5. El discurso escatológico de Jesús (Parte 1)
Secciones del programa
Luz para mis pasos
Comenzamos una serie de programas dedicados a conocer y profundizar en el discurso escatológico de Jesús. Este texto que podemos encontrar en Mateo 24, en Marcos 13 y en Lucas 21, es fundamental para entender los sucesos que deben acontecer antes de su Segunda Venida. Como dijimos en el último programa, son los signos de los últimos tiempos.
He dicho que este discurso tan importante solo aparece en tres de los cuatro evangelios. Pero, ¿por qué solo narran este episodio Mateo, Marcos y Lucas? ¿Por qué no lo relata Juan, si según el relato de Marcos también estaba presente?
Nos da la respuesta san Juan Crisóstomo:
“Obsérvese la ordenación del Espíritu Santo, porque San Juan nada escribió acerca de esto, para que no pareciese que escribía aquellas cosas que refería la historia, porque todavía vivió mucho tiempo después de la destrucción de Jerusalén. Pero los que murieron antes y nada vieron de esto, son los que escriben para que brille por todas partes la verdad de la profecía.”
El discurso escatológico anuncia la Parusía, que es el acontecimiento supremo al que todo lo demás está vinculado y orientado, y sin el cual todo lo demás se derrumba y desaparece. Si San Pablo afirma que si Cristo no ha resucitado vana es nuestra predicación y vana es nuestra fe (1 Corintios 15,14), si Cristo no vuelve vana es nuestra esperanza. Por eso los enemigos de Cristo y de Su Iglesia han pensado a lo largo de la historia que si logran hacer creer que Cristo no vuelve conseguirían al mismo tiempo poner fin a la que ellos consideran “leyenda” de su divinidad, quitándole su trascendencia, reduciéndolo a las proporciones de los demás fundadores de religiones que surgieron a lo largo de los siglos del seno de la humanidad. Y ahí residen todos los esfuerzos actuales en mostrarnos un Cristo tan humano, tan humano que no parece Dios.
Antes de entrar en el texto bíblico, repasemos brevemente el contexto. Justo antes del discurso escatológico, en el capítulo 23 de Mateo, el evangelista nos narra el último discurso de Jesús en el Templo, antes de su Pasión y Muerte. Es un discurso en el que Nuestro Señor amonesta a los fariseos y escribas por su hipocresía, con un lamento que se repite hasta en ocho ocasiones: “Ay de vosotros escribas y fariseos”. Y les acusa de ser un obstáculo para la salvación de las almas, dice que son conductores ciegos, hipócritas que descuidan lo más importante de la Ley: esto es la justicia, la misericordia y la fe; sepulcros blanqueados, hijos de asesinos de profetas, serpientes, raza de víboras, etc. Esta advertencia hacia los pastores que no cumplen la voluntad de Dios, que son motivo de escándalo para los fieles y van camino de la perdición, arrastrando consigo a muchas almas, debería resonar hoy en día en los oídos de tantos sacerdotes, obispos y cardenales, que actúan de la misma forma dentro de la Iglesia. Pero muchos hoy no son solo ciegos, sino también sordos.
Antes de abandonar el templo, Jesús dicta una sentencia:
“He aquí que vuestra casa os queda desierta. Por eso os digo, ya no me volveréis a ver, hasta que digáis: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” Y continúa el texto de Mateo: Y habiendo salido Jesús del templo, se retiraba.
Jesús anticipa con esta frase algunos de los signos que explicará después en el discurso escatológico. Estos son: la destrucción de Jerusalén y del templo; y el fin de la alianza con el pueblo judío. El templo queda desde ese momento desierto de la presencia divina, y como un cuerpo que ya no tiene alma primero se enfría, después se pudre y por último se descompone. Lo mismo anuncia el Señor en los últimos tiempos cuando dice que por los falsos profetas que arrastran a muchos al error, y por los excesos de la iniquidad, la caridad de muchos se enfriará. Por tanto, la salida de Jesús del Templo no es solo física, no es solo un desplazamiento del interior al exterior, sino que tiene un gran sentido espiritual y este sentido espiritual nos lo explica San Jerónimo con estas palabras:
“Cuando se apartó el Señor del templo, todos los edificios de la ley y la organización de los mandamientos fueron destruidos de tal modo, que los judíos ya nada pudieron cumplir. Y una vez quitada la cabeza, todos los miembros luchan entre sí”.
Si damos un sentido escatológico a estas palabras de San Jerónimo y las aplicamos a la situación actual de la Iglesia, quizá nos puedan aportar luz sobre algunas de las cosas que están ocurriendo.
Por otro lado, la sentencia de Jesús también anticipa la futura conversión de los judíos antes de su Segunda Venida. La frase “Bendito el que viene en nombre del Señor” no se refiere aquí a las aclamaciones del día de Ramos, porque este ya había pasado y se cuenta dos capítulos antes en Mateo 21,9; por eso sabemos que se refiere a la postrera conversión de los judíos.
Vamos ahora a comenzar la lectura comentada del discurso escatológico de Jesús, tomando el capítulo 24 de Mateo y lo completaremos con el capítulo 25 en el próximo programa. Comencemos:
Saliendo Jesús del Templo, íbase de allí, y sus discípulos se le acercaron para hacerle contemplar las construcciones del Templo. Entonces Él les respondió y dijo: “¿Veis todo esto? En verdad, os digo, no quedara aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”. Después, habiendo ido a sentarse en el Monte de los Olivos, se acercaron a Él sus discípulos en particular, y le dijeron: “Dinos cuándo sucederá esto, y cuál será la señal de tu advenimiento y de la consumación del siglo”. Jesús les respondió diciendo: “Cuidaos que nadie os engañe. Porque muchos vendrán bajo mi nombre, diciendo: “Yo soy el Cristo”, y a muchos engañarán. Oiréis también hablar de guerras y rumores de guerras. ¡Mirad que no os turbéis! Esto, en efecto, debe suceder, pero no es todavía el fin. Porque se levantará pueblo contra pueblo, reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambres y pestes y terremotos. Todo esto es el comienzo de los dolores”.
Explica San Jerónimo que los discípulos le hacen tres preguntas
– La Primera, cuándo sería destruida Jerusalén, diciendo: «Dinos, ¿Cuándo serán estas cosas?»
– En segundo lugar, en qué tiempo vendría Jesucristo, y por eso le dicen: «¿Y qué señal habrá de Tu venida?»
– En tercer lugar, en qué tiempo sucederá la conclusión del mundo. Y por esto dicen: «Y de la consumación del siglo».
Y añade San Juan Crisóstomo, que el Señor no respondió inmediatamente ni acerca de la destrucción de Jerusalén, ni de su segunda venida, ni del fin del mundo, sino que primero les previene de los males que en seguida debíamos evitar, es decir: de los engañadores, de los falsos cristos y los falsos profetas.
Comenta también san Hilario que como los discípulos le preguntaron tres cosas, Jesús las separa en tres diferentes tiempos y con tres significaciones distintas. Les responde primero acerca de la destrucción de la ciudad, y después les confirma la verdad de sus palabras, no sea que alguno se atreva a engañarles. Por esto sigue: Cuidaos que nadie os engañe. Porque muchos vendrán bajo mi nombre, diciendo: “Yo soy el Cristo”
Y de nuevo San Juan Crisóstomo indica que no solamente anuncia las guerras, sino también las desgracias que vendrían de parte de Dios. Por esto añade: «Y habrá epidemias, hambres y terremotos por los lugares».
San Jerónimo nos ofrece una explicación espiritual de estos fenómenos. Dice que: parece que el triunfo de la Iglesia habrá de ser mucho más glorioso después que se haya levantado un reino contra otro reino y que se haya suscitado la peste de aquéllos cuya palabra se arrastra como un reptil, y después del hambre de oír la palabra de Dios, y de la agitación de toda la tierra, y de la separación de la verdadera fe, especialmente entre los herejes que mutuamente se combaten.
Y esto será solo el principio de los dolores, porque según San Juan Crisóstomo y como se puede leer en el Apocalipsis, estos castigos irán en aumento ante la impenitencia de los hombres. Dolores, que según san Jerónimo, no serán de partos naturales, sino más bien se parecerán a los abortos o concepciones de la venida del Anticristo.
Completamos esta parte con un comentario de Orígenes, que aunque un poco extenso, creo que es bueno conocer:
Así como enferman los cuerpos antes de la muerte, así es necesario que antes de la destrucción del mundo, la tierra, como agonizante, experimente grandes y frecuentes sacudidas; que el aire, tomando cierto aspecto mortífero, se convierta en pestilente; y que faltando la fuerza vital de la tierra, ésta no produzca frutos. Por lo tanto, en virtud de la escasez de los alimentos, los hombres se excitarán por la avaricia, y harán grandes guerras. Y como las insurrecciones y las luchas serán hijas de la avaricia, y además por las codicias de mando y de la vanagloria, habrá alguno que sea la causa primera de todos aquellos males que habrán de suceder antes de la destrucción del mundo. Así como la venida de Jesucristo trajo la paz para muchas gentes en virtud de la misericordia divina, así es consiguiente que por la multiplicación de la iniquidad se enfríe la caridad de muchos, y que Dios y Jesucristo los abandonen; que se levanten muchas guerras entre ellos, puesto que la santidad no evitará que obren los principios germinadores de las guerras. Por el contrario, las fuerzas adversarias, no detenidas ni por Cristo ni por los santos, actuarán sin obstáculo en los corazones de los hombres para que se levante pueblo contra pueblo, y reino contra reino. Por lo tanto, así como algunos creen, que el hambre y la peste son producidos por los ángeles de Satanás, estos poderes también se envalentonarán entonces por las virtudes enemigas, cuando no haya discípulos de Jesucristo que sean la sal de la tierra y la luz del mundo, destruyendo todo lo que siembra la malicia de los demonios.
Hasta aquí el comentario de Orígenes. Sigamos ahora con el relato del Evangelio:
“Después os entregarán a la tribulación y os matarán y seréis odiados de todos los pueblos por causa de mi nombre. Entonces se escandalizarán muchos, y mutuamente se traicionarán y se odiarán. Surgirán numerosos falsos profetas, que arrastrarán a muchos al error; y por efecto de los excesos de la iniquidad, la caridad de los más se enfriará. Mas el que perseverare hasta el fin, ése será salvo. Y esta Buena Nueva del Reino será proclamada en el mundo entero, en testimonio a todos los pueblos. Entonces vendrá el fin.
Nos detenemos de nuevo para citar a San Juan Crisóstomo, que explica este pasaje haciendo hincapié en los falsos pastores, infiltrados dentro de la Iglesia. De ellos dice esto:
Después que había hablado de las dos clases de guerras, esto es, de las de los seductores y de las de los enemigos, Jesús les habla también de una tercera guerra, que provendría de los falsos hermanos, por esto dice: «Y muchos entonces serán escandalizados», etc. También San Pablo deplora esto diciendo: «En el exterior batallas, en el interior temores» (2Cor 7,5), y en otro lugar: «Peligros en los falsos hermanos» 2Cor 11,26): de quienes dice en otro lugar: «Los tales falsos apóstoles son operarios engañadores». Por esto añade aquí el Salvador: «Y se levantarán muchos falsos profetas», etc. Y añade que estos falsos profetas son los que enfriarán la religiosidad y la caridad de muchos.
Dice de muchos, pero no de todos, porque explica San Jerónimo, que la caridad siempre permanecería en los apóstoles y en aquéllos que estuviesen identificados con ellos, citando las palabras de San Pablo: «¿Quién nos separará de la caridad de Cristo?» (Rom 8,35). Por lo que se añade aquí: «Mas el que perseverare hasta el fin, éste será salvo».
Perseverar hasta el fin, según san Remigio, es por una parte, que aquel que confiesa a Jesucristo y permanece en su amor hasta el término de su vida, ese es el que se salva. Pero también se referirse a la consumación del mundo. Porque entonces muchos se escandalizarán separándose de la fe, viendo la multitud y las riquezas de los malos y los milagros del Anticristo, y perseguirán a sus compañeros, y el Anticristo enviará falsos profetas que engañarán a muchos. Se aumentará la malicia, porque aumentará el número de los malos, y se enfriará la caridad, porque disminuirá el número de los buenos.
Dice San Jerónimo que será también una señal de la venida del Señor la predicación del Evangelio en todo el mundo, de modo que ninguno tendrá excusa.
De nuevo Orígenes nos ofrece un párrafo luminoso:
En ciertas cuestiones habrá pocos que comprendan la verdad de una manera evidente, siendo muchos los que se escandalizarán. Caerán de ella los traidores y los acusadores, por la discusión que se suscitará entre ellos, acerca del dogma de la verdad, lo que servirá de motivo para que se aborrezcan mutuamente. También habrá muchos que predicarán con mal fin, acerca de lo que habrá de suceder, e interpretarán mal las profecías (a quienes llama falsos profetas), que seducirán a muchos, haciendo que se enfríe la caridad ferviente que antes se encontraba en la sencillez de la fe. Pero el que pueda perseverar en la tradición apostólica, se salvará; y así, predicado el Evangelio a todas las almas, servirá de testimonio a todas las gentes, esto es, a todos los pensamientos incrédulos de ciertas almas.
Seguimos con el Evangelio de san Mateo:
Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo –el que lee, entiéndalo–, entonces los que estén en Judea, huyan a las montañas; quien se encuentre en la terraza, no baje a recoger las cosas de la casa; quien se encuentre en el campo, no vuelva atrás para tomar su manto. ¡Ay de las que estén encintas y de las que críen en aquel tiempo! Rogad, pues, para que vuestra huida no acontezca en invierno ni en día de sábado. Porque habrá, entonces, grande tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá más. Y si aquellos días no fueran acortados, nadie se salvaría; mas por razón de los elegidos serán acortados esos días.
La expresión “abominación de la desolación” es quizá una de las más enigmáticas y que se ha prestado a más interpretaciones de este discurso escatológico y por ello dedicaremos un programa especial más adelante.
Pero sí vamos a citar a San Jerónimo, que nos recuerda que según la antigua Escritura la abominación significa ídolo y se añade la desolación, porque el ídolo es puesto en el templo desolado y desierto. Nos pide, además, que busquemos un sentido místico a estas palabras, recordándonos cómo aparecen expresadas en Daniel 9, 27: «Y en medio de la semana cesará el sacrificio y las ofrendas; y en el templo habrá abominación de desolaciones hasta la consumación del tiempo, y la consumación se dará sobre la soledad».
San Hilario lo vincula con el Anticristo y dice que “fue llamada abominación, porque viniendo contra Dios, reclama para sí el honor de Dios; y abominación de desolación, porque ha de desolar toda la tierra con guerras y mortandades, y por esto, recibido por los judíos, se instalará en el lugar de santificación, para que donde se invocaba a Dios por las súplicas de los santos, recibido por los infieles, sea venerado con los honores de Dios. Y porque este error será más propio de los judíos y de aquellos que por haber menospreciado la verdad abracen la falsedad, les aconseja que abandonen Judea y se marchen a los montes, no sea que mezclándose con aquellas gentes crean en el Anticristo y no puedan escapar de la perdición.”
Esto ya ocurrió antes de la destrucción de Jerusalén, cuando los cristianos huyeron y se pusieron a salvo, porque creyeron en las palabras de Cristo y no hicieron caso a los falsos profetas que decían que había que permanecer en la ciudad. Igualmente, en los últimos tiempos, encontramos en el Apocalipsis 18,4, la misma orden: “Salid de ella, pueblo mío, para no ser solidario de sus pecados y no participar en sus plagas.” Si los primeros cristianos huyeron de Jerusalén, la ciudad santa de los judíos, que quedó desolada primero espiritualmente y después materialmente, como hemos visto. Los últimos cristianos tendrán que huir de Babilonia, la ciudad idólatra que ha apostatado de Dios, que ha fornicado con los reyes de la Tierra, que se embriaga de la sangre de los santos y los mártires, y que se ha convertido en refugio de demonios y espíritus inmundos.
También Orígenes hace referencia al Anticristo en sentido místico, afirmando que en todo el lugar santo de las Sagradas Escrituras (tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento) se halla con frecuencia el Anticristo, que es la predicación falsa; y los que esto entienden, huyen desde la Judea de la letra a los elevados montes de la verdad. Y si se encuentra alguno que haya subido sobre el techo de la palabra, y que está sobre la cubierta, no baje de allí, con el fin de tomar algo de su casa. Y si está en el campo, en donde se halla escondido el tesoro, y volviese hacia atrás, caerá en el lazo de la mentira, y especialmente si ya se había quitado el vestido antiguo (esto es, el hombre viejo).
Explica San Agustín que en las tribulaciones debe evitarse que nadie sea vencido y descienda de la sublimidad de las cosas espirituales a la vida carnal, y que aquél que antes adelantaba progresando por el camino de la virtud, desmayando mire hacia atrás. También san Hilario sobre este pasaje enseña que el techo es lo más alto de la casa y la conclusión más elevada de toda habitación; por lo tanto, todo aquél que se esforzare en la conclusión de su casa (esto es, en la perfección de su corazón), y en hacerse nuevo por la regeneración, y elevado según el espíritu, no deberá rebajarse por la codicia de bienes mundanos. «Y el que estará en el campo», esto es, cumpliendo con su deber, no vuelva a los cuidados antiguos, por los que habrá de volver a tomar el vestido formado por los pecados viejos con que se cubría.
Sobre el lamento por las embarazadas y las que crían, Orígenes explica que es porque en aquellos momentos no habrá compasión ni siquiera por ellas, ni por sus hijos. Y sobre la huida en invierno o en sábado, San Juan Crisóstomo indica que se refiere a aquellos que viven apegados a los preceptos, como en aquel momento los judíos, que debían respetar el sábado, no así los cristianos.
Sobre los días que serán abreviados, San Jerónimo nos recuerda que está escrito: «El día persevera según tu orden» (Sal 118,91), por esto es que debemos admitir que se abrevian según las circunstancias de los tiempos, esto es, no por la medida, sino por el número, con el fin de que no desaparezca la fe de los que creen, por la tardanza.
Avancemos de nuevo en el texto bíblico:
Si entonces os dicen: “Ved, el Cristo está aquí o allá”, no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán cosas estupendas y prodigios, hasta el punto de desviar, si fuera posible, aún a los elegidos. ¡Mirad que os lo he predicho! Por tanto, si os dicen: “Está en el desierto”, no salgáis; “está en las bodegas”, no lo creáis. Porque, así como el relámpago sale del Oriente y brilla hasta el Poniente, así será la Parusía del Hijo del Hombre. Allí donde esté el cuerpo, allí se juntarán las águilas”.
Sobre este texto, San Jerónimo compara las dos venidas de Nuestro Señor y explica que Su segunda venida no se conocerá por la humildad (como la primera), sino por la gloria que la acompañará. Es muy necio, por lo tanto, buscar entonces en un lugar humilde o escondido, al que es la luz que alumbra a todo el mundo. Sin embargo, estas serán las tretas que utilizarán los falsos profetas, para, en palabras de San Hilario, fingir que el Cristo está y se encuentra en muchas partes y así llevar engañados y abatidos a muchos al servicio del Anticristo. San Gregorio Magno añade que cuando el Anticristo haya obrado prodigios admirables a la vista de los hombres carnales, los arrastrará en pos de sí. Porque los que se deleitan en los bienes presentes, se sujetarán sin resistencia alguna a la potestad de aquél. Y si bien, el corazón de los escogidos es agitado por pensamientos de consternación, es imposible, en opinión de este santo, que los escogidos caigan en el error. En tal caso, explica San Rábano, no sería porque la elección divina hubiera fracasado, sino porque los que según el juicio humano parecían escogidos, caerán en el error.
Vamos a terminar en este punto esta sección y continuaremos en el próximo programa con el resto del texto de San Mateo. Dejemos que resuene en nuestra mente las palabras del Señor: ¡Mirad que os lo he predicho! y entendamos que si Él ha querido que sepamos por anticipado todas estas cosas es para ayudarnos, para prepararnos, para que no seamos engañados y para que sabiendo lo que tiene que suceder podamos resistir mejor y no perdamos la fe. ¡Que Dios nos ayude!
Iluminando lo escondido
Bienvenidos una semana más a Iluminando lo Escondido, esta sección en la que te contamos cosas que quizás no conocías. Hoy es el turno de hablar de una profecía del profeta Jeremías que encontramos en el 2º libro de Macabeos, capítulo 2. Pero antes pongámonos en contexto:
El Libro de los Macabeos nos cuenta cómo fue poderoso el reino de Alejandro Magno, que llegó a ocupar rápidamente el mundo entonces conocido. Este imperio impuso por todas partes sus dioses y sus costumbres, salvo en el pueblo elegido, al que respetó en un principio. Hasta que más tarde, bajo el rey Antíoco Epífanes, este imperio se hizo perseguidor de la verdadera religión y del pueblo judío. En ese tiempo unos inicuos israelitas persuadieron a otros muchos para que se conformaran con las costumbres de los gentiles, pues desde que se habían separado de ellos, no habían experimentado más que desastres. El segundo Libro de los Macabeos precisa que estos inicuos israelitas eran sobre todo hombres de linaje sacerdotal. Muchos se dejaron seducir entonces por sus propuestas, y se construyó en Jerusalén un gimnasio (símbolo del culto del hombre), se abolió el uso de la circuncisión y se abandonó el uso de la Alianza Santa.
Viendo el rey Antíoco que tanto Israel como los demás pueblos habían aceptado sus costumbres paganas, publicó un decreto para que todos los pueblos abandonasen sus costumbres particulares por completo y formasen un solo pueblo. Muchos del pueblo de Israel obedecieron este decreto; y de esta forma se apartaron de la Ley de Dios.
Y ¿qué pasó con todos los que no querían obedecer este decreto? El mismo Libro nos dice que debían perder la vida o ser perseguidos: las mujeres que circuncidaban a sus hijos eran precipitadas de las murallas de la ciudad, los que se refugiaban en las cavernas eran atacados en día de sábado y exterminados; y nos cuenta el martirio heroico de varios israelitas por fidelidad a la ley de Dios, entre ellos el de los siete hermanos amonestados y alentados por su madre, también martirizada con ellos.
Sin duda, el libro de los Macabeos es una imagen de la persecución que espera a los fieles a la Ley de Dios en los Últimos Tiempos, ya que en este libro también se menciona la abominación de la desolación de la que habla el profeta Daniel y que el Señor nos manda tener en cuenta en el discurso escatológico de Mateo 24.
Vayamos ahora a la profecía del capítulo 2 del 2º libro. Aunque Jeremías vivió algunos siglos antes, misteriosamente esta profecía viene incluida en este libro. En los escritos del profeta Jeremías se encuentran distintas instrucciones que mandó a aquellos que eran llevados al cautiverio de Babilonia, como el guardar siempre la Ley de Dios para que no se pervirtieran con los ídolos. Además, por una orden expresa de Dios, mandó llevar consigo el Tabernáculo y el Arca de la Alianza, hasta que llegó al monte donde subió Moisés, en el que encontró una cueva donde guardó el Arca, el Tabernáculo y el altar del incienso y después tapó la entrada de la cueva. Algunos de los que le seguían se dieron cuenta de ello y buscaron este lugar, pero no pudieron encontrarlo. Ante esto, Jeremías los reprendió y les dijo la siguiente profecía: “Este lugar permanecerá ignorado hasta tanto que Dios congregue todo el pueblo y use con él de misericordia; entonces el Señor manifestará estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y se verá la nube que veía Moisés, y cual se dejó ver cuando Salomón pidió que fuese santificado el Templo para el gran Dios”
Con esta profecía, algunos entienden que se refiere al retorno de los judíos de Babilonia con Esdras, pero después de este acontecimiento no se habla ni del Arca ni del Tabernáculo en las Escrituras. Por otro lado, cuando tras la muerte de Jesús ocurrió la profetizada destrucción de Jerusalén y Tito se hizo dueño de la ciudad y del templo, no se hace mención del Arca ni del Tabernáculo entre los despojos que de allí tomó o se llevó a modo de triunfo.
Por esto, la tradición de los Padres y de los mismos hebreos nos persuade de que no estuvieron ni el Arca ni el Tabernáculo en el 2º templo y no serán hallados hasta que se conviertan los judíos, que, como vimos en el anterior programa, se dará al final de estos Últimos Tiempos.
Le pedimos a Dios por medio de Nuestra Madre Santísima que venga pronto su Reinado y que nos dé la fortaleza de aquellos israelitas fieles del libro de Macabeos para soportar cualquier tribulación, a fin de que no reneguemos nunca de la verdadera Fe, aunque ello nos pueda costar la vida. Así sea. Amén.
La máquina del tiempo
Bienvenido una semana más a la máquina del tiempo. Hoy te traigo una nueva cita del Nuevo Testamento, más concretamente, del Evangelio de San Mateo, capítulo 5, versículos 9 y 10, que dice así:
“Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque a ellos pertenece el reino de los cielos.”
Se trata del famoso discurso de las Bienaventuranzas, que está integrado en el llamado discurso de la montaña. Jesús nos enseña que los que cultiven las virtudes, recibirán una recompensa muy especial en la vida eterna. Como vamos a ver durante este episodio, Cristo siempre apunta a la eternidad, que es la vida verdadera, mientras que la pobre vida de la tierra es demasiado corta como para preocuparse por los bienes materiales que podamos conseguir que, al final, tendremos que dejar atrás. Ya lo dice el mismo Jesús en Mateo 6, 19-23: “No os amontonéis tesoros en la tierra, donde polilla y herrumbre (los) destruyen, y donde los ladrones horadan los muros y roban. Amontonaos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni herrumbre destruyen, y donde ladrones no horadan ni roban”. Y de eso tratan las bienaventuranzas, de conquistar los bienes celestiales, que son los espirituales.
Empecemos comentando la primera de las 2 que te traigo hoy. Hoy en día se oye mucho, que todos somos hijos de Dios, porque Él nos creó, lo cual, leyendo esta cita, Jesús desmiente, pues dice que son “los pacificadores” los que serán llamados hijos de Dios. Todos somos criaturas de Dios, pero el rango de hijos solamente lo conseguimos imitando a Jesús, príncipe de la Paz (Isaías 9:6).
En la segunda, Jesús nos dice que aquellos que sean perseguidos por causa de su Nombre y del Evangelio, y que se mantengan firmes en la Verdad, tienen el cielo asegurado. Y es justo, pues como dice Nuestro Señor en Mateo 10, 32: “A todo aquel que me confiese delante de los hombres, Yo también lo confesaré delante de mi Padre celestial”.
El mundo es uno de los 3 enemigos del alma, por consiguiente, va a intentar con todas las maneras posibles desviarnos del camino del Evangelio, para que pensemos que lo importante es la tierra, la felicidad en la tierra, no sufrir, disfrutar mientras se pueda, etc., pero lo que Jesús nos anuncia es todo lo contrario: sufrimiento, persecución, dolor, incomprensión… “No es el siervo más grande que su Señor. Si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a vosotros” podemos leer en Juan 15, 20. Y en Mateo 16, 24, el Señor nos dice: “si alguno quiere seguirme, renúnciese a sí mismo, y lleve su cruz y siga tras de Mí”.
Esto ha sido así desde que Cristo vino a la tierra en carne y seguirá así hasta el fin de los tiempos, porque será en ese momento cuando Cristo regrese y derrote al mundo y al demonio, trayéndonos un mundo renovado en el amor. Y, yéndonos a los Últimos Tiempos, que es el tema que nos interesa en este podcast, tenemos que grabarnos a fuego en el corazón estas Bienaventuranzas. En otros capítulos hemos comentado que para superar estos tiempos en especial, es imperativo ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5, 48) y, para ello, es muy importante hacer caso de toda Palabra que salga de la boca de Dios (Mateo 4, 4), pues por ella vive el alma.
Sabemos que en el final de los Últimos Tiempos, la persecución contra los cristianos será la más brutal de la historia, pero esto solamente será contra los que se obstinen en hacer la Voluntad de Dios a toda costa. El demonio no es tonto, tiene la inteligencia de un ángel y una maldad absoluta y sabe por experiencia, que le es más difícil engañar a las almas atacándolas de frente, que escondiéndose tras intenciones aparentemente buenas, pero que son veneno para el alma. Por eso, el demonio en estos tiempos nos engaña manipulándonos a través de nuestros sentimientos, para que pensemos que aquello que hacemos, decimos o vemos viene de Dios, porque nos da “paz” y nos sentimos mejor.
Hay que diferenciar entre lo externo y lo interno, lo corporal de lo espiritual. Que algo nos dé tranquilidad o alegría no significa que sea bueno para nosotros, porque estos son sentimientos corporales, mientras que la paz y la felicidad son gracias que el alma recibe de Dios. Algo que es contrario al Evangelio no puede dar paz, pues, como hemos dicho al principio, Cristo es el Príncipe de la Paz. Puede, eso sí, crear una falsa sensación de paz, ya que el demonio intenta siempre imitar a Dios.
Dice Cristo en Juan 15,19: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como vosotros no sois del mundo – porque Yo os he entresacado del mundo– el mundo os odia”. Esto debe hacernos pensar que, si en nuestra vida no sentimos el rechazo del mundo, si comulgamos con las nuevas ideologías que van surgiendo, si hacemos nuestras las ideas con las que el mundo nos bombardea, y que son contrarias al Evangelio, es porque nos hemos hecho cómplices del mundo. Y, como dice Jesús, si hacemos eso, no heredaremos el reino de los cielos. ¿De qué sirve al hombre, si gana el mundo entero, mas pierde su alma? (Mateo 16, 26
El peligro más grande para la sociedad de hoy, es que incluso la Iglesia se ha mundanizado y empieza a defender cosas que son contrarias al Evangelio y al magisterio bimilenario de la Iglesia y, desde la propia jerarquía se persigue a los sacerdotes, obispos, cardenales, religiosos y laicos, que quieren defender la doctrina verdadera. Muchos ejemplos tenemos ya de esto, pero como dice San Pedro en los Hechos de los apóstoles 5, 29, y que no me cansaré de repetir: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Tenemos el ejemplo de san Atanasio en la crisis arriana, que fue excomulgado y desterrado varias veces, pero permaneció en la verdadera fe. Nuestra obligación también es la de defender la fe, incluso de la propia jerarquía, si ésta abandona a su Dios y se prostituye con el mundo. La excusa de que “lo dijo la Iglesia” no nos servirá en el día del juicio, porque tenemos el Evangelio, 2000 años de historia de la Iglesia y a numerosos santos, que defendieron a Cristo contra el mundo y, en ocasiones, contra la Iglesia mundanizada.
Que Nuestro Señor, por intercesión de todos los santos y de la siempre Virgen María, nos dé la verdadera paz, para llevarla al mundo y la valentía para defender la Verdad y la justicia contra todos nuestros enemigos, para así ser dignos de la gloria del cielo. Amén
Santos de Verdad
¿Alguna vez te has preguntado para qué estamos aquí en la tierra?
Seguro que todos lo hemos hecho, pero habremos dado diferentes respuestas
Y aunque parezca que puede haber intenciones o motivaciones diversas
La única de las soluciones es amar a Dios con todas nuestras fuerzas
Cómo hacer esto parece un misterio pero creo que es bastante claro
Si Dios es Amor, le amaremos si ponemos amor en todos nuestros actos
Y es que el cuerpo y el alma están unidos aunque el mundo intente separarlos
Para convencernos de que Dios no entiende lo que sufrimos aqui abajo
Pero Dios se hizo hombre y fue como nosotros, menos en el pecado
Y por eso es el ejemplo supremo, el espejo en el que se miran los Santos
Porque todo es oración para quien sabe permanecer en el Señor
ya que su corazón está cerca de Dios aunque no mueva sus labios
Cristo no vino a gozar, vivir largamente y hacerse rico
Sino que vino a ser pobre y morir joven, sufriendo en el más grande suplicio
Por eso si nos quejamos y no ofrecemos lo que sufrimos
Es normal que no veamos en esta vida el sentido
Hemos venido a la tierra a sufrir, pero que nadie pierda la calma
Hemos venido a sufrir, porque el sufrimiento es la moneda para salvar almas
Hemos venido a sufrir hasta dar la vida por la Verdad
Hemos venido a sufrir para poder gozar en la eternidad
Roma, siglo cuarto, tiempo de persecución para la cristiandad
Una niña surge como gran ejemplo de santidad
Se llamaba Inés y prefirió el martirio antes que la impureza
y su inocencia es flor que adorna el paraíso celestial
Inés era una joven hermosa y rica, pretendida en matrimonio por muchos nobles romanos, lo que suponía que podría vivir cómodamente como una rica patricia. Sin embargo, Inés sabía que ese no era su destino y fue rechazando a todos sus pretendientes, afirmando que ella ya tenía un compromiso y un Esposo, y aguardaba las nupcias eternas con Jesús, el Señor.
Los intentos de corromperla fueron numerosos, pero Dios la hacía salir victoriosa. Fue llevada a un prostíbulo, pero fue protegida por los ángeles y se manifestaron señales celestes. Más tarde fue puesta en una hoguera, pero el fuego no le hacía daño.
Consumada la sentencia y la condena, ante la pregunta del prefecto, se declaró cristiana por la gracia de Dios sin vacilar, sabiendo que en aquel tiempo eso significaba la muerte en la tierra. Para ella, significaba la entrada por fin en el cielo.
Y en lugar de sacrificar a los dioses, se sacrificó ella misma al Dios Verdadero, a Él sacrificó su virginidad para las nupcias eternas, como el corderito puro e inocente del que proviene su nombre Agnes.
Por última vez le ofrecieron inútilmente apostatar adorando a los ídolos, pero su mirada se elevaba hacia arriba, donde con lágrimas de alegría seguramente contemplaba a su Esposo celestial. Y antes de que el verdugo atacara el cuello de la niña con la espada, de su pequeña garganta salió un grito emitido por su alma. Sus últimas palabras en la tierra fueron “Amo a Cristo” y con el porte de una reina levantó la cabeza, pues se acercaba, inminente, su liberación.
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