16. Las Reglas de Discernimiento

En este programa hablaremos de las reglas de discernimiento de San Ignacio de Loyola, un verdadero tesoro para la Iglesia, contenido en su libro de los Ejercicios Espirituales.
Iluminando lo escondido
Iluminando lo escondido
16. Las Reglas de Discernimiento
Cargando
/

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Secciones del programa

Iluminando lo escondido

+

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Muy buenas a todos y bienvenidos una vez más a Iluminando lo Escondido. En el programa de hoy hablaremos de las reglas de discernimiento de espíritus de San Ignacio de Loyola, que se incluyen en su libro de los “Ejercicios espirituales”. Estos ejercicios que propone San Ignacio están pensados para ser hechos en 4 semanas, y dentro de estas cuatro, las reglas de discernimiento de las que hablaremos son divididas por San Ignacio en las primeras dos semanas, siendo las reglas de la primera semana necesarias para contemplar las de la segunda. Aunque no es necesario estar haciendo los ejercicios espirituales para poder meditar y profundizar en ellas.

El objetivo de estas reglas de discernimiento dice San Ignacio, es “en alguna manera sentir y conocer las varias mociones que en la ánima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar. Es decir, darnos cuenta de la naturaleza de aquello que experimenta nuestra alma. Si es bueno para recibirlo, y si es malo para rechazarlo.

Comencemos con las reglas de la primera semana:

La primera regla. En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales, por más los conservar y aumentar en sus vicios y pecados. En las cuales personas el buen espíritu usa contrario modo, punzándoles y remordiéndoles las conciencias por el sindérese de la razón.

Muchas veces caemos en un pecado, y tras confesarlo, volvemos a caer en él, y así repetidamente, y parece que no podemos llegar a superarlos. Es entonces cuando el mal espíritu nos intenta deleitar con placeres aparentes para que sigamos enganchados a ellos y no los venzamos. Por el contrario, el buen espíritu nos “pincha” en la conciencia para llevarnos al arrepentimiento.

Pasemos ahora a la segunda regla:

La segunda. En las personas que van intensamente purgando sus pecados, y en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo, es el contrario modo que en la primera regla. Porque entonces propio es del mal espíritu morder, tristar y poner impedimentos, inquietando con falsas razones para que no pase adelante; y propio del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante.

Y cuando uno se esfuerza por corregirse en el Señor, entonces se da al revés. El mal espíritu, que cuando estamos en pecado nos intenta seducir para que sigamos por el mismo camino, ahora actúa agitándonos, enviando tristeza y desolación para que abandonemos el camino de la expiación. Y el buen espíritu nos consuela y anima para que sigamos por el buen camino.

En la tercera y cuarta regla, San Ignacio explica qué es la consolación y desolación espiritual:

La tercera, de consolación espiritual. Llamo consolación cuando en el ánima se causa alguna moción interior, con la cual viene la ánima a inflamarse en amor de su Criador y Señor; y consequenter, cuando ninguna cosa criada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Criador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Señor, agora sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en su Criador y Señor.

La consolación son esos momentos en los que, por Gracia de Dios, sentimos que seguir a Cristo y vivir nuestra fe se nos hace fácil, no nos cuesta hacer oración y sentimos una alegría interior que nos impulsa a seguir perseverando en el camino de la santidad. Muchas veces estas consolaciones se manifiestan después de recibir el sacramento de la Confesión.

La cuarta, de desolación espiritual. Llamo desolación todo el contrario de la tercera regla, así como escuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor. Porque, así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación.

Esto es lo contrario de la consolación, cuando sentimos tristeza y pesadez hacia las cosas de Dios, cuando tratar de llevar una vida de fe se nos hace cuesta arriba y tendemos a relajarnos, bajar la guardia, nos cuesta hacer oración o volvemos a caer en un pecado que ya creíamos haber superado.

De la quinta a la novena regla, San Ignacio nos explica qué cosas debemos hacer para hacer frente a esta desolación espiritual, que todos en algún momento de nuestra vida hemos sentido.

Empecemos leyendo la quinta:

La quinta. En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar.

Como dice San Ignacio, es en estos momentos donde nos aconseja y guía el espíritu malo, y es entonces donde debemos orar para que aquello que nos trata de infundir el demonio no entre en nosotros y podamos mantenernos firmes en el camino del Señor, especialmente en estos últimos tiempos donde sus ataques serán cada vez más fuertes.

Dice San Juan en su primera carta: «Lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si en vosotros permanece lo que oísteis desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y está es la promesa que Él nos ha hecho: la vida eterna. Esto os escribo respecto de los que quieren extraviaros» «Ahora, pues, hijitos, permaneced en Él, para que cuando se manifestare tengamos confianza y no seamos avergonzados delante de Él en su Parusía» (1 Juan 2, 24-26, 28).

En la sexta regla, San Ignacio nos da las herramientas que debemos utilizar para vencer dicha desolación: Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación,

así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia.

Son estas las armas del cristiano que debemos tomar para que, como dice San Pablo, «puedas resistir en el día malo y, habiendo cumplido todo, estar en pie» (Efesios 6, 13) Es decir, el día que nos cueste más hacer oración, en vez de no hacerla o reducir el tiempo, San Ignacio nos recomienda que en esos momentos dediquemos un poco más de tiempo a la oración para vencer la desolación. Como en estos momentos es cuando más cuesta hacer oración, podemos empezar haciendo pequeñas oraciones o jaculatorias que nos sirvan para ir alejando esas tinieblas que nos dificultan estar en unión con Dios.

Veamos ahora la séptima regla:

El que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta. Porque el Señor le ha abstraído su mucho hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole tamen gracia suficiente para la salud eterna.

Explicaba San Ignacio en la cuarta regla que, en la desolación, el alma se siente separada de su Señor. A pesar de ello, Dios siempre está con nosotros, dándonos lo necesario para poder vencer al enemigo. En relación a esto dice San Pablo a los corintios: “No nos ha sobrevenido tentación que no sea humana; y Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que aun junto a la tentación preparará la salida, para que podáis sobrellevarla “(1 Cor 10, 13)

La octava regla dice así:

El que está en desolación trabaje de estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado, poniendo las diligencias contra la tal desolación, como está dicho en la sexta regla.

Dice Jesús: “Os dejo la paz, os doy la paz mía; no os doy Yo como da el mundo. No se turbe vuestro corazón, ni se amedrente.” (Juan 14, 27) La paz que Jesús nos da no tiene su fundamento en lo mundano, sino en el saber que Dios nos ama infinitamente y vela por nosotros en todo momento, y que, por tanto, lo único de lo que tenemos que preocuparnos es de hacer lo que Él nos dice para acabar venciendo dicha desolación.

En la novena regla San Ignacio nos da 3 causas principales de nuestra desolación:

la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así, por nuestras faltas, se aleja la consolación espiritual de nosotros.

La segunda, por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias.

La tercera, por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación.

La primera causa hace referencia a que, con nuestra tibieza espiritual y nuestras culpas, alejamos al espíritu de Dios que habita en nosotros, alejando de la misma manera la consolación espiritual.

La segunda causa es una prueba que Dios nos hace en la confianza, pues es fácil hacerlo cuando todo va bien, pero quiere ver si, en los momentos en que no nos sentimos tan consolados por Él, seguimos confiando ciegamente en Su Auxilio.

Y la tercera causa es para hacernos humildes, pues nos sirve para reconocer que toda consolación viene de Dios y no de nuestros méritos.

Vemos en esto cómo Dios no permite algo si no es para sacar un bien. Leemos en el Salmo 66:

Pues Tú nos probaste, oh Dios,
nos probaste por el fuego,
como se hace con la plata
Nos dejaste caer en el lazo;
pusiste un peso aplastante
sobre nuestras espaldas.
Hiciste pasar hombres
sobre nuestra cabeza;
atravesamos por fuego y por agua;
mas nos sacaste a refrigerio

También leemos en capítulo 15 del Evangelio de Juan:

Todo sarmiento que, estando en Mí, no lleva fruto, lo quita, pero todo sarmiento que lleva fruto, lo limpia, para que lleve todavía más fruto”

La décima y undécima regla nos recuerdan qué hacer cuando nos encontremos en consolación espiritual:

La décima. El que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces.

No debemos olvidar que el discípulo no es más que el maestro, y como Jesús, debemos pasar por numerosas desolaciones. Que estos tiempos de consolación nos afiancen en el Señor, pues el que perseverare hasta el fin, ese será salvo (Mateo 10, 22)

La undécima. El que está consolado procure humiliarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán para poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o consolación. Por el contrario, piense el que está en desolación que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su Criador y Señor.

PidámosLe al Señor que nos trabaje en la sencillez y humildad, para que cuando estemos en consolación seamos capaces de dar gloria a Dios por ello y no pensar que es debido a nuestros actos. Si hacemos esto, construiremos nuestra casa sobre la roca, y en tiempos de desolación podremos resistir los ataques del demonio.

En las 3 últimas reglas de la primera semana, San Ignacio nos describe el modo de actuar del demonio y nos enseña a cómo vencerle:

La duodécima. El enemigo se hace como mujer en ser flaco por fuerza y fuerte de grado. Porque, así como es propio de la mujer, cuando riñe con algún varón, perder ánimo, dando huida cuando el hombre le muestra mucho rostro; y, por el contrario, si el varón comienza a huir perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad de la mujer es muy crecida y tan sin mesura; de la misma manera, es propio del enemigo enflaquecerse y perder ánimo, dando huida sus tentaciones, cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo, haciendo el opósito per diametrum. Y por el contrario, si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la haz de la tierra como el enemigo de natura humana en prosecución de su dañada intención con tan crecida malicia.

Dice San Pedro en su primera carta: Sed sobrios y estad en vela: vuestro adversario el diablo ronda, como un león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos sufren vuestros hermanos en el mundo (1 Pedro 5, 8-9)

La terdécima. Asimismo, se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto. Porque, así como el hombre vano, que, hablando a mala parte, requiere a una hija de un buen padre o a una mujer de buen marido, quiere que sus palabras y suasiones sean secretas; y el contrario le displace mucho, cuando la hija al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras y intención depravada, porque fácilmente colige que no podrá salir con la impresa comenzada; de la misma manera, cuando el enemigo de natura humana trae sus astucias y suasiones a la ánima justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto. Mas cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa; porque colige que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus engaños manifiestos.

La mujer a la que debemos acudir porque es capaz de descubrir las vanas palabras e intención depravada del demonio es la Virgen María, pues lo tiene bajo su calcañar. Dice Santo Tomás de Aquino: Pues en todo peligro puedes lograr la salvación por la misma gloriosa Virgen. Por donde en el Cant 4,4 se dice: Mil escudos –esto es: remedios contra los peligros– penden de ella. E igualmente en toda práctica de la virtud la puedes tener como auxilio; y por eso dice ella misma: En mí (hay) toda esperanza de vida y de virtud (Eclo 24, 25).

La quatuordécima. Asimismo, se [hace] como un caudillo, para vencer y robar lo que desea. Porque, así como un capitán y caudillo del campo, asentando su real y mirando las fuerzas o disposición de un castillo, le combate por la parte más flaca, de la misma manera, el enemigo de natura humana, rodeando, mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos.

Y es que cada uno tenemos unos puntos débiles en los que el demonio incide con más ímpetu. También nos habla de ello San Gregorio Magno: El lobo roba y dispersa las ovejas, porque a unos los arrastra a la impureza, a otros inflama con la avaricia, a otros los hincha con la soberbia, a otros los separa por medio de la ira, a este le estimula con la envidia, a otro le incita con el engaño. De la misma manera que el lobo dispersa las ovejas de un rebaño y las mata, así también hace el diablo con las almas de los fieles por medio de las tentaciones. (Hom 14. sobre los Evang.)

Pasamos a contemplar ahora las reglas que San Ignacio dispone para la segunda semana, las cuales tienen el mismo objetivo que las de la primera semana, es decir, para sentir y conocer las varias mociones que en la ánima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar, pero con un mayor discernimiento de espíritus.

La primera. Propio es de Dios y de sus ángeles, en sus mociones, dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación que el enemigo induce. Del cual es propio militar contra la tal alegría y consolación espiritual, trayendo razones aparentes, sotilezas y asiduas falacias.

Vemos aquí que la lucha espiritual entre el bien y el mal es constante, en la que el enemigo nos trata de llevar hacia sí muy sutilmente. Como él es mucho más inteligente que nosotros, debemos pedir a Dios un discernimiento santo para que sepamos en todo momento darnos cuenta de lo que viene de Él y lo que viene del enemigo y de esta forma elegir siempre el bien.

La segunda. Sólo es de Dios nuestro Señor dar consolación a la ánima sin causa precedente; porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad. Digo sin causa, sin ningún previo sentimiento o conocimiento de algún obyecto por el cual venga la tal consolación mediante sus actos de entendimiento y voluntad.

Es por esto que debemos abandonarnos completamente a la voluntad de Dios, de manera que Él pueda en nuestra alma, como dice la regla, entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor. Pues como dijo San Francisco de Sales: Si somos santos según nuestra voluntad, nunca lo seremos; es preciso que lo seamos según la voluntad de Dios.

La tercera. Con causa puede consolar al ánima así el buen ángel como el malo, por contrarios fines: el buen ángel por provecho del ánima, para que crezca y suba de bien en mejor; y el mal ángel para el contrario, y adelante, para traerla a su dañada intención y malicia.

La consolación que viene de Dios se basa en que Él nos regala sus dones y capacidades para confortarnos y que, utilizándolos, crezcamos en virtud; el demonio trata de imitar los dones de Dios, como, por ejemplo, su paz, que no es fruto de la confianza en Dios sino una tranquilidad superficial al tener todo lo que según el mundo es necesario, o su amor, que no es esencia del Creador sino concupiscencia. Pero éstos dan una consolación superficial que aleja de Dios, pues se basan en lo mundano y nos acercan al fin último con el que los utiliza, que es nuestra perdición eterna. Dice San Pablo a los romanos: Pues los que viven según la carne, piensan en las cosas de la carne; mas los que viven según el espíritu, en las del espíritu. Y el sentir de la carne es muerte; mas el sentir del espíritu es vida y paz. Pues el sentir de la carne es enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la Ley de Dios ni puede en verdad hacerlo. Y los que viven en la carne no pueden, entonces, agradar a Dios. (Romanos 8, 5-8)

La cuarta. Propio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis, entrar con la ánima devota y salir consigo. Es a saber, traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal ánima justa, y después, poco a poco, procura de salirse, trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones.

No podemos olvidar que satanás es un ser muchísimo más inteligente que nosotros, y puede hacernos caer en la tentación y en el pecado de infinitas maneras si no le pedimos a Dios un discernimiento santo que nos permita separar lo bueno de lo malo, ya que su apariencia, como dice San Ignacio en esta regla y San Pablo en 2 Cor 11, 14, es la de un ángel de luz, y es por esto que Jesús nos advierte de que si aquellos días no fueran acortados, nadie se salvaría (Mat 24, 22) pues en estos últimos tiempos el poder de satanás, debido a nuestros pecados, será mayor que nunca y por tanto, sus engaños serán cada vez más difíciles de percibir.

La quinta. Debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel. Mas si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala, o distrativa, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba a la ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna.

Antes de realizar una acción ésta es precedida por el pensamiento. Y si no estamos atentos a que estos pensamientos tengan un principio, medio y fin buenos, fácilmente podemos caer en cometer un pecado, pues podemos usar medios que no son lícitos para obtener un supuesto bien. Como, por ejemplo, decir una mentira para conseguir un bien. Hay quien pueda pensar que una mentira piadosa es justificable, pero no podemos hacer el bien utilizando los medios del demonio, que como dice Jesús, es el padre de la mentira. (Juan 8, 44)

Leemos también en el apartado 1755 del Catecismo de la Iglesia Católica: El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. Una finalidad mala corrompe la acción, aunque su objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar para ser visto por los hombres).

La sexta. Cuando el enemigo de natura humana fuere sentido y conocido de su cola serpentina y mal fin a que induce, aprovecha a la persona que fue dél tentada mirar luego en el discurso de los buenos pensamientos que le trujo y el principio dellos, y cómo, poco a poco, procuró hacerla descendir de la suavidad y gozo espiritual en que estaba, hasta traerla a su intención depravada; para que con la tal experiencia, conocida y notada, se guarde para adelante de sus acostumbrados engaños.

Por tanto, si le pedimos a Dios un discernimiento santo, el Señor no solo nos hará ver lo que está bien y mal, también nos hará ver, incluso en las veces que hemos caído, cómo el demonio ha ido sutilmente y paso a paso tratando de engañarnos para que cayéramos en sus redes. El conocer esto nos ayudará para poder vencer futuras asechanzas y también con esta experiencia podremos ayudar a aquellos que se encuentran en una situación similar a la nuestra.

La séptima. En los que proceden de bien en mejor, el buen ángel toca a la tal ánima dulce, leve y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja; y el malo toca agudamente y con sonido y inquietud, como cuando la gota de agua cae sobre la piedra. Y a los que proceden de mal en peor tocan los sobredichos espíritus contrario modo. Cuya causa es la dispusición del ánima ser a los dichos ángeles contraria o símile. Porque, cuando es contraria, entran con estrépito y con sentidos, perceptiblemente; y cuando es símile, entra con silencio, como en propia casa a puerta abierta.

Dios premia a quienes buscan hacer su voluntad mediante la paz, que es como esa gota de agua que entra en una esponja dulce, leve y suavemente. Sin embargo, el demonio trata de turbar a estas almas para quitársela y que no actúen con esa paz que conduce a hacer el bien.

En aquellas almas que van por el mal camino, Dios actúa como ese pastor que tiene 100 ovejas y deja a las 99 para buscar a la que se ha perdido, y llega a dar su propia vida en la cruz para poder salvarnos, se da enteramente por nosotros para salvar nuestras almas. El demonio, por el contrario, actúa con sigilo para que el alma no se pueda dar cuenta de que realmente está yendo por el camino equivocado. Es por eso que Jesús dice que vendrá tiempo en que cualquiera que os quite la vida, creerá hacer un obsequio a Dios. Y os harán esto, porque no han conocido al Padre, ni a Mí. (Jn 16, 2-3)

La octava. Cuando la consolación es sin causa, dado que en ella no haya engaño, por ser de sólo Dios nuestro Señor, como está dicho, pero la persona espiritual, a quien Dios da la tal consolación, debe con mucha vigilancia y atención mirar y discernir el propio tiempo de la tal actual consolación del siguiente, en que la ánima queda caliente y favorecida con el favor y reliquias de la consolación pasada. Porque muchas veces en este segundo tiempo, por su propio discurso de habitúdines y consecuencias de los conceptos y juicios, o por el buen espíritu, o por el malo, forma diversos propósitos y pareceres que no son dados inmediatamente de Dios nuestro Señor. Y, por tanto, han menester ser mucho bien examinados, antes que se les dé entero crédito ni que se pongan en efecto.

En este caso, San Ignacio nos advierte sobre los propósitos que pueden surgir en el tiempo entre consolaciones, cuando el alma está inflamada. Si buscamos en todo momento cumplir la Voluntad de Dios, conviene siempre examinar esos propósitos a través de la oración y la dirección espiritual, sin prisas, sin adelantarnos a Sus Planes: de este modo, podremos dejarlos si no vienen de Dios, o Él mismo los confirmará si vinieron de Él. Obrar así, además de manifestar ese discernimiento santo que debemos pedirLe, es fruto de una mayor Confianza en Dios, que como Buen Padre sabe lo que es mejor para Sus hijos.

Ponemos todas estas enseñanzas que nos dejó San Ignacio en el Corazón Inmaculado de María para que nos las recuerde en los momentos necesarios de nuestra vida, especialmente en estos últimos tiempos en que seremos fuertemente atacados por el maligno y necesitaremos más que nunca ese discernimiento santo que nos permita elegir siempre el bien. Se lo pedimos a la Santísima Trinidad por medio de