15. Las tres ciudades: Jerusalén
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Luz para mis pasos
Concluimos con este programa este podcast y la serie especial de tres episodios que hemos dedicado al estudio histórico, espiritual y escatológico de tres ciudades que en las Escrituras tienen un importante sentido escatológico.
En el primer episodio hablamos de Babilonia, la ciudad de los que habiendo conocido a Dios, deciden rechazarLo y terminan adorando al demonio.
El segundo programa lo dedicamos a analizar la ciudad de Egipto, la ciudad atea de los que no conocen a Dios, y terminan adorándose a sí mismos, lo que lleva también a adorar al demonio.
En este programa vamos a hablar de la tercera ciudad, Jerusalén, desde el punto de vista histórico, espiritual y escatológico.
Jerusalén es la ciudad de Dios, la ciudad santa, escogida para ser morada de Dios entre los hombres. La ciudad prometida a Abraham y su innumerable descendencia, el trono de David donde Cristo reinará eternamente.
- La promesa de Dios a Abraham
La primera vez que aparece la palabra Jerusalén en la Biblia es en el libro de Josué 10, 1. Pero para entender la importancia de esta ciudad, en realidad hay que remontarse al Génesis 12,1, cuando Abraham recibe de Dios su vocación:
“Sal de tu tierra, y de tu parentela,
y de la casa de tu padre,
al país que Yo te mostraré.
Pues de ti haré una nación grande
y te bendeciré;
haré grande tu nombre,
y serás una bendición.
Bendeciré a quienes te bendigan
y maldeciré a quienes te maldigan;
y en ti serán benditas
todas las tribus de la tierra.”
Y cuando Abraham llega al país que Dios le había indicado le dice (Génesis 12,7):
“A tu descendencia daré esta tierra”
Con estas palabras, Dios le hace una triple promesa a Abraham:
a) Dios le elige para hacer de él un gran pueblo
b) Le dice que por él serán bendecidas todas las naciones
c) Le promete que de su linaje saldrá el Salvador.
Esto último nos lo explica San Pablo en Gálatas 3,16, donde nos aclara que esta afirmación se ha de aplicar al Hijo de Dios:
“No dice: “y a los descendientes” como si se tratase de muchos, sino como de uno: “y a tu Descendiente”, el cual es Cristo.”
El país donde debe habitar, la tierra prometida a su descendencia es Canaán, Palestina en los tiempos de Jesús, Israel en la actualidad. Sabemos por los historiadores antiguos que en esta época esta era una tierra muy fértil y rica en higos, uvas, vino, miel, olivos, árboles frutales y trigo.
Esta promesa queda ratificada en Génesis 13,14, cuando Abraham vuelve de su viaje a Egipto:
“Alza tus ojos y mira desde el lugar donde estás, hacia el norte y hacia el mediodía, hacia el oriente y hacia el occidente; pues toda la tierra que ves, te la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia tan numerosa como el polvo de la tierra. Si fuera posible contar el polvo de la tierra, podría contarse también tu descendencia. Levántate, recorre el país, a su largo y a su ancho; porque a ti te lo daré.”
Hay que señalar que aunque Abraham y su familia ya habitaban en esa tierra, lo hacían como nómadas en tiendas, no estaban establecidos en las ciudades. Esta promesa se repite también en Génesis 15,5:
“Mira el cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas. Así será tu descendencia. Y creyó a Yahvé, El cual se lo reputó por justicia”
Y queda sellada en un pacto entre Dios y Abraham (Génesis 17,4):
“En cuanto a Mí, he aquí mi pacto contigo: tú serás padre de una multitud de pueblos; (…)Te haré crecer sobremanera, y te haré padre de pueblos, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi pacto en Mí y ti, y tu descendencia después de ti en la serie de sus generaciones, como pacto eterno, para ser Yo el Dios tuyo y el de tu posteridad después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra de tus peregrinaciones, toda la tierra de Canaán, en posesión perpetua; y Yo seré su Dios.”
La promesa se cumple por la fe de Abraham, quien como explica San Pablo en Romanos 4,18 “creyó y esperó contra toda esperanza”. Creyó que la Palabra de Dios se cumpliría en él, creyó cuando abandonó su casa paterna (Génesis 12,1), creyó a pesar de que ya era anciano y su mujer era estéril (Génesis 15,6). Creyó a pesar de que Agar le diera como hijo a Ismael (Génesis 17,27), creyó cuando los ángeles le visitaron y le dijeron que un año después tendría un hijo (Génesis 18,10) y siguió creyendo incluso cuando Dios le mandó sacrificar a su hijo Isaac (Génesis 22,2).
- La paternidad espiritual de Abraham
Por eso, Abraham es considerado el padre espiritual de todos los que creen. Algunos dicen hoy en día que los judíos y los musulmanes tienen el mismo Dios que los cristianos y esto puede ser verdad según la carne, ya que todos proceden de Abraham, concretamente de su hijo Ismael (los árabes) y de su hijo Isaac (los judíos).
Pero el pacto que Dios hace con Abraham es PRIMERO espiritual y está fundamentado en la fe del Patriarca, como hemos explicado. Ese pacto espiritual tiene POSTERIORMENTE un signo carnal en la circuncisión. La circuncisión daba derecho a los bienes corporales y terrenos, pero la circuncisión sin la fe, no alcanzaba a justificar a nadie por sí sola. Esto lo explica San Pablo en Romanos 4,9, con estas palabras:
Por lo tanto, la circuncisión sin la fe, no sirve para nada. Es más, los circuncidados sin fe, quedan excluidos de los bienes y las promesas de Dios y de la paternidad espiritual de Abraham.
Si esto no se entiende, podemos ver un ejemplo claro en Esaú, el nieto de Abraham. Esaú era el primogénito y estaba circuncidado. Pero por su falta de fe, vendió su primogenitura, es decir los bienes corporales y las bendiciones que le correspondían, por un plato de lentejas. Prefirió un pequeño bien temporal a cambio de la fe, que abre la puerta a todos los bienes temporales y espirituales. Por ello, San Pablo le llama “profanador” en Hebreos 12,16, porque descuidó los bienes espirituales.
La fe es anterior y superior al signo y también a la ley. Esto también lo explica San Pablo en Romanos 4,13:
“Pues no por medio de la Ley fue hecha la promesa a Abrahán, o a su descendencia, de ser heredero del mundo, sino por la justicia que viene de la fe. Porque si los de la Ley son herederos, la fe ha venido a ser vana, y la promesa de ningún valor, dado que la Ley obra ira; porque donde no hay Ley, tampoco hay transgresión. De ahí que la promesa se hiciera por la fe, para que fuese de gracia, a fin de que la promesa permanezca firme para toda la posteridad, no sólo para la que es de la Ley, sino también para la que sigue la fe de Abrahán, el cual es el padre de todos nosotros, –según está escrito: “Padre de muchas naciones te he constituido”– ante Aquel a quien creyó: Dios.”
Si la paternidad de Abraham fuera según la carne y no fuera espiritual, entonces no podría alcanzar a todas las personas, de todos los lugares y de todas las épocas; y la promesa de Dios hubiese sido muy limitada en número (solo el pueblo de Israel), en lugar (solo en Tierra Santa) y en el tiempo (solo hasta la venida de Cristo).
Sin embargo, Dios le había prometido 3 cosas:
- Primero, que sus hijos serían numerosos como el “polvo de la tierra” (Génesis 13,16), “como las arenas del mar” (Génesis 22, 17) y “como las estrellas del cielo” (Génesis 15,5).
Vemos aquí una primera referencia de universalidad: la tierra (que son los escogidos), el mar (los gentiles) y el cielo (los santos). Son también las tres dimensiones de la Iglesia: purgante (tierra), militante (mar) y triunfante (cielo). De estas tres referencias, saldrán también en los últimos tiempos los enemigos de Dios: la bestia de la tierra (Apocalipsis 13,11), la bestia del mar (Apocalipsis 13,1) y el dragón que es expulsado del Cielo (Apocalipsis 12,9).
- En segundo lugar, Dios le promete que serán “benditas todas las tribus de la Tierra” (Génesis 12,3) y “todas las naciones de la tierra” (Génesis 22,18); que su tierra se extenderá “hacia el norte y hacia el mediodía, hacia el oriente y hacia el occidente” (Génesis 13,14) y comprenderá “la tierra de tus peregrinaciones” (Génesis 17,8), “a su largo y a su ancho” (Génesis 13,15).
Aquí vemos una segunda referencia de universalidad ya que la promesa abarca a todos los países, a todas las culturas y a todo los lugares del mundo. En esto vemos que ya estaba prefigurado el mandato de Cristo: “Id por el mundo entero, predicad el Evangelio a toda la creación. Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; mas, quien no creyere, será condenado.” (Marcos 16,15). Y vemos que se cumple de nuevo que PRIMERO es la fe (“quien creyere”) y DESPUÉS el signo (“fuere bautizado”). Sabemos por Mateo 24,14, que cuando esto se cumpla, serán los últimos tiempos: “Y esta Buena Nueva del Reino será proclamada en el mundo entero, en testimonio a todos los pueblos. Entonces vendrá el fin”.
- En tercer lugar, los hijos de Abraham vivirían en esa tierra prometida en todas las épocas: “te la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (Génesis 13,15) “como pacto eterno” (Génesis 17,7), “en posesión perpetua” (Génesis 17,8).
Vemos aquí la tercera referencia de universalidad, la promesa abarca todo el tiempo.
Tenemos por tanto una triple mención a la universalidad de la promesa: que puede alcanzar a todos los hombres, de todos los lugares y en todos los tiempos. Esta es la universalidad que se cumplió parcialmente en el pueblo de Israel, que se cumple más perfectamente en la Santa Iglesia Católica, instituida por Cristo, y que se cumplirá plenamente en la Jerusalén celeste.
El vínculo espiritual que une a Abraham, con el pueblo de Israel, con la Iglesia Católica y con la Jerusalén del Cielo, no es la circuncisión o el bautismo, lo es la fe en Dios. Porque como hemos dicho, la fe precede a la circuncisión y al bautismo.
Este vínculo de la fe se selló con la circuncisión en el pueblo judío antes de Cristo, con el bautismo del agua en la Iglesia Católica después de Cristo y se ha sellado en numerosas ocasiones en la historia y será sellado, de forma especial en los últimos tiempos, en muchos no bautizados, con el bautismo de la sangre, es decir, con el martirio.
Este bautismo de agua y de sangre están prefigurados en el Sagrado Corazón de Cristo, del que nos cuenta Juan 19,34 que “brotó sangre y agua”. Por eso esta es una devoción que Cristo quiso establecer especialmente para los últimos tiempos.
Al rechazar a Cristo y con Su muerte, la Alianza carnal con los judíos queda rota, pero antes de eso, Cristo ya había establecido la Nueva Alianza nueva y eterna, que también procede de la fe, manifestada en el Bautismo trinitario, en el nombre de Dios Padre, Hijo y Espirítu Santo y sellada con Su Sacrificio, que se renueva en la Eucaristía.
Esta universalidad de la que estamos hablando, es también una regla de fe que los Santos Padres (San Vicente de Lerins) nos dejaron para discernir qué doctrinas pertenecen al depósito de la fe: esto es lo que ha sido creído siempre, en todas partes y por todos los fieles. Siguiendo esta regla podemos saber que toda doctrina novedosa o extraña, que se haga pasar por verdadera fe, no proviene de Dios, sino de “espíritus de engaño y de demonios” (1 Timoteo 4,1).
Por todo esto, la paternidad espiritual de Abraham se cumple actualmente únicamente en la Iglesia Católica y alcanza a todos los redimidos por Cristo. Los judíos y musulmanes lo consideran padre únicamente según la carne, pero no tienen su misma fe. En ellos no se cumple la promesa y no reciben los bienes espirituales.
- Jerusalén, la tierra prometida a Abraham, Isaac y Jacob
La promesa que Dios hace a Abraham, la renueva en su hijo Isaac (Génesis 26,4) y también en el hijo de este, Jacob en Génesis 28,13 y Génesis 35,11. Los tres patriarcas vivieron en la tierra de Canaán como nómadas a la espera de que se cumpliera la promesa de poseer esa tierra.
Dios le había predicho a Abraham que eso sucedería después de que sus descendientes fueran esclavizados durante 400 años (Génesis 15,13)
“Entonces dijo Dios a Abram: “Ten por cierto que tus descendientes vivirán como extranjeros en una tierra no suya, donde serán reducidos a servidumbre y oprimidos durante cuatrocientos años. Mas la nación a la cual han de servir, Yo la juzgaré; y después saldrán con grandes riquezas. (…) A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates: los cineos, los ceneceos, los cadmoneos, los heteos, los fereceos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos.”
Como vimos en el último programa, Moisés fue el instrumento elegido y capacitado por Dios para el cumplimiento de esta profecía. En la zarza ardiente, Dios se presenta como “El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob (Éxodo 3,6).
Quizá alguien podría escandalizarse con la afirmación que he hecho antes de que los judíos no comparten la fe de Abraham. Pero según los Santos Padres (San Buenaventura), es aquí (en la zarza ardiente) cuando Dios se revela como un Dios Trinitario, al citar a Abraham, a Isaac y a Jacob. Abraham es figura de Dios Padre, Isaac, que cargó sobre sus hombros la leña para el sacrificio, es imagen de Cristo cargando la Cruz y Jacob, que engendró a las 12 tribus es signo de la fecundidad de los dones del Espíritu Santo. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es un Dios trinitario, el que no cree en la Santísima Trinidad, no cree en el Dios de Abraham y no puede compartir su misma fe.
Además, tenemos el encuentro de Abraham con Melquisedec en Génesis 14,18:
“Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios altísimo. Y le bendijo, diciendo: “¡Bendito sea Abram del Dios altísimo, Señor del cielo y de la tierra! ¡Y bendito sea el Dios altísimo, que puso tus enemigos en sus manos! Y le dio Abram el diezmo de todo.“
Melquisedec, rey y sacerdote de Salem (que será la futura Jerusalén) bendice a Abrahán, recibe diezmos de su mano y ofrece pan y vino al Altísimo. San Pablo en Hebreos 7,1 nos hace ver que Melquisedec, sacerdote y rey, es figura de Cristo, el sumo sacerdote y sumo rey, y que su sacrificio de pan y vino es figura del Sacrificio eucarístico del Nuevo Testamento. Por lo tanto, quien no cree en Cristo y en la Eucaristía, no cree en el Dios de Abraham y no puede compartir su misma fe.
Volvamos a Moisés. Después de 400 años de cautiverio en Egipto, Dios libera a Su pueblo del yugo del faraón y lo conduce hacia la tierra prometida. Este camino está lleno de pruebas, de dificultades, de traiciones, de misericordia, de batallas y de prodigios obrados por Dios para acrecentar la fe de los Suyos y manifestar Su poder ante todos los pueblos.
Durante este camino, Dios establece una alianza con Su Pueblo. Les indica las leyes y preceptos que deben cumplir y la forma en la que deben darLe culto. Estas normas detalladísimas culminan en la construcción del Santuario, que más adelante se establecerá en el templo de Jerusalén, pero hasta entonces será un Tabernáculo o Tienda del Encuentro, que los israelitas montarán, desmontarán y trasladarán en su camino a la tierra prometida. Este tabernáculo contenía el arca de la Alianza, que estaba cubierta de oro y contenía en su interior las tablas de la ley. Dice San Jerónimo que este Arca simboliza a la Iglesia, “interior y exteriormente dorada y que es custodia de la Ley de Cristo”
En su configuración, el Tabernáculo tenía dos partes: el Sancta Sanctorum o Santísimo, al que solo podía acceder el Sumo Sacerdote, en cuyo interior estaba el Arca con las tablas de la ley y sobre el arca estaba el propiciatorio, lugar donde estaba la presencia de Dios y se comunicaba con Moisés. La segunda parte era el Santo, al que podían acceder los demás sacerdotes y que contaba con el candelabro de siete brazos, el altar del incienso, que era un sacrificio perpetuo de alabanza, y la mesa de los panes de proposición, que era un sacrificio perpetuo de panes ácimos, que eran sustituidos cada sábado por otros nuevos. Entre las dos partes había un velo, que es el que se partió por la mitad cuando Cristo murió en la Cruz (Mateo 27,51). Fuera del Tabernáculo estaba el atrio al que podían acceder los judíos para ofrecer sus ofrendas y quemarlas en el altar de los holocaustos. El tabernáculo representaba la casa de Dios y el atrio representaba al pueblo de Dios.
El tabernáculo es figura del templo cristiano, en el cual Dios ha elegido su morada entre los hombres. El Sancta Sanctorum, recuerda al Sagrario donde Jesús está presente día y noche bajo la especie del pan y se comunica con los hombres. El vaso de los panes ácimos está reemplazado por el copón que encierra el verdadero pan del cielo (Juan 6, 32); las tablas de la Ley, se sustituyen por el Evangelio, que antiguamente se conservaba en la Iglesia junto al Santísimo.
- Viendo esta configuración y su sentido quizá podamos entender mejor el abuso que se produce hoy en día en muchas iglesias, en las que el Sagrario, donde está Dios, ya no ocupa la parte principal del templo, sino que ha sido desplazado a una capilla lateral. En cambio, el resto del templo se ha convertido en un atrio en el que los fieles a veces celebran el culto, y otras se hacen exposiciones, conciertos, cenas solidarias, se graban videoclips y los turistas pasean libremente.
Esta alianza es el pacto que Dios establece con el pueblo de Israel para que este pueda vivir en la tierra prometida, en la ciudad santa, en Jerusalén. La alianza supone protección, prosperidad y Su presencia en el Tabernáculo, si el pueblo de Israel es fiel a Dios, cumple sus mandatos y rechaza los cultos idólatras de los otros pueblos: (Éxodo 23,23):
”Porque mi Ángel caminará delante de ti y te introducirá en el país del amorreo, del heteo, del fereceo, del cananeo, del heveo y del jebuseo; y Yo los destruiré. No te postrarás ante sus dioses, ni les darás culto, ni imitarás sus obras; al contrario, los destruirás por completo y quebrarás sus piedras de culto. Vosotros serviréis a Yahvé, Vuestro Dios, y Él bendecirá tu pan y tu agua. También las enfermedades las desterraré de ti. En tu tierra no habrá mujer que aborte ni que sea estéril; y colmaré el número de tus días. Enviaré delante de ti mi terror y llenaré de consternación a todos los pueblos a los que llegues; y haré que todos tus enemigos vuelvan ante ti las espaldas. También enviaré tábanos delante de ti que ahuyentarán ante tu presencia al heveo, al cananeo y al heteo. (…) No hagas pacto con ellos, ni con sus dioses. No habiten ellos en tu país, no sea que te hagan pecar contra Mí. Porque sirviendo a sus dioses caerías en un lazo.”
- Vemos aquí la importancia de no mezclar el culto a Dios con otros cultos idólatras, pachamámicos y extraños, que ofenden gravemente a Dios y rompen Su Alianza. Por eso cuando los israelitas construyen el becerro de oro y lo adoran, las consecuencias de su pecado son extremas (Éxodo 33,7):
“Y tomó Moisés el Tabernáculo y lo plantó a cierta distancia fuera del campamento, y lo llamó Tabernáculo de la Reunión. De modo que todo el que buscaba a Yahvé salía hacia el Tabernáculo de la Reunión, fuera del campamento.”
- La separación del Tabernáculo del campamento significa un castigo para el pueblo apóstata, una especie de excomunión, ya que quedan privados de la presencia de Dios en medio de ellos y se rompe la Alianza.
- Sin embargo, son la humildad, la contínua súplica de Moisés por el pueblo y su ayuno durante 40 días, los que logran devolverles el favor de Dios (Éxodo 34,8):
“Moisés se prosternó en tierra y adoró, diciendo: “Si en verdad he hallado gracia a Tus ojos, oh Señor, dígnese mi Señor andar en medio de nosotros aunque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por herencia tuya.”
Entonces Dios renueva su Alianza, con estas palabras (Éxodo 34, 10):
“Mira, Yo hago un pacto: haré maravillas delante de todo tu pueblo, como nunca se han hecho en toda la tierra ni en nación alguna; y todo el pueblo en medio del cual estás verá la obra de Yahvé, porque tremendas son las cosas que he de hacer por medio de ti. (…)Guárdate de hacer alianza con los habitantes del país en que vas a entrar, para que no sean un lazo en medio de ti; antes bien, destruid sus altares, quebrad sus piedras idolátricas y romped sus ascheras. No te postrarás ante ningún otro dios, pues Yahvé, cuyo nombre es Celoso, es un Dios celoso. No hagas pacto con los moradores de aquella tierra, porque ellos fornican con sus dioses y les ofrecen sacrificios. Te invitarán y tú comerás de sus sacrificios; y tomarás de sus hijas para tus hijos; y fornicando sus hijas con sus dioses harán también fornicar a tus hijos con los dioses de ellas. No te harás dioses de fundición”
- En vez de idolatrar se usa en hebreo el verbo fornicar. Porque la alianza con Dios es como un matrimonio, como hemos explicado en otros programas, y adorar a dioses ajenos es por eso, adulterio, fornicación espiritual, tanto más cuanto que el culto de los ídolos está acompañado de graves excesos de lujuria. Todo esto lo comprobamos cumplido hoy en día, con profundo dolor, dentro de la Iglesia Católica.
- Después de esto, los israelitas construyen un nuevo Tabernáculo, siguiendo con exactitud las indicaciones que Moisés había recibido de Dios y la presencia de Dios se instala de nuevo en el Tabernáculo y guía a Su Pueblo hacia la tierra prometida.
No vamos a profundizar en el resto de pruebas, traiciones y prodigios que se sucedieron en adelante hasta llegar a la tierra prometida, pero sí queremos destacar que Moisés y Aaron, que representan la Ley y el sacerdocio de la antigua Alianza, no son los que introducen al pueblo de Israel en la tierra prometida, debido a que no perseveraron hasta el final (Mateo 24, 13) y desconfiaron de Dios en el pozo de Meribá (Números 20,11). En su lugar es Josué, varón de espíritu escogido por Dios, quien asume esta misión. Josué es figura de Jesús; igual que Cristo es Quien abre la puerta del Cielo y conduce al pueblo fiel con su Primera Venida, así será también El que nos conduzca a la Jerusalén celeste en Su Segunda Venida.
Pero antes de entrar en la Tierra prometida, el pueblo de Israel debe afrontar una nueva prueba de fe: tenía que cruzar el río Jordán. Este pasaje milagroso, que nos recuerda al paso por el mar Rojo (Éxodo 14, 22) se nos narra en Josué 3,14:
“Entonces salió el pueblo de sus tiendas para pasar el Jordán, y los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza marchaban al frente del pueblo, y cuando llegaron los portadores del Arca al Jordán, y los pies de los sacerdotes que llevaban el Arca se mojaron en la orilla de las aguas (…) se pararon las aguas que venían de arriba elevándose a mucha distancia en forma de un montón, (…) y las aguas (…) quedaron completamente cortadas; y el pueblo pasó frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza de Yahvé estaban parados sobre el suelo enjuto, en medio del Jordán, mientras todo Israel iba pasando en seco, hasta que todo el pueblo hubo acabado de pasar el Jordán.”
- Al separar las aguas del mar Rojo, Dios les abre la puerta de salida de Egipto y ellos al cruzar el mar hacen un acto de fe y son salvados de las manos del faraón, de la esclavitud y de la muerte. Después, Dios a través del Arca de la Alianza, vuelve a separar las aguas del río Jordán y aquellos que han perseverado hasta el final son dignos de entrar en la Tierra prometida.
- Este camino que hemos descrito desde la liberación de Egipto hasta la entrada en la tierra prometida es imagen de la vida cristiana: primero por la fe en Dios y la renuncia a satanás, expresados en el rito del Bautismo somos liberados de las manos del demonio, del dominio del pecado y de la muerte eterna. Después iniciamos un duro camino lleno de caídas, de pecados y ofensas a Dios y también de misericordia, de perdón y de la presencia de Dios que nos guía a través de la oración y los sacramentos. Finalmente, aquellos que perseveran hasta el final en la vida de fe y en el juicio del amor, son dignos de obtener la salvación eterna.
- El mar Rojo es también símbolo de la circuncisión y el río Jordán lo es del Bautismo, recordemos que ahí es donde se nos narra en Mateo 3,13 que Jesús fue bautizado por San Juan Bautista. La confesión de fe en el rito del Bautismo en el que renunciamos a satanás, a sus obras y a sus seducciones nos abre la puerta a la Iglesia católica primero y si perseveramos también a la Vida Eterna.
- Las aguas, como ya hemos dicho en otros programas, son símbolo del mundo. Dios nos separa las aguas del mar Rojo, del mundo, por el Bautismo, abriéndonos un camino hacia la salvación, después frena las aguas del Jordán, que desembocan en el mar Muerto, para no ser arrastrados a la muerte eterna. Nosotros al cruzar estas aguas con pie enjuto hacemos un acto de fe y creemos en Su promesa.
Jericó es considerada la ciudad más antigua del mundo, la que por más tiempo ha sido habitada, más de 10.000 años. Y guarda varias similitudes con Babilonia:
- Ambas fueron tomadas después de que se secara el río que las protegía.
- Sus grandes murallas no sirvieron para impedir la invasión.
- Su destrucción fue obra milagrosa de Dios y fue anunciada por Él previamente.
- Ambas ciudades fueron anatematizadas, es decir, malditas.
- Y esta maldición se extiende para quien las intente reconstruir (Josué 6,26).
- Por último, ambas fueron nombradas recientemente Patrimonio de la Humanidad.
El resto de ciudades (Hai, Maquedá, Libná, Laquís, Guécer, Eglón, Hebrón, Dahir, Hasor, etc.) también fueron desoladas y entregadas a las ruinas, todas ellas se aliaron contra Dios y son un símbolo de cómo todo el mundo se unirá contra Dios en los últimos tiempos yendo en pos del anticristo y de cómo serán derrotados.
Esta campaña de Josué conquistando todas las ciudades que se rebelaron contra Dios es imagen de cómo en la Segunda Venida, Cristo vencerá “de oriente a occidente” (Mateo 24,27) sobre la Gran Babilonia, la unión de todos los pueblos del mundo contra Dios.
Únicamente la ciudad de Gabaón quiso hacer la paz y se libró de ser destruida, todos los demás reyes endurecieron sus corazones como vimos en el caso del faraón, y a pesar de conocer los prodigios que Dios había hecho con Su pueblo, hicieron la guerra contra Dios y Su pueblo y fueron destruidos: en total 31 reyes (Josué 12,24).
Una vez conquistada toda la tierra prometida, Josué reparte el territorio entre las 12 tribus de Israel. El territorio de Benjamín estaba entre los de Efraím, al norte, y el de Judá, al sur. Dentro de sus confines se hallaba la futura capital del país, Jerusalén, pero no lograron tomarla y siguió un tiempo bajo el dominio de los jebuseos. Más tarde, la parte occidental de Jerusalén fue tomada por la tribu de Judá, pero su ciudadela quedó en manos de los jebuseos hasta los tiempos de David.
Los israelitas piden entonces a Dios un rey que los gobierne, un rey como los de aquellos pueblos a los que habían vencido. Este deseo ya había sido anunciado por Dios en Deuteronomio 17,14 y les había dado indicaciones concretas sobre ese rey humano:
“Entrado que hubieres en el país que Yahvé, tu Dios, te va a dar,y si después de haberlo tomado en posesión para habitarlo, dijeres: ‘Yo quiero poner sobre mí un rey, como lo tienen todas las naciones que me rodean’, pondrás sobre ti por rey solamente a aquel que Yahvé, tu Dios, elija; establecerás por rey sobre ti a uno de en medio de tus hermanos; no podrás poner sobre ti un extranjero que no sea hermano tuyo. Pero no tenga para sí muchos caballos, ni haga volver al pueblo a Egipto para tener más caballos, pues Yahvé os ha dicho: ‘No volváis nunca jamás por este camino’. No pretenda tener gran número de mujeres, no sea que se aparte su corazón; ni ha de tener para sí excesiva cantidad de plata y oro. Y cuando haya subido al trono de su reino, escribirá para sí una copia de esta Ley según el ejemplar que poseen los sacerdotes levitas. La tendrá consigo y leerá en ella todos los días de su vida, a fin de que aprenda a temer a Yahvé, su Dios, guardando todas las palabras de esta ley y todos estos mandamientos para ponerlos por obra”
Dios, en Éxodo 19,5 ya había anunciado también Su deseo de establecer un Reino en la tierra, reino de sacerdotes y nación santa, pero este anuncio está condicionado siempre a que ellos Le reconozcan como Rey. Pero en su corazón, los israelitas quieren un rey humano, un conquistador que les conduzca a victorias y logros humanos. Así, no reconocieron al Rey de Reyes cuando nació humilde en un pesebre, así afirmaron que no tenían más rey que al César y así también entronizarán como rey al anticristo cuando se manifieste.
La primera tentativa de arrancar a Dios la autoridad de Rey que tenía sobre Israel, reemplazándola por una realeza humana se da en Jueces 8,23 cuando los israelitas piden a Gedeón que sea su rey, a lo que él responde:
“No reinaré yo sobre vosotros, ni reinará mi hijo sobre vosotros. Yahvé sea quien reine sobre vosotros.”
La segunda se da en el libro de Samuel (1 Samuel 8,7), provocando los celos y la justa indignación de Dios:
“Respondió Yahvé a Samuel: “Oye la voz del pueblo en todo cuanto te digan; porque no te han desechado a ti, sino a Mí, para que no reine sobre ellos.”
- La realeza de Dios es sustituida por una realeza humana que regirá a Israel en adelante. El hombre va a dirigir sus miradas hacia el hombre, en lugar de elevarlas, cargadas de esperanza, hacia el Rey divino. Esta decisión resultó en innumerables calamidades, si bien el Señor, como siempre lo hace, supo sacar bien de tantos males y preparar para su Mesías la familia del rey David.
- Así, los israelitas pasaron de la teocracia en la que la ley de Dios juzgaba a los hombres, a la monarquía, que supone dejar en un hombre el juicio que corresponde en última instancia a Dios. Posteriormente pasaron de la monarquía a la democracia, cuando a voz alzada condenaron a muerte a Cristo (Marcos 15,13), dejaron libre a Barrabás y se juzgaron a sí mismos, autocondenándose junto con sus hijos por la sangre derramada de Cristo. (Mateo 27,25).
- Igualmente, el hombre moderno que rechaza la ley suprema de Dios y su jurisdicción sobre todo lo creado, llegó a rechazar primero a las monarquías cristianas, erigiéndose en su propio juez, estableciendo sus propias leyes de libertad, igualdad y fraternidad, bajo la forma de una democracia que se autocondena derramando la sangre de sus hijos inocentes por medio del aborto.
- De la misma forma, vemos en la Iglesia cómo hoy se sustituye la ley de Dios custodiada en el depósito de la fe, por un magisterio humano diferente y en ocasiones contradictorio al Revelado, promovido desde la sede del vicario de Cristo. Ahora incluso se pretende que sea el “pueblo santo de Dios” quien democráticamente determine en qué se debe creer, bajo una sinodalidad engañosa que conduce a la apostasía y a la autocondenación de la almas, arrastrando con ellas a las más inocentes.
- Igual que los pecados de los reyes del Antiguo Testamento desfiguraron la imagen que el pueblo debía tener de Cristo y no lo reconocieron como Rey, así también los pecados de los malos pastores en la Iglesia, desfiguran la imagen de Cristo y harán que muchos reconozcan como rey a quien no lo es.
Un rey que es descrito por Dios en 1 Samuel 8,14 con estas palabras:
“Tomará lo mejor de vuestros campos, vuestras viñas y vuestros olivares y los dará a sus servidores. Diezmará vuestras sementeras y vuestras viñas, para hacer regalos a sus cortesanos y servidores. Tomará también vuestros siervos y vuestras siervas, y los escogidos de entre vuestros jóvenes, y vuestros asnos, y los empleará para sus trabajos. Diezmará asimismo vuestros rebaños, y vosotros seréis siervos suyos. Entonces clamaréis a causa de vuestro rey que os habéis escogido: pero en aquel día Yahvé no os responderá.”
El primer rey de Israel, ungido por Samuel es Saúl, con estas palabras (1 Samuel 10,1):
“Yahvé te ha ungido por príncipe sobre su herencia.”
Y añade la Vulgata:
“Librarás a Su pueblo de las manos de Sus enemigos que le rodean. Y ésta será la señal de que Dios te ha ungido por príncipe.”
- Al ser ungidos, descendía sobre ellos el Espíritu Santo (1 Samuel 10,6 y 1 Samuel 16,13). Vemos aquí cómo la misión de los reyes del antiguo Testamento es similar a la de los papas del nuevo testamento: proteger a los fieles de los enemigos de Dios y es en el cumplimiento de esta misión en donde se manifiesta que han sido verdaderamente escogidos por Dios. Más importante aún en el caso de los papas pues no solo son reyes, sino también sumos sacerdotes de la Iglesia y esa defensa de los fieles es sobre todo espiritual, frente a los enemigos de la fe.
Cuando los reyes desobedecían y ofendían a Dios acumulaban maldiciones y castigos para el pueblo, hasta el punto en el que podían ser despojados de su reino y el Espíritu de Dios se alejaba de ellos (1 Samuel 16,14), siendo sustituido por un espíritu demoníaco que los atormentaba y endurecía su corazón.
Este fue el caso de Saúl, que por sus graves pecados perdió el reino y la gracia de estado en favor de David.
David es el personaje del Antiguo Testamento que en más aspectos es figura de Cristo. Los santos Padres ven en la victoria de David sobre Goliat una figura del triunfo de Cristo sobre Satanás:
“Considerad, hermanos míos, dice San Agustín, dónde asestó David el golpe mortal a Goliat; fue en la frente, en donde faltaba la humildad de la cruz. Así como el cayado de David es figura de la Cruz, así la piedra que dio en la frente de Goliat simboliza a nuestro Señor Jesucristo.”
Tras la muerte de Saúl y después de un breve periodo de guerra civil entre las tribus de Israel, David es finalmente aclamado rey por todo Israel y lo primero que hace es conquistar la ciudad de Jerusalén, que todavía estaba en manos de los jebuseos, y trasladar allí el Arca de la Alianza.
Se cumplía así la promesa de Dios hecha a Abrahám, a Isaac, a Jacob y a Moisés y por fin el pueblo de Israel estaba plenamente establecido en la tierra prometida, en tierra santa, y Dios promete confiarle a David un Reino eterno (2 Samuel 7,10):
“He señalado un lugar para Israel, mi pueblo, y lo he plantado, de modo que puede habitar en su propio lugar, sin ser inquietado. (…) Te he dado descanso de todos tus enemigos, y Yahvé te hace saber que Él te edificará una casa. Cuando se cumplieren tus días y tú descansares con tus padres, Yo suscitaré después de ti, un descendiente tuyo que ha de salir de tus entrañas, y haré estable su reino. Él edificará una casa para mi nombre: y Yo afirmaré el trono de su reino para siempre, Yo seré su Padre y él será mi hijo. Cuando obrare mal, le reprenderé con vara de hombres y con azotes de hombres. Con todo no se apartará de él mi misericordia como la aparté de Saúl, al cual he quitado de delante de ti. Tu casa y tu reino serán estables ante Mí eternamente, y tu trono será firme para siempre.»”
- Esta profecía se cumple parcialmente en Salomón, hijo carnal y sucesor de David en el trono de Israel, que fue quien construyó el primer templo de Jerusalén. También se cumple en los demás reyes de Israel y de Judá que fueron castigados “con vara y azotes de hombres” cuando se apartaron de Dios y obraron mal a Sus ojos.
- Sin embargo, el cumplimiento de este vaticinio es pleno en Cristo, como lo confirma San Pedro en Hechos 2,30. Cristo, también fue castigado “con vara y azotes de hombres” pero en Su caso, fue por no apartarse de Dios, obrar todo según Su voluntad y en remisión por los pecados de los hombres.
- Este trono de David es espiritual, igual que hemos dicho antes que la paternidad de Abraham es espiritual. El trono temporal fue quitado después de Salomón por sus pecados e idolatrías (1 Reyes 11,11) y el reino temporal de Israel quedó dividido para siempre. Por eso los judíos en la actualidad siguen esperando a un rey temporal que se siente en el trono de David y que unifique a las tribus de Israel dispersas por el mundo. Por eso, como hemos dicho, aceptarán al anticristo y verán cumplidas en él las promesas que esperan.
- Pero Dios había dicho que este trono sería eterno y eso quiere decir que no era un trono según la lógica humana, ni únicamente para reinar sobre los judíos, sino que se cumpliría parcialmente en David y en el pueblo judío, después sería entregado a la Iglesia, de forma vicaria, a través del papado, hasta que en la Segunda Venida de Cristo se establezca plenamente Su Reino y se siente en el trono eternamente para reinar sobre todas las almas fieles.
- Sabemos que este Reino no será antes de Su Segunda Venida, como confirma Daniel 7,14:
“Y he aquí que vino sobre las nubes del cielo Uno parecido a un hijo de hombre,Y le fue dado el señorío, la gloria y el reino, y todos los pueblos y naciones y lenguas le sirvieron. Su señorío es un señorío eterno que jamás acabará, y su reino nunca será destruido.”
- También sabemos que este reino no se materializará en este mundo, porque Cristo mismo dice a Pilato: “Mi Reino no es de este mundo” (Juan 18,36) y en Apocalipsis 21,1 nos dice San Juan que vio “un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían pasado”.
- Y sabemos que no es un Reino construido por los hombres, por sus esfuerzos por lograr la paz mundial, sino que nos es dado del Cielo, como pedimos en el Padrenuestro: “Venga a nosotros Tu Reino” y sabemos por el Apocalipsis 21,2: que ese Reino es “la Jerusalén nueva, que baja del Cielo de parte de Dios” engalanada para las bodas del Cordero, que es cuando Cristo se sentará en Su Trono para siempre.
Es ahí cuando todas las cosas, las de los cielos y la tierra serán reunidas o recapituladas en Cristo (Ef. 1,10), donde habrá “un solo rebaño, bajo un solo pastor” (Juan 10,16) y “todos serán uno, como Cristo y el Padre Son Uno” (Juan 17,20).
- Hemos leído que Jerusalén es el lugar que Dios ha escogido para establecer a Su pueblo, donde tiene su “morada entre los hombres”, desde donde se manifiesta, donde recibe el culto, donde los protege de sus enemigos y los llena de gracias y bendiciones. Jerusalén es la ciudad Santa PORQUE Dios habita en ella y es la ciudad santa CUANDO Dios habita en Ella.
- Dios habita en medio de su pueblo, si este cree en Él, si Le es fiel y si cumple Sus mandatos y preceptos. Pero a causa de los pecados, de las profanaciones y de las idolatrías que comete el pueblo en la ciudad Santa y en el Templo, hay momentos en los que Dios les abandona y estos lugares pierden Su santidad.
- Entonces son presa de los enemigos, que pueden invadirlos, destruirlos y establecer en ellos sus cultos idólatras. Por eso, como hemos visto en otros programas, Jerusalén y el templo fueron atacados y destruidos en varias ocasiones, por Nabucodonosor (587 a.C), por Antíoco Epífanes (168 a.C) y por Tito (70 d.C.).
La Jerusalén histórica de la que estamos hablando, dejó de ser la ciudad santa en el momento en el que los judíos habiendo conocido a Cristo Le rechazaron, Le condenaron a muerte, Le flagelaron y, sacándoLo de Jerusalén, Le crucificaron. Con la muerte de Cristo, estos judíos se convirtieron en enemigos de Dios y la ciudad de Jerusalén se convirtió en figura de Babilonia y como ella fue arrasada. Los lugares santos que se siguen venerando en la actualidad lo son porque Cristo estuvo en ellos y no porque Dios siga habitando en ellos.
Con la unción de Pedro y la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, el pueblo de Dios deja de estar formado por el pueblo judío apóstata y continúa a través de los judíos y gentiles que creyendo en Cristo, formaron las primeras comunidades cristianas. Después de Pentecostés, la Iglesia ya no es solo el pueblo de Dios, sino también el Cuerpo Místico de Cristo.
En la Iglesia se mantiene la paternidad espiritual de Abraham en los que tienen fe y son bautizados, por el agua o por la sangre; en Ella perdura el trono espiritual de David en el papado y en los vicarios de Cristo, ungidos y guiados por el Espíritu Santo, y en Ella se cumplirán las promesas del Antiguo y del Nuevo Testamento. A Ella se unirán también los judíos que se conviertan en los últimos tiempos.
Los primeros cristianos no se establecieron en Jerusalén, sino que salieron a predicar por todo el mundo, siguiendo el mandato de Cristo (Marcos 16,15). Incluso los que quedaron en Jerusalén, tuvieron que huir en el año 70 d.C., antes de su destrucción.
Como en el caso de Jerusalén, quiso Dios que en un momento determinado la sede del trono de Cristo, la piedra sobre la que se edifica la Iglesia (Mateo 16,18), el papado, se estableciera en Roma.
Por eso cuando la Iglesia se establece en Roma es igual que cuando el pueblo de Israel se establece en Jerusalén. Roma es a la Iglesia, lo que Jerusalén es al pueblo judío. Roma es Jerusalén en sentido temporal y Jerusalén es la Iglesia en sentido espiritual.
En varios programas hemos visto que el pueblo de Dios no siempre ha estado en Jerusalén: lo hemos visto esclavizado en Egipto, vagando por el desierto, cautivo en Babilonia, disperso por el mundo e incluso huyendo de Jerusalén antes de que fuera destruida.
Tampoco Roma o el Vaticano han sido siempre la sede de la Iglesia. No lo fue en los primeros siglos del cristianismo, no lo fue por ejemplo en el siglo XIV cuando se trasladó a Avignon y puede que en algún momento vuelva a dejar de serlo y se traslade a otro lugar.
¿Cómo podemos saber si esto ocurre? Mirando la historia sagrada podemos deducir que sería similar a todas las veces en las que el pueblo judío se vio obligado a abandonar Jerusalén: por una grave crisis, estando rodeada e infiltrada de enemigos, castigada por hambres y pestes, unida a un abandono de la ley de Dios y en medio de una gran confusión.
Así ocurrió, por ejemplo, cuando el papa Clemente V trasladó la sede petrina a Avignon en 1309 en un clima de conflictividad social y política, escándalos morales, epidemias, guerras de poder, falsos papas, etc. De ahí que algunos historiadores católicos denominaran esa etapa de la Iglesia en Avignon como el segundo Cautiverio en Babilonia.
Si nos fijamos, todos estos signos aparecen anunciados por Cristo para los últimos tiempos (Mateo 24,4) y tanto en ese discurso escatológico (versículo 16), al que hemos dedicado dos programas, como en Apocalipsis 12,6 (“Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios”) y en Apocalipsis 18,4 (“Ha caído la Gran Babilonia (…) Salid de ella, pueblo mío”) nos indican que habrá un momento en el que los verdaderos fieles tendrán que huir en sentido espiritual (quizá también en sentido temporal) del “lugar” en el que esté.
Además, encontramos una confirmación en las apariciones aprobadas de la Salette, donde la Virgen dijo que “Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del anticristo.” Es decir, Roma dejará de ser Jerusalén y se convertirá en la Gran Babilonia, “albergue de demonios y refugio de todo espíritu inmundo” (Apocalipsis 18,2) y el pueblo de Dios tendrá que huir de ella “para no ser solidario de sus pecados y no participar en sus plagas” (Apocalipsis 18,4).
Por eso, los católicos no podemos vivir apegados a Roma, porque si Roma pierde la fe y se convierte en la sede del anticristo, permaneciendo junto a ella, terminaríamos sufriendo su misma suerte, que es la suerte de la Gran Babilonia. Si vivimos apegados a Roma, seríamos como los apóstoles que admiraban los edificios del Templo (Mateo 24,1) sin poder ni siquiera imaginarse que poco después iban a ser destruidos, pues la presencia de Dios ya no estaba en ellos. Estaríamos cometiendo el mismo error que los judíos con la paternidad según la carne de Abraham y el reinado temporal de David.
Recordemos en este punto lo que hemos dicho antes: que el trono de David es espiritual y es eterno, que ese trono, piedra fundamental de la Iglesia, es el papado confiado por Cristo a Pedro y sus legítimos sucesores, hasta que Él tome posesión del Reino en Su Segunda Venida (1 Corintios 15,25). Como este trono es eterno el poder del infierno no lo podrá destruir (Mateo 16,13).
Por eso, ese trono santo que Cristo confió a Su Iglesia para preservar la fe y llevar almas al Cielo, no puede ser usado para confundir la fe y poner en riesgo la salvación de las almas. No puede ser usado para cambiar la doctrina y enseñar un Evangelio distinto y contradictorio al que nos ha sido revelado. No puede usarse para aliarse con las agendas de los poderes mundanos, enemigos de Cristo, y construir con ellos un paraíso terrenal de libertad, igualdad y fraternidad. No puede usarse para dar culto a demonios paganos. No puede usarse para humillar a los santos y ensalzar a los infieles. Y no puede ser desmontado o demolido, por considerar que la autoridad que viene de Cristo es demasiado rígida y poco sinodal.
Si esto sucediera, habría que considerar dos opciones:
- O que Cristo no ha cumplido Su promesa y Su trono puede ser utilizado y arruinado por los poderes del infierno y por tanto su trono no es eterno y Su segunda venida es mentira.
- O que ese trono que estamos contemplando es una imitación que el demonio ha preparado como fundamento de una falsa iglesia que imita a la verdadera, con la que engañar a los fieles, hacer que se pierda la fe y convertirla en la sede del anticristo.
El venerable arzobispo Fulton Sheen, lo describía así en 1951:
“El Falso Profeta tendrá una religión sin cruz. Una religión sin un mundo por venir. Una religión para destruir religiones. Habrá una iglesia falsa. La Iglesia de Cristo será una. Y el falso profeta creará otra. La iglesia falsa será mundana, ecuménica y global. Será una federación de iglesias. Y las religiones formarán cierto tipo de asociación global. Un parlamento mundial de iglesias. Será vaciado de todo contenido divino y será el cuerpo místico del Anticristo. El cuerpo místico hoy en la tierra tendrá su Judas Iscariote, y él será el falso profeta. Satanás lo contratará entre nuestros obispos».
“En medio de todo este aparente amor por la humanidad y de su locuaz charla sobre la libertad y la igualdad, ese diablo tendrá un gran secreto que no le dirá a nadie: no creerá en Dios. Como su religión será la fraternidad sin la paternidad de Dios, engañará hasta a los elegidos. Edificará una contraiglesia que imitará a la Iglesia, porque él, el diablo, es el imitador de Dios. La casa tendrá todos los detalles y características de la Iglesia, pero a la inversa y vaciada de su contenido divino. Será un cuerpo místico del anticristo, que se parecerá en todos los aspectos externos al cuerpo místico de Cristo. En su desesperada necesidad de Dios, a quien sin embargo se niega a adorar, el hombre moderno, en su soledad y frustración, ansiará cada vez más ser miembro de una comunidad que le dé amplitud de propósitos, pero a costa de perderse en alguna vaga colectividad”
Hasta aquí la cita.
El arzobispo Sheen no se desesperó al escribir estas palabras, pues sabía que la iglesia falsa de Satanás nunca podría prevalecer contra la Iglesia Católica de Cristo. Pero también sabía que muchos serían engañados y, por lo tanto, se perderían si siguieran a la iglesia falsa.
Todo lo que hay en Roma, en el Vaticano, es santo en cuanto se usa para alabar, hacer reverencia y servir a Dios; si se usa para ofenderle, para hacer cultos extraños o promover herejías o leyes y decretos injustos, convivir con ello es correr el riesgo de sufrir su mismo castigo.
Y esto es imprescindible entenderlo para poder comprender también que la Iglesia es Jerusalén en sentido espiritual.
Sentido espiritual de Jerusalén
Hasta ahora hemos hablado de Jerusalén como un lugar físico escogido por Dios para establecer su morada entre los hombres. Por eso la Iglesia es Jerusalén en cuanto es el lugar espiritual que Dios ha establecido para vivir en medio de Su Pueblo, donde se manifiesta, donde recibe el culto, donde los protege de sus enemigos y los llena de gracias y bendiciones, a través de los sacramentos.
Pero al vivir apegados a Roma, al Vaticano, algunos confunden la Jerusalén física, con la Jerusalén espiritual y piensan que la Iglesia es el redil y no el rebaño de las ovejas.
Y esto que puede parecer confuso, lo explica Cristo en la parábola del Buen Pastor. El redil, es decir el lugar en el que las ovejas son protegidas, cuidadas y alimentadas, representa a Jerusalén y a Roma. Mientras hay buenos pastores en su interior que cuidan a las ovejas, son lugares santos que cuentan con la presencia de Dios. Pero cuando son profanados por lobos y falsos pastores y los buenos pastores huyen o permiten la profanación, el redil ya no es un lugar seguro para las ovejas y son pastoreadas por el mismo Cristo fuera del redil a otros pastos. Leamos Juan 10, 1:
“En verdad, en verdad, os digo, quien no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es un ladrón y un salteador. Mas el que entra por la puerta, es el pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas oyen su voz, y él llama por su nombre a las ovejas propias, y las saca fuera. Cuando ha hecho salir todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen porque conocen su voz. Mas al extraño no le seguirán, antes huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”
- Roma, el Vaticano, es el aprisco, el redil en el que Dios ha querido establecer Su rebaño. Es Jerusalén en sentido físico.
- El portero, es decir, el que puede abrir y cerrar el aprisco e introducir y sacar a las ovejas del redil es Cristo, el Buen Pastor, El que llama a las ovejas y estas conocen Su voz.
- La Iglesia son el conjunto de las ovejas que escuchan la voz del pastor, la reconocen y le siguen, estando el rebaño dentro o fuera del aprisco. Cristo no dice que sus ovejas son las que viven en el redil, sino las que escuchan su voz y le siguen. Son los fieles que creen en Cristo y cumplen Su Voluntad.
- El que entra por la puerta para cuidar a las ovejas, es el pastor fiel que recibe su autoridad de Cristo, del portero, “habla” como Cristo y actúa como Cristo, por eso las ovejas le obedecen. Este es el Vicario de Cristo, el Papa, que recibe el poder gestionar el aprisco y dirigir el rebaño, y son también los obispos y sacerdotes fieles que enseñan la recta doctrina y como el buen pastor, protegen al rebaño de los lobos.
- En cambio, el que no entra por la puerta sino que sube por otra parte, es decir el que se salta la autoridad de Cristo y trata de engañar a las ovejas con palabras extrañas, con una voz que no se parece a la del pastor, e introduce en el redil lobos disfrazados de ovejas, este es un ladrón y salteador. Estos son todos los que aunque están dentro del redil, de Roma del Vaticano, buscan la perdición de las ovejas, aunque estén vestidos como pastores.
- Cuando el aprisco ha sido invadido por estos ladrones y salteadores, Cristo para probar a sus fieles y ver cuáles son sus verdaderas ovejas, puede hacer “salir a las suyas” del redil y guiarlas él mismo (“va delante de ellas”).
- ¿Cuál debe ser entonces la actitud de las ovejas fieles, de la verdadera Iglesia? ¿Permanecer en el redil con los falsos pastores y los lobos disfrazados de ovejas o como dice el Señor “huir de la voz de los extraños” aunque suponga estar “misericordiado” o incluso “excomulgado” del aprisco de la falsa iglesia, en la que ya no está Cristo?
- Si nos quedamos dentro siguiendo la voz de extraños, corremos el riesgo de sufrir el mismo castigo que los ladrones y salteadores o de que nuestra fe sea devorada por los lobos.
Esto es lo que está pasando actualmente en la Iglesia y es una prueba de fe grandísima que tenemos que afrontar: los fieles para ver si somos verdaderas ovejas de Cristo, los pastores para ver si son imagen del buen pastor o si son mercenarios (versículo 12):
“Mas el mercenario, el que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, viendo venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa; porque es mercenario y no tiene interés en las ovejas.”
Si entendemos que la Iglesia es el rebaño y no el redil, entonces no tendremos miedo de ser excomulgados del aprisco por los falsos pastores, como los padres de aquel ciego curado por Jesús, que nos narra Juan 9,22:
«Los padres hablaron así, porque temían a los judíos. Pues éstos se habían ya concertado para que quienquiera Lo reconociese como Cristo, fuese excluido de la Sinagoga.»
Este silencio miedoso es más grave entre aquellos que tienen el deber de cuidar el rebaño, como en Juan 12,42:
«Sin embargo, aun entre los jefes, muchos creyeron en Él, pero a causa de los fariseos, no Lo confesaban, de miedo de ser excluidos de las sinagogas; porque amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.»
Estos pastores que justifican los males, los excusan y los camuflan bajo capa de bien, son los guías ciegos que guían a otros y cometen el pecado de incredulidad de los fariseos, un pecado de ceguera voluntaria que deliberadamente niega la evidencia. Es el pecado contra la luz y en consecuencia contra el Espíritu Santo. Un pecado que no tiene perdón, porque no es fruto de la debilidad que lleva al arrepentimiento, sino que es soberbia reflexiva e hipocresía, que encubre el mal con la apariencia del bien para poder defenderlo.
Nadie podrá decir que no estaba avisado, porque Cristo ya avisó que esto pasaría en Juan 16,1:
«Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os excluirán de las sinagogas; y aun vendrá tiempo en que cualquiera que os quite la vida, creerá hacer un obsequio a Dios. Y os harán esto, porque no han conocido al Padre, ni a Mí. Os he dicho esto, para que, cuando el tiempo venga, os acordéis que Yo os lo había dicho.»
¿Quiénes entonces pertenecen a la verdadera Iglesia?
Hoy en día algunos defienden que “todos, todos, todos”, forman parte de la Iglesia. Dicen que todos los bautizados forman el santo pueblo de Dios. Pero como hemos visto con la paternidad espiritual de Abraham, la fe precede al bautismo. Si estás bautizado, pero no profesas la fe, no formas parte de la Iglesia católica.
Esto es lo que siempre ha enseñado la Iglesia y lo dice textualmente Pío XII en la encíclica “Mystici Corporis Christi”:
“En realidad sólo deben ser incluidos como miembros de la Iglesia aquellos que han sido bautizados y profesan la verdadera fe, y que no han tenido la desgracia de separarse de la unidad del Cuerpo, o han sido excluidos por la autoridad legítima por faltas graves cometidas.”
Hoy en día, muchos que se consideran católicos porque están bautizados, porque cumplen los preceptos o porque “siguen” al papa, pueden estar realmente fuera de la Iglesia y corren el peligro de condenarse si defienden o consienten posturas morales y doctrinales que son contrarias a la Verdad y a la Fe revelada.
Son como aquellos judíos, que estaban circuncidados, que cumplían los preceptos acudiendo al templo, pero que rechazaban a Cristo y Su doctrina, como se nos cuenta en Juan 8, 31:
“Jesús dijo entonces a los judíos que le habían creído: “Si permanecéis en mi palabra, sois verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”
Replicáronle: “Nosotros somos la descendencia de Abrahán, y jamás hemos sido esclavos de nadie; ¿cómo, pues, dices Tú, llegaréis a ser libres?”
Jesús les respondió: “(…) Bien sé que sois la posteridad de Abrahán, y sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros. Yo digo lo que he visto junto a mi Padre; y vosotros, hacéis lo que habéis aprendido de vuestro padre”.
Ellos le replicaron diciendo: “Nuestro padre es Abrahán”. Jesús les dijo: “Si fuerais hijos de Abrahán, haríais las obras de Abrahán. (…) Vosotros hacéis las obras de vuestro padre”.
Dijéronle: “Nosotros no hemos nacido del adulterio; no tenemos más que un padre: ¡Dios!”
Jesús les respondió: “Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais a Mí, porque Yo salí y vine de Dios. (…) Vosotros sois hijos del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. (…) El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; por eso no la escucháis vosotros, porque no sois de Dios”.
- Aquí queda expresado con claridad lo que hemos explicado sobre la paternidad espiritual de Abraham aplicado a la Iglesia y cómo la fe es imprescindible para poder hacer la obras de Dios. Por eso dice Cristo en Mateo 7,21, que:
“No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos cantidad de prodigios?” Entonces les declararé: “Jamás os conocí. ¡Alejaos de Mí, obradores de iniquidad!”
Con Cristo, la paternidad espiritual y la pertenencia a la Iglesia de los que creen se mantiene y se perfecciona con los sacramentos. En ellos, la gracia no se nos da por nuestra fe, sino en la medida en que nos adherimos a la fe de la Iglesia, que es quien tiene potestad de Cristo para conferirlos.
Ese depósito de la fe que la Iglesia y sus pastores tienen la misión de defender y enseñar está compuesto por la Revelación escrita, las Sagradas Escrituras y por la Revelación oral, que es la Tradición. Cualquier magisterio novedoso que se salga de esta fe, que la contradiga o que la confunda, es anatema, en palabras de San Pablo (Gálatas 1,7) y no pertenece a la Iglesia Católica.
Hay quien dice que cada vez que pecamos estamos fuera de la Iglesia. Y es verdad, pero aquí hay una diferencia fundamental entre el que peca teniendo fe y el que peca sin tener fe.
Y para entenderlo hay que fijarse en el pecado de Pedro y en el pecado de Judas. Pedro peca gravemente negando a Cristo, persiste en su pecado hasta tres veces, pero Pedro no pierde la fe en Cristo y cuando el canto del gallo despierta su conciencia, esa fe humilde es la que le lleva al arrepentimiento y a buscar el perdón de Dios y volver a la Iglesia.
Este ejemplo que sucede cuando Pedro todavía no es papa, le sirve para acoger con humildad la corrección de San Pablo en (Gálatas 2,11) y enmendar su error, cuando ya es cabeza de la Iglesia.
Judas por su parte, también peca gravemente, traicionando a Cristo y entregándoLo a Sus verdugos, pero Judas no tiene fe y eso le lleva a la desesperación y a autoexcluirse de la Iglesia y del camino del perdón y de la salvación.
El que tiene fe, aunque peque, Dios le pone medios y personas que le muestran su error y Él le da la gracia y la humildad para arrepentirse, pedir perdón, y como la oveja perdida (Lucas 15,4) vuelve a acogerla en su rebaño.
El que no tiene fe, cuando peca, desprecia e ignora los medios y las personas que Dios le pone para ayudarle a enmendar su error. La persistencia en el error se convierte en soberbia y termina autoexcluyéndose del rebaño, arrastrando con él a todos los que le siguen.
Esta pertinacia u obstinación en la negación de una verdad revelada, después de recibido el bautismo, es lo que el Catecismo de la Iglesia define como herejía (Nº 2.089). Y el hereje, estando bautizado y persistiendo en el error por la negación de fe, está excluido de la Iglesia.
Los papas tienen una protección especial para evitar el error doctrinal y esta protección viene de tres fuentes principales:
- En primer lugar, sobre ellos actúa una oración especial que Cristo hace sobre Pedro y que podemos leer en Lucas 22,32:
“Simón Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como se hace con el trigo. Pero Yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos.”
- En segundo lugar, también sobre los papas actúa la acción del Espíritu Santo, que como hemos visto en el caso de los reyes de Israel después de ser ungidos, supone una gracia de estado para guiarlos en su especial misión.
- En tercer lugar, está la oración que toda la Iglesia a nivel particular y a nivel comunitario eleva a Dios contínuamente por el papa y por los pastores de la Iglesia.
¿“Puede” por tanto un papa con esta protección frente al error, enseñar doctrinas novedosas que son contrarias a las Sagradas Escrituras y a la Tradición?
¿”Puede” ignorar las correcciones fraternas, las aclaraciones y dubias que le han formulado los cardenales para permitirle aclarar su doctrina y enmendar sus errores?
¿”Puede” persistir en el error con nuevos documentos, con nuevas decisiones y con sus propias acciones personales poniendo en peligro la fe y la salvación de los fieles que le siguen?
Esta es la gran pregunta que nos plantea la situación actual de la Iglesia.
Si la respuesta es sí, si “puede” hacer todo esto, entonces deberemos reconocer que la oración de Cristo, de la Iglesia, la gracia sacramental y la asistencia especial del Espíritu Santo no son suficientes para vivir según la ley de Dios, lo que es en sí mismo un grave error doctrinal.
Si la respuesta es no, si un verdadero papa no “puede” hacer todo esto, entonces habría que preguntarse qué es lo que impide que esta protección y estas gracias actúen en él.
A tenor de lo que hemos explicado antes, quizá su papado es un papado según la carne, porque ha sido elegido por los cardenales, pero no actúan en él las bendiciones espirituales. Sería un papado falso, como los de los antipapas que ha habido en la historia de la Iglesia. Que imita al verdadero, pretendiendo ser el fundamento de una iglesia falsa sin fe, que imita a la verdadera y que un día podría ser la sede del anticristo.
Esta reflexión nos lleva a interpretar Jerusalén en sentido escatológico y para ello trataremos dos puntos brevemente que complementan lo que ya hemos dicho:
Sentido escatológico de Jerusalén
- El primer punto es considerar qué es Jerusalén en los últimos tiempos
- Jerusalén en los últimos tiempos es Roma en sentido físico o temporal.
Cuando Roma pierda la fe y se convierta en la sede del anticristo, se convertirá en la capital o gran ciudad de la Gran Babilonia, que es la unión de todos los países, las religiones y las culturas de la tierra, que habiendo conocido a Dios por la proclamación universal del Evangelio (Mateo 24,14), rechazarán a Dios y seguirán al anticristo.
Vimos en el programa sobre Egipto que en Apocalipsis 11,8 a esta gran ciudad se le llama “alegóricamente Sodoma y Egipto” por su aceptación y bendición de la inmoralidad y la idolatría y también “el lugar donde el Señor de ellos fue crucificado” y explicamos que esta referencia vinculaba a Jerusalén, donde Cristo fue crucificado, con Roma, donde Su Vicario, San Pedro, sufrió el mismo martirio.
Además, en Apocalipsis 17,9, el ángel le explica a San Juan que la bestia con siete cabezas es una ciudad con siete colinas y tanto Roma, como Jerusalén están formadas por el mismo número de montes.
También dijimos que San Pedro en 1 Pedro 5,13 llama Babilonia a Roma, lugar desde donde escribe sus epístolas.
Los que, como los judíos, entiendan esto solo en sentido temporal y sigan apegados a las piedras del templo de Jerusalén, tratarán de reunir en un estado a las 12 tribus de Israel y tratarán de reconstruir el Templo por tercera vez para que su rey temporal se siente en él y se haga adorar como dios, como nos dice San Pablo en 2 Tesalonicenses 2,4.
Recordamos también que la caída de Jerusalén, es imagen de la caída de Roma en los últimos tiempos. E igual que Jerusalén se “convirtió” en Babilonia por sus graves pecados contra Dios, y sus habitantes fueron llevados al cautiverio a la ciudad apóstata, así también, en los últimos tiempos la Iglesia será conducida “en salida” hacia la Gran Babilonia y será probada en su fe y tentada a abandonar a Dios para seguir al anticristo. Lo que Babilonia fue para Jerusalén, Roma lo es para la Iglesia.
- Así, en la línea de lo que ya hemos dicho, Jerusalén en los últimos tiempos es la Iglesia Católica en sentido espiritual.
En el Apocalipsis, la Iglesia aparece representada como mujer, una imagen que se repite en numerosas ocasiones a lo largo de toda la Biblia y que representa al pueblo escogido de Dios: el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y la Iglesia Católica en el Nuevo.
Una mujer a la que Dios colma de gracias y bendiciones, pero que se vuelve infiel y se va a fornicar con otros dioses, hasta que viéndose humillada y maltratada vuelve a Su Señor y Éste la perdona y la restituye en su dignidad de Esposa.
Esta mujer que es una sola en toda la Biblia, aparece sin embargo en el Apocalipsis representada en dos personajes femeninos antagónicos, lo que significa dos iglesias que actúan de forma contraria:
- La Iglesia verdadera, la que es fiel y sale al encuentro de Su esposo con las lámparas de la fe encendidas (Mateo 25,1), es la mujer que aparece por primera vez en Apocalipsis 12,1, descrita con estas palabras:
“Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol y con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas, la cual, hallándose encinta, gritaba con dolores de parto y en las angustias del alumbramiento. (..) Y ella dio a luz a un hijo varón, el que apacentará todas las naciones con cetro de hierro; y el hijo fue arrebatado para Dios y para el trono suyo. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para que allí la sustenten durante mil doscientos sesenta días.”
Esta es la Iglesia, semilla de la Jerusalén celeste que baja del Cielo. Si la Virgen María dio a luz al Redentor en Su primera Venida con un parto virginal y sin dolor, la Iglesia en los últimos tiempos alumbrará con dolor y en medio de una feroz persecución al Rey de reyes, preparando Su Segunda Venida.
También son la verdadera Iglesia, aquellos que no habiendo huido al desierto, sí obedecen la voz que les exhorta a salir de la Gran Babilonia y de la falsa iglesia y que aparecen mencionados en Apocalipsis 12,17:
“Y se enfureció el dragón contra la mujer, y se fue a hacer guerra contra el resto del linaje de ella, los que guardan los mandamientos de Dios mantienen el testimonio de Jesús”
Muchos de estos son los que se convertirán en el momento final, como los judíos, y que entrarán a formar parte de la Iglesia por el bautismo de sangre, por el martirio.
- En cambio, la falsa iglesia, la Jerusalén convertida en Babilonia, está representada como una mujer adúltera, que en Apocalipsis 17,3, aparece descrita con estas palabras:
“Y vi a una mujer sentada sobre una bestia purpúrea, repleta de nombres de blasfemias, que tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y cubierta de oro y piedras preciosas y perlas, y llevaba en su mano por una parte un cáliz de oro lleno de abominaciones y por otra las inmundicias de su fornicación. Escrito sobre su frente tenía un nombre, un misterio: “Babilonia la grande, la madre de los fornicarios y de las abominaciones de la tierra” Y vi a la mujer ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús; y al verla me sorprendí con sumo estupor.”
Esta es la falsa iglesia, la que es infiel y no se arrepiente de sus pecados, sino que persiste en ellos hasta el final. La que practica la idolatría, bendice el pecado, santifica el adulterio, y conduce a todos, todos, todos a la Gran Babilonia, por el camino ancho que lleva a la perdición (Mateo 7,13). La que fornica con los reyes de la tierra (Apocalipsis 17,2) y sus agendas, y desprecia el sacrificio de los mártires. La que viste de oro, púrpura y escarlata, igual que los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento (Éxodo 28,6) y de rojo y púrpura, igual que los cardenales y los obispos de la Iglesia.
La Iglesia verdadera aparece vestida con el sol de la fe, sobre la luna porque ya no estará sometida al tiempo y a los cambios y coronada de estrellas que son los apóstoles y los fieles de los últimos tiempos. En cambio, leemos en Apocalipsis 6,12, cómo en la falsa iglesia,
“El sol se puso negro como un saco de crin, y la luna entera se puso como sangre; y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como deja caer sus brevas la higuera sacudida por un fuerte viento.”
Es decir, en la falsa iglesia la luz de la fe se apagará y reinarán las tinieblas y la confusión, la luna ya no será reflejo de la Verdad sino que anunciará el castigo que ya será inminente; y las estrellas, aquellos que tenían que guiar a los fieles a Cristo, caerán en la apostasía y la mundanidad.
Termina el capítulo 17 diciendo:
“Y los diez cuernos que viste, así como la bestia, aborrecerán ellos mismos a la ramera, la dejarán desolada y desnuda, comerán sus carnes y la abrasarán en fuego (…) Y la mujer que has visto es aquella ciudad, la grande, la que tiene imperio sobre los reyes de la tierra”
Aquí se unen la Jerusalén física o temporal, Roma, la que pierde la fe y se convierte en Sede del anticristo, y la Jerusalén espiritual apóstata, la falsa iglesia, que terminará desolada y destruida por aquellos que la llevaron sobre sus hombros, los poderes políticos y religiosos que sirven al demonio, los enemigos de Cristo y de Su Iglesia.
De esa Jerusalén, convertida en Gran Babilonia en los últimos tiempos, tendremos que huir los católicos, obedeciendo, como último aviso, a la voz que resuena en Apocalipsis 18,4. Tendremos que huir como las ovejas del redil, siguiendo la voz del Pastor que resuena en Juan 10,3, como los primeros cristianos que huyeron de la Jerusalén apóstata de Lucas 21,20, como los Macabeos de 1 Macabeos 2,29, como los judios cautivos en Babilonia de Esdras 1,5, como los israelitas esclavos en Egipto en Éxodo 12,37, como Lot, de Sodoma en Génesis 19,16.
La huida es un mandato de Dios y los que no huyan a tiempo sufrirán el mismo castigo que todas las ciudades idólatras y apóstatas que conforman en el tiempo y en la historia la Gran Babilonia.
Pero Dios nunca abandonó a Su pueblo en esta huida, sino que siempre fue delante de ellos (Isaías 45,2), guiándoles como el Buen Pastor cuando saca a las ovejas del redil (Juan 10,4) y preparándoles un lugar para su sustento (2 Samuel 7,10).
En los últimos tiempos, el lugar preparado por Dios no es ni Jerusalén, ni Egipto, ni Babilonia, es el desierto, como hemos leído en Apocalipsis 12,6, donde los cristianos fieles que huyeron a tiempo, formarán ese pequeño resto fiel que anunciaron Isaías (Isaías 10,20) y Esdras 9,8.
La nueva Jerusalén que baja del Cielo
Terminamos con el segundo punto de este análisis escatológico, leyendo Apocalipsis 21,2, el único versículo del Apocalipsis en el que se nombra a Jerusalén:
“Y vi la ciudad, la santa, la Jerusalén nueva, descender del cielo de parte de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo”
En el segundo programa explicamos que en los últimos tiempos la Iglesia, la Jerusalén espiritual fiel morirá o al menos humanamente parecerá que ha muerto, y los enemigos de Cristo y de Su Iglesia creerán que han triunfado, igual que los judíos pensaron que habían derrotado a Cristo con Su Pasión.
La señal escatológica de que la Iglesia morirá es que cuando Cristo vuelva y venza a sus enemigos, la Nueva Iglesia, la Nueva Jerusalén descenderá del Cielo, como hemos leído. Si la Iglesia no hubiera muerto, no haría falta que bajara una nueva Jerusalén del Cielo resucitada, habría bastado con renovarla o restaurarla. Pero nos dice Cristo en Juan 12,24 que si el grano de trigo no muere, no da fruto abundante.
Igual que Cristo murió, y venciendo a la muerte, resucitó, nos dice el Catecismo en el nª 677 que “la Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en Su muerte y Su Resurrección”. Entonces será bajada del Cielo, como la Nueva Jerusalén, bajada del cielo por Dios, engalanada para las bodas del Cordero, para el encuentro definitivo con su Esposo, en el que se cumplirá la promesa a Abrahám y se reunirán todos sus hijos como el polvo de la tierra, como las arenas del mar y como las estrellas del cielo y Cristo asumirá el trono espiritual de David, sobre las almas de todos los que perseveraron hasta el final (Mateo 24,13) (Lucas 1,33).
Que Dios Padre nos aumente la fe para que en ningún momento renunciemos a su paternidad y nos alejemos de la verdadera Iglesia.
Que Dios Hijo nos aumente la esperanza para que velemos y oremos en espera de Su Segunda Venida y pueda reinar en nuestras almas para siempre.
Que Dios Espíritu Santo, nos aumente la caridad para ser luz en medio de un mundo en tinieblas y encienda en nosotros el fuego del celo por la salvación de las almas.
Que la Virgen Santísima nos guíe en estos momentos y sepamos imitarla en todo, durante la Pasión, Muerte y Resurrección de la Iglesia.
Iluminando lo escondido
Muy buenas a todos y bienvenidos una vez más a Iluminando lo Escondido. En este programa hablaremos de la fuerza de la mala costumbre siguiendo una vez más a San Agustín.
Ordinariamente, la costumbre se conoce como “segunda naturaleza”, porque es algo que se repite muchas veces y que llega a ser como una naturaleza añadida.
Veamos la diferencia que hay entre cometer un pecado y el cometerlo por costumbre. Dice San Agustín:
“Si uno ha cometido algún pecado y se ha enmendado inmediatamente, pronto revive; porque, aunque muerto, no está sepultado, no está atenazado por la costumbre. Pero si ha caído en la mala costumbre, ya le considero enterrado, y con razón puedo decir que despide mal olor, porque empieza a tener mala fama, que es como un olor pestilencial. Gastas miserablemente el tiempo cuando le dices: «No debes obrar así». Porque, ¿cómo quieres que te haga caso el que está como enterrado y en estado de putrefacción, y hasta oprimido por la lápida sepulcral de la mala costumbre?”
También ejemplifica esto San Agustín comparando los pecados de pensamiento, de obra y de costumbre con las 3 personas resucitadas por Jesús en la Biblia: a la hija de Jairo en su propia casa (Marcos 5, 21-43), al hijo de la viuda de Naín cuando lo llevaban a la sepultura (Lucas 7, 11-17) y a Lázaro después de estar 4 días en el sepulcro (Juan 11).
La resurrección de la hija de Jairo, que fue resucitada en su propia casa, representa los pecados de pensamiento. Hay personas que tienen el pecado dentro en su corazón, aún no convertido en obra. Pero el Señor mismo dice: Quien mire a una mujer casada, deseándola, ya adulteró con ella en su corazón14. Aunque aún no ha habido contacto físico, ya consintió en su corazón. Tiene el muerto en su interior; aún no lo ha sacado fuera. Estas personas, a veces, después de oír la palabra de Dios, como si el Señor le dijese: Levántate15, condenan el haber consentido al pecado y anhelan la salud y la justicia. Resucita el muerto en casa y revive el corazón en el secreto de la conciencia. Esta resurrección del alma muerta se ha producido en el secreto de la conciencia, como si fuese dentro de los muros de la casa.
En segundo lugar tenemos la resurrección del hijo de la viuda de Naín cuando ya lo estaban llevando a la sepultura y representa a aquellos pecados que van más allá del pensamiento y pasan a la acción. Pero que, si son amonestados y tocados por la palabra de la Verdad, se levantan obedeciendo a la palabra de Cristo, es decir, vuelven a la vida. Pudieron avanzar en el pecado, pero no perecer para siempre.
Y en tercer lugar se encuentra la resurrección de Lázaro. He aquí el último grado de muerte, la fuerza de la mala costumbre. Veamos lo que dice San Agustín:
“Quienes a fuerza de obrar mal se ven envueltos en la mala costumbre, de forma que la mala costumbre misma no les deja ver que es un mal, se convierten en defensores de sus malas acciones, se enfurecen cuando se les reprende, asemejándose a los sodomitas que replicaron al justo (Lot) que les reprendía su perverso deseo: Tú viniste a vivir con nosotros, no a darnos leyes17. Tan arraigada estaba allí la costumbre de la lujuria nefanda que la maldad se identificaba para ellos con la justicia, hasta el punto de reprender antes al que la prohibía que al que la practicaba. Estos, oprimidos por tan malvada costumbre, están como sepultados. Pero ¿qué he de decir, hermanos? De tal forma sepultados que se da en ellos lo que se dijo de Lázaro: Ya hiede. El peñasco colocado sobre el sepulcro es la fuerza opresora de la costumbre que oprime al alma y no la deja ni levantarse ni respirar.“
En resumen, si el pecado sólo ha sido concebido en el corazón, y no se ha ejecutado lo que se pensó, debemos arrepentirnos, de modo que con este remedio resucite el muerto dentro de la casa de nuestra conciencia.
Si se ha realizado aquello que el pensamiento concibió, no hay que desesperar; el muerto que no resucitó en secreto resucita en público mientras le llevan a enterrar. Debemos arrepentirnos de la mala acción para recuperar pronto la vida, sin dar tiempo a caer en el sepulcro, donde nos veremos oprimidos por la gran piedra de la costumbre.
Y si alguien está aprisionado bajo la dura losa de su costumbre y oprimido por su peso que tampoco desespere. Cierto es que se halla el muerto muy abajo pero está Cristo arriba, que con un grito puede destruir todas las ligaduras terrenas y sabe vivificar interiormente.
San Agustín da un ejemplo claro sobre cómo vencer a esta mala costumbre:
“Fijaos; os voy poner un ejemplo al respecto para que entendáis lo demás. Sabéis que hay hombres sobrios —son los menos, pero los hay—. Sabéis que los hay también borrachos —éstos abundan—. Suponed que se bautiza el sobrio: por lo que respecta a la embriaguez, no tiene con qué luchar; tiene otras apetencias contra las que luchar. Mas, para que comprendáis los otros casos, imaginémonos el combate con un solo enemigo. Suponed ahora que el bautizado es uno que se emborracha: escuchó, y no sin temor, que entre los demás males que cierran a los hombres las puertas del reino de Dios se halla mencionada también la embriaguez, pues donde se dijo: Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones poseerán el reino de Dios, allí mismo se añadió: ni los borrachos, etc., poseerán el reino de Dios14. Lo escuchó y temió. Se bautizó: se le perdonaron todos los pecados de embriaguez; le queda la costumbre que opone resistencia. De hecho, no obstante haber nacido de nuevo, tiene contra qué luchar. Todos sus vicios pasados le fueron perdonados: ponga atención, se mantenga alerta, luche para no volver a embriagarse. Así, pues, se despierta el apetito de beber, pellizca al ánimo, introduce la sequedad en las fauces, pone asechanzas a los sentidos; quisiera incluso, si le fuera posible, penetrar los muros, llegar hasta él allí encerrado y llevarle cautivo. Lucha él, oponle resistencia. ¡Oh, si tampoco él existiera! Si entró por una costumbre de esta vida, morirá por una buena costumbre. Tú preocúpate sólo de no satisfacerlo; no lo sacies cediendo, sino dale muerte ofreciéndole resistencia. Con todo, mientras exista, será tu enemigo. Si no le otorgas consentimiento y nunca vuelves a embriagarte, cada día será menor. Que sus fuerzas no le vengan de tu sumisión. En efecto, si cedes y te emborrachas, se las estás dando. ¿Acaso le das fuerzas contra mí y no contra ti? Desde este sitial más elevado advierto, digo y anuncio el mal que ha de sobrevenir a los que se emborrachan; lo digo con anticipación. No podrás decir: «Nunca oí esto»; ni podrás decir: «Dios pedirá cuentas de mi alma a quien no me habló». Pero sudas porque tú mismo, con tu mala costumbre, te creaste un adversario poderoso. No te fatigaste para nutrirlo; fatígate para vencerlo. Y si no te hallas con fuerzas frente a él, ruega a Dios. No obstante, si en esta lucha contra tu mala costumbre no sales vencido, si ella no te derrota, has cumplido con lo que manda el Apóstol: No deis satisfacción a las apetencias de la carne15. En aquel cosquilleo se hizo presente la apetencia, pero no le diste satisfacción bebiendo.”
Veamos ahora otro aspecto que recalca San Agustín que nos indica el peligro de caer en la mala costumbre:
“Hermanos míos, no despreciéis aquellos pecados que quizá habéis convertido ya en costumbre. Pues todo pecado pierde importancia cuando se hace habitual y al hombre le parece como que no existe; al endurecerse, ha perdido la sensibilidad. Lo que está podrido del todo, ya ni duele, y lo que no duele, ya no hay que tenerlo por vivo, sino darlo por muerto. Escuchad lo que dice la Sagrada Escritura y ved en ella cómo tenéis que vivir. ¿Quién no desprecia el pecado de embriaguez? Tal pecado abunda entre nosotros y no se le da importancia: el corazón embriagado ha perdido la sensibilidad, no experimenta el dolor, porque tampoco experimenta la salud. Cuando se punza una parte del cuerpo y se siente dolor, o está sana o hay esperanza de curación; mas cuando se la toca, se la punza, se la pellizca, y no experimenta dolor, hay que darla por muerta y separarla del cuerpo. Y, aunque los que son así, ya están muertos en el alma, como nuestro médico es todopoderoso, no hay que perder la esperanza respecto de ellos, sino que hay que suplicar con todas las fuerzas para que el Señor se digne abrir los oídos de su corazón que demuestran tener cerrados.”
Y es que San Agustín habla desde la experiencia, ya que él tuvo la mala costumbre de jurar, algo que hoy en día se hace a todo momento sin darse cuenta de la gravedad que ello conlleva. Veamos lo que dice al respecto:
“También yo juraba a cada momento; también yo tuve esta costumbre horrible y mortífera. Lo confieso a vuestra caridad: Desde que empecé a servir a Dios y vi el mal que encierra el perjurio, se apoderó de mí un fuerte temor y con él frené tan arraigada costumbre. Una vez frenada, se la contiene; contenida, languidece; languideciendo, muere, y la mala costumbre deja el lugar a la buena. (…) Con todo, esta pésima costumbre humana tiene otro aspecto. Juras hasta cuando te dan crédito y cuando nadie te lo exige; juras aunque se horroricen los hombres; si no cesas de jurar, a duras penas estarás sano y libre de perjurio. (…) Por tanto, en la medida de lo posible, contén tu lengua y tu costumbre. No seas como algunos que, cuando se les habla, siempre replican: «¿Dices la verdad? No lo creo. ¿Que no lo hiciste? No lo creo. Haga Dios de juez; júramelo». Y la diferencia es también grande según que el que exige el juramento ignore que ha de jurar en falso o no. Si debido a su ignorancia al respecto le dice: «Júramelo», para poder darle fe, no me atrevo a decir que no es pecado; en cualquier caso es una tentación humana. Si, por el contrario, sabe que hizo tal acción, le vio hacerla y le obliga al juramento, es un homicida. En efecto, el uno se da muerte a sí mismo por su perjurio; el otro extrajo la mano del suicida e hizo fuerza sobre ella. A su vez, cuando un ladrón criminal escucha de la boca de quien ignora la verdad: «Jura que no fuiste tú quien lo sustrajo; júralo», replica entonces: «A un cristiano no le es lícito jurar; no le está permitido jurar cuando se le exige un juramento; yo soy cristiano, no me es lícito hacerlo». Observa a ese sujeto, sepárate de él, haz que te despreocupas del asunto que traíais entre manos, saca a relucir cuentos y verás cómo el que no quiso jurar una vez jura a millares. Alejad de vosotros, pues, esta costumbre cotidiana, frecuente, inmotivada, sin que nadie os fuerce a ella, sin que nadie dude de tus palabras: la costumbre de jurar; amputadla de vuestras lenguas, circuncidadla de vuestra boca.”
Le pedimos al Señor por medio de María Santísima, nuestra Reina y Madre, que nos resucite de la muerte a la que hemos llevado a nuestra alma con nuestros pecados, especialmente aquellos cometidos por la mala costumbre, y que nos dé la Gracia de mantener nuestras vestiduras blancas durante nuestra estancia en la Tierra, especialmente en estos Últimos Tiempos, para poder entrar con ellas al banquete celestial que Dios nos tiene preparado en el Cielo. Se lo pedimos a través de la siguiente oración:
¡Señor! ¡Con qué dificultad se levanta el que se encuentra oprimido bajo la losa de la mala costumbre! Pero siempre puede levantarse vivificado por la acción interior de tu gracia si tú, Señor, le gritas al corazón.
En efecto, he visto hombres de costumbres corrompidas que, convertidos, viven más piadosamente que sus murmuradores.
No desconfío de la salud de nadie, y me confirmo en ello con el caso de la hermana de Lázaro, si es que ella fue la misma que ungió tus pies, y, después de bañarlos con lágrimas, los secó con sus cabellos; ésta, digo, recibió mejor resurrección que su hermano, cuando fue librada de la pesada piedra de la mala costumbre. Era pública pecadora, y, no obstante, dijiste de ella: «Le fueron perdonados muchos pecados porque amó mucho» (Lc. 7, 47).
No quiero, pues, ni presumir ni desesperar de mí, ya que tan malo es lo uno como lo otro. Y para no desesperar, quiero dirigirme a aquel en quien debe fundarse toda presunción. Tú dijiste: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt. 9 13). Ciertamente que si no hubieras amado a los pecadores, no habrías descendido del cielo a la tierra.
¡Oh Señor! Grandes son mis enfermedades, pero ninguna es incurable para ti, médico omnipotente. Quiero ser curado, no rechazo tus manos, porque tú sabes qué es lo que debes hacer.
¿Acaso no me curarás porque tenga yo toda la culpa de haber caído enfermo, despreciando tus avisos? No quise escucharte cuando se trataba de conservar la salud; te escucharé ahora para poder recobrarla. Que al menos, después de haber traspasado tus advertencias, te preste atención tras una penosa experiencia. ¿Qué terquedad no será la que ni aun a los hechos de la experiencia se doblega?
Dame, Señor, la gracia de llorar para no ser insensible al dolor. Amén.
La máquina del tiempo
Bienvenidos a una nueva entrega de La Máquina del Tiempo. En este programa vamos a analizar la cita de Judit 7, 15-16, que dice así:
“Convóquense, pues, inmediatamente todos los que se hallan en la ciudad, para que nos entreguemos todos voluntariamente a la gente de Holofernes, porque más vale vivir cautivos y bendecir al Señor, que morir y ser el oprobio de los hombres, después de haber visto perecer ante nuestros ojos a nuestras esposas y a nuestros niños”
El contexto de esta cita es que Holofernes, general asirio, tiene sitiada la ciudad de Betulia, donde viven los hebreos, entre ellos, Judit. El pueblo, al ver que les han cortado el agua, que están a punto de morir y que el Señor no los ha socorrido, deciden entregarse al enemigo. Al saberlo Judit, se enfada con el pueblo por su falta de Fe en Dios y urde un plan con la ayuda de Dios, para derrotar a los enemigos.
Judit es figura de la Virgen María, pues era una mujer discreta y casta, que una vez enviudada, no volvió a casarse, sino que se entregó por completo a la oración, al ayuno y a las obras de caridad. Cuando llega el peligro, se engalana con sus mejores vestidos y perfumes para, con su belleza, derrotar a Holofernes. De la misma forma, la Virgen María es pura a perpetuidad y, mientras en toda su vida fue discreta y fervorosa en la oración y en la caridad, en el momento del peligro, cuando todos iban a sucumbir a la desesperación de la muerte del Mesías, Ella, la Madre, se revistió de todas sus virtudes y gracias, en especial la de la Fe, para creer en la Resurrección de Cristo, derrotar al demonio y completar la redención. Gloria a María Santísima.
Como hemos visto en los últimos programas sobre Babilonia y Egipto, solamente hay que ir allí cuando el Señor lo manda y no hacerlo nosotros por nuestra cuenta, pues, aunque nuestras intenciones sean buenas, no contaremos con la protección del Señor y perderemos la Fe irremediablemente. Si es verdad, que en el destierro de Babilonia, Dios, por medio del profeta Jeremías, quiso que el pueblo se entregara pacíficamente a Nabucodonosor, en este caso es el pueblo el que lo decide unilateralmente, por lo que esa resolución que toman no es correcta, aunque piensen que pueden entregarse y seguir conservando la Fe, pero, como dice la Escritura, dijo el rey a Holofernes: “Sal a campaña contra todos los reinos del Occidente, y principalmente contra los que despreciaron mi dominación. No te compadecerás de reino alguno, sino que me subyugarás toda ciudad fuerte”. Es decir, no iba a tener piedad de ellos ni de su Fe, por haberle rechazado en primer lugar, por lo que esa esperanza que tenían de poder conservar la Fe era falsa.
Este pasaje, y la historia en general, es profética de estos tiempos, pues vemos que el demonio, apoyándose en su gran ejército, que es el mundo y todos los que le sirven para construir su reino anticristiano, quiere ser adorado como Dios, pero hay gente que sigue al verdadero Dios y desprecia su esclavitud, que en este tiempo se da en una cárcel de oro. Entonces empieza la persecución contra ellos. Esto se ha visto a lo largo de toda la historia y llegará a su culmen mediante la persecución de Anticristo, que estamos viviendo ya, cuando detienen a profesores que se niegan a promover la ideología arcoíris, médicos que se niegan a realizar abortos, gente que reza enfrente de clínicas abortistas, etc.
Esta persecución se recrudecerá hasta el punto en que para sobrevivir, mucha gente pensará en rendirse al enemigo, pensando que podrá seguir sirviendo a Dios, pero que en realidad será una apostasía, cambiar la primogenitura por un plato de lentejas. Vimos una prueba de esto cuando hace unos años se obligó a la gente a demostrar que se habían puesto cierta sustancia, para poder ir a restaurantes y demás sitios de ocio. Muchas personas, que primeramente habían rechazado esa sustancia, al ver peligrar su “modo normal de vida” y sus comodidades, decidieron pasar por el aro. Parecerá que Dios se ha olvidado de nosotros y nos ha abandonado a nuestra suerte, pero será realmente la prueba más importante de nuestra vida, donde el Señor verá quién tiene verdaderamente Fe. Ya lo dice el Catecismo en el punto 675: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad”. Será la prueba de la Virgen María en el Viernes y Sábado Santo, que solamente con Ella podremos superar, pues como dice el Señor en Lucas 18, 8: “Pero el Hijo del Hombre, cuando vuelva, ¿hallará por ventura fe sobre la tierra?”. En su primera venida halló esa Fe en la Santísima Virgen María. En la segunda venida, ¿dónde la encontrará?
Hagamos caso a la exhortación de Judit en el capítulo 8, del versículo 10 al 27: “¿Cómo Ocias ha podido consentir en entregar la ciudad a los asirios, si dentro de cinco días no viene socorro? ¿Y quiénes sois vosotros, que tentáis al Señor? No es esta palabra el medio apropiado para atraer su misericordia, sino más bien para provocar su ira y encender su furor. Habéis fijado plazo a la misericordia del Señor, y le habéis señalado día según vuestro arbitrio. Mas, puesto que el Señor es sufrido, arrepintámonos de esto mismo, y derramando lágrimas imploremos su indulgencia; porque no son las amenazas de Dios como las de los hombres, ni se enciende su cólera a la manera de los hijos de los hombres. Por tanto, humillemos delante de Él nuestras almas, y poseídos de un espíritu de humildad, como conviene a siervos suyos, pidamos con lágrimas al Señor, para que según su voluntad use con nosotros de su misericordia, y para que, así como la soberbia de los enemigos ha turbado nuestro corazón, así también nuestra humillación resulte un motivo de gloria. Pues no hemos imitado los pecados de nuestros padres, que abandonaron a su Dios y adoraron dioses extranjeros, por cuya maldad fueron entregados a la espada y al saqueo y al escarnio de sus enemigos. Nosotros, empero, no conocemos otro Dios que a Él. Esperemos humildemente su consolación; Él vengará nuestra sangre de los enemigos que nos afligen, y humillará a todas las naciones que se levantan contra nosotros; el Señor Dios nuestro las cubrirá de ignominia. Ahora, pues, hermanos, ya que vosotros sois los ancianos en el pueblo de Dios, y de vosotros depende la vida de ellos, alentad con vuestras palabras sus corazones, para que recuerden que nuestros padres han sido tentados, a fin de ser probados si de veras honraban a su Dios. ¡Qué se acuerden cómo fue tentado nuestro padre Abrahán, y cómo, probado con muchas tribulaciones, vino a ser el amigo de Dios! Así Isaac, así Jacob, así Moisés y todos los que agradaron a Dios, pasaron por muchas tribulaciones, manteniéndose siempre fieles. Más aquellos que no aceptaron las pruebas con temor del Señor, sino que a causa de su impaciencia profirieron injuriosas murmuraciones contra el Señor, fueron exterminados por el exterminador y perecieron mordidos de las serpientes. Por tanto, no nos dejemos llevar a la impaciencia por lo que padecemos; antes bien, considerando que estos castigos son menores que nuestros pecados, creamos que los azotes del Señor, con que como esclavos somos corregidos, nos han venido para enmienda, y no para nuestra perdición.”
Que la Santísima Virgen María, Abogada y Medianera de todas las Gracias, nos conserve y aumente la fe en los momentos de mayor dificultad y persecución, para que seamos capaces de todo, para Gloria de Dios. Amén
Santos de Verdad
SANTOS DE VERDAD: San Nilo
No hay más ciego que el que no quiere ver,
Pero dichosos los que creen sin haber visto.
Porque son vista de águila los ojos de la fe
que ven al Rey de Reyes en el sufrimiento del Cristo.
Dijo el Señor que nadie sabe el día ni la hora,
pero nos manda escrutar los signos de los tiempos
Y en esta época somos como niños con el dedo en la boca
sin sacarlo para ver hacia dónde soplan los vientos
En el mundo sobreabunda el pecado y por menos se destruyó Sodoma
Y la Iglesia sigue sus pasos cuando se confunde y desecha su corona.
Porque somos sacerdotes, profetas y reyes desde el Bautismo
y como Cristo es Rey así es también real la Iglesia que es Su Esposa.
Vemos el mal y nos encogemos de hombros, decimos que “Dios sabe lo que hace”
Confundimos lo que Dios quiere con lo que permite, ¿cómo no somos capaces
De entender que Dios ama la libertad, y se expone a que Le rechacen
Soportando el mal que hacemos en lugar de aquello que sabemos que Le complace?
Debemos usar la libertad para el bien durante el tiempo que se nos da para vivir
Jesús nos pide ir al mundo entero, eso es evangelizar y convertir
Él espera a que Le busques, Le ames y seas activo en el servir
Porque el Dios que te creó sin tu ayuda no te va a salvar sin ti
La sangre de los mártires es fuego que esculpe la Verdad
En los corazones de aquellos que luego extendieron la cristiandad
Por eso el ardor de los santos es una llama que no se debe apagar
Como San Nilo, que combatiendo la herejía ejerció la más alta Caridad
San Nilo vivió entre el siglo IV y V, se casó y tuvo dos hijos, y fue discípulo y ferviente defensor de San Juan Crisóstomo, por quien fue instruido en el estudio de las Escrituras. Aunque nos pueda sorprender esta vocación, Nilo fue con uno de sus hijos y ambos se hicieron monjes, viviendo en el Monte Sinaí. Su esposa y su otro hijo también abrazaron la vida religiosa, viviendo ambos en Egipto.
Nilo era muy conocido en la Iglesia Oriental por sus escritos y correspondencia, y toda clase de gente le escribía para consultarle. Sus numerosas obras consisten en denuncias de herejía, paganismo, abusos de disciplina y delitos, reglas y principios ascéticos y máximas sobre la vida religiosa.
Pero sin olvidar su vida ejemplar, sacrificada e incansable, vamos a centrarnos en las profecías tan exactas que fue inspirado a decir sobre los tiempos que vivimos en la actualidad. Dice así:
“Después del año 1900, a mediados del Siglo XX, las personas de ese tiempo se tornarán irreconocibles.
Cuando se aproxime el tiempo de la venida del anticristo, la inteligencia de los hombres será oscurecida por las pasiones carnales. La degradación y el desreglamento se acentuarán. El mundo entonces se tornará irreconocible.
Las personas cambiarán de apariencia y será imposible distinguir a los hombres de las mujeres por causa del atrevimiento en la manera de vestir y en la moda de sus cabellos. Esas personas serán deshumanas y como auténticos animales salvajes, por causa de las tentaciones del anticristo, no se respetará más a los padres y a los más viejos.
El amor desaparecerá y los pastores cristianos: obispos y sacerdotes, serán hombres frívolos, completamente incapaces de distinguir el camino de la derecha de la izquierda. En ese tiempo, las leyes morales y las tradiciones de los cristianos y de la iglesia cambiarán.
Las personas no practicarán más la modestia y reinará la disipación. La mentira y la codicia alcanzarán grandes proporciones, e infelices de aquellos que acumularán riquezas.
La lujuria, el adulterio, la homosexualidad, las acciones secretas y la muerte serán la regla de la sociedad.
En ese tiempo futuro, debido al poder de tan grandes crímenes y de un tal libertinaje, las personas serán privadas de la gracia del Espíritu Santo recibida en su bautismo y ni siquiera sentirán remordimientos.
Las iglesias serán privadas de pastores piadosos y temientes a Dios, e infelices de los cristianos que sobraren sobre la tierra en ese momento. Ellos perderán completamente su fe, porque no habrá quién les muestre la luz de la verdad. Ellos se alejarán del mundo, refugiándose en lugares santos, en la intención de aliviar sus sufrimientos espirituales, pero en todas partes sólo encontrarán obstáculos y contrariedades.
Todo eso resultará, de hecho, de que el anticristo desea ser el señor de todas las cosas y tornarse el maestro de todo el universo. Él realizará milagros y señales inexplicables. Dará también a un hombre sin valor una sabiduría depravada, a fin de descubrir un modo por el cual un hombre pueda tener una conversación con otro, de un rincón a otro de la tierra.
En ese tiempo, los hombres también volarán por los aires como los pájaros y descenderán al seno del océano como los peces. Y cuando eso suceda, infelizmente esas personas verán sus vidas rodeadas de confort, sin saber, ¡Pobres almas!, que todo eso es un fraude de Satanás. Y él, el impío, inflará la ciencia de vanidad a tal punto, que ella se alejará del camino cierto y conducirá a las personas a la pérdida de la fe en la existencia de Dios, de un Dios en Tres Personas.
Entonces Dios, infinitamente bueno, verá la decadencia de la raza humana y abreviará los días por amor del pequeño número de aquellos que deberán ser salvos, porque el enemigo desearía arrastrar incluso a los ‘electos’ a la tentación, si eso fuese posible. Entonces, la espada del castigo aparecerá de repente y derribará al corruptor y a sus servidores.”
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