3. Las Profecías
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Luz para mis pasos
Hoy vamos a dedicar el programa a un tema que suele producir sentimientos encontrados. Muchas personas cuando escuchan hablar de las profecías sienten miedo, escepticismo, inseguridad, desconfianza. Pueden surgir preguntas como ¿esto viene realmente de Dios?, ¿por qué se anuncian cosas tan terribles?, ¿cuándo van a pasar?, ¿por qué iba a hablar Dios a esta persona desconocida y no a un sacerdote, a un obispo o al papa?, ¿cómo sé que no es un mentiroso o un falso profeta? A estas personas la prudencia les lleva a desconfiar por defecto de cualquier anuncio, especialmente si es apocalíptico, que nos llegue de alguien que se dice ser profeta.
En cambio a otras personas parece que las profecías les atraen, porque les ofrecen seguridad y esperanza cuando hay incertidumbre en su entorno. De esta forma, en medio de la turbación, de la violencia extrema, de las catástrofes, los rumores de guerra, de la impiedad y el odio, las profecías confirman que estas cosas tienen que pasar, pero añaden un halo de esperanza, de que el que persevere hasta el final de salvará, de que al final Cristo es el que vence, de que al final el Inmaculado Corazón de María triunfará.
No en vano dice Nuestro Señor que “cuando pasen estas cosas alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación” (Lucas 21, 28) o “todo esto tenía que pasar para que se cumplieran las Escrituras” (Mateo 1, 22 y otros). Lo vemos en la Pasión del Señor, por ejemplo y lo veremos también en la Pasión de la Iglesia.
Hay un tercer tipo de personas que son las que buscan y leen las profecías por curiosidad morbosa, para saber qué va a pasar, para tratar de sacar ventaja sobre los demás, como quien consulta un oráculo. A los que actúan así les pasará como a las vírgenes imprudentes, que sabían que el novio venía, pero no tenían las lámparas preparadas.
¿Cuál es la postura correcta? Parece un buen consejo el que nos da San Pablo en 1 Tesalonicenses 5, 21: “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno.”
Este es un tema muy extenso que abordaremos y profundizaremos en otros programas, pero hoy queremos dar algunas pinceladas que nos ayuden a entender los conceptos básicos. Y para ello vamos a desarrollar el tema en forma de preguntas y respuestas. Así que empecemos por lo más fundamental.
¿Qué son las profecías?
Sencillamente son mensajes dados por Dios a los hombres.
San Pedro da una definición muy bonita y clara en su segunda carta 1, 19: donde dice que la profecías son “como una lámpara que alumbra en un lugar oscuro hasta que amanezca el día y el astro de la mañana se levante en vuestros corazones”.
Son por lo tanto una guía para saber qué hacer y qué esperar en medio de una situación de dificultad o de peligro. Son, ante todo, una ayuda de Dios.
Y provienen de Dios porque sigue diciendo San Pedro “que ninguna profecía de la Escritura es obra de propia iniciativa; porque jamás profecía alguna trajo su origen de voluntad de hombre, sino que impulsados por el Espíritu Santo hablaron hombres de parte de Dios”
¿Para qué son las profecías?
Las profecías no se dan a los hombres para satisfacer una vana curiosidad en ellas, sino para propósitos dignos de Dios:
- Para advertirnos de un evento futuro del que debemos estar al tanto: ya sea porque Dios quiere que nos preparemos para ello, o porque existe la posibilidad de salvarnos de él. En ambos casos es suficiente con que el acontecimiento se conozca de antemano de forma general, o como mucho en sus signos precursores: es decir no hace falta en absoluto conocer sus detalles.
- Otra razón es para proporcionarnos una prueba contundente de la credibilidad de la revelación cristiana y como un argumento incontestable del imperio que Dios ejerce sobre el mundo.
- Además, la visión profética sirve para acercar lo lejano.
¿Quiénes son los profetas?
En hebreo hay dos palabras para definir al profeta: “nabí”, que significa “inspirado por Dios” y “roéh o choséh” que significa “vidente o el que ve lo que Dios le muestra”. En ambos casos vemos cómo el profeta es un instrumento de Dios y por lo tanto no debe anunciar su propia palabra, sino solo lo que el Espíritu de Dios le muestra o le inspira.
En esto vemos que la función principal del profeta no es solo predecir cosas futuras, sino sobre todo cumplir la voluntad de Dios, transmitiendo fielmente el mensaje recibido por Él. Son por tanto portavoces de Dios, portadores de un mensaje del Señor, predicadores de penitencia y anunciadores de los secretos de Dios. Y muchas veces hacen esto en contra de su voluntad, a pesar de sus dudas, de su incapacidad, de su pequeñez o probablemente precisamente gracias a ella:
Vemos por ejemplo a Jeremías en 1, 6:
Yo contesté: “¡Ah, Señor, Yahvé! he aquí que no sé hablar, porque soy un adolescente.” Yahvé me respondió: “No digas: Soy un adolescente, sino anda a dondequiera que Yo te enviare, y habla todo cuanto Yo te dijere. No tengas miedo delante de ellos, porque Yo estoy contigo para librarte”
O la vocación de Isaías en 6, 5:
Entonces dije: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Pues soy hombre de labios impuros, y habito en un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al Rey, Señor de los ejércitos.”
Vemos que es Dios el que elige a quien quiere y no al que humanamente sea más inteligente, o más sabio, sino a aquel que más perfectamente cumplirá su voluntad. Dios no solo lo elige, sino que también lo capacita, le da su Gracia y los medios para cumplir su misión.
Podemos verlo también en la llamada a Moisés en Éxodo 4, 10:
“Dijo entonces Moisés a Yahvé: “¡Ah, Señor! yo no soy hombre elocuente, y esto no desde ayer ni desde anteayer, ni desde que Tú hablas con tu siervo; sino que soy torpe de boca y torpe de lengua.” Le respondió Yahvé: “¿Quién ha dado al hombre la boca? ¿Y quién hace al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy Yo, Yahvé? Ahora, vete, que Yo estaré con tu boca y te enseñaré lo que has de decir.” Mas él replicó: “¡Ah, Señor!, te ruego que mandes tu mensaje por mano de aquel que has de mandar.” Entonces se encendió la ira de Yahvé contra Moisés, y le dijo: “¿No tienes a tu hermano Aarón, el levita? Sé que él habla bien; he aquí que precisamente ahora sale a tu encuentro, y al verte se regocijará en su corazón. Hablarás, pues, con él y pondrás estas palabras en su boca, y Yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que habéis de hacer. Él hablará por ti al pueblo y te servirá de boca, y tú serás para él representante de Dios. Toma también en tu mano esta vara, porque con ella has de hacer las señales.” Fin de la cita.
A veces, Dios elige a un niño, como en el caso de David (1 Reyes 16, 11) o Samuel; a un labrador como el profeta Amós, que dice en 7, 14: “No soy profeta de profesión, ni discípulo de profeta; profetizo porque Dios me llamó del campo, de en medio de mis trabajos de pastor y labrador.” Tenemos también al profeta Eliseo que era ganadero (III Reyes 19,19).
Y podemos ver en esto un patrón de Dios que no solo afecta al perfil de los profetas del Antiguo Testamento sino que vemos ejemplos de esto también en el Evangelio. Vemos cómo Jesús elige a unos pastores ignorantes para ser los primeros en recibir el mensaje de Su nacimiento, vemos cómo Jesús elige a sus discípulos entre pescadores y recaudadores de impuestos; vemos como ejemplo mayúsculo de esto a la Virgen María, que como expresa en el Magníficat (Lucas 1, 48), ha sido elegida porque Dios ha visto la pequeñez de su esclava; Dios, que dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.
Vemos, por último, todo esto confirmado en la oración que Jesús eleva en Mateo 11, 25: “Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque encubres estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las revelas a los pequeños”.
Los profetas auténticos, y esta es una forma de identificarlos, reflejan el sentido de la profecía en su forma de vivir: llevando una vida austera, un vestido áspero, muchas veces viviendo solos o aislados y de forma célibe: un claro ejemplo es San Juan Bautista del que San Mateo dice en 3, 4: “Juan tenía un vestido de pelos de camello, y un cinto de piel alrededor de su cintura; su comida eran langostas y miel silvestre.” Pero sucede igual en Isaías, Elías, Jeremías, etc.
¿Por qué envía Dios a los profetas?
Dios envía a los profetas porque Él no actúa nunca por sorpresa, sin avisar, esto lo vemos ampliamente en todo el Antiguo Testamento. Nos lo dice Amós en 3, 7: “El Señor no hace estas cosas sin revelar sus secretos a los profetas siervos suyos”.
Si todo fuera bien y fuéramos santos en vida, probablemente no harían falta los profetas, porque Dios podría comunicarse con las almas directamente y derramaría sus Gracias sobre ellas abundantemente. Pero cuando todo el pueblo se aleja de Dios y cierra sus oídos a Su Voz, el Señor envía profetas, que para que Su voz resuene en medio de ese pueblo ciego y sordo y éste vuelva a Dios.
¿De qué hablan las profecías?
Principalmente, sobre la Ley divina, las verdades eternas, la revelación de los designios del Señor, la gloria de Dios y de su Reino, la venida del Mesías, la misión del pueblo de Dios entre las naciones.
¿Qué es lo que ven los profetas?
Generalmente, los profetas suelen tener:
– Una iluminación interna y sobrenatural que les permite conocer por su inteligencia lo que Dios les quiere transmitir y esta luz no es continua.
– Visones que tienen un carácter simbólico, por ejemplo, una olla colocada al fuego (Ezequiel 24, 1 ss.), los huesos secos que se cubren de piel (Ezequiel 37, 1 ss.); un cesto de fruta madura (Amós 8, 1), una vara de almendro (Jeremías 1, 11), los dos cestos de higos (Jeremías 24,1 ss.). Son símbolos que representan una realidad de forma metafórica.
– Es más raro pero a veces el propio profeta encarna la profecía, como en el caso de Oseas, al que el Señor le ordena casarse con una mujer fornicaria (símbolo del adultero de Israel), con quién tiene tres hijos: Jezrael, “Lo-Ruhama” que significa (No más misericordia) y “Lo Ammi” que significa “Ya no sois mi pueblo”. Esto aparece relatado en el primer capítulo del libro de Oseas
¿Cuál es el sentido de las profecías, cómo interpretarlas?
Siempre entorno a las profecías hay un cierto halo de misterio y oscuridad, que se disipan, como es lógico, cuando se cumplen. Aunque no siempre, vemos cómo los escribas y los doctores de la Sinagoga conocían de memora la Escritura, pero no supieron interpretar la primera Venida de Cristo, ni su Pasión, ni su Muerte, ni su Resurrección. Tenemos también el ejemplo de los discípulos de Emaús, a quienes “empezando por Moisés, y discurriendo por todos los profetas, el Señor les interpretaba en todas las Escrituras los lugares que hablaban de Él” (Lucas 24, 21).
Las oscuridades, propias de las profecías, ocurren por el gran número de alusiones a personas, lugares, acontecimientos, a usos y costumbres desconocidos y, sobre todo, por la falta de precisión de los tiempos en que han de cumplirse los vaticinios, y esto es así por pura voluntad de Dios. Vemos cómo en Daniel 12, 4, se le ordena sellar la visión, porque el tiempo está muy lejano y en el Apocalipsis esos sellos se van abriendo porque ya se acerca su cumplimiento.
Como hemos dicho, las profecías están envueltas en el misterio, salvo las que ya se han cumplido; y aun en éstas hay que tener en cuenta que a veces una misma profecía abarca o encierra dos o más sentidos. Tenemos el ejemplo del discurso escatológico de Jesús del capítulo 24 de Mateo, que veremos próximamente, en el que un mismo vaticinio tiene dos momentos de cumplirse. El primero es la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. y el segundo se cumplirá en los últimos tiempos. Y en ambos momentos se cumplirá de forma perfecta. Y entender esto es fundamental para poder interpretar muchas profecías, especialmente las del Antiguo Testamento, ya que nos permite ver en el cumplimiento de una profecía, la figura de un suceso futuro.
Para que esto se entienda es como si miramos a la calle a través de una ventana que está muy lejos, vemos muy poco de la calle; conforme nos acercamos a la ventana vamos viendo más detalles de lo que hay al otro lado del cristal, pero veremos reflejos, manchas y el propio marco de la ventana nos limitará la visión. Una vez lleguemos a la altura de la ventana, la abramos y nos asomemos a ella podremos ver la calle con claridad.
Este misterio es necesario además para que el cumplimiento de las profecías no dependa de una voluntad humana que busque ajustarse a ellas, y por lo tanto, se conviertan en el resultado puro y simple de la industria humana.
Hablemos ahora de los falsos profetas, ¿cómo identificarlos?
El profeta auténtico, el que ha sido envido por Dios se distingue del falso por la veracidad y por la fidelidad con que transmite la Palabra del Señor. Aunque tiene que anunciar a veces cosas duras: “cargas”; está lleno del espíritu del Señor, de justicia y de constancia, para decir a Jacob sus maldades y a Israel su pecado (Miqueas 3, 8). El profeta auténtico es universal, predica a todos, hasta a los sacerdotes. Tenían adversarios que los perseguían y martirizaban. El que predica los juicios de Dios, puede estar seguro de encontrar resistencia y contradicción.
El falso, al revés, se acomoda al gusto de su auditorio, habla de “paz”, es decir, anuncia cosas agradables, y adula a la mayoría, porque esto está bien pagado. No se atreve a decir la verdad a los poderosos y no profetiza contra su propio pueblo ni lo exhorta al arrepentimiento. Se veían rodeados de amigos, protegidos por los reyes y obsequiados con enjundiosos regalos. El que predica “lo que gusta a los oídos” puede dormir tranquilo; nadie le molesta; es un orador famoso.
Y estos falsos profetas están anunciados especialmente para los últimos tiempos. Nos advierte sobre ellos San Pablo en 1 Timoteo 4, 1: “En posteriores tiempos habrá quienes apostatarán de la fe, prestando oídos a espíritus de engaño y a doctrinas de demonios (enseñadas) por hipócritas impostores”.
También en 2 Timoteo 3, 1: “Has de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán amadores de sí mismos y del dinero, jactanciosos, soberbios, maldicientes, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, inhumanos, desleales, calumniadores, incontinentes, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traidores, temerarios, hinchados, amadores de los placeres más que de Dios. Tendrán ciertamente apariencia de piedad, mas negando lo que es su fuerza. A esos apártalos de ti”.
En la segunda de San Pedro 3, 3: “En los últimos días vendrán impostores burlones que, mientras viven según sus propias concupiscencias, dirán: “¿Dónde está la promesa de su Parusía?”
Otro ejemplo en Judas 18: “En el último tiempo vendrán impostores que se conducirán según sus impías pasiones. Éstos son los que disocian, hombres naturales, que no tienen el Espíritu”
En Mateo 24, 11, Nuestro Señor dice: “Surgirán numerosos falsos profetas, que arrastrarán a muchos al error”
Para poder identificarlos el Señor nos da también varias pistas:
– Nos dice que los conoceremos por sus frutos (Mateo 7, 16)
– Dice que se presentan disfrazados como ovejas, pero son lobos rapaces (Mateo 7, 15)
– Son hipócritas que “dicen y no hacen”. Son guías ciegos, sepulcros blanqueados, serpientes, razas de víboras, hijos de los que mataron a los profetas. (Mateo 23).
– Se les identifica fácilmente porque son recibidos con aplausos y no son perseguidos como los profetas verdaderos (Lucas 6, 16)
Pasemos a la última pregunta, ¿Sigue enviando Dios a profetas?, ¿Sigue habiendo profetas hoy en día?, ¿Quiénes son?, ¿Qué profetizan?
Me vais a perdonar, pero voy a dejar esta última respuesta para un programa posterior, porque creo que vale la pena profundizar en ella, pero no quiero terminar sin lanzar una pequeña reflexión de dos puntos:
– El primero es que pensemos que si Israel guardó su religión y su fe y se mantuvo firme en medio de un mundo idólatra, no fue por el mérito de la sinagoga oficial, que terminaba apostatando e idolatrando a otros dioses, sino que fue gracias a los profetas, que a pesar de las persecuciones que padecieron no desistieron de ser anunciadores de la Verdad.
– El segundo punto es que pensemos en nuestros días, en el periodo de la Iglesia que nos ha tocado vivir. Nosotros tenemos la luz del Evangelio y tenemos también las profecías del Antiguo Testamento, que no deberían ser despreciadas, ya que muchas de ellas están todavía por cumplirse. San Pablo nos dice expresamente en 1 Tesalonicenses 5, 20: “No queráis despreciar las profecías” Y en la primera Carta a los Corintios 14, dice: “Codiciad los dones espirituales, particularmente el de la profecía pues el que hace oficio de profeta, habla con los hombres para edificarlos y para consolarlos”
Que Dios nos envíe fieles profetas para que nos guíen en medio de la oscuridad que se cierne sobre la Iglesia y nos preserve de los falsos profetas que quieren destruirla y llevar a los fieles al error.
Iluminando lo escondido
¡Muy buenas! Esta vez en Iluminando lo Escondido, y aprovechando que hablamos de las profecías, vamos a hablar de los mensajes proféticos de La Santísima Virgen María en la Salette a los niños Melania y Maximino. Como este es un tema muy extenso al que seguramente dedicaremos un programa, vamos a centrarnos en algunos mensajes que hacen referencia a los Últimos Tiempos. Concretamente, en uno de los mensajes recibidos por Melania en que la Virgen María nos dice que la Iglesia se oscurecerá y que el mundo se llenará de aflicción. Será un tiempo de calamidades, como guerras sangrientas, hambres, pestes, enfermedades contagiosas, tempestades que destruirán ciudades, terremotos, también caerá fuego del cielo y consumirá 3 ciudades. El universo entero estará preso de terror y muchos se dejarán seducir, porque no adoraron al verdadero Cristo. Pero durante este tiempo, Nuestra Madre nos dice que Elías y Enoc volverán a la Tierra. Como podemos observar en el Antiguo Testamento, concretamente en el capítulo 5 del Génesis y en el capítulo 2 del 2º libro de Reyes, Elías y Enoc no murieron, ambos fueron llevados directamente al cielo sin conocer la muerte. Por tanto, vemos que ambos fueron librados de la muerte por Dios para venir a ayudarnos a mantener la Fe en estos Últimos Tiempos, ya que como prosigue la Virgen, llenos del Espíritu de Dios harán grandes prodigios y predicarán y consolarán a muchas almas, y condenarán los errores diabólicos del anticristo hasta que finalmente mueran, como concluye la Santísima Virgen en el mensaje.
Por todo ello, Le pedimos al Espíritu Santo por medio de Nuestra Madre, la siempre Virgen María que nos dé los dones y las gracias necesarias para mantenernos firmes en la Fe en estos Últimos Tiempos, así como lo hicieron Elías y Enoc antes de ser arrebatados y como lo harán cuando vuelvan entre nosotros.
También me gustaría destacar un mensaje que dio la Virgen a los niños y que quizá no es tan conocido, ya que dice que llegará un tiempo muy cercano (haciendo referencia a estos últimos tiempos) en que habrá 2 papas… Pero, dice la Virgen, 2 papas podridos. Desde luego, se trata de un dato muy importante para tener en cuenta.
Antes de acabar me gustaría leer otro mensaje de la Virgen, un aviso dirigido a toda la humanidad: Llamo a los verdaderos discípulos del Dios vivo que reina en el Cielo. Llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre, el único y verdadero Salvador de los hombres. Llamo a Mis hijos, a Mis verdaderos devotos, a los que se me han consagrado para que Yo les conduzca a Mi Divino Hijo, aquellos que llevo, por decirlo así, en mis brazos. Llamo a los que viven de Mi espíritu. Llamo en fin: a los APÓSTOLES DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS. Los fieles discípulos de Jesucristo que han vivido en el desprecio del mundo y de sí mismos, en la pobreza y en la humildad, en la oración y en la mortificación, en la castidad y en la unión con Dios. En el sufrimiento, y desconocidos del mundo. Ya es hora que salgan y que vengan a iluminar la tierra. Vayan y muéstrense como Mis queridos hijos. Yo estoy con ustedes y en ustedes, desde que su fe sea la luz que los ilumine en esos días de desgracia. Luchen hijos de la luz, ustedes pequeños números que aún ven, porque llegó el TIEMPO DE LOS TIEMPOS, EL FIN DE LOS FINES.
Aunque no sabemos exactamente cuándo y cómo sucederá todo lo que viene, este mensaje de Nuestra Madre nos anima a seguir velando y luchando, para que al final de nuestra vida el Señor pueda decirnos las palabras de Mateo 25, 34: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”.
Santos de Verdad
Hoy en día hay una enfermedad espiritual que se ha propagado
Se llama racionalismo, falsa humildad y respetos humanos
Jesús dijo bienaventurados si os insultan por mi causa y sin embargo
Hoy el límite a la valentía es la posibilidad de perder un cargo
Hoy desentona el profeta porque turba el embotamiento
de los que ven en la Iglesia primaveras y renacimientos
porque altera la falsa paz y solo habla de desventuras
él, que busca poner la Verdad donde solo perdura el sentimiento
Pero nada es en vano para el que trabaja para el Señor
No importa ser humillado si el resultado es agradar a Dios
Así que aunque nos pida besar la tierra o bañarnos siete veces en un río
Confiemos en su Sabiduría, que va más allá de nuestro pobre sentido
Pocos pueblos han sufrido tanto como el polaco
Pocos han estado tan a la deriva como un juguete cambiando de manos
Allí era un peligro mostrarse como ferviente cristiano
Cuando Dios suscitó una luz en la persona de San Maximiliano
En 1894 nació Raimundo, nombre de pila de San Maximiliano, y vivió en una casa pobre, pero llena de amor. De niño, tras una travesura su madre le regaña preguntándose: “qué será de ti?”- Esta pregunta cala en el espíritu del niño y desde ese momento no cesa de preguntar eso mismo a la Virgen en oración: que qué sería de él. Entonces Nuestra Madre se le apareció y él lo relataba así:
Se me apareció la Virgen, teniendo en las manos dos coronas: una blanca y otra roja. Me miró con cariño y me preguntó si quería esas dos coronas. La blanca significaba que perseveraría en la pureza y la roja que sería mártir. Contesté que las aceptaba, entonces la Virgen me miró con dulzura y desapareció».
Ese encuentro con Nuestra Madre fue un antes y un después para Maximiliano, que marcó su vida para siempre.
A los 16 años inicia el noviciado en los Franciscanos y por su brillantez completa sus estudios en Roma, donde en 1917 y coincidiendo con las apariciones de Fátima, fue inspirado a fundar «La Milicia de la Inmaculada», una asociación de fieles con el propósito de promover el amor y el servicio a la Inmaculada y la conversión de las almas a Cristo.
Uno de los trabajos principales de la Milicia de la Inmaculada fue la edición de la revista “El Caballero de la Inmaculada”, para llevar a la Inmaculada a las casas, para que las almas, acercándose a María, reciban la gracia de la conversión”, y para divulgar “el advenimiento del reinado de María.
Años más tarde, el Padre Kolbe funda Niepokalanow, la ciudad de la Inmaculada, un convento de sacerdotes y hermanos franciscanos comprometidos a promover la Milicia por todas partes a través del uso de todos los medios de comunicación que estuviesen a su alcance.
Pero Maximiliano no se hace ilusiones ni se deja absorber por los triunfos. Más bien presentía su fin y el acercarse del calvario para sus hijos. Así se expresaba en 1938:
«Hijos míos, sepan que un atroz conflicto se avecina. No sabemos cuáles serán las etapas. Pero, para nosotros en Polonia, hay que esperar lo peor. En los primeros tres siglos de historia, la Iglesia fue perseguida. La sangre de los mártires hacía germinar el cristianismo. Cuando más tarde la persecución terminó, un Padre de la Iglesia comenzó a deplorar la mediocridad de los fieles y no vio con malos ojos la vuelta de las persecuciones. Debemos alegrarnos de lo que va a suceder, porque en las pruebas nuestro celo se hará más ardiente, ¿Y qué? ¿No estamos acaso en las manos de la Virgen?
En septiembre de 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial y Polonia es ocupada y sometida. La Ciudad de la Inmaculada es profanada. Tras idas y venidas, apresamientos y liberaciones, finalmente Maximiliano es capturado y llevado al campo de concentración de Auschwitz.
Un día, un preso de su bloque logró escapar, lo que suponía que 10 compañeros suyos serían condenados a permanecer en aislamiento, sin agua ni comida, hasta la muerte. Cuando los oficiales nazis seleccionaron al décimo, un padre de familia que rogaba compasión, Maximiliano no lo dudó y se ofreció voluntariamente para sufrir el patíbulo en lugar de su compañero.
Desde las celdas donde estaban los infelices, se oían diariamente las oraciones recitadas en voz alta, el rosario y los cantos religiosos, a los que se asociaban los presos de las otras celdas. Las fervorosas oraciones y cantos a la Virgen se difundían por todo el sótano. Comenzaba el P. Maximiliano y todos los otros respondían. Él se comportaba heroicamente. Nada pedía y de nada se quejaba. Daba ánimo a los demás.
Después de 3 semanas, quedaban vivos solo 4 presos, entre ellos el P. Kolbe, así que los verdugos decidieron acabar con ello, utilizando inyecciones mortales. Maximiliano, con la plegaria en los labios, él mismo ofreció el brazo al verdugo, y el 14 de agosto de 1941, víspera de la Asunción, se entregó a los brazos de la Inmaculada.
Hay una frase que se le atribuye y que resume la misión de todos los cristianos, y es que “Tenemos que ganar el mundo entero y cada alma, ahora y en el futuro hasta el final de los tiempos, para la Inmaculada y a través de ella, para el Corazón Eucarístico de Jesús”.
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