4. Los últimos tiempos, los signos de los tiempos y los signos de los últimos tiempos

Si sabemos qué son los signos de los tiempos y conocemos los últimos tiempos, podremos adentrarnos en los signos de los últimos tiempos. Aunque parezca un juego de palabras, hoy vamos a ver estos tres conceptos tan importantes. También analizaremos la parábola de las 10 vírgenes, y aprenderemos a combatir las herejías de la mano de San Policarpo, discípulo de San Juan Evangelista.
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Luz para mis pasos

En los próximos programas vamos a iniciarnos en el estudio de los signos que las Sagradas Escrituras recogen para ayudarnos a entender los tiempos que nos ha tocado vivir. Por eso es importante que en primer lugar entendamos bien algunos conceptos, que a veces se confunden y que es fundamental comprender adecuadamente. Hoy vamos a hablar sobre qué son los últimos tiempos, qué son los signos de los tiempos y cuáles son los signos de los últimos tiempos.

Aunque pueda parecer un trabalenguas o nos suenen a lo mismo o a cosas parecidas, en realidad son tres conceptos muy diferentes y es importante conocer cada uno de ellos para no confundirlos y saber en cada momento de qué estamos hablando.

Comencemos por el primer concepto: ¿qué son los últimos tiempos?

En un sentido amplio, los últimos tiempos es el periodo que va desde la primera Venida de Cristo hasta Su Segunda Venida. Por eso afirma Juan en su primera carta 2, 18: “Hijitos, es hora final y, según habéis oído que viene el Anticristo, así ahora muchos se han hecho anticristos, por donde conocemos que es la última hora”.

Este texto de San Juan se ha cumplido muchas veces en los últimos 2000 años, en los que han surgido numerosos anticristos (personas, sociedades e imperios) que han perseguido y martirizado a la Iglesia fiel por odio a la fe; y se cumplirá más perfectamente conforme ese momento de la Segunda Venida de Nuestros Señor esté más cerca, especialmente durante la Pasión de la Iglesia, que hemos comentado en programas anteriores.

Y es precisamente en esos momentos finales antes de la Segunda Venida, cuando generalmente se habla de los últimos tiempos. Es decir, son los momentos últimos y las últimas cosas que ocurrirán antes de la Segunda Venida de Cristo.

La Iglesia ha estudiado todas estas cosas a la luz de la Revelación y ha dedicado una rama específica de la teología al estudio de los últimos tiempos, que es la escatología.

¿Qué es la escatología?

Dentro de la escatología podemos distinguir la escatología particular, que se refiere a las postrimerías, es decir: la muerte, el juicio particular, el cielo, el purgatorio y el infierno. Y la escatología general que es la de la que vamos a hablar.

La escatología estudia los acontecimientos que se refieren al final de la historia de la humanidad y su plena consumación. Este tipo de conocimiento que tiene la Iglesia sobre las últimas cosas, no es futurología, es decir, no son un conjunto de hipótesis sobre el futuro del hombre desde el punto de vista natural, sino que es una reflexión sobre el mensaje de Dios acerca del destino del hombre.

En el marco de esta realidad, de este contexto, que sucederá hacia el final de los tiempos, el elemento central es la Parusía (es decir la Segunda Venida de Cristo), que es un acontecimiento que todos los cristianos esperamos o deberíamos esperar con ansias, en el que Cristo se manifestará ante toda la creación y en el esplendor de su gloria.

¿Cuándo ocurrirá la Parusía?

Solo sabemos que nadie conoce ese día y hora sino el Padre (Mt 24.36). Sin embargo, Jesús nos ha hecho saber un conjunto de signos que le precederán aunque tampoco sabemos exactamente cuánto tiempo pasará entre la manifestación de estos sucesos y la segunda venida. La vuelta del Señor implicará la plenitud definitiva de la creación, una restauración total y una renovación física y moral del mundo. Este conocimiento que Dios nos ha adelantado sobre las “últimas cosas” nos invita a vivir nuestro cristianismo en clave escatológica, es decir, estando preparados, velando y orando, pues Jesús vendrá como el ladrón en la noche.

Nos lo recuerda San Pedro en su segunda carta, 3, 10:

“Pero el día del Señor vendrá como ladrón, y entonces pasarán los cielos con gran estruendo, y los elementos se disolverán para ser quemados, y la tierra y las obras que hay en ella no serán más halladas. Si, pues, todo ha de disolverse así ¿cuál no debe ser la santidad de vuestra conducta y piedad para esperar y apresurar la Parusía del día de Dios, por el cual los cielos encendidos se disolverán y los elementos se fundirán para ser quemados? Pues esperamos también conforme a su promesa cielos nuevos y tierra nueva en los cuales habite la justicia. 14 Por lo cual, carísimos, ya que esperáis estas cosas, procurad estar sin mancha y sin reproche para que Él os encuentre en paz.”

Esta promesa de la Segunda Venida la encontramos anunciada de numerosas formas y aunque no vamos a entrar mucho en detalle en el programa de hoy, sí quiero dar algunas tres pinceladas que disipen cualquier duda, para que como los falsos profetas, no pensemos que el Señor no va a volver.

En primer lugar la Parusía se anuncia en las Sagradas Escrituras en multitud de pasajes y no solo en el Nuevo Testamento. La expresión «día del Señor» tiene una larga historia en el Antiguo Testamento. Según los profetas El día de Yahvé traerá justicia y destrucción a los paganos y a Jerusalén protección, purificación y toda clase de bendiciones (como en Joel 3 y 4, Malaquías 3 y 19 o en Zacarías 12, 13 y 14).

En el Nuevo Testamento son numerosas las veces que el Señor anuncia su vuelta a los discípulos y seguramente dedicaremos un programa a ello, pero por citar algunos ejemplos: Mateo 16, 27, Marcos 8, 34, Lucas 9, 23, Mateo 26, 64, Marcos 14, 61, Marcos 13, 24, Mateo 24, 27.

En segundo lugar sabemos que Cristo vuelve por la doctrina de la Iglesia:

Es dogma de fe que Cristo volverá triunfante a juzgar a los vivos y a los muertos. La Iglesia confiesa este hecho en los símbolos de la fe, como en el Credo, cuando decimos: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.”

Todo lo que hace la Iglesia está sellado por este hecho: su predicación y su administración de los sacramentos. Los votos de las órdenes religiosas y del celibato sacerdotal alcanzan en último término su sentido y su valor desde el punto de vista escatológico: son anteproyectos del cielo nuevo y de la tierra nueva. Y tenemos otros ejemplo en el sacramento de la penitencia, en el que es anticipado el juicio futuro del pecador. Podríamos profundizar mucho más sobre esto y si Dios quiere lo haremos más adelante.

En tercer lugar, la Iglesia expresa la Segunda Venida también en la Liturgia:

Porque si todo el pueblo de Dios está orientado en toda su vida hacia la futura llegada del Señor, es lógico que lo hará con especial intensidad allí donde se concentra su vida: es decir, en los sacramentos. En ellos, en los sacramentos, se hace presente el pasado y a la vez son signos del futuro: la Iglesia realiza los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, mirando hacia el Señor que va a venir. San Pablo expresa este hecho cuando escribe a los Corintios: «Pues cuantas veces coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que El venga» (1 Cor. 11, 26). Por lo tanto, los sacramentos son signos y presagios del estado que comenzará con la vuelta de Cristo. Son garantes de ese futuro, en ellos está ya presente de modo oculto la gloria futura.

Ya hemos esbozado de qué hablamos cuando decimos “los últimos tiempos” pasemos al segundo concepto: ¿Qué son los signos de los tiempos?

Los signos de los tiempos son todos los acontecimientos históricos que permiten la comprensión de las etapas fundamentales de la historia de la humanidad, a la luz de la Revelación.

Uno de estos signos de los tiempos nos lo ha anunciado antes San Juan, cuando dice que tienen que venir muchos anticristos, esto es persecuciones y martirios por odio a Cristo y a Su Iglesia. Desde las persecuciones a los primeros cristianos, las del imperio romano, las cruzadas, la revolución francesa, etc. hasta las persecuciones que seguimos viendo hoy en día en tantos lugares como en China, Nigeria o Nicaragua. Todas ellas son signos de los tiempos y son preludio de la persecución final contra la Iglesia.

Los signos de los tiempos son también el cumplimiento de las profecías mesiánicas, los milagros y la predicación de Jesús. Y para entenderlo perfectamente y saber cómo distinguir estos signos, dejemos que Nuestro Señor nos lo explique como se lo explicó a los fariseos y saduceos. Leamos Mateo 16,2:

“Acercáronse los fariseos y saduceos y, para ponerlo a prueba le pidieron que les hiciese ver alguna señal del cielo. Mas Él les respondió y dijo: “Cuando ha llegado la tarde, decís: Buen tiempo, porque el cielo está rojo”, y a la mañana: “Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío”. Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no las señales de los tiempos.”

Sobre este pasaje comenta San Agustín que cuando el Señor dice que la tarde está tranquila porque el cielo está rojo, puede entenderse en el sentido de que se concede el perdón a los pecadores en la primera venida de Cristo, por la sangre que vertió el Señor en su pasión. Y cuando dice que por la mañana habrá tormenta porque el cielo es rojo sombrío, se refiere, a que la segunda venida del Señor será precedida de fuego.

Y explica San Juan Crisóstomo, que si bien en la Primera Venida las señales se dieron sobre la tierra, con los signos y milagros que hizo Nuestro Señor, las señales que brillarán en el cielo están reservadas para la Segunda Venida.

Tenemos otro pasaje análogo en Lucas 12, 54, donde se dice:

“Dijo también a la muchedumbre: “Cuando veis una nube levantarse al poniente, luego decís: “Va a llover”. Y eso sucede. Y cuando sopla el viento del mediodía, decís: “Habrá calor”. Y eso sucede. Hipócritas, sabéis conocer el aspecto de la tierra y del cielo; ¿por qué entonces no conocéis este tiempo?”

Esta acusación de Nuestro Señor, resuena con una fuerza especial en nuestros tiempos, cuando abiertamente se tergiversan Sus palabras, cuando se racionalizan Sus milagros y señales, cuando se interpretan erróneamente sus profecías y cuando aquellos que no creen en su Segunda Venida, cambian el significado de lo que la Iglesia ha enseñado que son los signos de los tiempos.

Esto mismo ocurrió hace 60 años, cuando se produce un cambio de interpretación y se empieza a enseñar en la Iglesia que “los signos de los tiempos” significa que “hay que dialogar con el mundo para la instauración de un mundo más fraterno en la fidelidad a la misión recibida de Cristo”.

Por lo tanto, ya no se trataría de ver los acontecimientos históricos a la luz de la Revelación, sino que hay que actualizarse, aggiornarse, o en definitiva, mundanizarse para entender lo que está pasando en el mundo y en la historia.

Dice Gaudium et Spes: “es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza.”

Por si no se entiende bien la diferencia, Cristo nos dice que observemos los signos, por ejemplo aquellos que anticipan la tormenta, para que podamos actuar por anticipado, resguardándonos, advirtiendo a los incautos y protegiendo aquello que esté expuesto y pueda ser dañado por la tormenta. Lo que no nos dice el Señor y es lo que hace 60 años se empezó a enseñar es que cuando veamos que hay tormenta, salgamos a la calle para vivir la experiencia junto con aquellos incautos, arriesgando nuestra seguridad y nuestra salud y que no nos preocupemos de nada.

Y nos pone el Señor un tercer ejemplo, en Mateo 24, 32, utilizando la imagen de la higuera:

“De la higuera aprended esta semejanza: cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y sus hojas brotan, conocéis que está cerca el verano. Así también vosotros cuando veáis todo esto, sabed que está cerca, a las puertas.”

¿Cuáles son estos acontecimientos que nos dice Jesús que nos indicarán que ya está cerca, a las puertas, Su Segunda Venida? Pues este es el tercer concepto que queríamos mencionar hoy, que son los signos de los últimos tiempos, es decir, todos aquellos signos que nos advertirán de que la Parusía está muy cerca de suceder.

Todos estos signos de los últimos tiempos están recogidos en el discurso escatológico de Nuestro Señor, en el capítulo 24 de Mateo y que comentaremos de forma detenida, si Dios quiere, en los próximos dos programas.

Hasta entonces, te invitamos a meditar en todas las cosas que están sucediendo hoy en la Iglesia y en el mundo, y te preguntes si no podemos ver en ellas algunos de los signos de los que nos advirtió el Señor. Y Le pedimos Su Gracia para no ser ciegos a estas señales, para poder discernirlas correctamente y así actuar con valentía, antes de que llegue la tormenta.

Iluminando lo escondido

Bienvenidos a Iluminando lo Escondido. Esta semana vamos a hablar de la conversión del pueblo judío, un acontecimiento que toda la Iglesia lleva esperando más de 20 siglos y que está profetizado para los Últimos Tiempos.

El pueblo judío es, en cierto modo, el punto alrededor del cual gira la historia de la humanidad. Fue acariciado por Dios en la persona de Abraham, de quien salió; antes de Nuestro Señor, fue el pueblo sacerdotal por excelencia; dio nacimiento a la Santísima Virgen y al Salvador del mundo; y formó el núcleo de la Iglesia naciente. Todos estos privilegios hacen de la raza judía una raza excepcional, cuyos destinos son sumamente misteriosos.

Pero, desde el momento en que produce al Salvador del mundo, se niega a reconocerLo en su humildad, porque durante mucho tiempo anidó en su corazón la idea de un mesianismo puramente humano, en la figura de un rey que les librara de los enemigos con el poder y la violencia. Además, era un pueblo que, a causa del pecado, había perdido la espiritualidad y el culto verdadero a Dios. Por ello, todo el pueblo exclamó, como nos dice la Escritura en Mateo 27,25: “¡La sangre de Él, sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”. Desde ese momento, la raza elegida y bendita entre todas pasa a ser el pueblo reprobado. Esta reprobación, sin embargo, ¿es definitiva? ¿Seguirán siendo siempre la presa de Satanás, quedando excluidos de la Iglesia? De ningún modo. La Sagrada Escritura nos señala un gran acontecimiento que nos recuerda que este pueblo, por la misericordia de Dios, se convertirá hacia el final de los tiempos. Veamos, pues, la doctrina de la Iglesia sobre este grandísimo acontecimiento a través de San Pablo en la Epístola de los Romanos.

En primer lugar, la reprobación del pueblo judío no fue universal, puesto que muchísimos judíos se convirtieron a la fe. No sólo los judíos de Jerusalén, sino también los de otras comarcas –a las que llevaron la fe–, se convirtieron a la fe católica el día de Pentecostés; y en los tiempos sucesivos, vemos cómo los judíos siguieron convirtiéndose por el ministerio de los Apóstoles: • Jerusalén misma, en el segundo sermón de San Pedro; • Judea, por el ministerio de San Mateo; • Samaria, por la acción del diácono San Felipe; y otras comarcas, especialmente después de que se dispersaran los primeros judíos convertidos por causa de la primera persecución contra la Iglesia.

El segundo punto a tener en cuenta es que la reprobación del pueblo judío tuvo una razón providencial. Si Dios permitió la infidelidad de su pueblo, fue con miras a la conversión de los gentiles. Es para nosotros un misterio saber por qué Dios, para pasar la antorcha de la fe a los gentiles, tenía que permitir la reprobación del pueblo judío, aunque San Pablo levanta en parte ese velo. Y es que dice que lo hizo Dios para tener misericordia de todos sin excepción, y que nadie pueda vanagloriarse delante de Dios. Así Dios, explica el Apóstol, en el Antiguo Testamento tuvo misericordia del pueblo judío, mientras que pareció excluir de la revelación a toda la gentilidad. En el Nuevo Testamento, la conducta de Dios se invierte: permite la caída de su pueblo, y da notablemente preferencia a los pueblos gentílicos, que se convierten a la fe de manera inesperada y casi en su totalidad –lo cual debía ser una señal grande para los judíos: San Pablo dice que de este modo Dios quería dar celos a su pueblo, a fin de instigarlo a convertirse.

El tercer punto que expone San Pablo es que la reprobación de los judíos no fue definitiva, sino sólo por un tiempo, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones o los Últimos Tiempos, esos tiempos que pensamos estar viviendo hoy en día. Un tiempo, al que San Pablo también llama como la gran apostasía, en que los pueblos gentílicos, después de recibir la luz de la fe, la rechazarían en masa; y entonces pasaría lo que pasó con el pueblo judío: que rechazando las gentes la luz de la fe, el Señor volvería la antorcha de la revelación al pueblo judío. Pero el plan de Dios tiene más matices. Dice San Pablo que, para que nadie pueda engreírse ante Dios, y todos reconozcan que los dones de Dios son efecto de su misericordia, y no de los méritos de los pueblos, Dios decidió englobar a todos bajo una misma prevaricación y condenación. El pueblo judío fue infiel al final del Antiguo Testamento y comienzo del Nuevo; el pueblo gentílico se hará reo del mismo pecado al final de su tiempo; y entonces, convencidos ambos del mismo pecado, tendrá Dios misericordia de ambos.

¿Cómo será entonces la conversión final de los judíos? Sabemos que el pueblo judío habrá sido el principal instrumento de la Contra-Iglesia, del Misterio de Iniquidad. Así lo predice Nuestro Señor, diciendo que los judíos en su mayor parte acogerán como mesías al Anticristo, haciéndole cortejo, y sometiéndole el mundo. Pero como bien anticipó el Papa San Gregorio, ya antes de la manifestación del hijo del pecado, se formará entre los judíos una corriente de adhesión a la Iglesia de la siguiente forma: primero habrá una escisión del pueblo judío en dos partes, luego una opresión de los convertidos por parte de los impenitentes, y finalmente una conversión total de Israel por obra de Elías, que como hablamos en el anterior programa, será enviado por Dios a la Tierra en estos Últimos Tiempos. Asegura también que esta vuelta definitiva de los restos de Israel tendrá lugar bajo los mismos ojos del Anticristo, y que el furor de su persecución recaerá principalmente sobre esos judíos convertidos, cuya constancia en soportar ultrajes y tormentos por el nombre de Jesús será inigualable.

Por todo esto le pedimos a Dios que venga pronto, que tenga Misericordia del pueblo judío y de nosotros los gentiles, de manera que podamos estar todos unidos bajo el nombre de Jesús y de Nuestra Madre Santísima para hacer frente al anticristo y sus secuaces, y disfrutar posteriormente los dones y gracias que Nuestro Padre nos tiene preparados. Así sea. Amén.

La máquina del tiempo

Bienvenido a la máquina del tiempo, la sección donde leemos los pasajes de la Biblia a la luz del tiempo presente y de los Últimos Tiempos. Este jueves pasado, leyendo el Evangelio de San Mateo, me encontré con la muy conocida parábola de las 10 vírgenes y, leyéndola de nuevo, el Espíritu Santo me iluminó un pequeño detalle que creo que es muy significativo para los Últimos Tiempos. La Palabra de Dios es perfecta, por lo tanto, ninguna palabra está puesta al azar o sin motivo en las Sagradas Escrituras. Por eso pienso que este detalle que voy a comentar a continuación, está intencionadamente puesto ahí por la Sabiduría, para entender un poco mejor estos tiempos en los que vivimos. Sin más dilación, vamos a comentar este gran descubrimiento, al menos para mí.

Imagino que todos hemos oído hablar y conocemos esta parábola, así que voy a limitarme a narrar la parte que nos interesa para este capítulo. La cita es de Mateo 25, 6, y dice así:

“Mas a medianoche se oyó un grito: “¡He aquí al esposo! ¡Salid a su encuentro!”

Esta parábola aparece justo después del discurso escatológico de Jesús en Mateo 24, lo cual ya es un signo importante, de que esta parábola hace referencia claramente a los Últimos Tiempos y la Segunda Venida de Cristo. El detalle que me parece importante en esta cita es el hecho de que es a medianoche cuando llega el esposo. ¿Por qué precisamente a medianoche? ¿No podría haber sido de madrugada? ¿O quizás muy tarde, pero antes de la medianoche? Veamos qué significado puede tener esta palabra.

La luz siempre se ha asociado al bien, a Dios, pues Dios es Luz. Así comienza el Evangelio de San Juan. Y las tinieblas se asocian al mal, a Satanás, por eso la medianoche es la contraposición del mediodía, es decir, el mediodía es el momento del día, cuando el sol está más alto y, por lo tanto alumbra más, y podemos decir que la medianoche es el momento de más oscuridad. La Virgen María es la estrella de la mañana que anuncia el sol, que es Cristo, por lo tanto, el mediodía se refiere al momento en que Cristo reinará sobre todo el mundo, donde no habrá ya tinieblas, sino solamente luz, el mal habrá sido destruido, Satanás encadenado, y el bien brillará por doquier, es decir, los cielos nuevos y tierras nuevas, o los 1000 años de Apocalipsis. Ya lo dijo Nuestra Madre en Fátima: “Al final, mi Inmaculado Corazón Triunfará”. Es la Madre la que nos lleva a Cristo, de la misma forma que la aurora nos lleva al mediodía. El Inmaculado Corazón de María nos llevará al Reino Eucarístico de Nuestro Señor.

Vemos que a medianoche se anuncia la llegada del esposo. Aunque todavía está algo alejado, muy pronto llegará, es la última llamada. Sin embargo, esta llamada viene demasiado tarde para aquellas vírgenes que no tienen aceite de sobra, pues al ir a buscar más, quedan fuera de la celebración ya que el novio no las deja pasar, pues dice que “no las conoce”. Hemos dicho que el mediodía es el reinado de Cristo, por lo tanto, la medianoche sería el reinado de Satanás, cuando la tierra entera haya caído a lo más hondo humana y espiritualmente. Será en ese momento cuando se anuncie la llegada del esposo, la última oportunidad. Esta última oportunidad puede referirse a la iluminación de las conciencias o “Aviso” como se conoce comúnmente, evento que se nombra en algunas profecías y que, si uno se fija bien, encuentra pistas de ello en la Biblia. ¿Tendremos suficiente aceite en ese momento para aceptar prontamente la corrección de Dios?

Ahora bien, ¿cuál será la medianoche de la humanidad? ¿Qué tan bajo puede caer? En mi humilde opinión, pienso que no puede caer mucho más bajo, ya que el crímen del aborto no sólo se trata como derecho, sino que incluso se están empezando a incluir en las constituciones, la inmoralidad sexual en todas sus formas está más desbocada que nunca, y la Iglesia, que debería ser Luz del mundo y sal de la Tierra, apenas emite luz con la bendición del pecado, el rechazo a la Palabra de Dios, la Tradición y la doctrina bimilenaria, los connubios sacrílegos con el mundo, enemigo del alma, la confusión y las enseñanzas heréticas, etc. Viendo todo esto, pienso que no debe quedar mucho para alcanzar esa fatídica hora en la que el demonio estará totalmente desatado en el mundo y en la que, según nuestro Señor, muy pocos serán los que, cual vírgenes sensatas, tengan el aceite de la Fe y la Esperanza en sus corazones.

Ya lo avisa Nuestro Señor en el Apocalipsis: “vengo pronto”. Nos avisa con antelación y muchos podrán pensar que esta antelación es exageración y que todavía queda mucho tiempo hasta que regrese. Sin embargo, los Signos de los Tiempos se van cumpliendo y es de necios, precisamente en estos tiempos, dormirse en los laureles, pensando que cuando se dé el último aviso nos dará tiempo a rellenar las lámparas. “Velad y orad, pues no sabéis ni el día ni la hora” nos dice el Señor y, precisamente porque no sabemos el día ni la hora, cuanto más vemos que oscurece, más preparados tenemos que estar. La noche invita a dormir, pero unámonos a Cristo en el Getsemaní, para tener la fuerza del Espíritu Santo, para acompañar al Señor en la Pasión de su Iglesia y resucitar para la eternidad con Dios. No nos dejemos arrastrar por las prostituciones, es decir, las idolatrías, aunque nos encontremos solos en el mundo. Si hacemos la Voluntad de Dios, nunca estaremos solos, tendremos a todo el Cielo con nosotros.

Otro detalle importante que encontramos en este versículo es la exhortación: “¡Salid a su encuentro!” Ya comentamos la semana pasada como Jesús, en Mateo 5, 48, nos pide ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto, por eso no podemos quedarnos en el lugar donde estamos, creyendo que el Señor vendrá a recogernos y llevarnos al Cielo. Hay que salir a su encuentro, esto es, mejorar cada día más, buscar cada día la perfección, buscarLe a Él. He oído mucho decir que ya el Señor vendrá y renovará todo, ya vendrá y actuará y pondrá todo en orden. Y es verdad. La cuestión es si nosotros saldremos a su encuentro, seremos capaces de dejar todo por hacer Su Voluntad, trabajarnos en la perfección de Su doctrina, huir de los falsos profetas, en especial los que salen de dentro de la Iglesia o, por el contrario, nos quedaremos en nuestra comodidad y costumbres, esperando que la purificación del Señor alcance a todo y a todos, menos a nosotros, porque “ya vamos a Misa” y “rezamos el Rosario”.

Le pedimos a Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Madre, la Siempre Virgen María, que no nos deje caer en el sueño y en la imprudencia. Que nos dé las Gracias necesarias para aguantar el frío y la oscuridad de la noche con la luz de la Fe, la Esperanza y la Caridad, y que desde ya sepamos correr a su encuentro, para poder participar de las Bodas del Cordero con su Esposa, la Iglesia. Amén

Santos de Verdad

San Policarpo

La herejía es un una enfermedad, un cáncer en el cuerpo místico
Que envenena y causa gangrena dejando a los miembros de la Iglesia quísticos
Una lepra que se extiende en el espacio y en el tiempo y condena a muerte
A tantas almas que seducidas por el engaño finalmente se pierden

Antes las herejías eran anunciadas y sostenidas abiertamente,
Y el cuerpo místico reaccionaba amputando de raíz el miembro divergente
La sana doctrina imperaba y al manifestarla los santos hacían patente
que la Verdad solo es una y los infames se movían por otros intereses
Y es que no en vano nos dice la Escritura, y debemos tener muy presente,
Que no sigamos doctrinas extrañas, pues Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.

Hasta hace poco parecía que reinaba la calma pero se fraguaba
la gran herejía del modernismo, de la que San Pio X nos alertaba
Ésta creció como planta, enraizó en los corazones de aquellos
que con buenas o con malas intenciones creían poder moldear la Palabra.

Hoy en día la herejía se predica a la luz del día,
fruto de no haber matado las malas hierbas.
De aquellas infames y modernistas ideas
Nos vienen las pseudo-teologías que prometen el cielo en la tierra.

Usan un lenguaje ambiguo que intencionadamente ni afirma ni niega
Para poder engañar mostrando cada vez una cara diferente de la misma falsa moneda
Es la antítesis de la torre de Babel, un agujero hacia las tinieblas
Con las gentes reunidas hablando el mismo idioma de la maldad y la tibieza.

Las herejías invaden la literatura, las parroquias, los seminarios y las redes
Salen del corazón y coquetean enamorando incluso a formadas mentes
Y hoy en día las herejías son mucho más dañinas precisamente
Porque se aceptan y profesan en el corazón y no se declaran oficialmente

Hoy se confunde la Voluntad de Dios con lo que Él decide permitir
Porque aunque exista el Pecado, Él nunca lo quiso, y esto es algo que no debería hacer falta decir
Por eso con tristeza permite que tendamos puentes al mal bajo soberbia o apariencia de quererlo convertir
Pero ¿acaso no es de necios, inconscientes o malvados tender puentes a lugares donde no se debe ir?

El Santo de hoy es uno de los primeros Padres de la Iglesia
San Policarpo aprendió de San Juan que la herejía merece condena
Fue Obispo de Esmirna y dedicado pastor para sus ovejas
Y hasta la muerte defendió la Verdad para entrar en la vida eterna

La tradición cuenta que, habiéndose encontrado San Policarpo con Marción en las calles de Roma, el hereje le increpó, al ver que no parecía advertirle, y cuándo el hereje le preguntó si le reconocía, Policarpo respondió: «Sí, sé que eres el primogénito de Satanás».

El santo obispo había heredado este aborrecimiento hacia las herejías de su maestro San Juan Evangelista, que tuvo que sufrir el ver proliferar las ideas demoníacas de los primeros herejes, como Cerinto. Y es que tanto San Juan como San Policarpo y los primeros Padres Apostólicos comprendían el gran daño que hace la herejía.

Eran los primeros años del cristianismo y las persecuciones no cesaban. San Ignacio de Antioquía fue apresado y de camino al martirio, fue llevado de paso por Esmirna, donde pidió a Policarpo que velara por sus ovejas y escribiera a las Iglesias de Asia. San Policarpo escribió a los Filipenses una carta que se conserva todavía y que alaban mucho grandes santos como San Ireneo o San Jerónimo. Esa carta, que en tiempos de San Jerónimo se leía públicamente en las iglesias, por la excelencia de sus consejos y la claridad de su estilo.

Los testimonios y martirios se sucedían y la gente idólatra no se saciaba de la sangre de los cristianos, y pedía a gritos la muerte de Policarpo. El santo huyó, pero no era ajeno a su destino: sabía que entregaría la vida por amor a Cristo.

Llegó el día y los soldados rodearon la casa en la que estaba. Sin ofrecer resistencia, ofreció de cenar a los soldados y les pidió únicamente que le dejasen orar unos momentos. Concedida esta gracia, Policarpo oró de pie durante dos horas, en una intensa oración por sus propios cristianos y por toda la Iglesia. Hizo esto con tal devoción, que algunos de los que habían venido a capturarle se arrepintieron de haberlo hecho.

El procónsul le exhortó a tener compasión de su avanzada edad, a jurar por el César y a gritar: «¡Mueran los enemigos de los dioses!» El santo, volviéndose hacia la multitud de paganos reunida en el estadio, gritó: «¡Mueran los enemigos de Dios!» El procónsul repitió: «Jura por el César y te dejaré libre; reniega de Cristo». «Durante ochenta y seis años he servido a Cristo, y nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo quieres que reniegue de mi Dios y Salvador? Si lo que deseas es que jure por el César, he aquí mi respuesta: Soy cristiano.

El procónsul le amenazó: «Tengo fieras salvajes». «Hazlas venir -respondió Policarpo-, porque estoy absolutamente resuelto a no convertirme del bien al mal, pues sólo es justo convertirse del mal al bien». El precónsul replicó: «Puesto desprecias a las fieras te mandaré quemar vivo». Policarpo le dijo: «Me amenazas con fuego que dura un momento y después se extingue; eso demuestra que ignoras el juicio que nos espera y qué clase de fuego inextinguible aguarda a los malvados. ¿Qué esperas? Dicta la sentencia que quieras».

Entrando en la hoguera y alzando los ojos al cielo, Policarpo hizo la siguiente oración: «¡Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo, por quien hemos venido en conocimiento de Ti, Dios de los ángeles, de todas las fuerzas de la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia! ¡Yo te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo! ¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable! ¡Yo te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!»

Recomendamos la película de San Policarpo, disponible en este enlace.