2. La Pasión de la Iglesia
Secciones del programa
Luz para mis pasos
En esta semana en la que los católicos celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo queremos que nuestro programa esté centrado en la Pasión que la Iglesia debe sufrir también en los últimos tiempos.
¿Por qué sabemos que esto va a pasar?
Porque nos lo dice el Catecismo en su número 677: “La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en Su muerte y Su Resurrección.”
Hablemos claro, esto quiere decir que la Iglesia tiene que morir, lo repito, la Iglesia Católica tal y como la conocemos ahora, tiene que morir, o al menos parecer humanamente que ha muerto. No va a haber primaveras de la Iglesia, ni fraternidad universal, ni paraíso en la Tierra. Esperar esto, no es católico.
He dicho que tiene que parecer que la Iglesia ha muerto, por cuatro razones:
- La primera es porque la Iglesia militante puede morir, pero la Iglesia purgante y la Iglesia triunfante no pueden morir. Por lo tanto hay una parte de la Iglesia que ya es eterna.
- La segunda razón es porque sabemos que por la Gracia de Dios se acortarán los tiempos, para que al menos los elegidos no sean confundidos por los falsos cristos y los falsos profetas. Esto lo sabemos por Mateo 24, 22.
- La tercera razón por la que la Iglesia, al menos, parecerá que ha muerto es porque sabemos que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, como Cristo promete a Pedro en Mateo 16, 18.
Esta promesa de Cristo a Pedro, viene justamente después de que Pedro haga una confesión de Fe, y cuando Cristo le pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que Soy Yo?”, Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”.
Por lo tanto, para saber si cuando Cristo vuelva encontrará fe en la Tierra (Lucas 18, 8), la respuesta dependerá de cuántos estén dispuestos en aquel momento a confesar: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Si hay al menos uno, se habrá cumplido la promesa de que las puertas del infierno no habrán prevalecido contra la Iglesia. Dios quiera que no haya solo uno.
¿Cómo debemos actuar frente la Pasión y Muerte de la Iglesia?
Ya hemos mencionado a Pedro, pero para saber cómo debemos actuar ante la Pasión de la Iglesia, quisiera hablar también de otros dos apóstoles: de Santiago y de Juan.
¿Por qué Pedro, Santiago y Juan?
Porque creo que representan tres tipos de actitudes distintas, frente a la Pasión de Cristo, y creo que nos pueden ayudar a ver tres tipos de actitudes, que podemos tener frente a la Pasión de la Iglesia.
Pedro, Santiago y Juan son, junto con Andrés, los primeros discípulos de Jesús y en cierto sentido, podríamos decir que Sus predilectos. ¿Por qué digo esto? Porque los tres están presentes en algunos de los momentos más importantes de la vida de Jesús.
Y quiero centrar esta reflexión en tres de estos momentos: Transfiguración, Agonía y Cruz o lo que es lo mismo, en tres lugares: Tabor, Getsemaní y Gólgota.
Subamos en primer lugar al monte Tabor.
En él vemos cómo Cristo les muestra un anticipo de su Resurrección. Al mostrarse transfigurado ante ellos, les está dando una prueba patente de que Él es Verdadero Dios y no solo eso, esta visión debe ser una llama encendida de esperanza a la que deberán aferrarse en los momentos más cruentos de la Pasión, como se medita en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, en esos momentos en los que la divinidad de Cristo se esconde.
Hoy, en la Iglesia, también tenemos una llama de esperanza que debemos mantener encendida para afrontar los momentos más cruentos de la Pasión de la Iglesia y esta esperanza está en que tenemos la certeza de que Cristo ha resucitado, de que Cristo va a volver y de que Cristo, al final, vence.
Segunda estación, nos detenemos ahora en Getsemaní.
Y vemos que Cristo tiene un trato especial con Pedro, Santiago y Juan.
¿Por qué Cristo los llevó consigo para que velaran y oraran durante su agonía en el Huerto de los Olivos? ¿Por qué no llevó al resto de discípulos?
Porque Pedro, Santiago y Juan son los únicos discípulos que pudieron ver la manifestación plena de Cristo como Dios durante la Transfiguración y son los únicos discípulos que pudieron ver la manifestación plena de Cristo como hombre en Getsemaní.
Porque si no hubieran visto primero a Cristo, transfigurado como Dios en el Tabor, hubieran perdido la fe, al verlo desfigurado como Hombre en Getsemaní.
Además, son los discípulos que manifestaron públicamente su intención de ser fieles a Cristo hasta el final. Pedro, en la última cena al decir: “Aunque todos se escandalizaren de Ti, yo no me escandalizaré jamás” y “¡Aunque deba contigo morir, de ninguna manera te negaré!” (Esto es Mateo 26, 33). En el caso de Santiago y Juan, cuando disputándose los primeros puestos en el Reino de los Cielos, son preguntados por Cristo: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Y ellos, responden: «Podemos». Lo leemos en Mateo 20, 22.
Bien, estamos en Getsemaní, este es el momento de dar el paso, de afirmar a Cristo y de beber con Él el cáliz de la Pasión. ¿Y qué hacen Pedro, Santiago y Juan? Se quedan dormidos.
Cuántos de nosotros estamos dispuestos a dar testimonio de Cristo en nuestros días y defender a la Iglesia de todos los falsos profetas, de los anticristos y de los que odian a Cristo y a su Iglesia, pero no velamos y oramos para no caer en la tentación, y terminamos quedándonos paralizados o dormidos.
Y esto me recuerda a las siguientes palabras de San Vicente Ferrer:
“¡Cuántos hay en el mundo que dicen: “Si yo viese el Anticristo, antes me dejaría despedazar, que seguir su mala ley!” Pero lo mismo decía san Pedro estando a la mesa de Jesucristo: “¡Oh, Señor, contigo estaré, y contigo iré; y si todos te dejaren, yo no te dejaré, sino más bien, antes moriré contigo!”. Y cuando fue el momento de la batalla, por una sierva que le preguntó si era discípulo de Jesucristo, dijo con juramento que nunca le había visto ni conocido.” Fin de la cita
Por tanto, velemos y oremos para no caer en la tentación de creernos los salvadores de la Iglesia, solo con nuestras propias fuerzas.
Hemos visto que Pedro, Santiago y Juan estuvieron los tres en el Tabor, los tres estuvieron en Getsemaní y los tres fueron llamados por Cristo para velar y orar para no caer en la tentación, y vemos cómo, cada uno de ellos, tuvo una reacción distinta durante la Pasión.
¿Qué hace Pedro?
Al principio, Pedro intenta defender a Cristo con su espada, luego niega a Cristo tres veces, ante los criados de los sumos sacerdotes y por último, se pasa toda la Pasión escondido, llorando amargamente.
Y quiero abrir en este punto un pequeño paréntesis porque algunos dicen que Pedro, el primer Papa, negó a Cristo, como queriendo justificar que otros pontífices posteriores puedan hacer lo mismo y que no pase nada por ello. Pero esto no es cierto, cuando Pedro negó a Cristo todavía no era Papa, por dos razones:
- Porque Cristo todavía estaba en la Tierra y si Cristo estaba en la tierra no hacía falta que tuviera un vicario.
- La segunda razón es porque la Iglesia todavía no existía, ya que fue fundada en Pentecostés, con la efusión del Espíritu Santo, sobre la Virgen María y los apóstoles.
Por lo tanto, San Pedro como papa no negó a Cristo. Cierro paréntesis.
¿Qué hace Santiago durante la Pasión?
De Santiago y del resto de discípulos solo sabemos una frase que dice el Evangelio de Mateo 26, 56, después de que Jesús sea arrestado: “Entonces los discípulos todos, abandonándole a Él, huyeron.”
¿Qué hace Juan?
Juan ayuda a Pedro en la casa del sumo sacerdote antes de las tres negaciones y no vuelve a aparecer hasta el Calvario, pero es de suponer que estuvo acompañando a Jesús, discretamente cerca de María, durante toda la Pasión.
Y esto es una lección para los últimos tiempos y la Pasión de la Iglesia, ¿qué hacer cuando Pedro no está cerca de la Cruz? Estar cerca de María. Ella es la que veló y oró durante toda la vida de Jesús, guardando y meditando todas las cosas en su Corazón. A Ella debemos acudir especialmente para que nos enseñe a permanecer junto a su Hijo, durante la Pasión de la Iglesia.
¿Quién eres tú en la Pasión de la Iglesia? ¿Eres Pedro, eres Santiago o eres Juan?
Te confieso que yo he sido los tres muchas veces.
He sido Pedro y he querido dar la vida por Cristo, pero en el momento de la verdad no he sido capaz de vencerme, ni si quiera a mí mismo, en los sufrimientos y dificultades más pequeños que hay en la vida.
He sido Santiago y me he escondido entre los demás, huyendo de mi responsabilidad de defender a Cristo y callando muchas veces frente a los que le odian y le maltratan en la sociedad actual.
Y he sido también Juan, cuando, después de un momento de turbación o caída, he acudido a María para que sea ella la que me permita estar cerca de Jesús.
Te lo vuelvo a preguntar: ¿Quién eres tú en la Pasión de la Iglesia?
La prueba final de la Iglesia antes de su Pasión, que encontramos en el punto 675 del Catecismo, es una prueba de fe. Un examen que tiene solo dos preguntas:
- En la primera pregunta, Cristo nos dice como a Pedro: “y tú, quién crees que Soy Yo?
Porque en la Iglesia de hoy ya no es suficiente con cumplir una serie de preceptos, por rutina. Hoy, para permanecer en la Iglesia de Cristo y no seguir por error a los falsos pastores, es necesaria hacer una verdadera confesión de fe y con Pedro afirmar: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”.
Dice San Juan en su primera carta, capítulo 2, 22: “¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo que niega al Padre y al Hijo. Quienquiera que niega al Hijo tampoco tiene al Padre; quien confiesa al Hijo tiene también al Padre”
Hoy muchos dentro de la Iglesia niegan que Cristo es Dios, pero no lo dicen abiertamente porque su objetivo no es renegar de Cristo, sino llevar a muchos a la confusión y a la apostasía. Cuando se pone en duda la autenticidad de los milagros porque en aquella época no había grabadoras, cuando se cuestiona la santidad y la virginidad de Su Madre, cuando se dice que Cristo fue un hombre bueno del pasado, un revolucionario comunista, un profeta o un dios entre otros dioses, se está negando que Cristo es el Hijo de Dios vivo.
2. La segunda pregunta que nos hace como a Santiago y Juan es: “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?”
Si la respuesta es sí, debemos estar dispuestos a salir de nuestra comodidad, de nuestra rutina, de nuestro silencio, mientras vemos cómo hay cristianos que viven su fe clandestinamente, como en China; que viven su fe arriesgando sus vidas, como en Nigeria; que viven su fe desde el desprecio y la cancelación, como tantos religiosos, sacerdotes y obispos que han sido proscritos injustamente por sus superiores.
Debemos denunciar a todos los lobos con piel de cordero, que se han infiltrado en la Iglesia para tratar de destruirla, y conducir a las almas al infierno, que sabemos por las Sagradas Escrituras que no está vacío.
La Pasión de la Iglesia no es algo reservado únicamente para los últimos tiempos, sino que comienza desde su nacimiento en Pentecostés, cuando ya empieza a obrar el misterio de iniquidad de que nos advierte San Pablo en 2 Tesalonicenses 2, 6. Ese misterio que será desvelado en los últimos tiempos, en la batalla final de la Iglesia contra los enemigos de Cristo.
A lo largo de la historia, los santos y mártires han confesado a Cristo. Época tras época y persecución tras persecución, en todo tiempo y lugar han aceptado beber con Él el cáliz de la Pasión.
Desde el principio, la Pasión de la Iglesia se ha manifestado de forma violenta, sobre todo cuando ha habido católicos dispuestos a reconocer que Jesucristo es el Hijo de Dios vivo. En otras ocasiones y especialmente en los últimos tiempos, esta Pasión de la Iglesia será también silenciosa, siendo el fruto amargo de una apostasía general.
- He dejado para el final la cuarta razón por la que parecerá que en su Pasión la Iglesia habrá muerto y es porque igual que con Cristo, la muerte no tendrá la última palabra, y si Cristo venció a la muerte y puso a sus enemigos como estrado de Sus pies (Salmo 110), tampoco la muerte tendrá la última palabra en la Iglesia, y ésta será resucitada por Cristo, vencedor sobre sus enemigos.
La Iglesia se inicia en Pentecostés con el Fuego Divino que prende a la Iglesia, para que difunda ese fuego y abrase todo el mundo y todas las generaciones, en el espacio, y en el tiempo. Ese fuego es el Espíritu Santo.
Sin el Espíritu Santo, Pedro traiciona a Cristo; con el Espíritu Santo, San Pedro da la vida por Cristo.
Sin el Espíritu Santo, Santiago, Juan y los otros discípulos huyen y se esconden por miedo a los judíos, con el Espíritu Santo, todos proclaman el Evangelio por el mundo y mueren mártires por defender la Verdad.
Por el sacramento del bautismo y el de la confirmación, todos los católicos hemos recibido los dones del Espíritu Santo y podemos recurrir a Él para que nos guíe y nos prepare para dar la batalla, allá donde el Señor nos necesite, en esta prueba final de fe contra la Iglesia.
Que la Resurrección de Cristo sea nuestra esperanza y el Espíritu Santo sea nuestra fuerza en la batalla final, que cada vez está más cerca.
Iluminando lo escondido
Esta semana continuamos contándote cosas que quizás no conocías, y esta vez, en relación a la Pasión de Cristo, es el turno de hablar de las revelaciones dadas por Nuestro Señor Jesucristo y La Santísima Virgen María a Santa Brígida.
Y es que, durante su vida, recibió numerosas visiones y mensajes por parte de Nuestra Madre y de Nuestro Señor. Una de ellas marcó su vida y tuvo lugar en su infancia. A los 10 años, tras escuchar un sermón sobre la Pasión que le impresionó mucho, soñó que veía al Señor clavado en la cruz, y oyó estas palabras: «Mira en qué estado estoy, hija mía.» «¿Quién os ha hecho eso, Señor?«, preguntó la niña. Y Cristo respondió: «Los que me desprecian y se burlan de mi amor.» Esa visión dejó una huella imborrable en Brígida y, desde entonces, la Pasión del Señor se convirtió en el centro de su vida espiritual.
Por mucho tiempo, Santa Brígida había deseado saber cuántos latigazos había recibido Nuestro Señor en Su Pasión. Jesucristo en una aparición a Santa Brígida le reveló que en la Dolorosa Flagelación recibió un total de 5475 azotes, recibidos por un total de 60 verdugos que se fueron turnando. Pilato había prometido dejarlo libre después del castigo y los judíos sobornaron a los verdugos para que resultara muerto, pero Jesús no moría y seguían azotándolo y azotándolo. Esto explica la cantidad de azotes que recibió y la posterior sorpresa de los romanos al morir el Señor tan rápido en la Cruz, según ellos. Las oraciones que recibió Santa Brígida por parte de Nuestro Señor constan de 15 oraciones diarias durante un año, y si multiplicamos las oraciones que se hacen al día por los días del año obtenemos 5475 oraciones, que coinciden con los 5475 azotes recibidos por Jesucristo. De esta manera, se veneran cada una de las llagas sufridas por Jesús en la Flagelación.
Por otra parte, hemos de tener en cuenta que si meditamos la Pasión de Cristo, no podemos olvidarnos de los dolores que sufrió la Virgen María. De la Madre de Dios, la patrona de Suecia recibió la devoción diaria de sus 7 Dolores, concediendo numerosas gracias a aquellos que rezaran siete Ave Marías mientras se meditan sus Lágrimas y Dolores.
En definitiva, que esto nos sirva para meditar sobre los sufrimientos de Jesús y de María en la Pasión y que su ejemplo nos conduzca a una transformación en el Amor que ambos corazones nos proporcionan diariamente. Le pedimos a Jesucristo por medio de la Santísima Virgen María y a Santa Brígida que nos ayuden a vivir este tiempo con verdadera devoción. Amén.
La máquina del tiempo
Para este programa, quería traeros una cita que hablara de la Pasión de Nuestro Señor, a la vez que hable de los Últimos Tiempos. Como no me sé la Biblia de memoria (¡ni mucho menos!), he pedido la asistencia del Espíritu Santo mediante la clásica técnica de hacer una oración y abrir la Biblia por un sitio al azar y escoger aquel punto en el que la vista se posa. En este caso, la Providencia ha caído sobre Proverbios, 24, 11-12, que dice así:
“Libra a los que son llevados a la muerte; a los que andan vacilando al degolladero, sálvalos.
Si dijeres: “¿Cómo saberlo?” ¿Acaso no lo ve Aquél que pesa los corazones? Bien lo sabe Aquel que vela sobre tu vida; Él retribuirá a cada cual según sus obras”.
La Biblia hay que entenderla primordialmente en clave espiritual, pues fue escrita para la salvación del alma, aunque también se puede aplicar a la materia. En este caso, cuando la Palabra habla de la muerte, hay que entenderla como la muerte espiritual, el alejamiento de Dios, el pecado. Nos exhorta a salvar a los que viven sin Dios, a los que van por la vida sin preocuparse del estado de su alma, directos al degolladero, es decir, al infierno. ¿Cómo hacerlo? El final del versículo 12 nos da la respuesta.
El versículo 12, que empieza con las preguntas: “¿Cómo saberlo?” ¿Acaso no lo ve Aquél que pesa los corazones?”, me hace recordar el comentario que hicimos en el programa anterior, en el que explicábamos que los malvados son aquellos que culpan a Dios de los males pues, si Dios sabe todo, ¿cómo es que permite ciertas cosas?. La cita continúa diciendo: “Bien lo sabe Aquel que vela sobre tu vida”, es decir, a Dios nada se le escapa, Él ve cada instante de cada elemento de la creación. Entonces, ¿cómo es que hay tanto mal? La siguiente frase es la clave para esta pregunta y para la que hemos dejado en stand by: ¿cómo salvar a los que van directos al matadero?. La respuesta es: “Él retribuirá a cada cual según sus obras”. ¿Qué quiere decir esto? Dios nos ha puesto a cada uno de nosotros y a cada elemento de la creación como medios para la salvación de la propia alma y de las almas de los hombres. Él nos ha dado unos mandamientos y ha enviado a Su Hijo para enseñarnos a vivir en el amor de Dios, por medio de Jesucristo, por lo tanto, tenemos todo lo necesario para tutelarnos los unos a los otros y defendernos de las tentaciones del Maligno. Si uno actúa en el bien, recibirá de Dios el Bien Supremo. Si uno actúa en el mal, recibirá aquello que quiso, el mal eterno.
Por lo tanto, para salvar a las almas que van a la muerte, lo que hay que hacer es vivir una vida conforme a la Voluntad de Dios y evangelizar con nuestras obras y con nuestras palabras, si son coherentes con nuestra forma de actuar. Pues como dice el Evangelio: “No todos los que me dicen: «Señor, Señor» entrarán en el Reino de Dios, sino solamente los que hacen la Voluntad de mi Padre Celestial” (Mt 7, 21-23).
¿Cómo se relaciona este texto con los Últimos Tiempos? Como vemos, cada vez más hay un mayor número de personas que van al matadero, siguiendo ideologías perversas, incluso dentro de la Iglesia. Esto es un signo de los tiempos, pues Jesucristo se pregunta en el Evangelio si a su vuelta seguirá habiendo Fe en la tierra. Hoy vemos que la verdadera Fe casi ha desaparecido y muy poca gente sigue el camino de Jesús sin desviarse a derecha ni a izquierda. Sin embargo, Dios, amorosamente, nos llama a aguantar y actuar según la Fe de la Iglesia, desde que Jesucristo la instaurara, “sin cambiar ni una iota” de ella, guardarnos de los falsos profetas, de los lobos con piel de cordero. Así podremos recibir la generosa retribución de nuestro Padre Dios y salvar a las almas humildes que, viendo el amor de Dios a través nuestro, quieran recibir ese amor haciendo el Bien y alejándose de sus pecados.
El ejemplo máximo de esto es, como no puede ser de otra forma, Cristo, que, con su vida y, en especial con su Pasión y muerte en la cruz, nos salvó, como dicen los Profetas, de la exclavitud, de la muerte del pecado, nos abrió las Puertas del Cielo y nos devolvió la Gracia, y, por ello, Dios le dio la máxima retribución, esto es, Señor de todo lo creado, Juez eterno, Padre del Siglo futuro y Rey del universo.
Así que, cuando tengas algún contratiempo, te encuentres con alguien que te cae mal o tengas una discusión con un hermano… en definitiva, en cualquier momento de sufrimiento, te recuerdo la cita de la semana pasada: “no te irrites, pues eso empeora las cosas”. Más bien, pide la Luz al Espíritu Santo para que puedas actuar como Cristo lo haría y, de esa manera, estarás salvando a tus hermanos, pues el bien destruye el mal, a la vez que estarás acumulando tesoros en el Cielo en espera de que Dios te dé la retribución a tus buenas obras
Que el Espíritu Santo nos llene de su Amor, para imitar en todo a Cristo, en especial en la mansedumbre de su Pasión y Muerte, para recibir de Dios Padre la Resurrección. Amén
Santos de Verdad
San Longinos
Hay quien muere sin quererlo y quien mata queriendo.
Pero Jesús nos enseñó que se puede dar la Vida muriendo.
El santo de hoy compartió con Jesús un increíble misterio.
El que debe quitar la vida y el que la da, ambos obedeciendo.
Se llama Providencia y no destino, que fuera Longinos de tal misión el encargado
La culpa no la disimula el blanco lino que visten los que juzgan sin atino al inocente condenado
El joven centurión es advertido de las turbas y el peligro, pero es romano y tiene su cometido bien claro
Que no muera por el camino aquel que sin narcóticos ni vino acepta cumplir el suplicio mandado
El Gólgota está cerca, pero la gente lo hace lejano movida por la ira
El Reo avanza lento por las heridas de los inútiles flagelos y la corona de espinas
Que son fuego que prende a cada movimiento aumentando la fatiga
Longinos toma al cirineo para ayudar al Nazareno y mantenerle con vida
También deja pasar a Verónica para secar de Su cara la sangre y sudor
Permite que Su Madre Santa y el discípulo que tanto amaba recojan las 7 palabras de la Crucifixión
Toma la lanza y abre la quinta llaga que mana Sangre y Agua de Salvación,
Y en el terremoto que se desata la Verdad se ve clara y exclama que Jesús es Hijo de Dios.
Longinos supo renacer olvidando el paganismo y todo su pasado
Dejó el ejército y se retiró a vivir una vida de ferviente cristiano
Rechazó ofrecer sacrificios a los falsos ídolos de los romanos
Y movido por el santo celo dio la vida como mártir, en la ciudad de Lanciano.
Siglos después en esa ciudad ocurrió el mayor milagro eucarístico hasta la fecha registrado
De nuevo queda patente que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos
Y es que la Pasión es maestra y Longinos aprendió en la escuela del Calvario
Porque cuando con la lanza traspasó al Señor, en realidad fue él el que por el Señor quedó traspasado
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