14. Las tres ciudades: Egipto

El programa pasado profundizamos en la ciudad de Babilonia en esta serie de 3 programas, de la que hoy es el turno de Egipto. Analizaremos el significado bíblico y escatológico de este lugar tan histórico a la luz de la Revelación y los escritos de los Padres de la Iglesia. Hoy también hablaremos sobre una de las virtudes más importantes para los últimos tiempos: la paciencia, apoyándonos en San Agustín, analizaremos una importante cita de la carta de San Pablo a los efesios, y conoceremos la heroica vida y el testimonio de una santa verdaderamente grande de la época moderna.
La Iglesia que ilumina
La Iglesia que ilumina
14. Las tres ciudades: Egipto
Loading
/

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Secciones del programa

Luz para mis pasos

Continuamos en esta semana con la segunda entrega de esta serie especial de tres programas que estamos dedicando a estudiar y explicar, bajo la luz de la Revelación, la historia, el sentido religioso y el significado escatológico de tres ciudades importantes que aparecen en la Biblia: estas ciudades son Babilonia, Egipto y Jerusalén.

El programa anterior lo dedicamos a la ciudad de Babilonia y si aún no lo has escuchado, te invitamos a hacerlo, para poder entender mucho mejor todas las referencias que vamos a utilizar.

En este programa nos vamos a centrar en la segunda ciudad: Egipto, que aunque geográficamente no es una ciudad sino un país, pero lo llamamos así en sentido espiritual, imitando la denominación que han utilizado San Agustín y otros santos.

Si Babilonia era la ciudad de los que conociendo a Dios se rebelan contra Él y terminan adorando al demonio, Egipto es la ciudad de los que desconocen a Dios y terminan adorándose a sí mismos y adorando al mundo, lo que indirectamente lleva también a adorar al demonio.

Egipto es la ciudad del mundo, “mundo” entendido como enemigo del alma. Es la sociedad liberal en la que vivimos actualmente, que vive como si Dios no existiera o Lo reduce al ámbito privado; que llama libertad al libertinaje, que no juzga los actos morales, pero condena a quienes denuncian la inmoralidad, que crea dioses de deportistas, políticos, cantantes, e incluso animales, y convierte los gimnasios, los bares y las tiendas de ropa en templos y lugares de culto. Promulga leyes, pero no son las de Dios, sino las que nos hemos dado nosotros con nuestro voto, haciendo cómplices a todos sus participantes de las mayores abominaciones imaginables, y convirtiéndolas en derechos.

Egipto es un desierto lleno de espejismos, una tierra de aparentes placeres, que cuando quieres disfrutarlos solo dejan vacío, sequedad y una sed insaciable, que conduce a la esclavitud. 

Y ésta, esclavitud, es probablemente una de las palabras que nos venga a la mente si pensamos en Egipto en el contexto bíblico. Pero hay mucho más y para poder extraer más características, más enseñanzas y más situaciones que nos ayuden a entender la importancia escatológica de Egipto, vamos a recurrir a algunos de los principales pasajes de las Escrituras en los que aparece.

  • Abraham en Egipto

Igual que vimos con Babilonia, Egipto es un lugar que aparece nombrado en el primero y en el último libro de la Biblia. La primera referencia aparece en Génesis 12,10, donde se nos narra que a causa del hambre que había en el país, Abraham bajó a Egipto para vivir allí, pero le invade un temor: que los egipcios al ver la belleza de Sara, su mujer, lo maten a él para poder quedarse con ella. Por eso le pide a Sara que cuando entren a Egipto se haga pasar por su hermana y ella acepta. Efectivamente, los egipcios quedaron prendados de Sara e incluso el faraón la tomó como mujer, y a cambio, Abraham recibió muchas riquezas, ganados y siervos. Por el pecado del faraón, Dios castiga a Egipto con grandes plagas, por lo que el faraón descubre el engaño y expulsa a Abraham y a Sara, con todo lo que poseían.

Este breve pasaje ya nos da algunas enseñanzas sobre Egipto:

  • La primera es que Egipto trata de corromperte en cuanto entras en ella. Es una ciudad rica en bienes materiales y estando en ella nos ofrece riquezas, bienestar y seguridad, a cambio de que cumplamos sus deseos, nos postremos ante sus dioses y abracemos su forma de vida pecaminosa. Egipto es codiciosa y lujuriosa, y mata si es necesario para conseguir lo que quiere.
  • Abraham sabe esto y por eso actúa con astucia, aprovechándose del Faraón y logrando los bienes que buscaba, sin tener que permanecer mucho tiempo en la ciudad, conservando su vida, sin tener que someterse a los egipcios, ni contaminarse de sus pecados. Aunque esta forma de actuar nos sorprenda, no debemos juzgar sus acciones con mentalidad actual o según las leyes cristianas, ya que en aquel momento aún no existía la ley mosaica.
  • Otra cosa que queremos señalar es que Dios no destruye Egipto por sus pecados, sino que siempre le castiga con plagas. Esto es porque los que viven en Egipto no son seres espirituales, sino que viven según la carne y la forma que tiene Dios de moverlos al arrepentimiento y a la conversión es a través de castigar su carne y su bienestar, como explicaremos más adelante.

  • Abraham, Sara y Agar

El siguiente pasaje que queremos analizar lo encontramos en Génesis 16, 1, que dice así:

“Sarai, mujer de Abram, no le daba hijos; pero tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar, y dijo Sarai a Abram: “Mira que Yahvé me ha hecho estéril; llégate, pues, te ruego, a mi esclava. Quizás podré tener hijos de ella.” (…) Llegóse, pues, él a Agar, la cual concibió; mas luego que vio que había concebido, miraba a su señora con desprecio.”

  • De nuevo no hay que juzgar la conducta de Sara y Abrahán según las leyes cristianas, pues la monogamia no era todavía precepto en aquella época. 
  • San Pablo en la Epístola a los Gálatas 4, 22 explica que Agar, la esclava, es figura y tipo del Antiguo Testamento, de aquellos que viven sometidos bajo la ley; Sara, en cambio, es el tipo del Nuevo Testamento y de la “Jerusalén de arriba”. Por eso, aunque Sara parece estéril, es más fecunda, por ser madre del hijo de la promesa (Isaac), mientras que Agar, aunque fecunda según la carne, es estéril para el Reino de Dios, y su hijo Ismael no obtendrá bendiciones espirituales.
  • Entender esto es importante porque a veces podemos envidiar la fecundidad y los aparentes frutos que tienen las obras mundanas. Vemos por ejemplo, conciertos y festivales llenos de jóvenes, iglesias protestantes que tienen cada vez más adeptos y pensamos que imitando sus acciones vamos a poder obtener sus resultados en las obras de Dios. Y así, mundanizando las obras de Dios, nos abajamos a copular o a “aggiornarnos” con el mundo, con el error, con Egipto, que aparentemente nos da lo que deseamos, frutos según la carne, pero en realidad son frutos estériles para el Reino de Dios y no obtienen bendiciones espirituales.

  • José vendido por sus hermanos

Permanecemos en el libro del Génesis y saltamos ahora a la historia de José, hijo de Jacob, vendido por sus hermanos a los mercaderes madianitas. José al ser traicionado por sus hermanos y vendido por unas pocas monedas de plata es figura de Jesucristo. Ambos siendo humillados por los hombres, fueron enaltecidos por Dios. 

Génesis 39,1

“Mas Yahvé estaba con José e hizo prosperar lo que hacía. Habitaba en casa de su señor, el egipcio; y su señor vio que Yahvé le asistía y que Yahvé favorecía en sus manos todas sus empresas. Así José halló gracia a sus ojos, y le servía de tal manera que le encargó el gobierno de su casa y puso en sus manos todo lo que tenía. (…) Yahvé bendijo la casa del egipcio por amor a José.

  • Hemos dicho que Egipto es un lugar de riquezas y aquí vemos cómo los bienes materiales no son malos si los utilizamos al servicio de Dios. De hecho, Dios permite que esos bienes se puedan multiplicar si los usamos para el bien y no hacemos ídolos de ellos. Sin embargo, no se puede estar en Egipto sin que, tarde o temprano, seamos alcanzados por la prueba. Dios quiere comprobar que Le somos fieles y quiere santificarnos a través de las dificultades, para que no vivamos apegados a las cosas: podemos perder un trabajo, sufrir una enfermedad o vivir una experiencia que ponga a prueba nuestra fe. Es ahí, en las pruebas, cuando podemos demostrar nuestra fidelidad a Dios. A José estando en Egipto también le sobrevino la prueba.

Génesis 39,7

“Acaeció después de estas cosas que la mujer de su señor puso los ojos en José y dijo: “Acuéstate conmigo.” Pero él rehusó, diciendo a la mujer de su señor: “Es verdad que mi señor no me pide cuentas acerca de lo que tiene en su casa, y todos sus bienes los ha puesto en mi mano; (…) a excepción de ti, por cuanto eres su mujer. ¿Cómo, pues, voy a hacer esta gran maldad y pecar contra Dios?” (…) Mas cuando cierto día entró en la casa para cumplir su tarea, y no había ninguno de los sirvientes de la casa allí dentro, le asió de su vestido y dijo: “Acuéstate conmigo.” Pero él, dejando su vestido en mano de ella, huyó y salió afuera. (…) (Ella) llamó a los sirvientes de su casa y les dijo: “Mirad, nos ha traído un hebreo para que se burle de nosotros; vino a mí para acostarse conmigo, pero yo clamé a grandes voces; y él, como oyese que yo alzaba mi voz y clamaba, dejó su vestido junto a mí y escapó huyendo.” (…) Al oír el señor las palabras que su mujer le hablaba, (…) montó en cólera, y tomando a José lo metió en la cárcel.”

  • José no cede a la tentación de infidelidad que le propone Egipto y pierde todo lo que tenía. Estas situaciones las vemos cada vez más frecuentes en la actualidad, cuando se persigue a los médicos que no quieren practicar abortos, cuando se multa a los colegios que no implantan la ideología de género, cuando se pretende obligar a los sacerdotes a bendecir el pecado. Egipto es un lugar de prueba y el mundo nos exige que nos arrodillemos ante él o perderemos todo lo que tenemos.
  • José supera la prueba y confía en Dios, aunque termina en la cárcel. Pero Dios premia su fidelidad y le da el don de interpretar sueños, lo que termina elevándole de nuevo como gobernador de la casa del faraón y de todo Egipto. Este pasaje nos recuerda al que vimos en el último programa entre el rey Nabucodonosor y el profeta Daniel. Ahí comentamos cómo Nabucodonosor, a pesar de reconocer a Dios, no se convierte y su reino termina destruido. En este caso, el faraón reconoce a Dios a través de los prodigios que obra en José, de su inteligencia y sabiduría y lo pone al frente de su reino y éste prospera, guiado por Dios. 
  • Tenemos muchos ejemplos en la historia de cómo reinos e imperios mundanos han prosperado, siendo instrumentos de Dios para la expansión de la fe por todo el mundo, guiados por hombres y mujeres santos.
  • De José, dice San Crisóstomo: “de cautivo llegó bien pronto a ser el jefe de todo el Egipto; ésta es la ventaja de las aflicciones sufridas valerosamente; su paciencia fue inquebrantable, las pruebas no le abatieron, y Dios, después de haberle experimentado, le halló digno y le bendijo.” Esta acción de Dios la vemos también en la Santísima Virgen María, como queda expresado en el Magníficat (Lucas 1, 46)
  • Gracias a José, Egipto se convierte durante un tiempo en el lugar de refugio y sustento al que acuden, cuando arrecia el hambre, los hijos de Jacob, los hermanos de José, los que le vendieron. Aunque los motivos para ir a Egipto son los mismos, el hambre, qué diferente es este Egipto, del que se encontró Abrahán. 
  • Entonces, José pone a prueba a sus hermanos, antes de hacerles partícipes de los bienes que Dios ha puesto en su mano en Egipto. Les prueba igual que él fue probado en la fe, para ver si se han arrepentido y actúan con justicia. Ellos se humillan, reconocen su pecado, son perdonados y, como añadidura, participan de los bienes.
  • Cristo nos dice en Mateo 6,33 que busquemos el Reino de Dios y Su justicia y nos asegura que lo demás se nos dará por añadidura. Confiar en esta promesa se vuelve especialmente necesario, cuando vivimos momentos de carestía y necesidad, porque si no, corremos el riesgo de vender nuestra primogenitura, por un plato de lentejas (Génesis 25,27). 
  • Los que así actúan, son llamados por San Pablo en Hebreos 12,16, como “fornicarios o profanadores”. Esta tentación sucederá en los últimos tiempos como nos dice el Catecismo en el número 675, cuando se “desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la Verdad”.

  • El pueblo de Israel cautivo en Egipto

Egipto odia la Verdad, la odia porque la Verdad nos hace libres (Juan 8,32) y Egipto vive de la esclavitud. Egipto se pregunta como Pilatos “¿Qué es la Verdad?” (Juan 18,38) y se responde a sí misma diciendo que cada uno tenemos una verdad y que tu verdad no es más importante que la mía, porque la libertad que ella nos ofrece nos hará verdaderos. Egipto no quiere hombres libres porque la esclavitud es el fundamento con el que ha sido construido: sus palacios, sus pirámides, su riqueza, su historia y su fama. Esta esclavitud se da de dos formas: 

  • Es esclavitud espiritual, cuando rechazas la Verdad, te dejas seducir por su forma de vida y terminas arrodillado ante el mundo y encadenado a sus vicios y placeres.
  • La segunda forma es la esclavitud material a la que Egipto te somete cuando vives según la Ley de Dios y te niegas a participar de sus pecados. Entonces Egipto te ve como una amenaza y te hace la vida imposible: dificulta tu trabajo para que no prosperes, te impone impuestos y cargas abusivas, y hace lo posible para que no tengas hijos, y si los tienes trata de pervertidos.

Esto es exactamente lo que le sucedió al pueblo de Israel después de la muerte de José, quien antes de morir dejó un encargo (Génesis 50,24):

“Y dijo José a sus hermanos: “Voy a morir; mas Dios seguramente os visitará, y os hará subir de este país a la tierra que juró dar a Abrahán, a Isaac y a Jacob.” Luego José hizo jurar a los hijos de Israel, diciendo: “De seguro os visitará Dios, y entonces llevaos de aquí mis huesos.”.

Entonces ocurre algo que cambia la suerte de los israelitas según Éxodo 1, 8:

“Entretanto se alzó sobre Egipto un nuevo rey, que nada sabía de José; el cual dijo a su pueblo: “Mirad, el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y más fuerte que nosotros. Tomemos, pues, precauciones contra él, no sea que siga multiplicándose, y en caso de venir sobre nosotros una guerra, se asocie también él a nuestros enemigos para combatirnos, y salga después del país.” (…) Entonces los egipcios redujeron a cruel servidumbre a los hijos de Israel, y les amargaron la vida con duros trabajos de arcilla y ladrillos, toda suerte de labores del campo y toda clase de servidumbre con que los oprimían por fuerza. El rey de Egipto dio también orden a las parteras de las hebreas, diciéndoles: “Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, averiguad el sexo; si es niño, matadlo; mas si es niña, vivirá.” Pero las parteras temían a Dios, y no hicieron como les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los niños. (…) Y por haber temido las parteras a Dios, Él les dio numerosa prole. Entonces dio el Faraón a todo su pueblo esta orden: “Todo niño que naciere a los hebreos lo echaréis al río; mas a toda niña dejaréis con vida.”

  • La matanza de inocentes, y concretamente de niños, es uno de los signos más evidentes de la presencia del demonio en las sociedades y es anticipo de que un gran castigo está cerca (2 Reyes 24,3). Sucedió así con las plagas de Egipto, que ahora comentaremos. Sucedió con la sangre inocente derramada por Manasés (2 Reyes 21,16), que derivaron en la invasión de Antíoco Epífanes y la destrucción de Jerusalén, y también con Herodes, rey de Judea, con la matanza de los niños de Belén. Sucedió también con todos los pueblos que a lo largo de la historia han realizado sacrificios humanos y que han terminado borrados de la faz de la tierra. Nadie podrá sorprenderse de lo que suceda también en nuestros días a causa del aborto.
  • Las parteras hebreas nos dan un ejemplo admirable de que hay que obedecer a Dios antes que los hombres y de que las órdenes injustas no deben ser obedecidas, aunque provengan de un rey, de un emperador o del mismísimo papa.
  • Hemos leído cómo todo el pueblo de Israel fue sometido a la esclavitud y a la prueba de fe, pero se mantuvieron fieles a Dios y Le imploraron por un libertador. Dios escuchó a su pueblo y les envió a Moisés.  

  • Moisés, libertador de Israel, imagen de Cristo

Moisés nace en Egipto y, aunque es hijo de hebrea y por ello debía morir ahogado en el río, es precisamente el río el medio por el que, escondido en una cestilla, es salvado milagrosamente de ser asesinado y termina siendo adoptado por la hija del faraón como hijo propio. Moisés se formó en todas las ciencias de los egipcios y esto fue así dispuesto por la Divina Providencia para salvar al pueblo hebreo de la esclavitud. Pero siendo ya mayor renunció a las riquezas y placeres que le ofrecía Egipto, por el camino de la Verdad y la justicia.

Como nos dice San Pablo en Hebreos 11,24:

“Por la fe, Moisés, siendo ya grande, rehusó ser llamado hijo de la hija del Faraón, eligiendo antes padecer aflicción con el pueblo de Dios que disfrutar de las delicias pasajeras del pecado, juzgando que el oprobio de Cristo era una riqueza más grande que los tesoros de Egipto”.

Egipto y el mundo son una cárcel dorada de la que no se puede entrar y salir cuando uno quiere. Es necesaria una “llave de entrada” y una “llave de salida”. Hemos visto que José fue desterrado de su pueblo, por sus hermanos, pero en el plan de Dios, esto era necesario para que fuera “llave de entrada” y desde dentro abriera la puerta de Egipto a su pueblo en momentos de necesidad. Igualmente, en el plan de Dios, Moisés fue desterrado de Egipto para convertirse en “llave de salida”, abrir la puerta de Egipto desde fuera y liberar al pueblo de la esclavitud.

Antes de eso, Moisés huye al desierto, escapando del faraón y comienza una vida oculta, que le permite purificarse de su antigua vida en Egipto, predisponer su alma para el encuentro con Dios y prepararse para la gran misión que le espera. Esta estancia en el desierto nos recuerda a la vida oculta de Cristo, que también permaneció durante 40 días en el desierto como preparación para el inicio de su vida pública y Su misión redentora. Esta es también una gran enseñanza para nuestros días: para poder ser instrumentos de Dios en medio de una Iglesia cada vez más sometida al mundo, debemos escapar al desierto de la oración y llevar una vida sobria, alejada de todas las distracciones que nos ofrece el mundo. Solo así, Dios podrá actuar en nosotros y podremos ser aquello que la Iglesia necesita en estos momentos.

  • Moisés, instrumento de Dios

Eso es lo que hizo Moisés: ser lo que el pueblo de Israel necesitaba en esos momentos, según el plan de Dios (Éxodo 3,9):

“Ahora el clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta Mí y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ve, por tanto, y te enviaré al Faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto.”

Pero sabemos por el libro del Éxodo que esta misión no fue fácil. Y Moisés se encuentra principalmente tres obstáculos:

  • El primero es su propia pequeñez: Moisés se ve incapaz e inútil para realizar una misión que sobrepasa sus capacidades y pone excusas a Dios: piensa que no le   van escuchar ni a creer (Éxodo 4,1), dice que él no tiene el don de la palabra (Éxodo 4, 10) y pide que sea otro el que cumpla la voluntad de Dios (Éxodo 4,13).

Estas excusas de Moisés, que no son más que desconfianza, encienden la ira de Dios, que le había prometido asistirle con prodigios para que le creyeran (Éxodo 3,20), que le había dicho qué palabras tenía que decir (Éxodo 3,15) y, además de esta asistencia directa de Dios, también le proporciona un apoyo humano en su hermano Aarón (Éxodo 4,14).

Como vimos en el programa sobre las profecías, es Dios quien escoge a sus instrumentos inútiles y los capacita para la misión, si estos se humillan y confían en Él. Dios, que elige a los débiles para confundir a los fuertes, nos pide que desconfiemos de nosotros mismos, pero no de Él.

  • El segundo obstáculo que encuentra Moisés es la falta de fe del pueblo que debía liberar: Moisés hace las señales delante del pueblo y en un primer momento, éste cree que verdaderamente ha sido enviado por Dios.

Sin embargo, para poder ser liberados es necesario que también pasen una prueba de fe, más importante incluso que la primera que hemos comentado antes. Esta prueba aparece cuando Moisés pide que deje salir al pueblo y el faraón responde oprimiéndoles más y pidiéndoles prácticamente un milagro: que hagan la misma cantidad de ladrillos, sin la paja que antes les proporcionaba.

Esta actitud injusta del faraón recuerda a ese desafío recurrente que utilizan los enemigos de Cristo y de Su Iglesia ante un sufrimiento o una injusticia, que ellos mismos han provocado. “¿Dónde está Dios, ahora?”, dicen. O como dijeron al propio Cristo en la Cruz: “Puso su confianza en Dios, que Él lo salve ahora, si lo ama” (Mateo 27,43).

Así será también en los últimos tiempos, dice Nuestro Señor, cuando “por el exceso de la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfríe” (Mateo 24,13). La respuesta la encontramos en el versículo siguiente: “Mas el que perseverare hasta el fin, ése será salvo.”

En medio de la prueba, el pueblo se vuelve contra Moisés y Aaron a quienes culpan de sus males. Esta misma queja, que es una falta de fe en la promesa de Dios, se repetirá cada vez que encuentren una dificultad después de su salida de Egipto: Cuando el Faraón les persigue hasta el mar Rojo (Éxodo 14,11), cuando se encuentran un agua que está amarga (Éxodo 15,24), cuando les falta la comida (Éxodo 16,3), cuando les falta el agua (en Éxodo 17,2 y en Números 20,4), cuando se cansan del maná (Números 21,5), cuando tengan que enfrentarse a los habitantes de Canaán (Números 14,3) etc. El reproche es siempre el mismo: “¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para morir en el desierto?”.

Este es uno de los efectos que provoca Egipto. Egipto te atrapa y arraiga en tu corazón, de modo que cuando quieres huir de él te persigue y te recuerda como si fueran riquezas, las miserias que te proporcionaba; de modo que te arrepientas de haberte ido, vuelvas la vista atrás y caigas de nuevo en su esclavitud. Es la misma tentación de la mujer de Lot, que comentamos en el programa sobre La huida y es la misma experiencia que tenemos todos cuando caemos en un pecado de forma recurrente.

Egipto es un desierto espiritual, lleno de espejismos y de bienes aparentes que nos permiten vivir en medio de una ilusión, mientras se seca nuestra fe. Esto lo experimentan los israelitas cuando salen de ese desierto espiritual, para llegar a un desierto material.

El desierto material es un lugar de purificación antes de poder estar en la presencia de Dios. El pueblo de Israel tardó 40 años en recorrer un camino que se podía hacer en tres días (Éxodo 5,3) y aún así, ese tiempo no fue suficiente para olvidar Egipto.

Y esto es porque para ser liberados hay que dejarse liberar. A los que no quieren ser liberados de la esclavitud del mundo y del pecado, Dios los deja en su apego al mundo o como dice San Pablo en Romanos 1,24, “Dios los entregó a la inmundicia en las concupiscencias de su corazón”, no los empuja al mal, sino que los abandona, retirando de ellos su Gracia, por eso esta es una petición que hacemos en el Padrenuestro: “no nos dejes caer en la tentación.” 

  • El tercer obstáculo de Moisés para liberar al pueblo es la obstinación del faraón: El faraón con una actitud soberbia dice no conocer a Dios (Éxodo 5,2). Así que Dios se da a conocer al faraón, primero a través de señales y prodigios (Éxodo 7,3) y después con las plagas.

La actitud del faraón es como la de tantos hombres de hoy, que se declaran ateos o agnósticos y sin embargo otorgan toda su credibilidad a la Ciencia y al progreso del hombre. Por eso, se atreven a desafiar a Dios queriendo imitar su poder creador y dador de vida, a través de la tecnología o con la ayuda del demonio.

Eso mismo hace el faraón: ante cada prodigio obrado por Moisés y Aaron, él manda a sus sabios y hechiceros a imitarlos. Así leemos por ejemplo en Éxodo 7,10:

“Se presentaron Moisés y Aarón al Faraón, e hicieron según la orden de Yahvé: Aarón echó su vara delante del Faraón y delante de sus servidores, la cual se convirtió en serpiente. Mas el Faraón llamó igualmente a los sabios y a los hechiceros, y también ellos, los magos egipcios, hicieron con sus encantamientos las mismas cosas. Echaron ellos cada cual su vara, y se convirtieron en serpientes; pero la vara de Aarón se tragó las varas de ellos. Sin embargo, se endureció el corazón del Faraón, de manera que no los escuchó, como había dicho Yahvé.”

Dios da una oportunidad al faraón para que cumpla su voluntad y éste la rechaza, por lo que los siguientes signos que reciba el faraón para conocer a Dios ya no serán prodigios o milagros, sino castigos, a cada cuál más grande, hasta que el corazón endurecido del faraón se ablande y su soberbia se convierta en humillación.

Dios podía haber destruido al faraón, igual que nos podría destruir a nosotros cada vez que nos empeñamos en ofenderle. En cambio tiene paciencia con nosotros y permite que suframos algunos males temporales y nos prueba a través del dolor, para tratar de evitarnos el mal eterno, es decir, nuestra condenación. Las pruebas y las plagas son, por tanto, una gran manifestación de Su misericordia, pero si como el faraón no nos convertimos, al final el pecado permanece y la gracia de poder arrepentirnos se pierde. Dios no perdona todo: no puede perdonar si el pecador no quiere ser perdonado, si no muestra arrepentimiento sincero y deseo de enmienda.

Con las dos primeras plagas (sangre y ranas) el faraón responde con sus brujos y termina derrotado, pidiendo auxilio a Moisés a cambio de dejar libre al pueblo, promesa que no cumple cuando cesan los males. Con la siguiente plaga, los mosquitos, los hechiceros ya no pudieron imitarla y ellos mismos terminan reconociendo el poder de Dios (Éxodo 8,15).

De la cuarta a la sexta plaga (tábanos o escarabajos, pestes en animales y úlceras), Dios ya no castiga la región de Gosen, donde vivía el pueblo de Israel, como una señal más de distinción entre el pueblo de Egipto y el pueblo de Dios. Entonces la negativa del faraón se convierte en una negociación engañosa. Primero les permite ofrecer sacrificios a Dios dentro de Egipto (Éxodo 8,21), luego les dice que vayan al desierto, pero no muy lejos y que recen por él (Éxodo 8,24), después que vayan solo los hombres (Éxodo 10,11), y por último que vayan todos, pero sin el ganado (Éxodo 10,24), por lo que no tendrían nada que ofrecer a Dios.

Con cada ofrecimiento, el faraón se niega a cumplir la orden de Dios y busca atajos y triquiñuelas para salirse con la suya. Esto nos enseña que no podemos cumplir la voluntad de Dios a medias. El mundo siempre va a relativizar y tergiversar la voluntad divina, para tratar de confundir y calmar nuestra conciencia, para que desistamos y no quedemos libres. Nos ofrecerá quitarnos los grilletes o nos dará una celda más grande llena de ventanas, pero nunca nos dejará salir de la cárcel.

Nos dirá que ya somos buenos y que vamos a Misa, que no pasa nada porque tengamos diversiones mundanas y pequeños vicios, nos dirá que no hay que exagerar en ciertos temas morales porque tu verdad puede ser distinta a la de los demás y quién eres tú para juzgar.

Lo vemos también hoy en día con tantas “negociaciones” entre la Iglesia y el mundo. Dicen: “Os mantenemos la subvención a los colegios y a cambio introducimos ideología de género de forma transversal en todas las asignaturas.” O también: “Os mantenemos la financiación estatal, pero no hagáis mucho ruido cuando aprobemos estos temas”. Estos acuerdos y tantos otros son una traición a la Verdad y un engaño para los fieles que desean cumplir la voluntad de Dios.

Egipto es mentiroso y promete cosas que no tiene intención de cumplir. Así el faraón persiste en su engaño para que Dios haga cesar las plagas. Pero “de Dios nadie se burla” (Gálatas 6,7), por lo que a partir de la séptima plaga, los castigos van a ir dirigidos al “corazón del faraón” (Éxodo 9,14)

“Así dice Yahvé, el Dios de los hebreos: Deja ir a mi pueblo, para que me den culto. Porque esta vez voy a enviar todas mis plagas sobre tu corazón, sobre tus siervos y sobre tu pueblo, para que sepas que no hay como Yo, en toda la tierra. Si yo hubiera extendido mi mano para herirte a ti y a tu pueblo con peste, ya habrías desaparecido de la tierra; pero para esto te he conservado, para mostrarte mi poder, y para que sea celebrado mi nombre en toda la tierra.”

La séptima plaga es el granizo y aquellos que temieron a Dios, le obedecieron y se libraron del castigo, no así el faraón y sus siervos, que sufrieron los males, pero no temieron a Dios.

Dice San Agustín que “Es fácil temer la pena, pero esto no es temor de Dios”, aun así Dios permite el arrepentimiento por contricción y por atrición. Rechazar las obras evidentemente divinas y obstinarse en la senda del mal, es, según San Atanasio y San Ambrosio, pecar contra el Espíritu Santo; pues estas obras de la bondad y santidad de Dios son un don especial del Espíritu Santo y Jesús dice en Mateo 12,31, que tal pecado no se perdona. Qué pecado tan grande tienen aquellos que rechazan las obras y manifestaciones divinas en nuestros días y niegan su sobrenaturalidad.

Vemos aquí, de nuevo, que la persistencia en el mal lleva al castigo y que aquellos que no se alejan de los impíos sufren su misma suerte, como ya hemos explicado en el esquema de los dos caminos de la apostasía. 

Las plagas son cada vez peores en gravedad y en destrucción: lo que sobrevive a las pestes y a las úlceras es matado por el granizo, lo que sobrevive al granizo es devorado por las langostas (octava plaga), de modo que al final toda la tierra de Egipto queda devastada.

No vamos a profundizar en ello en este programa, pero así sucederá con las plagas que se narran en el Apocalipsis y que a pesar de su creciente gravedad no servirán para que los hombres se conviertan (Ap. 9,20, Ap. 16,9, Ap. 16,11).

Llegamos a la novena plaga y esta es una plaga importante, porque después de que los castigos se hayan centrado en las cosas naturales y materiales: ríos, ganados, cosechas, etc., la novena plaga son las tinieblas y estas tienen un claro sentido espiritual. Las tinieblas provocan confusión, parálisis, miedo, inseguridad, nos desvían del camino correcto y nos hacen tropezar.

Y todas estas cosas son en realidad una plaga que Dios permite para probar la fe de sus fieles. Una prueba en la que tenemos que decidir si permanecemos bajo la luz de la Verdad o si abandonándola o escondiéndola, preferimos perseguir las sombras encendidas del error.

Por eso debemos reflexionar si la confusión, la ceguera espiritual y la oscuridad en la fe que vemos hoy en día en la Iglesia, pueden ser esa plaga espiritual y esa prueba de fe, que sigue a las plagas corporales que venimos sufriendo en las últimas décadas: como la falta de vocaciones, la secularización de los religiosos, la difusión de doctrinas erróneas, la relativización de la moral, los abusos litúrgicos, etc.

Las tinieblas nos obligan a elegir un camino: el camino de los que permaneciendo fieles a Dios serán dignos de huir de la ciudad de Egipto hacia la ciudad santa de Jerusalén; o el camino de los que habiendo conocido a Dios, Lo rechazan, y que conduce de la esclavitud de la ciudad de Egipto al cautiverio de la ciudad de Babilonia.

Dice el relato bíblico que las tinieblas duraron tres días (Éxodo 10,23), y nos recuerda a las tres horas de oscuridad que narra Lucas 23,44, antes la muerte de Cristo en la Cruz:

“Era ya alrededor de la hora sexta, cuando una tiniebla se hizo sobre toda la tierra hasta la hora nona, eclipsándose el sol; y el velo del templo se rasgó por el medio. Y Jesús clamó con gran voz: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró.”

También las tinieblas son un castigo en el Apocalipsis 16,10, cuando el ángel derrama la quinta copa sobre el trono de la bestia y el reino se cubre de oscuridad. Sabemos por el testimonio de numerosos santos y místicos, que esas tinieblas también durarán tres días.

No podemos olvidar que también Cristo resucitó al tercer día de ser sepultado (1 Corintios 15,4). Tres días en los que la luz de la fe se oscureció durante ese tiempo en muchos corazones, incluidos los de sus discípulos. No así en aquellos que creyeron en la promesa de Su resurrección y mantuvieron encendida la luz de la fe y la esperanza, como la Santísima Virgen María.

Así ocurrió también en Egipto durante la plaga de las tinieblas: “los hijos de Israel tenían luz en sus moradas”, como leemos en Éxodo 10,23.

En cambio, el faraón escoge el camino de Babilonia: dejando los juegos y engaños, toma una decisión definitiva: se niega rotundamente a dejarles salir, expulsa a Moisés de su presencia y le amenaza de muerte si lo vuelve a ver (Éxodo 10,28). Si antes decía no conocer a Dios, ahora que ya Lo conoce, manifiesta públicamente su total rechazo a Él, persiste en el camino de su apostasía, y asume las consecuencias de su acto: es decir la décima y última plaga. 

Esta actitud del faraón nos recuerda el acto supremo de apostasía del pueblo judío, cuando dijeron que “no tenían más rey que el César” (Juan 19,15) y “que cayera la sangre de Cristo sobre ellos y sobre sus hijos”. (Mateo 27,25). Son, en definitiva, los ecos de aquel primer acto de rebelión contra Dios, de lucifer y los otros ángeles caídos, cuando en un acto supremo de soberbia dijo: “No serviré a Dios”.

La décima plaga es la muerte de todos los primogénitos de los egipcios, desde el faraón hasta el ganado y es también el castigo por la matanza de los niños hebreos. Entonces el faraón derrotado, humillado y lleno de ira ordena al pueblo de Israel que se vayan.

Egipto no libera, sino que es obligado a expulsarte, lo hace con odio y te hace responsable de sus males, de haber destruido sus recursos y su forma de vida. Sin embargo, hasta llegar a la Tierra prometida, a Jerusalén, es necesario transitar por un duro camino de purificación, porque aunque Egipto te deje ir, te perseguirá para hacerte volver (Éxodo 14,5) y siempre hay una pequeña parte de ella que permanece oculta en el corazón y te hace mirar con nostalgia hacia atrás, especialmente cuando surgen las dificultades.

Los israelitas no se fueron con las manos vacías, sino que sus vecinos egipcios les proporcionaron toda clase de objetos de oro y plata y vestidos (Éxodo 12,35), igual que sucedió con Abraham, como hemos comentado al principio. Estos presentes fueron posteriormente motivo de condenación para muchos de los israelitas, cuando probablemente fueron utilizados para construir el becerro de oro.

¿Qué pasó finalmente con el cuerpo de José? Encontramos la respuesta en Éxodo 13,19:

“Moisés llevó también consigo los huesos de José, pues éste había hecho jurar a los hijos de Israel, diciendo: “Cuando os visitare Dios, llevad de aquí con vosotros mis huesos.”

Pasemos ahora brevemente por otros dos pasajes importantes sobre Egipto en las Escrituras.

  • El resto infiel de Jerusalén

El primero es menos conocido y está relacionado con lo que dijimos en el programa anterior sobre Babilonia. Cuando Nabucodonosor llevó cautivos a los judíos de Jerusalén a Babilonia, algunos de los más pobres, como viñadores y labradores fueron dejados en Jerusalén. Este pequeño resto, entre los que estaba el profeta Jeremías, queda por orden del rey, bajo el gobierno de Godolías. Entonces algunos judíos se rebelan contra Godolías y lo matan; los demás, temiendo las represalias de Nabucodonosor, planean huir a Egipto, pero antes consultan a Jeremías qué tienen que hacer. Dios, a través del profeta, les responde (Jeremías 42,9):

“No temáis al rey de Babilonia, al cual tenéis tanto miedo; no le temáis, dice Yahvé; pues Yo estoy con vosotros, para salvaros y para libraros de su mano. Yo os seré propicio, de modo que él tenga compasión de vosotros, y os haga volver a vuestro país. (…) Pero si no dejáis vuestro proyecto de ir a Egipto y habitar allí, la espada que teméis os alcanzará allí en la tierra de Egipto, y el hambre ante el cual tembláis, os sobrevendrá allí en Egipto, donde moriréis. Todos aquellos que se han propuesto ir a Egipto y habitar allí, morirán al filo de la espada y de hambre y de peste; y ninguno de ellos quedará con vida, ni se librará del mal que Yo descargaré sobre ellos.” 

  • La mayoría de los judíos habían sido llevados al cautiverio por no someterse pacíficamente al rey de Babilonia como lo había ordenado Dios. En cambio, estos escogidos, son librados de la muerte y del cautiverio, pueden permanecer en Jerusalén y vivir en paz, por voluntad de Dios. A pesar de los pecados cometidos, Dios no los había desamparado y les promete su protección y su presencia, a través del profeta Jeremías.
  • Dios no los mueve a ninguna iniciativa, ni les pide que hagan nada extraordinario sino, al contrario, les dice que se queden donde están. Esa pasividad es la más difícil prueba de la fe, porque nadie se resigna a ella si no tiene una confianza absoluta.
  • Sin embargo, esto no les parece suficiente y se rebelan contra el plan de Dios porque ellos tienen un plan mejor: huir a Egipto, vivir tranquilos y quizá conseguir riquezas, lejos de las guerras y de una ciudad, Jerusalén, que está en ruinas.
  • Jerusalén está devastada y el templo está destruido, por lo que, igual que los que están cautivos en Babilonia, no pueden cumplir los preceptos y dar culto a Dios. Es un tiempo de oración, penitencia y purificación para todo el pueblo judío, estén en Jerusalén o en Babilonia. No es momento de huir a Egipto.
  • Y esta es una tentación que podemos tener también nosotros hoy en día, viendo la situación de la Iglesia. Hoy también vivimos un tiempo de oración, penitencia y purificación y estemos donde estemos, en la Jerusalén en ruinas o en la Babilonia apóstata, no es momento de huir y vivir en el Egipto mundano y ateo, poniendo el corazón en los éxitos deportivos, en las disputas políticas o en un descanso estéril.
  • Nuestro corazón debe estar puesto en Dios y en Su Iglesia, pidiendo por los que están en las ruinas de Jerusalén y por los cautivos de Babilonia. Dios permanece siempre junto a Su Iglesia y aunque esté dispersa por el mundo, a causa de los malos pastores y por falta de pastor (Ezequiel 34,5), tenemos su promesa de Ezequiel 34,11:

“He aquí que Yo mismo iré en pos de mis ovejas, y las revistaré, (…) las recogeré de todos los lugares por donde se dispersaron en día de nublado y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las recogeré de los países, las llevaré a su tierra y las apacentaré sobre los montes de Israel…”

“…y habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Juan 10,16)

  • Acabamos de leer cómo son las tinieblas, de nuevo, las que provocan la dispersión de las ovejas por distintos caminos. El tiempo de confusión que vivimos está provocando el mismo efecto dentro de la Iglesia, desde que “el humo de satanás se coló por una grieta” (Pablo VI) o por las ventanas que abrieron los incautos “para ver lo que pasaba en el exterior” (Juan XXIII).
  • Entre esas ovejas dispersas que Dios reunirá para su único rebaño están incluidos los judíos que se convertirán antes de la Segunda Venida de Cristo (Romanos 11,25). ¿No son entonces las tinieblas y la confusión que provocan los malos pastores y la falta del pastor un signo necesario de los últimos tiempos? ¿No son parte del comienzo de los dolores que nos avisaba Cristo en su discurso escatológico en Mateo 24,4?

El resto infiel de Jerusalén había prometido obedecer a Dios “sea cosa buena, sea cosa mala” (Jeremías 42,6), pero cuando la voluntad de Dios no coincide con la suya, tachan a Jeremías de mentiroso (Jeremías 43,2) y tomando todo el resto de Judá, incluidos Jeremías y Baruc, desobedecieron a Dios y entraron en Egipto. Allí volvieron a caer en la idolatría, persistiendo en el camino de la apostasía (Jeremías 44,2):

“Así dice Yahvé de los ejércitos, el Dios de Israel: Vosotros habéis visto todo el mal que he hecho venir sobre Jerusalén y sobre todas las ciudades de Judá; pues he aquí que hoy están desiertas y nadie habita en ellas, a causa de las maldades que cometieron para irritarme, yendo a quemar incienso a otros dioses, y a darles culto (…) ¿Por qué hacéis contra vosotros mismos este gran mal, de extirpar de Judá a hombres y mujeres, niños y mamantes, de tal suerte que no os queda resto alguno, irritándome con las obras de vuestras manos, quemando incienso a otros dioses, en la tierra de Egipto, adonde habéis venido a habitar para perecer y para ser una maldición y un oprobio entre todos los pueblos de la tierra? (…) Castigaré a los que habitan en el país de Egipto, como he castigado a Jerusalén con la espada, el hambre y la peste. No habrá quien escape o quede con vida del resto de Judá que ha venido a la tierra de Egipto (…) pues no volverán, si no es algún fugitivo.”

  • Pero ellos persistieron aún más en su apostasía (Jeremías 44,16):

“En cuanto a las palabras que nos has dicho en nombre de Yahvé, no queremos obedecerte, sino que continuaremos quemando incienso a la reina del cielo (…), como hemos hecho (…) en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén; con lo cual estábamos hartos de pan y nos iba bien y no veíamos ninguna calamidad. Pero desde que hemos dejado de quemar incienso a la reina del cielo y derramarle libaciones, nos falta todo, y nos consume la espada y el hambre.”

  • Esa reina del cielo de la que hablan, obviamente no es la Virgen María. Es astarté, diosa de la fertilidad, que bajo distintos nombres ha formado parte del olimpo de casi todos los pueblos idólatras de la humanidad. Hay unas 50 referencias a este tipo de culto en la Biblia y es el mismo que se hizo en el Vaticano con la pachamama en 2019, justo antes de que comenzara la pandemia. 
  • El grave pecado del resto infiel y su impenitencia hace que Egipto se convierta en Babilonia, cuando Nabucodonosor invade Egipto y pasa a formar parte de su imperio, como había predicho Dios en Jeremías 43,10. Los que se habían librado del cautiverio de Babilonia y huyeron a Egipto por miedo a Nabucodonosor, por no confiar en Dios, encontraron la muerte en Egipto a manos de Nabucodonosor o terminaron cautivos en Babilonia. Solo unos pocos, por misericordia de Dios, pudieron volver a Jerusalén.
  • Esta libertad que produce endurecimiento del corazón, obstinación y ceguera espiritual es uno de los frutos amargos que ofrece Egipto, como hemos visto en el ejemplo del faraón, y que terminó envenenando el alma del resto infiel de Jerusalén.

  • La Sagrada Familia huye a Egipto

El último ejemplo que queremos comentar es ya en el Nuevo Testamento, concretamente, la huída de la Sagrada Familia a Egipto, que en Mateo 2, 13 se narra así:

“Luego que partieron los magos, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, donde permanecerás, hasta que yo te avise. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Y él se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y salió para Egipto, y se quedó allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por el profeta: “De Egipto llamé a mi hijo”. Entonces Herodes, viendo que los magos lo habían burlado, se enfureció sobremanera, y mandó matar a todos los niños de Betlehem y de toda su comarca, de la edad de dos años para abajo, según el tiempo que había averiguado de los magos. (…) 

Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: Levántate, toma contigo al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que buscaban la vida del niño”. Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre y entró en tierra de Israel.”

  • Si venimos de un ejemplo de rebeldía contra Dios, San José es modelo de la virtud de la obediencia. A pesar de la difícil situación en la que estaban en Belén, estando Jesús recién nacido, San José no pone excusas y abandona Palestina de inmediato acatando en todo la santa voluntad de Dios, e igualmente se levanta y vuelve a Israel cuando se lo indican.
  • Como ya hemos visto antes, solo hay que ir a Egipto si es Dios Quien lo manda y nunca por voluntad propia. Egipto es una trampa llena de pruebas para los que viven en presencia de Dios, éstos son los extranjeros en tierra extraña, en la que solo hay miseria, persecución e impiedad.
  • Herodes iba a cometer el mismo pecado del faraón, matando a los niños de Belén, convirtiendo espiritualmente a Jerusalén en Egipto y haciendo necesaria la huida. Un dato curioso es que este mismo Herodes cuyas manos estaban manchadas de sangre inocente es quien remodeló el Templo de Jerusalén hasta convertirlo en el edificio magnífico que admiraban los apóstoles en Mateo 24,1 y cuya destrucción profetizó Jesús a continuación.

 

  • Egipto en sentido espiritual 5 conclusiones

¿Qué nos cuentan todos estos pasajes sobre Egipto en sentido espiritual, qué podemos sacar en claro? A modo de resumen, podemos extraer 5 conclusiones:

  • La primera es cuándo huir a Egipto

Egipto es un lugar de huída de un mal peor, no es un lugar al que hay que ir por gusto o por deseo. Solo cuando Dios nos lo indica, el tiempo que él nos indica.

A veces hay que huir a Egipto por escasez de lo material: o porque no confiamos suficientemente en la Providencia de Dios o porque Dios quiere probar nuestra fe, sacándonos de nuestra comodidad. A veces hay que ir a Egipto a purgar nuestros pecados. No se debe ir a Egipto si no es por Voluntad de Dios (Génesis 26,1, Jeremías 42,13)

Otras veces la huida será en contra de nuestra voluntad, cuando somos traicionados y desterrados por nuestros hermanos, como Cristo avisa en Juan 16,2: “Os expulsarán de las sinagogas”.

  • La segunda conclusión es cómo hay que huir a Egipto

Esto es siendo conscientes de que Egipto es un lugar de estancia temporal, no es para estar siempre allí; por eso no podemos acomodarnos y olvidar que nuestra patria no es lo material, sino el Cielo y debemos tener siempre en nuestro corazón el deseo de ir a Jerusalén, como los judíos en el destierro de Babilonia: “que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, Jerusalén.” (Salmo 137,5). 

Ni siquiera hay que permanecer allí después de muertos, como hemos visto en el caso de José. 

  • La tercera, Cómo vivir en Egipto

Egipto es el mundo material, creado por Dios para que el hombre lo disfrute y Le alabe, pero el hombre se vuelve soberbio y pone lo material por encima de Dios. Cuando no se vive atado a las riquezas, Dios hace que en medio de la carestía no haya necesidad.

No podemos vivir a gusto en Egipto, no podemos acomodarnos, mimetizarnos con ella, servir a sus dioses y arrodillarnos ante ellos. Siempre debemos considerarnos como extranjeros en tierra extraña.

Sin embargo, se puede vivir en Egipto, si seguimos la voluntad de Dios. Dios puede permitir que disfrutemos de los bienes siempre que sean según Su Ley y no se conviertan en ídolos. Dios puede hacer que su pueblo prospere en Egipto, como los cristianos durante el imperio romano, tras el edicto de Milán del emperador Constantino.

Pero tarde o temprano llega la prueba, cuando Egipto te propone algo contrario a la ley de Dios. Como José cuando rechazó a la mujer de su amo. Como las parteras hebreas desobedeciendo la orden del faraón. Entonces Egipto se convierte en un lugar de prueba, de purificación y de hostilidad.

  • Cuarta consecuencia, Cuándo huir de Egipto

Como hemos visto, el momento de la huida es después de la novena plaga: cuando aparecen las tinieblas. Cuando el trigo y la cizaña, la verdad y el error se confunden es cuando hay que decidir si somos trigo o cizaña, si somos de la luz o de la oscuridad, antes de la siega de los ángeles. Permanecer después de la tiniebla en Egipto supone la muerte, es decir perder la fe, o terminar cautivos en Babilonia. Huir nos libra del peligro, pero nos conduce al desierto para purificarnos.

  • Por último, Cómo debemos huir de Egipto

Igual que para entrar tiene que ser por voluntad de Dios, lo mismo para salir de allí. No es fácil huir de Egipto. Para salir de Egipto Dios te tiene que liberar. Por eso nuestra actitud tiene que ser humilde, de agradecimiento por haber sido liberados y con el firme propósito de no volver atrás.

  • Sentido espiritual y escatológico de Egipto

Concluimos este programa con la explicación escatológica de Egipto, como ya hicimos con Babilonia, que en este programa solo va a tener dos puntos.

  • El primero es que Egipto es el mundo actual

Egipto es la ciudad de los hombres, de su vanidad, la ciudad atea, que adora a las cosas creadas: que rinde culto a los astros, a la naturaleza, a los animales, al placer y a sí mismo. Es Grecia y es Roma, es Alejandría, es Tokio, es Nueva York y actualmente ya es todo el mundo.

Vivimos en Egipto cuando estamos en una sociedad que vive de espaldas a Dios. La sociedad del bienestar construye pirámides muy altas, bajo el precio de la esclavitud moral. Los grandes avances sociales y tecnológicos se han conseguido muchas veces a costa de renunciar a batallas morales como el aborto, la eutanasia, el divorcio o el laicismo.

Puede que haya un día en el que para comer tengas que renunciar a tu fe y dejarte marcar por la bestia. Puede que te quiten a tus hijos por no educarlos según la ideología de género. Puede que te encarcelen por rezar en la vía pública contra el aborto. Puede que te maten por llevar una cruz en el cuello.

A veces cuando leemos las grandes gestas que hicieron los santos se nos enciende el alma de fervor y nos hacen desear dar la vida, pero ¿lo haremos también cuando estas renuncias sean aparentemente más sutiles y silenciosas?

¿Daríamos hoy nuestra vida como hicieron San Juan Bautista, Santo Tomás Moro o San Juan Fisher, por defender la indisolubilidad del matrimonio frente al divorcio o la comunión de los divorciados vueltos a casar? 

¿Lo haríamos como los santos mártires de Uganda o san Pelayo, para defender el matrimonio entre hombre y mujer, frente a las bendiciones de parejas adúlteras u homosexuales?

Una vez conseguida la pobreza espiritual, deviene también la pobreza material y la esclavitud, por la vida inmoral que nos encadena a los vicios y por la dependencia que se crea hacia el estado que te lo da todo, mientras que Dios nos ha prometido que ese todo, nos lo dará Él por añadidura, cuando busquemos Su Reino.

Egipto es también la ciudad de los que no entienden que el mundo es un enemigo del alma y viven abrazados o arrodillados ante él. Es la libertad que esclaviza, la religión sin normas, la fe a la carta. 

  • El segundo sentido escatológico es que Egipto formará parte de la Gran Babilonia

Hemos dicho al principio del programa que Egipto aparece también en el libro del Apocalipsis; es concretamente en el capítulo 11, 8, cuando se habla del martirio de los dos testigos: 

“Y sus cadáveres yacerán en la plaza de la gran ciudad que se llama alegóricamente Sodoma y Egipto, que es también el lugar donde el Señor de ellos fue crucificado.”

En el último programa ya comentamos que esa gran ciudad es la Gran Babilonia, formada por todos los pueblos de la tierra, que habiendo conocido a Dios por la predicación universal del Evangelio, deciden rechazarLo y seguir al anticristo. Esa ciudad que es la suma de todas las ciudades apóstatas, idólatras y abominables de la historia, es llamada aquí Jerusalén, lugar donde Cristo fue crucificado, pero es también Roma, como explicamos en el último programa, porque es donde Su Vicario, San Pedro, también fue crucificado. Ambas, Jerusalén y Roma, son llamadas aquí Sodoma y Egipto, porque en los últimos tiempos aceptarán y cometerán sus mismos pecados.

Egipto es por tanto una forma indirecta de llegar a Babilonia, a la apostasía; un camino más largo, pero más cómodo.

La Iglesia vive hoy en Egipto y vive tan acostumbrada, que ya no nota cómo poco a poco la están esclavizando. Pero se acerca el día en que el Evangelio se habrá proclamado en todo el mundo y Egipto dejará de ser un espejismo de prosperidad y se convertirá en un laberinto de tinieblas. Entonces todos los que viven en ella tendrán que elegir entre la Nueva Jerusalén y la Gran Babilonia.

Los que no elijan y se queden en Egipto son los tibios, los que serán vomitados de la boca de Dios, terminarán cautivos en la Gran Babilonia y perecerán en ella; los demás, los que huyan, la pequeña grey, el resto fiel, serán purificados en el desierto, tentados y perseguidos por el dragón y protegidos y sustentados por Dios.

Esta es la elección de vida que nos dice San Ignacio en la meditación de las dos banderas de los Ejercicios Espirituales: escoger entre riquezas, vano honor del mundo y soberbia para ser encadenados por el demonio o pobreza, humillaciones y martirio, para ser liberados por Cristo.

Que Dios nos abra los ojos en medio de las tinieblas que nos ciegan y nos guíe por el camino que lleva al Cielo.

 

Iluminando lo escondido

Muy buenas a todos y bienvenidos una vez más a Iluminando lo Escondido. En el programa de hoy vamos a abordar la paciencia en las tribulaciones a la luz de San Agustín, una virtud necesaria si queremos permanecer fieles a la Verdad en estos últimos tiempos.

En primer lugar debemos tener en cuenta que si somos discípulos de Cristo no podemos prometernos una vida feliz y tranquila humanamente hablando, ya que Aquel al que decimos seguir fue el primero en no tenerla. Pues bien: Cristo nos ha prometido la felicidad, no en este mundo, sino en Él. Y cuando hayan pasado todas estas cosas reinaremos con Él por toda la eternidad. Cristo lo dijo claramente durante su vida, y está recogido en el Evangelio de Mateo capítulo 16: “Si alguno quiere seguirme, renúnciese a sí mismo, y lleve su cruz y siga tras de Mí”. Leemos también en el Evangelio de Juan, capítulo 15, versículos 18-20: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como vosotros no sois del mundo – porque Yo os he entresacado del mundo– el mundo os odia.  Acordaos de esta palabra que os dije: No es el siervo más grande que su Señor. Si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a vosotros; si observaron mi palabra, observarán también la vuestra.”

Por tanto, ya sabemos que como discípulos de Cristo hemos de pasar por tribulaciones, ahora deberemos saber cómo afrontarlas, y para ello es imprescindible la paciencia.

Dice San Agustín que la paciencia es la firmeza voluntaria y constante para soportar las cosas arduas y difíciles por virtud o utilidad. Por tanto, cuanto más arduas y difíciles sean las cosas, mayor firmeza y constancia se necesitará para soportarlas. Es decir: a mayor tribulación, mayor paciencia.

Y Dios permite las tribulaciones precisamente para trabajarnos en la paciencia. Dice lo siguiente San Agustín: 

No tengas miedo, porque el diablo no tienta si no le es permitido; es cosa demostrada que él no puede hacer más que aquello que le ha sido permitido o para lo que ha sido enviado.

Pero muchas veces (los demonios) reciben algún poder sobre los buenos, de modo que dañen en el orden temporal a los buenos, para su mayor utilidad por el ejercicio de la paciencia. Así el alma cristiana está en vela para seguir en sus tribulaciones la voluntad de su Señor, no vaya a ser que resistiendo a las órdenes de Dios se procure un juicio más grave. Porque lo que el mismo Señor, viviendo como hombre, dijo a Poncio Pilato, eso mismo Job le podría decir al diablo: No tendrías potestad alguna sobre mí si no te hubiese sido dada de arriba. Luego no debemos querer la voluntad de aquel cuya potestad maliciosa se concede contra los buenos, sino la voluntad de Aquel que da esa potestad. Porque la tribulación produce paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza; y la esperanza no defrauda, porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. 

Otra cosa que nos ayudará a ser pacientes y no quejarnos ante las tribulaciones es tener en cuenta que por nuestros pecados, nosotros merecemos dicho castigo. Sin embargo, Cristo, sin merecer pena alguna, se hizo cargo de todos los pecados de la humanidad. Veamos lo que dice San Agustín al respecto:

¡Y que no nos haga vacilar la tribulación de los buenos!, porque es una prueba, no una condenación. ¡No vaya a ser que nos horroricemos al ver sufrir a un justo cosas indignas y graves en esta vida, y estemos olvidando lo que sufrió el Justo de los justos y el Santo de los santos! Lo que ha sufrido esa ciudad entera, lo sufrió uno solo. Pero fijaos quién es ese uno: El Rey de reyes y Señor de señores, apresado, atado, flagelado, zarandeado con toda clase de afrentas, colgado y clavado en una cruz, muerto… Pon en balanza a Roma con Cristo, sopesa la tierra entera y a Cristo, equilibra cielo y tierra con Cristo; nada creado puede valorarse con el Creador, ni obra alguna se compara con el Autor: Todo ha sido hecho por Él y sin Él no se hizo nada; y, sin embargo, fue tenido en nada por los perseguidores. Soportemos entonces lo que Dios tenga permitido que soportemos. ¡Él, como médico, conoce bien qué dolor nos es útil para curarnos y sanarnos! Está escrito certeramente: La paciencia perfecciona su obra, y ¿cuál va a ser la obra de la paciencia, si no sufrimos nada adverso? ¿Por qué, pues, rehusamos sufrir los males temporales? ¿No es que tenemos que ser perfeccionados? Más bien, supliquemos, gimamos y lloremos ante el Señor, para que se cumpla en nosotros lo que dice el Apóstol San Pablo: Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que, para poder vencer, os dará con la tentación también el éxito.

También la tribulación sirve para separar a los buenos de los malos, ya que una misma situación producirá vida en las almas buenas y llevará a la condenación a las almas malas. Así lo explica San Agustín:

¡Ojalá que el ejemplo nos sirva de escarmiento! y que la concupiscencia mala que tiene sed de mundo y apetece disfrutar de los placeres pecaminosos sea refrenada, antes de murmurar contra el Señor a la vista de los castigos muy merecidos, demostrando el Señor cuan inestables y caducas son todas las vanidades del siglo. También la era siente el mismo trillo para desmenuzar la paja que para limpiar el trigo; el horno del orfebre sufre el mismo fuego para convertir la paja en ceniza que para purificar el oro; de igual manera Roma sufrió una misma tribulación, en la que el bueno fue corregido y purificado, mientras que el impío fue condenado.

Y como toda tribulación es castigo de los impíos y prueba de los justos, porque ella misma desmenuza los cardos y las pajas, y separa el trigo de la paja, de donde viene el nombre de tribulación, del mismo modo, cuando la paz y el descanso de las molestias corporales aprovecha a los buenos y pierde a los malos, la divina Providencia dispone todo esto para mérito de las almas. Y, sin embargo, ni los buenos eligen para sí mismos el ministerio de la tribulación, ni los malos buscan la paz. Por lo cual estos mismos, que sirven de instrumentos sin saberlo, reciben no el premio de la justicia que se refiere a Dios, sino el de su propia malevolencia. De igual modo que no se les imputa a los buenos el mal que ocasionan a alguien, al querer ellos hacer el bien, sino que se imputa a su buena intención el premio por su caridad.

Por último, algo de lo que no debemos olvidarnos nunca es de pedirLe a Dios la paciencia cada día en la oración, ya que como vimos en el anterior programa, para que Dios nos dé sus dones y sus gracias, es necesario que Se las pidamos con un corazón contrito y humillado. Se lo pedimos al Señor por medio de María Santísima, Reina y Madre de los últimos tiempos, con esta oración:

¡Oh Señor! Bien pocos son los hombres que conocen la fuerza de Tu cólera; pero como con muchos la ejercitas, principalmente cuando no los castigas, es necesario descubrir un acto no de Tu ira, sino de Tu misericordia, en los trabajos y dolores con que afliges para su provecho e instrucción a aquellos que amas, para no condenarlos después por toda la eternidad.

De la malicia de los injustos Te has servido para atribularme, y bajo el peso de la tribulación me he vuelto a Ti, buscando el refugio que, adormecido por la felicidad temporal, no buscaba ya.

¿Quién es, Señor, el que se acuerda fácilmente de Ti cuando la felicidad le sonríe y encuentra satisfechas todas sus expectativas presentes?

La causa por que has permitido que llegase para mí el día de la tribulación hela aquí: es probable que, si no hubiera sido herido de la adversidad, no Te hubiera invocado; mas ahora que siento el aprieto, Te invoco; y porque Te invoco, me libras de mis penas, y porque me veo libre de ellas, Te glorificaré y me uniré a Ti de modo que jamás me aleje de Ti.

Siempre que al fervor de la oración sucedió la tibieza y la desgana, dije: «Caí en tristeza y angustia, e invoqué Tu nombre». Siempre la adversidad me sirvió de provecho, porque corrompido con mis pecados y perdida ya casi la sensibilidad, encontré en la tribulación el cauterio y la amputación.

No me quejaré de Ti si algún mal me sucediera en este siglo, sino que bendeciré el castigo del Padre, cuya herencia espero.

Me acojo al amparo de la mano que me corrige; no huyo de la corrección, porque Tú, que me corriges, no puedes errar.

Tú sabes bien lo que has de hacer conmigo, puesto que soy hechura Tuya. ¿Puedo siquiera pensar que eres un artífice tan inepto que, después de haberme hecho, Te hayas olvidado de lo que debes hacer conmigo?

Antes de que yo existiese, Tú pensabas en mí, pues de lo contrario nunca hubiese existido. Y si pensaste en mí antes de existir, para que existiese, ahora que existo, que soy algo, que vivo y Te sirvo, ¿no tendrás más que indiferencia y desprecio para mí?

Lejos, pues, de mí los cálculos mundanos; y reine en mí la esperanza en Ti, de modo que pueda decir: Tú, Dios mío, eres mi refugio.

La máquina del tiempo

Bienvenidos a La Máquina del Tiempo. En este programa vamos a analizar esta cita de la carta de San Pablo a los efesios, capítulo 4, versículos 14 y 15, que dice así:

“para que ya no seamos niños fluctuantes y llevados a la deriva de todo viento de doctrina, al antojo de la humana malicia, de la astucia que conduce engañosamente al error, sino que, andando en la verdad por el amor, en todo crezcamos hacia adentro de Aquel que es la cabeza, Cristo”

Este capítulo cuarto de la carta a los efesios es de obligada lectura en los tiempos en los que estamos. San Pablo nos habla de que hay “un solo Señor, una sola Fe y un solo Bautismo” y que debemos llegar todos a la unidad de la fe y “al pleno conocimiento del Hijo de Dios y a la madurez del Cristo total”. 

A lo largo de la historia ha habido mucha malicia humana y mucha astucia que ha llevado al error a mucha gente, y lo podemos comprobar simplemente viendo la cantidad de ateos, agnósticos, protestantes y, en general, gente que no sigue al verdadero Dios Padre, al que se llega únicamente por Dios Hijo, Jesucristo, mediante el Amor del Espíritu Santo. Ya nos dice San Pablo mismo, que “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos”, por lo que lo que Jesús dice en el Evangelio sirve para toda la eternidad, como confirma en Mateo 5, 18: “en verdad os digo, hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni un ápice de la Ley pasará”. Jesús nos dejó una doctrina cimentada sobre roca, inamovible, que perdurará mientras dure la tierra, y que durante 2000 años ha sido salvaguardada, incluso por Papas de dudosa reputación. Sin embargo, en la historia, en muchas ocasiones, y en estos tiempos, vemos que se cambia esa doctrina verdadera por una falsa y mucha gente se desvía, siguiendo a aquellos que las promueven.

Muchos nos creemos hoy en día que tenemos una formación muy buena y, sin embargo, podemos caer en errores y pecados, porque Satanás es mucho más inteligente que nosotros y si Adán y Eva, que gozaban de la santidad perfecta, poseían dones y gracias, que nosotros no podemos ni imaginar, que hablaban con Dios de Tú a tú prácticamente, cayeron en el engaño, cuánto más nos engañará a nosotros que somos unas hormigas, espiritualmente hablando, comparados con nuestros primeros padres. Por eso, como nos dice San Pablo, la única forma de que no nos engañen es crecer en la Verdad, en el conocimiento del Amor de Cristo. Cuanto más conozcamos a Cristo, a la Cabeza, más difícil le será al demonio y a los hombres inicuos extraviarnos de la verdadera doctrina.

Por eso dice también el apóstol, que “aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicasen un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1, 8). Porque ese ser que lo haga, no lo hará movido por el Amor de Cristo, sino por la malicia de Satanás. Y como nada bueno viene del diablo, hay que apartarse de ese tal. Como dice San Pablo en la cita que traigo “que ya no seamos niños fluctuantes y llevados a la deriva de todo viento de doctrina”. El que lee, entienda.

Por último, quiero llevar la atención, a que San Pablo habla de “que debemos llegar todos a la unidad de la fe”. Últimamente parece un mantra, y muchos se llenan la boca con la unidad. Pero cuando haces la vista gorda a cambios importantes de doctrina y a muchas injusticias en pos de la unidad, ¿en qué se fundamenta esa unidad? La unidad debe ser en la Fe y si no es así, todos esos pueden acabar unidos, pero en el infierno. Que no nos dejemos arrastrar por doctrinas diferentes y extrañas.

Que la Santísima Virgen María, abogada nuestra y medianera de todas las gracias, nos mantenga en su corazón rebosante del Amor de la Santísima Trinidad. Amén.

Santos de Verdad

Es muy sencillo reconocer a Jesús en sus más fieles amigos,

Son los que lloran y sufren, los enfermos y desvalidos

Son los atribulados, los ninguneados y los perseguidos

Porque Jesús comparte lo que Él vivió con sus elegidos.

 

Y es que el Señor está con nosotros y vive en un eterno presente

Sigue siendo el Sembrador que siembra Su Palabra en las almas como simiente,

Es el Pastor que no se conforma con tener a las noventa y nueve

El Maestro que nos enseña a luchar por la Gloria perenne

Es el Hombre de Dolores en agonía del jueves al viernes

Es el Crucificado, Muerto y Resucitado Omnipotente

Es la Misericordia para el que confiesa su pecado y se arrepiente

Es el tremendo y justo juez para el pecador impenitente.

 

Hoy escuchamos que el demonio no existe y se enseña como algo cierto

dicen que el infierno está vacío porque no puede condenar un Dios tan bueno

Esto es dicho incluso por obispos que contradicen abiertamente el Evangelio

Porque tienen su mirada en la Tierra y aborrecen los dones eternos.

 

A finales del siglo 19 surgió una santa de las que se recuerdan

Fue un ejemplo vivo de santidad en plena era moderna

Se identificó con Cristo y su vida fue la prueba

de que el sacrificio no pasa de moda, pues es para entrar en el Cielo moneda

 

Santa Gema nació en Italia en 1878, la cuarta de 8 hermanos, y vivió en Lucca. Su primera y gran maestra en el Amor a Dios y a la Virgen fue su madre, que desde pequeña le mostraba llorando un crucifijo, diciendo a su hija que Jesús había muerto en la Cruz por los hombres.

Con apenas 7 años recibió Gema el Sacramento de la Confirmación y durante la misa el Espíritu Santo le habló, pidiéndole a su madre, que se sentía próxima a morir. Gema aceptó y 6 meses después falleció su madre a los 39 años. Sus últimas palabras fueron:

“Ofrezco a Dios gustosísima el sacrificio de mi vida, para que me conceda recoger un día a todos mis ocho hijos en el Paraíso”.

Gema encontró entonces otra mamá en la Madre de Dios. Decía la santa:

«¡Cuán buena se me ha mostrado siempre esta celestial Mamá! Qué hubiera sido de mí si no la hubiera tenido. Me ha ayudado en mis necesidades espirituales, me ha preservado de los peligros, me ha librado del poder del demonio, que siempre viene a molestarme…y, finalmente, me ha enseñado a conocer y amar a Jesús, a ser buena y a agradarle. ¡Oh, queridísima Mamá, te amaré toda mi vida!»

Gema estaba confirmada, pero no había recibido la Eucaristía, ya que todavía no había llegado a la edad requerida entonces. A sus 9 años, el obispo de Lucca le concedió comenzar a prepararse para el Sacramento con las religiosas de su colegio. Una de ellas, que había detectado las cualidades excepcionales de Gema, comenzó a explicarle la Vida, Pasión y Muerte del Señor. Gema atendía al relato experimentando un dolor profundo, sintiendo en una ocasión una fuerte fiebre.

El 17 de junio de 1887, fiesta del Sagrado Corazón, Gema recibió la Primera Comunión a los 9 años, un momento inexplicable y lleno de felicidad, que despertó y afianzó en ella la vocación de religiosa.

Sin embargo, toda su vida dio un giro en los años siguientes. Sufrió la muerte de 2 hermanos y la de su padre, la dispersión y pobreza de su familia y las tentaciones del mundo en su juventud. Pero Jesús permite una enfermedad grave en Gema, que la hace regresar a Él con todo su corazón. Desahuciada por los médicos, entendió en conversación con su Ángel de la Guarda que si Jesús la afligía en el cuerpo era para purificar cada vez más su espíritu.

Como ocurre con tantos santos, Gema fue inspirada al leer la vida de otro santo: San Gabriel de la Dolorosa, y el santo se le apareció y le protegió de muchas tentaciones y ataques directos del demonio, ataques que Gema iba sufriendo cada vez más fuertemente conforme su alma se inflamaba en el Amor de Dios.

Tras encomendarse a Santa Margarita María y completar una Novena al Sagrado Corazón, el Señor le concedió la gracia de la curación, que le permitió levantarse de la cama ante el estupor y alegría de sus familiares. Sin embargo, Gema fue rechazada de varias comunidades religiosas por su delicada salud y fue entonces cuando comenzó a ser la víctima de Jesús.

El Señor compartió con Gema Su Dolor y Agonía y sus Estigmas y la gente comenzó a burlarse de ella y rechazarla, acusada de farsante e histérica. Gema sufría todas estas cosas por amor a Jesus, que lo sufrió todo por nosotros pecadores. Gema experimentó más sufrimientos, experiencias y milagros, pero se mantenía en humildad y sencillez.

Hacia el final de su vida, Jesús le reveló que sufriría ataques más fuertes del demonio, que le daba golpes, la tentaba contra la pureza con imágenes grotescas e incluso llegó a aparecérsele bajo la apariencia del mismo Jesús. En una ocasión, el demonio le robó el libro sobre su vida que Santa Gema estaba escribiendo por orden de su confesor, porque el malo veía el éxito que ese libro podía tener. Sin embargo, el sacerdote rezó los exorcismos en el sepulcro de San Gabriel de la Dolorosa y el demonio devolvió el manuscrito a su lugar, todo chamuscado aunque legible, que se conserva todavía en Roma.

Los ataques se fueron haciendo más y más fuertes, pero Jesús y María Santísima sostenían a Gema, por la intercesión de San Pablo de la Cruz o de San Gabriel. El último ofrecimiento de Gema fue por un hombre que había dejado el sacerdocio hacía 12 años y era motivo de escándalo y perdición. El sacerdote se convirtió dos días antes de la muerte de Gema y una grave enfermedad sobrevino a la santa. Santa Gema sufrió en agonía hasta el último momento de su vida, pero antes de morir toda señal de agonía desapareció y una sonrisa se dibujó en sus labios. Santa Gema murió un Sábado Santo, el 11 de abril de 1903, a los 25 años.

Hay una frase que resume la vida de Santa Gema y que os queremos compartir: “Jesús; yo quiero llegar con mi voz hasta los últimos confines del universo para alcanzar a todos los pecadores y gritarles que entren todos dentro de tu Corazón”.