uno de los primeros pasajes en que aparece Babilonia, también conocida como la tierra de Sinear, en la Biblia, lo encontramos en Génesis 11, 1, que dice así:
“Tenía la tierra entera una misma lengua y las mismas palabras. Mas cuando los hombres emigrando desde el Oriente hallaron una llanura en la tierra de Sinear, donde se establecieron, se dijeron unos a otros: “Vamos, fabriquemos ladrillos, y cozámoslos bien.” Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el betún les sirvió de argamasa. Y dijeron, pues: “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cumbre llegue hasta el cielo; hagámonos un monumento para que no nos dispersemos sobre la superficie de toda la tierra.”
La primera referencia a esta ciudad ya es un desafío a Dios, ya que era la voluntad de Dios que los hombres se dispersasen y poblasen la tierra, como lo había mandado a Noé (9, 1). Pero revivió en ellos el espíritu de Caín, la rebeldía contra Dios. Estos hombres eran inventores y progresistas, como el hombre moderno que, guiado por el mismo espíritu, los imita en la construcción de torres babilónicas, en sentido técnico y más aún en sentido ideológico.
Desobedeciendo pues a Dios, edificaron una ciudad enorme, en la que levantaron, como símbolo de su unidad espiritual, una torre en cuya cumbre había un templo o por lo menos un altar. Estas torres idolátricas se llamaban zigurat. Esta es la razón por la que Dios intervino con tanta severidad. La soberbia, dice San Agustín, confundió las lenguas, la humildad de Cristo las unió de nuevo.
Y este es un ejemplo de cómo actúa el demonio, tratando de imitar a Dios pero en sentido contrario: si Dios confundió la lengua de los hombres para dividirlos y desbaratar su planes, el demonio hizo lo mismo en la Iglesia, rompiendo la unidad lingüistica que había con el latín y sembrando la división que hoy sufrimos en muchos otros ámbitos.
- Profecías del cautiverio en Babilonia
La siguiente referencia importante en la Biblia es con motivo del cautiverio del pueblo judío en Babilonia. Este cautiverio, como todos los acontecimientos que rodean este periodo, es ampliamente profetizado, en ocasiones con más de cien años de antelación. Y todo ello comienza con la ostentación que hace el rey Ezequías ante los enviados del rey de Babilonia.
En 2 Reyes 20,12 está narrado de esta forma:
“Por aquel tiempo, Berodac Baladán, hijo de Baladán, rey de Babilonia, envió cartas y un presente a Ezequías; porque había oído la noticia de la enfermedad de Ezequías. Ezequías atendió amablemente a los mensajeros y les mostró todos sus tesoros, la plata, el oro, los aromas, el óleo más precioso, su arsenal y cuanto se hallaba entre sus tesoros. No hubo cosa en su palacio y en todo su dominio, que Ezequías no les mostrase.
Entonces el profeta Isaías se presentó ante el rey Ezequías, y le dijo: “¿Qué han dicho esos hombres? ¿Y de dónde han venido a ti?” Respondió Ezequías: “Han venido de tierra lejana, de Babilonia.” Preguntó él: “¿Qué han visto en tu casa?” A lo que contestó Ezequías: “Han visto todo cuanto hay en mi palacio. No hay cosa entre mis tesoros que no les haya mostrado.”
Dijo entonces Isaías a Ezequías: “¡Escucha la palabra de Yahvé! He aquí que vienen días en que será llevado a Babilonia todo cuanto hay en tu palacio, y todo lo que han atesorado tus padres hasta el día presente. No quedará nada, dice Yahvé. Y tus hijos, salidos de ti, descendientes tuyos, serán tomados cautivos, para ser eunucos en el palacio del rey de Babilonia.”
En ese periodo, la mayoría de los reyes de Judá, y en especial Manasés, había hecho lo que era malo a los ojos de Dios, es decir, habían imitado las idolatrías de los pueblos paganos y habían derramado sangre inocente en Jerusalén. Por ello, sus pecados se iban acumulando generación tras generación, ignorando las advertencias de los profetas, hasta que el castigo de Dios fue inevitable. Este castigo se materializó durante el reinado de Joakim, y su instrumento fue Nabucodonosor II, rey de Babilonia, que asedió la ciudad de Jerusalén. Había hablado Dios por medio del profeta Baruc, exhortando a todo el pueblo a rendirse y someterse pacíficamente a Nabucodonosor si querían seguir con vida y seguir viviendo en Jerusalén:
Baruc 1,21
“Esto dice el Señor: Inclinad vuestro hombro y vuestra cerviz, y servid al rey de Babilonia, y así viviréis tranquilos en la tierra que Yo di a vuestros padres. Pero si no obedeciereis la orden del Señor, Dios nuestro, de servir al rey de Babilonia, haré cesar en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén las voces de alegría y de gozo, y los cantares del esposo y de la esposa, y quedará todo el país un desierto sin habitantes”.
Pero el rey Joakim, después de tres años sometido a Nabucodonosor, decidió rebelarse contra él, desobedeciendo a Dios. El rey de Babilonia envió entonces a su ejército para destruirlos. Murió el rey Joakim y le sucedió su hijo Joaquín, también llamado Jeconías, quien hizo lo que era malo a los ojos de Dios, igual que su padre.
Entonces anunció Jeremías 21,8:
“Y a este pueblo le dirás: Así dice Yahvé: He aquí que Yo os pongo delante el camino de la vida y el camino de la muerte. El que se quede en esta ciudad morirá a espada, de hambre y de peste; más el que salga y se entregue a los caldeos que os tienen cercados, vivirá, y tendrá su vida como botín.“
Y también el profeta Baruc 6,1
“Por los pecados que habéis cometido delante de Dios, seréis llevados cautivos a Babilonia por Nabucodonosor, rey de los babilonios.”
Esta misteriosa voluntad de Dios, que parece favorecer aquí al rey de Babilonia, es la consecuencia de la desobediencia y de los graves pecados de idolatría con los que habían profanado la ciudad santa de Jerusalén, que ya no contaba con la presencia de Dios, ni con Su protección. Siguiendo el esquema que ya hemos explicado en otros programas de los dos caminos de la apostasía: en este caso Dios les había mostrado el camino del arrepentimiento, pero ellos decidieron seguir el camino de la persistencia en el pecado, que solo tiene dos soluciones: la huida y la penitencia o el castigo. Tenemos aquí otro ejemplo en el que el esquema se cumple a la perfección.
¿Qué ocurrió entonces? Nos lo cuenta el profeta Jeremías en 2 Reyes 24,10:
”En aquel tiempo los servidores de Nabucodonosor, rey de Babilonia subieron a Jerusalén, y la ciudad fue asediada. Vino también Nabucodonosor, rey de Babilonia, a la ciudad, mientras sus capitanes la asediaban. Entonces Joaquín, rey de Judá, se presentó al rey de Babilonia, él y su madre, sus servidores, sus príncipes, y sus eunucos, y el rey de Babilonia lo tomó preso el año octavo de su reinado, y como Yahvé lo había predicho, sacó de allí todos los tesoros de la Casa de Yahvé y los tesoros de la casa real, e hizo pedazos todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había hecho para el Templo de Yahvé. Llevó al cautiverio a toda Jerusalén, a todos los príncipes, y a todos los guerreros —diez mil cautivos— y todos los artesanos y herreros, no quedando sino los más pobres del pueblo del país.”
Entre los deportados a Babilonia, se encontraban el profeta Ezequiel y el profeta Daniel. La huida de Jerusalén en este caso supone el sometimiento al rey de Babilonia y el cautiverio, aunque Dios promete no abandonar a Su Pueblo, mientras este purga sus muchos y graves pecados en el exilio:
Jeremías 24,5:
“Así dice Yahvé, el Dios de Israel: Como a estos higos buenos, así miraré Yo a los cautivos de Judá, a quienes para su bien he arrojado de este lugar al país de los caldeos. Pondré sobre ellos mis ojos benignamente, los haré volver a este país y los edificaré; no los destruiré, sino que los plantaré y no los desarraigaré. Y les daré un corazón para que me conozcan y sepan que Yo soy Yahvé. Ellos serán mi pueblo, y Yo seré su Dios; pues se convertirán a Mí de todo corazón.”
El destierro es aquí el lugar de purificación, de penitencia y de conversión, con la promesa del propio Dios, de que algún día podrán volver a Jerusalén. También les indica por medio del profeta Baruc, de cómo tienen que vivir en el exilio.
Baruc 1, 7
“Llegados a Babilonia, permaneceréis allí muchos años y un largo tiempo, hasta siete generaciones; después de lo cual os sacaré de allí en paz. Ahora bien, en Babilonia veréis dioses de oro, de plata, de piedra y de madera, llevados en hombros, que causan temor a las gentes. Guardaos, pues, de imitar a los extranjeros, de modo que os amedrentéis y vengáis a concebir temor de ellos. Cuando veáis, detrás y delante de ellos la turba que los adora, decid en vuestro corazón: “Oh Señor, a Ti se ha de adorar.”
No olvidemos esta jaculatoria enseñada por el mismo Dios, cuando en medio de la Iglesia veamos hoy que se adoran estatuas, demonios y personas.
Si bien hay muchos que van al cautiverio, según el mandato de Dios, hay otros que permanecen en Jerusalén. Con el rey Jeconías en el exilio, en su lugar es nombrado rey Sedecías en Jerusalén.
2 Reyes 24, 19:
Sedecías “Hizo lo que era malo a los ojos de Yahvé, imitando todo lo que había hecho Joakim, de manera que la ira de Yahvé contra Jerusalén y Judá llegó hasta el punto de arrojarlos de su presencia. Entonces Sedecías se rebeló contra el rey de Babilonia.“
En este pasaje de 2 Reyes 24, 19, vemos cómo Sedecías se rebela contra Nabucodonosor, desobedeciendo por tercera vez a Dios y rechazando las múltiples advertencias de los profetas Jeremías y Baruc, sobre la caída de Jerusalén. Entonces la profecía de Jeremías 24,8 se cumple en Sedecías y en todos los que habían permanecido en Jerusalén:
Jeremías 24,8:
“Mas así como los higos malos no pueden ser comidos, de puro malos, de la misma manera, dice Yahvé, trataré Yo a Sedecías, rey de Judá, a sus príncipes y al resto de Jerusalén, a los que quedan aún en este país, y a los que habitan en la tierra de Egipto. Haré de ellos un objeto de horror, una calamidad para todos los reinos de la tierra, vendrán a ser el oprobio, la fábula, el ludibrio, la maldición en todos los lugares a donde los habré de arrojar. Y enviaré contra ellos la espada, el hambre y la peste hasta que sean exterminados de la tierra que les di a ellos y a sus padres.“
La deportación se realizó en dos fases: la primera en el año 697, y que en palabras de Dios son los higos buenos, que representan a los deportados con el rey Jeconías a Babilonia. La segunda deportación fue diez años más tarde, en el 687; éstos son los higos malos, los que se quedaron en la ciudad o huyeron a Egipto, desobedeciendo ambos el mandato de Dios y que no se convirtieron. De ellos, los que no murieron fueron llevados cautivos también a Babilonia, incluido el propio rey Sedecías:
“Tomaron prisionero al rey y lo llevaron al rey de Babilonia, a Rebla, donde lo sentenciaron. Degollaron a los hijos de Sedecías en su presencia; a Sedecías le sacaron los ojos, le ataron con cadenas de bronce, y le llevaron a Babilonia.“ (2 Reyes 25,6).
Este pasaje de las Escrituras es idéntico al que comentamos en el programa sobre la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C.. Entonces, Jesús había dado una señal para que los cristianos huyeran de la ciudad antes de su destrucción. En ese caso, la huida para muchos cristianos supuso el sometimiento a los emperadores romanos, sus persecuciones y el martirio, pero fueron liberados pacíficamente con el edicto de Milán, del emperador Constantino en el 313 d.C.. Pero los que no obedecieron a Cristo y siguieron a los falsos profetas, permanecieron en Jerusalén, y perecieron en ella. Por eso, igual que con las dos destrucciones de Jerusalén y del templo, recordemos que está profetizado que así será también en los días del anticristo.
Y para esos momentos hay una enseñanza que debemos tener clara: en la mayoría de casos, no debemos rebelarnos contra las persecuciones, “las cuales en el plan divino están destinadas a manifestar y perfeccionar a los santos”. Para un cristiano el lema no es, como para el mundo, fuerza contra fuerza, sino paciencia y firmeza en la fe. Esto nos lo enseña el propio Jesús en Mateo 26,52 cuando reprende a Pedro por cortar con su espada la oreja del criado Malco, cuando iban a apresarLe:
“Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que empuñan la espada, perecerán a espada. ¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y me dará al punto más de doce legiones de ángeles?, ¿Mas, cómo entonces se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?”
De ahí se desprende que no es en el terreno del mundo donde hemos de desafiarlos, pues vemos que en él siempre vencerán ellos. Nuestras armas son las espirituales según nos enseña Dios en la Sagrada Escritura, especialmente en la carta de San Pablo a los Efesios, capítulo 6,13.
Hecho este inciso, volvamos a Babilonia.
- Nabucodonosor, rey de Babilonia
En otros programas hemos hablado de Antíoco Epifanes y vimos cómo y por qué fue imagen del anticristo. Pues bien, en el rey Nabucodonosor tenemos otro modelo del anticristo.
Nabucodonosor crea un imperio que se extiende desde Egipto hasta el río Eufrates (2 Reyes 24, 7), destruyendo en 606 a.C. el reino de los asirios, ocupando después toda Siria, y venciendo a Necao, rey de Egipto.
Las sucesivas rebeliones de los judíos encendieron su ira y como represalia primero asedia Jerusalén y lleva a sus habitantes cautivos, como hemos visto, y posteriormente arrasa la ciudad, saquea y destruye el templo, construido por Salomón. Se dan en él tres pecados gravísimos, que tienen en común todos los anticristos: profanación, idolatría y apostasía. El primero de ellos, la profanación y destrucción del templo, aparece descrito así en 2 Reyes 25,8:
El día séptimo del mes quinto, Nabuzardán, jefe de la guardia y servidor del rey de Babilonia, entró en Jerusalén; quemó la Casa de Yahvé y la casa del rey y entregó a las llamas todas las casas de Jerusalén y todos los grandes edificios. Y todo el ejército de los caldeos que acompañaban al jefe de la guardia, derribó los muros que rodeaban a Jerusalén. Nabuzardán, jefe de la guardia, llevó cautivo el resto del pueblo que había quedado en la ciudad, y los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia y, además, el resto del pueblo común. El jefe de la guardia dejó solamente a algunos de los más pobres del país como viñadores y labradores. Los caldeos hicieron pedazos las columnas de bronce que había en la Casa de Yahvé, como también las basas y el mar de bronce que había en la misma y se llevaron el bronce a Babilonia. Se apoderaron de los calderos, de las paletas, de los cuchillos, de los tazones y de todos los instrumentos de bronce con que se hacía el servicio. El jefe de la guardia se llevó también los incensarios y los aspersorios, todo cuanto había de oro y de plata. Las dos columnas, el mar y las basas que Salomón había hecho para la Casa de Yahvé, todos estos objetos de bronce tenían un peso incalculable (…) Así Judá fue llevado cautivo fuera de su tierra.”
- El destierro y cautiverio en Babilonia
El cautiverio en Babilonia duro 70 años, hasta el 536 aC, como también anunció Jeremías. Jeremías no compartió con su pueblo la suerte de ser deportado a Babilonia, sino que Dios le permitió ser un verdadero padre del pequeño y desamparado resto de los judíos, campesinos en su mayoría, que había quedado en la tierra de sus padres. En Babilonia, Ezequiel profetizaba las mismas cosas que Jeremías en Jerusalén.
¿Qué actitud tuvieron los judíos en Babilonia?
Leyendo el Salmo 136, nos podemos hacer una idea:
“Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y llorábamos, acordándonos de Sión. En los sauces de aquella tierra colgábamos nuestras cítaras; porque allí nuestros raptores nos pedían cánticos, y nuestros atormentadores alegría: “Cantadnos de los cantares de Sión.” ¿Cómo cantar un cántico de Yahvé en tierra extraña? Si yo te olvido, oh Jerusalén, olvídese de sí mi diestra. Péguese mi lengua a mi paladar, si no me acordare de ti; si no pusiese a Jerusalén por encima de toda alegría. Acuérdate, Yahvé, contra los hijos de Edom, del día de Jerusalén. Ellos decían: “¡Arrasad, arrasadla hasta los cimientos!” Hija de Babilonia, la devastada: dichoso aquel que ha de pagarte el precio de lo que nos hiciste. ¡Dichoso el que tomará a tus pequeñuelos y los estrellará contra la peña!”
También nos puede ayudar leer la oración que elevan a Dios, los tres jóvenes librados milagrosamente del horno ardiente, por no someterse al culto idólatra de los babilonios, que nos cuenta el libro de Daniel 3, 25:
“Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres; digno de alabanza es tu nombre y glorioso por los siglos. Porque Tú eres justo en todo lo que hiciste con nosotros; y verdaderas son todas las obras tuyas, rectos tus caminos, y justos todos tus juicios. Pues justos fueron tus juicios en todo lo que trajiste sobre nosotros y sobre la santa ciudad de nuestros padres, Jerusalén; porque en verdad y en justicia enviaste todas estas cosas por causa de nuestros pecados. Puesto que hemos pecado y obrado inicuamente, apostatando de Ti y en todo hemos faltado; no hemos obedecido tus preceptos ni los hemos observado; no hemos obrado según habías dispuesto para que fuésemos felices. Todo cuanto has enviado sobre nosotros, y todo lo que nos has hecho, justísimamente lo has hecho. Nos entregaste en manos de nuestros enemigos malvados, perversos y prevaricadores, y en poder de un rey injusto, el peor de toda la tierra. Y ahora no podemos abrir la boca, siendo como somos objeto de confusión y de oprobio para tus siervos y para quienes te adoran. Te rogamos que por amor de tu nombre no nos abandones para siempre, ni destruyas tu alianza. (…) Porque nosotros, oh Señor, hemos sido empequeñecidos más que todas las naciones, y estamos hoy día abatidos en todo el mundo por causa de nuestros pecados. Y no tenemos en este tiempo príncipe ni caudillo, ni profeta, ni holocausto, ni sacrificio, ni ofrenda, ni incienso, ni lugar donde presentarte las primicias, a fin de poder alcanzar tu misericordia. Pero recíbenos Tú, contritos de corazón, y con espíritu humillado. Como el holocausto de los carneros y toros, y los millares de gordos corderos, así sea hoy nuestro sacrificio delante de Ti, para que te sea acepto; pues jamás quedan confundidos los que en Ti confían.”
Tenemos aquí otra oración magnífica para rezar en los últimos tiempos, especialmente cuando sea abolido el sacrificio perpetuo.
- Los pecados de Babilonia
Como hemos dicho, el profeta Daniel también fue deportado a Babilonia y en su libro se narran varios sucesos que dan cuenta de las dificultades que sufrieron los judíos para mantenerse fieles a Dios y no contagiarse de los pecados de los babilonios. Al mismo tiempo vemos también cómo Dios no abandonó a Su pueblo e hizo grandes prodigios en medio de Babilonia para manifestar Su poder.
Gracias al don de interpretar los sueños, Daniel se ganó el favor de Nabucodonosor, obteniendo un puesto en su corte real. Hemos comentado antes que otro de los pecados del rey de Babilonia fue la apostasía. Es apóstata el que habiendo conocido a Dios, Lo rechaza. ¿Cómo sabemos que Nabucodonosor conoció a Dios? Porque hasta en tres ocasiones es testigo de prodigios que arrancan de él una verdadera confesión de fe. Veamos en detalle estos tres momentos.
- El primero lo encontramos en Daniel 2,47, después de que el profeta le cuente e interprete un sueño que angustia al rey sobre una estatua con cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y caderas de bronce, piernas de hierro y pies de hierro mezclado con barro. Nabucodonosor entonces no solo conoce a Dios, sino que Lo reconoce como Dios verdadero y Dios trinitario, con una triple alabanza, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo:
Daniel 2, 47
“Vuestro Dios es realmente el Dios de los dioses, el Señor de los señores, (Ap. 17,14) El que revela los arcanos, puesto que tú has podido descubrir este secreto.”
- A pesar de ello, el rey babilonio no se convierte, sino todo lo contrario. Manda construir una gran estatua de oro de 30 metros de altura para hacerse adorar por todo su reino y ordena que quien no se postre ante la estatua sea echado a un horno de fuego ardiente. Ante esto, tres jóvenes judíos Sidrac, Misac y Abdénago se niegan a cumplir la orden y son acusados ante el rey. Éste lleno de ira manda encender el horno siete veces más fuerte y los echa en su interior. Pero los jóvenes elevan una oración a Dios y por medio de un ángel son librados de sufrir daño alguno. Entonces Nabucodonosor alaba a Dios por segunda vez:
Daniel 3,95
“Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que ha enviado su ángel y ha salvado a sus siervos que han confiado en Él, traspasaron la orden del rey y entregaron sus cuerpos para no servir ni adorar a dios alguno fuera del Dios suyo. Publico por mi parte este decreto: Cualquier pueblo, nación o lengua que hable mal del Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, será hecho pedazos, y sus casas serán convertidas en cloacas; por cuanto no hay ningún otro dios que pueda salvar de tal manera.”
Y añade: “Me parece conveniente publicar las señales y las maravillas que el Dios Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales y cuan estupendas sus maravillas! Su reino es reino eterno y su poderío subsiste de generación en generación.”
- La tercera ocasión es cuando a causa de su orgullo y su soberbia, una enfermedad mental le provoca un estado de locura, que le hace comportarse como los animales, por no reconocer que Dios es dueño de los reinos de la tierra y se los da a quien quiere. Al recobrar la cordura, en Daniel 4,34, Nabucodonosor exclama:
“Ahora, pues, yo, Nabucodonosor, alabo y ensalzo y glorifico al Rey del cielo; pues todas sus obras son verdad, y sus caminos justicia, y Él puede humillar a quienes proceden con soberbia.”
Sin embargo esto tampoco es suficiente para que el rey babilonio se convierta de su tercer pecado, la idolatría, a pesar de muchas otras señales que Dios obra por medio del profeta Daniel delante de él y de todo el pueblo babilonio.
Estos pecados (profanación, idolatría y apostasía) no solo se manifiestan en Nabucodonosor, sino que también persisten en sus sucesores. Son elocuentes otros prodigios que Dios obra por medio de Daniel delante de los siguientes reyes de Babilonia para manifestar Su poder. Veamos algunos ejemplos más:
- El primero es cuando Baltasar, hijo de Nabucodonosor, le sucede en el trono y organiza una cena sacrílega con los vasos sagrados que habían expoliado del templo de Jerusalén. Bebían vino alabando a los dioses, él, su corte, sus mujeres y sus concubinas. A causa de este sacrilegio, Dios le manifiesta por medio de Daniel el fin de su reinado y de su vida esa misma noche. Daniel 5,1
- El segundo prodigio (Daniel 6,7) es cuando su sucesor, el rey Dario, promulga un edicto por el que todo el que no le adore a él, será arrojado al foso de los leones. Daniel es acusado por envidia de rezar a Dios y es condenado, pero de nuevo un ángel enviado por Dios le libra del cruel castigo. Ante esto, el rey Dario maravillado afirma:
“Yo establezco por decreto, que en todo el dominio del reino se respete y se tema al Dios de Daniel porque Él es el Dios vivo y que subsiste eternamente, su reino nunca será destruido, y su dominación no tendrá fin.”
- El tercer ejemplo tiene que ver con dos de los dioses que se adoraban en Babilonia: por una parte, el dios bel, que en Daniel 14,1 se narra cómo el profeta descubre al rey Ciro el engaño de los sacerdotes que se comían por la noche los manjares ofrecidos, haciendo creer a todo el mundo que los comía la estatua. También adoraban a un dragón vivo (Daniel 14,22), que simboliza al demonio. Daniel le da de comer una mezcla de pez, sebo y pelos, tan indigesta, que hizo que el dragón reventara. Daniel mató al dragón sin armas, para mostrar al rey y al pueblo que no es la fuerza la que vence a los ídolos, sino el poder del Dios vivo.
Enfurecidos contra Daniel por haber destruido a sus dioses y sacerdotes, los babilonios acusan al rey de volverse judío y éste para curarse en salud vuelve a meter a Daniel en el foso de los leones.
Y vemos aquí (Daniel 14,36) cómo Dios asiste en la prueba, en la persecución, en el martirio, pero también en las necesidades corporales, cuando hace que un ángel lleve volando al profeta Habacuc para darle un potaje a Daniel, mientras estaba en el foso de los leones.
Tras siete días en el foso y salir indemne, también el Rey Ciro, confiesa a Dios con estas palabras:
“Grande eres Señor, Dios de Daniel. Teman al Dios de Daniel todos los moradores del orbe; porque Él es el Salvador, el que obra prodigios y maravillas sobre la tierra y libró a Daniel del foso de los leones.”
Tampoco esto fue suficiente para la conversión de Babilonia, por lo que también fue alcanzada por el justo castigo de Dios.
- Fin del cautiverio de Babilonia
Cerca del año 732 a.C., es decir más de 200 años antes, Isaías puso por escrito una profecía sorprendente: que Babilonia caería. El profeta dio, además, tres datos precisos de cómo sería este hecho y que están recogidos en Isaías 44,27 y siguientes:
- El primer dato es que el nombre del conquistador de Babilonia sería Ciro.
- El segundo es que las aguas del río Éufrates que protegían la ciudad se secarían.
- El tercer dato, que las puertas de la ciudad no estarían cerradas.
Sabemos por el historiador griego Herodoto que la profecía se cumplió con exactitud.
La caída de Babilonia supuso también la liberación pacífica del pueblo judío, que también había profetizado Jeremías. Isaías, por su parte, asiste en espíritu a la catástrofe de la ciudad impía y exhorta a los cautivos a huir para no participar de la suerte de ella.
En Isaías 48, 20
”¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Anunciadlo con voz de júbilo, publicad esta nueva, hacedla llegar hasta los confines de la tierra. Decid: “Yahvé ha rescatado a su siervo Jacob.”
Y también en Isaías 52,12
”Marchad, marchaos, salid de allí; no toquéis cosa inmunda; salid de en medio de ella; purificaos, los que lleváis el equipaje de Yahvé. Pues no saldréis precipitadamente, ni partiréis como fugitivos, porque vuestra vanguardia es Yahvé, y vuestra retaguardia el Dios de Israel.”
Jeremías 50,8
“Huid de en medio de Babel, y salid del país de los caldeos, sed como los carneros que van delante del rebaño. Pues he aquí que Yo suscitaré y lanzaré contra Babel una multitud de grandes naciones desde el país del Norte, se apostarán contra ella, y de ese lado será tomada”
Zacarías 2,6
“¡Ay, ay! Huid de la tierra del Norte, dice Yahvé; porque por los cuatro vientos del cielo os dispersaré, dice Yahvé. ¡Sálvate, oh Sión, tú que habitas en Babilonia!”
Como ya hemos visto en otros programas estas órdenes se repiten también en el libro del Apocalipsis para apremiar a los fieles a huir de la Babilonia espiritual, la ciudad de la Gran Ramera, de la que hablaremos un poco después.
Con la caída de Babilonia empieza la redención del pueblo judío, imagen de la Redención que traerá Jesucristo en Su Primera Venida y que se completará definitivamente con Su Segunda Venida.
Por esta razón, Ciro, el rey de los persas, aunque era pagano, es llamado “ungido” en Isaías 45,1, y como tal es tipo de Jesucristo, por la misión que tiene de rescatar al pueblo de Israel. Cuenta el historiador Flavio Josefo, que Ciro se hizo leer las profecías de Isaías sobre el rey Ciro y sus actividades en favor del pueblo de Dios y por esto, decidió obedecerlas al pie de la letra. Así lo cuenta el libro de Esdras 1,1:
“Yahvé movió el espíritu de Ciro, rey de Persia, el cual mandó publicar de viva voz, y también por escrito, en todo su reino, el siguiente edicto: “Así dice Ciro, rey de Persia: Yahvé, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha encargado de edificarle una Casa en Jerusalén, que está en Judá. Todos los de entre vosotros que formen parte del pueblo de Él, sea su Dios con ellos y suban a Jerusalén, que está en Judá, y edifiquen la Casa de Yahvé, el Dios de Israel; el cual es el Dios que está en Jerusalén.Y en todo lugar donde habiten restos de Judá han de ser ayudados por los vecinos de su lugar con plata, oro, bienes, ganado y dones preciosos para la Casa de Dios, que está en Jerusalén.”
Y de esta forma se cumplió también la profecía de Isaías 44,26:
“Yo soy el que dice al abismo: «Sécate, pues Yo secaré tus ríos»; el que dice a Ciro: «Pastor mío eres», pues cumplirá toda mi voluntad, Yo soy el que dice a Jerusalén: «Serás reedificada», y al Templo: «Serás fundado» de nuevo”
Una curiosidad lingüistica es que la lengua aramea era en aquella época el habla común de los pueblos de Mesopotamia, Siria y Palestina. Los judíos, desde el cautiverio de Babilonia la adoptaron, quedando el hebreo exclusivamente para el uso sagrado.
- Vuelta a Jerusalén y reconstrucción del templo
La vuelta a Jerusalén es, en realidad, una tregua. Los judíos pueden reconstruir el templo, pero siguen bajo el dominio de rey de Persia: siguen sujetos a aquel rey, a sus leyes y tributos. Igual que lo estarían después bajo el imperio macedonio de Alejandro Magno y más tarde bajo el Imperio Romano. Desde entonces, los judíos de Jerusalén siguen esperando al libertador anunciado por los profetas. Por eso, esperaban que Cristo fuera un libertador humano y político, por eso seguirán al anticristo y por eso solo reconocerán la Verdad cuando se conviertan a Cristo en Su Segunda Venida y digan “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. (Mateo 23,39).
- El fin histórico de la Babilonia histórica
Hemos dicho al principio que la ciudad de Babilonia terminó convertida en un conjunto de ruinas en medio del desierto. Esta condición fue profetizada de forma milimétrica por Isaías y Jeremías en varios pasajes:
Isaías 13,19
”Entonces Babilonia, la joya de los reinos, gloria y orgullo de los caldeos, vendrá a ser como Sodoma y Gomorra, ciudades destruidas por Dios. Nunca jamás será habitada, ni poblada de generación en generación; no alzará allí el nómada su tienda; ni harán en ella majada los pastores. Se guarecerán allí las fieras del desierto; los búhos llenarán sus casas; se instalarán allí los avestruces, y los sátiros harán allí sus danzas. En sus palacios aullarán los chacales, y los perros salvajes en sus casas de placer. Próximo a llegar está su tiempo, y sus días no se aplazarán.”
Dice San Jerónimo que largos siglos después de Isaías, San Juan retomó esta descripción en su Apocalipsis, para aplicarla a la Babilonia occidental, al llamarla “morada de demonios y seres inmundos”.
Otros pasajes sobre el fin de Babilonia, los encontramos en Isaías 21:
“Cayó, cayó Babilonia, y todas las estatuas de sus dioses yacen destrozadas por tierra.”
Isaías 24, 10
“Devastada está la ciudad de la vanidad, cerrada toda casa, nadie puede entrar. (…) Lo que queda de la ciudad son escombros, y la puerta destruida, convertida en ruinas.”
Isaías 25, 2
“Pues Tú has hecho de la ciudad un montón de piedras, has convertido en ruinas aquella ciudad fortificada. La fortaleza de los extranjeros ha dejado de ser ciudad, y nunca jamás será reedificada.”
Isaías 26,5
”Pues Él ha abatido a los que habitaban en las alturas, ha abatido la ciudad soberbia, la ha humillado hasta el suelo, la ha agobiado hasta el polvo.”
Jeremías 25,12
“Pasados los setenta años tomaré cuenta al rey de Babilonia y a aquella nación, por su maldad, dice Yahvé, y a la tierra de los caldeos; y la convertiré en desierto perpetuo.”
Jeremías 50, 26
“¡Venid contra ella desde los cabos (del mundo), abrid sus graneros, haced de (sus piedras) montones como gavillas y exterminadla; no le quede ni siquiera un resto!”
Jeremías 50,39
“Por eso habitarán (allí) las fieras con los chacales; y los avestruces tendrán en ella su morada; nunca jamás será habitada, ni volverá a ser poblada en los siglos. Como cuando Dios destruyó a Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, dice Yahvé, no habitará hombre allí, ni morará en ella hijo de hombre.”
Es sorprendente cómo todo esto se ha cumplido. Esta maldición dura hasta el día de hoy y todos los intentos de reedificar la ciudad maldita han fracasado. Por eso, el reconocimiento de la Unesco como ”Patrimonio de la Humanidad”, pretendiendo reconstruir simbólicamente su dignidad, es un grave acto de desafío a la voluntad de Dios, manifestada claramente en las Escrituras, como acabamos de leer.
Y para entender esto bien hay que hacer referencia a Babilonia en sentido espiritual y escatológico.
- Sentido espiritual de Babilonia
Porque Babilonia, además de la ciudad histórica, es también un símbolo espiritual, que aparece mencionado en otras ocasiones en la Biblia con un sentido alegórico, especialmente en el libro del Apocalipsis.
Veamos 6 de estos sentidos:
- Babilonia representa el poder de los impíos y de los enemigos de Dios
El primero es que en el lenguaje de los profetas, Babel o Babilonia es la personificación del poder de los impíos y el prototipo de los enemigos de Dios.
Igual que la ciudad se rebeló contra Dios con la construcción de la Torre de Babel y se atrevió incluso a destruir el primer templo de Jerusalén, Babilonia son también todos los hombres que a lo largo de la historia han hecho alianza en contra de Dios, de Su Ley y de Su Iglesia.
Son todos los regímenes políticos, todas las sectas religiosas y masónicas y todas las revoluciones sociales que han perseguido y martirizado a Sus fieles, que han profanado y destruido las iglesias, que han promulgado leyes contrarias a la ley divina, que han introducido doctrinas perversas y han obstaculizado o impedido el debido culto a Dios.
Por lo tanto, en sentido espiritual, Babilonia seguirá existiendo hasta el final de los últimos tiempos. Pero como aquélla, así también serán éstos destruidos, como está escrito en las Sagradas Escrituras.
- Babilonia es la capital mundial del pecado
Babilonia es la ciudad de los hombres, frente a la ciudad de Dios, que es Jerusalén. Es el culmen de la soberbia humana, que rechaza a Dios y quiere vivir según sus abominables pasiones; es el mundo de pecado del que nos previene san Juan en 1 Juan 2,15:
“No améis al mundo ni las cosas que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida, no es del Padre sino del mundo. Y el mundo, con su concupiscencia, pasa, mas el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”
En los últimos tiempos, el rechazo de Babilonia a Dios consiste en esa actitud mundana de poner a Dios como un simple agente de bienes temporales. Se convierte la “vida eterna” en un programa de puros valores humanos, con carácter de cultura, de bienestar económico o de influencia política y social. Esto lo vemos muy claro en los planes anticristianos como la Agenda 2030, a la que muchos que se dicen católicos se están adhiriendo.
- Babilonia es el cáliz de la ira de Dios
Babilonia es también un instrumento de Dios para castigar al mundo por sus pecados. Este instrumento es simbolizado en una copa llena de calamidades e inmundicias con la que las naciones se embriagan y enloquecen y que Dios permite que beban para castigarlas y para moverlas al arrepentimiento. Así encontramos estas referencias:
Jeremías 51,6
“Babilonia era un cáliz de oro en la mano de Yahvé, para embriagar a toda la tierra; de su vino bebieron los pueblos de modo que enloquecieron.”
Jeremías 25,15
“Pues así me dice Yahvé, el Dios de Israel: «Toma de mi mano esta copa del vino de mi ira y dale de beber a todas las naciones a quienes yo te envío. Beberán y tambaleando enloquecerán, a causa de la espada que Yo enviaré entre ellas».
Un cáliz que también bebe Jerusalén con gran amargura cada vez que se aparta de Dios, como en Isaías 51, 17:
“¡Despierta, despierta, levántate, oh Jerusalén, tú que bebiste de la mano de Yahvé el cáliz de su ira; hasta las heces has bebido el cáliz que causa vértigo.”
El cáliz es, por tanto, símbolo de la ira y del castigo, pero es también un instrumento de Su misericordia, porque Dios castiga con penas temporales a aquellos a quienes tiene en mayor estima para se conviertan a Él, y para purificarlos con el fuego de la tribulación y de las penas.
En sentido escatológico, el cáliz aparece en las manos de una mujer en el libro del Apocalipsis, con el que se embriaga y del que da de beber a todas las naciones de la tierra:
Apocalipsis 17,4
“La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y cubierta de oro y piedras preciosas y perlas, y llevaba en su mano por una parte un cáliz de oro lleno de abominaciones y por otra las inmundicias de su fornicación. (…) Y vi a la mujer ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús; y al verla me sorprendí con sumo estupor”.
Esto nos lleva al cuarto punto.
- Babilonia es la Gran Ramera
¿Y quién es esa mujer? Hemos visto en otros programas cómo el pueblo elegido de Dios se compara en muchas ocasiones con una mujer adúltera, que abandona a Dios, su esposo, y se va tras otros amantes. Esta figura del rechazo máximo a Dios, aparece bajo el nombre de la Gran Ramera y es también llamada Babilonia en Apocalipsis 16,8:
“Ha caído, ha caído Babilonia, la grande; la cual abrevó a todas las naciones con el vino de su enardecida fornicación.”
Esta mujer pecadora imita y suplanta a la verdadera esposa, a la Iglesia, que aparece en el Apocalipsis huyendo al desierto, perseguida por el dragón.
A estas dos mujeres, figuras clave en el relato apocalíptico, les dedicaremos un programa próximamente, si Dios quiere. Pasemos al quinto punto.
- Babilonia es el reino del anticristo
En este punto vemos más claramente su sentido escatológico y es que en los últimos tiempos la apostasía se extenderá a todas las naciones de la tierra, todas en su conjunto, bajo el dominio del anticristo, y serán llamadas la Gran Babilonia.
Esto es así, porque sabemos por el discurso escatológico de Cristo, que en los últimos tiempos el Evangelio ya se habrá proclamado por toda la tierra a todas las gentes, y los hombres, habiendo conocido ya a Dios, decidirán rechazarLe y seguirán al anticristo. Como dice 2 Pedro 2, 20, por haber conocido a Dios, su pecado será mayor.
El anticristo aparece representado en el Apocalipsis como una bestia sobre la que se sienta la Gran Ramera, significando una unión política y religiosa, que dominará el mundo formando un reino infernal.
El reino del anticristo, es una blasfemia contra el verdadero Reino anunciado por Cristo. Tiene una iglesia falsa (la Gran Ramera), que imita y suplanta a la verdadera Iglesia de Cristo y lleva a la mayoría de fieles al error y a la apostasía. Esta idea está presente en el punto 675 del Catecismo de la Iglesia Católica, ha sido defendida por varios doctores de la Iglesia y ha sido profetizada por muchos santos y místicos. Por eso se pregunta el Señor en Lucas 18,8, si en Su Segunda Venida habrá fe en la tierra.
- El último punto es que Babilonia es Roma, la Jerusalén apóstata
Este reino del anticristo, tendrá su capital política y religiosa en Roma.
Roma, la ciudad eterna, como se la califica de forma soberbia, ya es llamada Babilonia en los primeros años del cristianismo. Lo vemos en 1 Pedro 5,13:
San Pedro escribe desde Roma, que era el centro del paganismo y también el lugar en el que el primer Vicario de Cristo fue martirizado. El imperio de Roma, como Babilonia, elevó a sus emperadores a la dignidad de dioses y, como Babilonia, destruyeron el segundo templo de Jerusalén. En aquel momento Roma era la capital del mundo y centro de la corrupción pagana, significaba para los cristianos el mismo peligro que fue Babilonia para los judíos.
Varios autores, entre ellos S. Roberto Belarmino, creen que en los últimos tiempos Roma volverá a desempeñar el mismo papel que en los tiempos de los emperadores. Lo relata San Juan en el Apocalipsis cuando el ángel le explica que la bestia con siete cabezas es una ciudad con siete colinas, Roma, donde la gran ramera tiene su sede (Apocalipsis 17,9).
Y por si no fuera suficientemente claro, lo confirmó la Santísima Virgen en las apariciones en la Salette (Francia), aprobadas por la Iglesia, cuando dijo que “Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del anticristo”.
Igual que Jerusalén se “convirtió” en Babilonia por sus graves pecados contra Dios, y sus habitantes fueron llevados al cautiverio a la ciudad apóstata, así también, en los últimos tiempos la Iglesia será conducida “en salida” hacia la Gran Babilonia y será probada en su fe y tentada a abandonar a Dios para seguir al anticristo. Lo que Babilonia fue para Jerusalén, Roma lo es para la Iglesia.
Esta es la prueba final que nos dice el Catecismo en el punto 675.
Este es el misterio de iniquidad que anuncia San Pablo en 2 Tesalonicenses 2,7, que ya actuaba en su tiempo y que será desvelado a su debido tiempo.
Y este es también el misterio que lleva escrita la gran ramera en la frente y que asombra con gran estupor a San Juan (Apocalipsis 17,6) y al profeta Daniel (Daniel 10,16).
¿Cuál será el final de la Babilonia apocalíptica?
El mismo que el de la Babilonia histórica y la Jerusalén apóstata y deicida. Primero será corrompida hasta el extremo (Apocalipsis 18,2):
“Y clamó con gran voz diciendo: “Ha caído, ha caído Babilonia la grande, y ha venido a ser albergue de demonios y refugio de todo espíritu inmundo y refugio de toda ave impura y aborrecible. Porque del vino de su furiosa fornicación bebieron todas las naciones; con ella fornicaron los reyes de la tierra y con el poder de su lujo se enriquecieron los mercaderes de la tierra”.
En segundo lugar, con una orden divina, exhortando al pequeño resto fiel a huir de ella (Apocalipsis 18,4):
“Oí otra voz venida del cielo que decía: “Salid de ella, pueblo mío, para no ser solidario de sus pecados y no participar en sus plagas; pues sus pecados se han acumulado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus iniquidades.”
Y en tercer lugar con su destrucción definitiva (Apocalipsis 18,21):
“Y un ángel poderoso alzó una piedra grande como rueda de molino, y la arrojó al mar, diciendo: “Así, de golpe, será precipitada Babilonia, la ciudad grande, y no será hallada nunca más. No se oirá más en ti voz de citaristas, ni de músicos, ni de tocadores de flauta y trompeta, ni en ti volverá a hallarse artífice de arte alguna, ni se escuchará más en ti ruido de molino. Luz de lámpara no brillará más en ti, ni se oirá en ti voz de novio y de novia, porque tus traficantes eran los magnates de la tierra, porque con tus hechicerías han sido embaucados todos los pueblos. Y en ella fue encontrada sangre de profetas y de santos, y de todos los que fueron sacrificados sobre la tierra”
Como los profetas hacen depender la libertad de los judíos de la caída de Babilonia, así en en el Apocalipsis la nueva Jerusalén no baja del cielo con todo el esplendor y la belleza de Esposa del Cordero sino después que se anuncia la caída de la gran Babilonia.
Que Dios nos dé Luz y Sabiduría para entender Su Palabra y la Virgen nos guíe para ponerla en práctica.
Iluminando lo escondido
Muy buenas a todos y bienvenidos una vez más a Iluminando lo Escondido. En el programa de hoy vamos a hablar de una de las armas fundamentales para hacer frente a estos últimos tiempos: la oración.
Dice San Juan Damasceno que la oración es la elevación de la mente a Dios para adorarle, agradecerle, exponerle nuestras necesidades y pedirle las cosas convenientes para la eterna salvación. Por tanto, la oración no se limita al rezo de las oraciones que enseña la Santa Iglesia, si no que incluye toda palabra dirigida a Dios con el corazón puesto en esta intención.
Nos hace tributar a Dios la reverencia y el honor que le son debidos, pues por ella reconocemos, por una parte, sus divinas perfecciones y su infinita excelencia, especialmente su cualidad de sumo Bien y de fuente y autor de todos los bienes; y por otra parte nuestra dependencia y sumisión respecto de Él, ya que, al orar, nos reconocemos indigentes y necesitados. En pocas palabras consiste en creer y esperar en Dios, en amarle, alabarle y reconocerle como Creador y Señor de todas las cosas.
Debemos conocer también por qué es necesaria la oración.
En primer lugar, como hemos sido creados por Dios, hemos de reconocer Su supremo dominio y tributarLe el culto que Le es debido. Porque si de verdad creemos que Dios es nuestro Padre, no tendremos reparo en agradecer todo aquello que nos da, empezando por el don de la vida, que hemos recibido gratuitamente por Su Amor, y por todas aquellas cosas que Su Infinito Amor nos provee.
Recordemos las palabras de Jesucristo en Mateo 7, 7-12:
«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, golpead y se os abrirá; porque todo el que pide obtiene, y el que busca encuentra, y al que golpea se le abre. ¿O acaso hay entre vosotros algún hombre que al hijo que le pide pan, le de una piedra; o si le pide un pescado, le de una serpiente? Si pues vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¡cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que le pidan! Así que todo cuanto queréis que los hombres os hagan, hacedlo también vosotros a ellos, ésta es la Ley y los Profetas»
Y esta es otra razón por la que debemos hacer oración, porque el hombre está lleno de necesidades de alma y cuerpo; y como Dios no debe nada a nadie, nuestro único recurso para remediarlas es pedirLe con oraciones cuanto necesitamos.
Dice Santo Tomás de Aquino que «sólo por la oración alcanzaremos de Dios las gracias que haya determinado darnos». También dice San Agustín que «Dios nuestro Señor desea y quiere darnos sus gracias, pero sólo las concede a quienes se las piden». Por tanto, debemos pedirle a Dios que nos dé las gracias que necesitamos para poder cumplir Su Voluntad en cada momento.
Otra razón por la que es necesaria la oración es porque es el arma más poderosa para resistir a las tentaciones, evitar el pecado y conservar la gracia divina. Es a esto a lo que se refiere Jesús cuando encuentra a sus apóstoles durmiendo en la agonía del Getsemaní, lo encontramos en Mateo 26, 41:
“Velad y orad, para que no entréis en tentación”.
Porque en estos últimos tiempos, el mal está tan extendido por el mundo que en todo momento estamos siendo sometidos a las tentaciones. Por ello, nuestra oración debe ser constante, pidiendo ayuda a Dios por medio de María Santísima para que nos proteja de todo el mal que nos rodea, y poder mantenernos en estado de gracia.
Y en relación a esto, citamos nuevamente a Santo Tomás de Aquino y San Agustín. El primero dice que «para salvarse es necesario combatir al demonio y vencer las tentaciones; y como esto es imposible sin el socorro divino, que Dios sólo concede a los que ruegan, síguese que sin la oración no hay salvación posible, y que los que no rezan se condenan». Y San Agustín nos dice que «así como el cuerpo no puede sostenerse sin alimento, tampoco puede el alma, sin la oración, conservar la vida de la gracia»
Por otra parte, además de conocer por qué debemos hacer oración, también es importante saber qué cosas son necesarias para hacer una buena oración. Y una de las condiciones indispensables es la humildad. Leemos lo siguiente en el Evangelio de Mateo, capítulo 6, versículos 5 y 6:
«Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; en verdad os digo, ya tienen su paga. Tú, al contrario, cuando quieras orar entra en tu aposento, corre el cerrojo de la puerta, y ora a tu Padre que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará»
Al mismo tiempo, la oración debe ser atenta. Continuando con la cita que acabamos de leer, de poco nos sirve retirarnos a la soledad de nuestro aposento si permanece abierta la puerta a las importunidades, a aquellas cosas que asaltan nuestro interior y no nos permiten estar atentos a lo que Dios nos dice a través de la oración. Por ello, debemos pedirLe ayuda antes de entrar en oración para que nos dé la gracia de estar concentrados.
Otro aspecto imprescindible de la oración es la calidad. No debemos caer en la palabrería, sino que toda palabra que salga de nuestra boca hacia Dios o a Nuestra Madre María Santísima debe ser salida de nuestro corazón, ya sea rezando el Santo Rosario, como haciendo un Padrenuestro. También debemos utilizar pequeñas oraciones como las jaculatorias durante nuestro día a día, mostrándole a Dios que Le amamos y que no Le abandonamos.
También esto nos lo enseñó Jesús durante su vida, lo encontramos en Mateo 6, 7-8:
“Y cuando oráis, no abundéis en palabras, como los paganos, que se figuran que por mucho hablar serán oídos. Por lo tanto, no los imitéis, porque vuestro Padre sabe qué cosas necesitáis, antes de que vosotros le pidáis”
Y por último, que la oración sea continua y perseverante. Muchos son los que se cansan de orar. En los primeros días de su conversión oran con mucho fervor; luego caen en la tibieza, después se enfrían y, finalmente, la abandonan.
El enemigo está velando todo el rato, por tanto, no podemos relajarnos. Más bien, debemos perserverar, pues, en la oración; confiando en las promesas divinas y sin cansarnos de pedir; reconociendo que esto es una gracia del Señor. Y si vemos que Dios no nos ha quitado la gracia de la oración, debemos tener también por cierto que no se ha apartado de nosotros la Misericordia divina.
En definitiva, tengamos presente que la oración es imprescindible si verdaderamente queremos permanecer fieles a Dios en estos últimos tiempos, ya que si no somos uno con Él, no tendremos la gracia necesaria para sobrellevar los acontecimientos que están por venir.
Por todo ello, le pedimos a la Santísima Trinidad por medio de María Santísima nuestra Madre, mediadora de todas las gracias y ejemplo perfecto de oración al Padre, que nos enseñe a orar y nos dé la gracia de perseverar en la oración todos los días de nuestra vida. Así sea. Amén.
La máquina del tiempo
Esta semana, en La Máquina del Tiempo, vamos a comentar una cita muy famosa y muy importante para cualquier cristiano en la historia y, especialmente, para los cristianos de estos tiempos. La cita es Mateo 5, 13, que dice así:
“Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? Para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres”.
Hoy en día, la sal es un condimento muy común, que en cualquier supermercado podemos encontrar sin dificultad y, aunque es muy común, es un producto importantísimo para nosotros, sobre todo para la gente que vivía en épocas anteriores, donde no era tan fácil de tener a mano. No sólo para darle sabor a las comidas y hacerlas más buenas y apetitosas, sino por su propiedad de conservar los alimentos.
Cuando Jesús dice a sus apóstoles, que son la sal de la tierra, es un cumplido muy grande, pues básicamente les está diciendo que ellos son los que tienen que dar sentido a la vida de las personas en el mundo, por medio del Evangelio. Al igual que una comida sin sal es sosa, difícil de comer y absurda se podría decir, la vida sin las verdades sobrenaturales es más absurda todavía.
Hoy en día vemos tantos sacerdotes, obispos, etc. que no predican el Evangelio, sino que se dedican a la política, a su propio bienestar, a las obras solidarias desconectadas de Cristo, y a muchos otros proyectos dejando a Dios de lado, para centrarse en los hombres. Parecería que lo que estoy diciendo no tiene mucho sentido. Hacer el bien siempre está bien, era lo que hacía Jesús… pero Jesús lo hacía, para que la gente, viéndole a Él, viera que era el Padre el que cuidaba así de sus hijos. Y hoy en día, muchos lo hacen, para que se les reconozca a ellos mismos. La misión de cada cristiano, en especial de los consagrados al Señor, es la de llevar a Dios a las almas y a las almas a Dios y toda acción que no tenga ese objetivo, es una obra inútil: sal que pierde su sabor.
Hagamos un examen de conciencia y miremos cuál es el motor de nuestra vida. El primer mandamiento es el de amar a Dios sobre todas las cosas y, ¿cuánto tiempo le dedicamos al día? En estos días que se juega la Eurocopa, mucha gente se apiña en la televisión para ver los partidos. Un partido dura 90 minutos y en el caso de que haya 2 o 3 partidos, la cifra puede ascender a 270 minutos. Ahora bien, ¿le dedicamos el mismo tiempo en el día a Dios? Y ese ejemplo lo podemos poner con cualquier cosa. Los cristianos somos la sal de la tierra y el mezclarnos con las cosas del mundo hace que perdamos el sabor, que nos unamos a la masa. Como dice Jesucristo, estamos en el mundo, pero no somos del mundo. El mundo no debe marcarnos el ritmo de nuestra vida, sino Dios. Debemos darle un sentido espiritual a todo, que por nuestra forma de vivir, en cualquier cosa que hagamos, la gente vea que hay un Dios, que Dios les ama y que Dios es el sentido de todo. Cuando veamos el fútbol, no nos comportemos como el mundo, sino demos gracias a Dios por ese rato de diversión, pidamos por las almas de todos los que están participando en ello, pidamos perdón por las actitudes que veamos que no son buenas… y esto con cualquier actividad. No es algo sencillo, pero como todo, con práctica, se puede conseguir.
Acabamos con la última frase de la cita que traigo, que dice que la sal que pierde su sabor para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres. Dios nos llama a todos los cristianos y, en especial a los consagrados, al máximo honor, que es trabajar para él en la salvación de las almas y, mediante este trabajo, salvar nuestras propias almas y recibir el ciento por uno en la eternidad. Sin embargo, al secularizarse y llevar una vida alejada de Dios, los que antes eran sal, pierden el sabor y son echados fuera , porque ellos mismos han preferido al mundo y sus bienes antes que a Dios. Y el mundo, al ser el territorio de Satanás, es cruel y despiadado, en especial con aquellos que otrora sirvieron al Señor, pues lucharon contra el demonio. Y no hay ser más vengativo que el demonio. Entonces, estos cristianos no solo pierden los honores que Dios tenía preparados para ellos, sino que llegan a ser peor considerados en el mundo, pues son pisoteados por otros hombres mundanos. Esto lo explica Jesús en la parábola del hijo pródigo, cuando el hijo acaba cuidando los cerdos, animal impuro para los judíos. Además, tristemente, hay demasiados ejemplos reales.
Pidamos a nuestra Madre, la Inmaculada Concepción, que pisa a la serpiente infernal, mantener nuestro sabor, el sabor de Dios, para poder llevar ese sabor al mundo y todos formemos parte del Reino de Dios. Amén
Santos de Verdad
San Martín de Porres
La vida está llena de sufrimientos, y cuando pasan nos es tan fácil decir
Que ya se ha sufrido bastante y por lo tanto ahora toca ser feliz.
Pero si nuestra meta en la vida es imitar a Cristo y en esto nos van a medir
No está de más recordar que Cristo no vino al mundo a ser servido, sino a servir
Por eso nuestro deber es servir a la Verdad y al Amor,
Amar al prójimo sí, pero en primer lugar amar a nuestro Creador.
Amar la humildad, la sencillez, el sufrimiento y la abnegación,
Amar ser pisoteados como esclavos esperando un Premio mayor.
Siglo XVI en América, el Evangelio se anuncia a los pueblos
Un gran santo surge y sorprende por su donación y su ejemplo
San Martín de Porres nunca buscó ante el dolor y el sufrimiento una salida,
sino que con ayuda de Dios hizo de la entrega y el sacrificio su vida
San Martín de Porres nació en Lima (Perú) en 1579, hijo de un caballero español y de una india panameña, de la que recibió los rasgos y el color de piel mulato. Por su inteligencia e inclinación por la medicina aprendió y trabajó durante un tiempo en este campo, hasta que, con grandes deseos de servir pidió ser admitido como donado o terciario en el convento de los dominicos del Rosario en Lima. Allí fue admitido a los 15 años de edad, y se dedicó a los trabajos más humildes, soportando siempre con alegría las injurias que recibía. Su humildad y amor era tal, que cuando el convento estaba en situación económica apurada, Martín se ofreció al Padre Prior para ser vendido como esclavo y arreglar la situación.
La labor de Martín crecía y le fue confiado además el oficio de enfermero, que ejercía en una comunidad de 200 religiosos y todavía sacaba tiempo para atender a muchos enfermos pobres de la ciudad. En 1603, después de nueve años sirviendo como donado, le fue concedida la profesión religiosa y pronunció los votos de pobreza, obediencia y castidad.
Además de servir a Dios en las personas que atendía y en el trabajo que realizaba, por el cual se le conoce como Fray Escoba, Martín llevaba una vida abnegada, con penitencia y austeridad y una vida de piedad ejemplar. Dormía pocas horas debajo de una escalera, comía lo indispensable, pasaba la mitad de la noche rezando a un crucifijo en verdadero coloquio, oraba ante el Santísimo Sacramento y rezaba con fervor ante la imagen de la Virgen María. Era sin duda un alma contemplativa.
Se le vio repetidas veces en éxtasis, en ocasiones levantado en el aire, y fue Voluntad de Dios que su santidad se conociera fuera del monasterio. A él acudían teólogos, obispos y autoridades civiles en busca de consejo. Uno de los dones que más asombran, es que sin salir de Lima fue visto en África, China o Japón animando a los misioneros que se encontraban en dificultad. Sin salir de su celda, era visto asistiendo a enfermos y moribundos. En otras ocasiones, salía del convento a atender a algún enfermo grave y luego aparecía dentro del convento de nuevo, sin tener la llave y sin que nadie le abriera. “Yo tengo mis modos de entrar y salir”, respondía Martín zanjando el asunto.
También los enemigos de Cristo supieron de su santidad y entraron a su celda a atacarle, pero Martín pidió a Dios que le volviera invisible y los malhechores no le vieron.
Además de muchas curaciones milagrosas, también Martín tuvo episodios milagrosos con animales, como los tuvieron San Francisco de Asís o San Antonio de Padua.
También se sabe que San Martín tuvo contacto con Santa Rosa de Lima, contemporánea y de la misma ciudad que el fraile dominico.
A los 60 años, Martín se sintió enfermo y sabía que moriría pronto. Hubo gran conmoción en Lima y finalmente, el 3 de noviembre de 1639, falleció. Toda la ciudad acudió a su entierro y tras su muerte siguieron sucediéndose milagros a través de su intercesión.
San Martín fue además ejemplo de humildad tras su muerte, porque a pesar de que su santidad era bien conocida y patente, él no fue beatificado hasta dos siglos más tarde y canonizado hace apenas 68 años.
San Martín de Porres, ayúdanos a vivir una vida de amor a Dios y al prójimo, de abnegación y caridad ardiente, olvidándonos de todo lo mundano y apartando de nosotros todo aquello que nos aparte de Dios.
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