6. El discurso escatológico de Jesús (Parte 2)

Seguimos analizando el discurso escatológico de Jesús, comentando el texto del Evangelio a la luz de las enseñanzas de muchos santos. También hablamos del pecado más grave que se puede cometer, conocemos una gran historia relacionada con el aborto y nos inspiramos con el testimonio de un gran santo que llevó la fe donde dominaba el paganismo.
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Luz para mis pasos

Comenzamos en el programa anterior con la lectura y el comentario del discurso escatológico de Jesús, en el que se anuncian los sucesos que han de ocurrir antes de Su Segunda Venida. Y antes de retomar la lectura en esta segunda parte, vamos a recapitular los signos y señales que Nuestro Señor indica:

En primer lugar tenemos lo que el Señor llama el “Principio de los dolores”, que consiste en:

  • Falsos profetas
  • Rumores de guerras
  • Pueblo contra pueblo y reino contra reino
  • Hambres, pestes y terremotos

Y vimos cómo los Santos Padres y otros santos entendieron y predicaron estos signos.

Después anuncia el Señor:

  • Odio, persecución y martirio
  • Confusión, escándalos y traiciones
  • Numerosos falsos profetas que inducen al error
  • Proclamación universal del Evangelio

Y después de estas señales, Nuestro Señor nos dice que entonces vendrá el fin:

  • Abominación desoladora en el lugar santo
  • Huida
  • Gran Tribulación
  • Falsos cristos y falsos profetas que hacen prodigios

Todos ellos, interpretados por la mayoría de exégetas, como acontecimientos que sucederán durante el reinado del Anticristo.

Se produce en este momento un punto de inflexión, según nos narra San Mateo:

“Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días el sol se oscurecerá, y la luna no dará más su fulgor, los astros caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre, y entonces se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con Poder y gloria grande. Y enviará sus ángeles con trompeta de sonido grande, y juntarán a los elegidos de Él de los cuatro vientos, de una extremidad del cielo hasta la otra”.

Para entender este pasaje citemos en primer lugar a San Juan Crisóstomo que relaciona la tribulación de aquellos días, a causa del Anticristo y de los falsos profetas; porque la tribulación será grande entonces, existiendo tantos engañadores.

Un engaño que según Orígenes llegará a su fin cuando en el cielo aparezca la señal del Hijo del Hombre, para que los hombres de todas las tribus que no creyeron antes en la anunciada cristiandad, reconociéndola entonces por la señal aparecida, lloren y se lamenten de su ignorancia y de sus pecados.

Sobre la caída de los astros, San Jerónimo y San Rábano, relacionan esta cita con Isaías 30. El primero afirma que no caerán, por tanto, a motivo de la disminución de esta luz, pues leemos en Isaías que el sol tendrá una luz siete veces mayor. Pero todas las cosas parecerán tenebrosas a la vista, comparadas con la verdadera luz.

Por su parte, san Rábano explica que nada, sin embargo, nos impide entender que el sol y la luna con los demás astros han de ser despojados entonces por cierto tiempo de su luz (como consta que aconteció con el sol en tiempo de la pasión del Señor). Por esto dice el profeta Joel (Joel 2,31): «El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día grande y manifiesto del Señor». Por lo demás, acabado el día del juicio y brillando la vida de la gloria futura, habiendo un nuevo cielo y una nueva tierra, entonces sucederá lo que el profeta Isaías predice (Is 30,26).

En la misma línea enseña Orígenes: Así como cuando se verificó la consumación del sacrificio de la cruz, faltando el sol, la tierra se cubrió de tinieblas, así al aparecer la señal del Hijo del hombre en el cielo, faltarán las luces del sol, de la luna y de las estrellas, como consumidas por la magnitud de aquella señal. Debemos entender que esta señal será la de la cruz, para que los judíos, según el profeta Zacarías (capítulo 12) y según San Juan (capítulo 13) vean al que traspasaron y la señal de su victoria.

Pero encontramos también sobre este pasaje varias interpretaciones en sentido espiritual:

El propio Orígenes interpreta que el sol que se ha de oscurecer es el diablo, el cual ha de ser acusado en el fin del mundo. Porque siendo él tinieblas, simula ser verdadero sol; mas la luna que parece ser iluminada por este sol, es toda la sociedad de los hombres perversos, que frecuentemente afirma tener la luz y promete darla. Confundida entonces, con todos sus reprobados dogmas, perderá su claridad. Y todos los que, ora valiéndose de dogmas, ora de falsas virtudes, prometían la verdad a los hombres y los seducían con mentiras, éstos han de ser llamados, muy oportunamente, estrellas que caen (por decirlo así) de su cielo, en donde se encontraban encumbradas, sublevándose contra la sabiduría de Dios. Para mejor apreciar este modo de razonar, usaremos de un ejemplo del libro de los Proverbios que dice: «La luz de los justos siempre es inextinguible» ( Prov 4,18; según la versión de los Setenta); mas la luz de los impíos será apagada; entonces la claridad de Dios se manifestará en todo aquél que llevó la Imagen del hombre celeste, y los hombres celestes se alegrarán, mas los terrenos plañirán.

También San Agustín entiende un sentido espiritual y expresa que entonces se oscurecerá el sol y la luna no dará su luz, porque la Iglesia no se dejará ver entonces de sus perseguidores impíos y extraordinariamente crueles. Entonces las estrellas caerán del cielo, y las virtudes de los cielos serán conmovidas. Porque muchos en los cuales parecía brillar la gracia de Dios, al ser perseguidos se dejarán vencer y caerán, y algunos fieles esforzadísimos, se perturbarán.

Coinciden San Remigio y San Juan Crisóstomo en que el sonido de las trompetas son una llamada a la Resurrección y Orígenes cita el libro de los Números (concretamente Números 10,1-10) para trazar una analogía con los sacerdotes que tocaban las trompetas para congregar a la asamblea de Israel.

También San Pablo hace referencia a este acontecimiento en la 1ª carta a los Tesalonicenses 4,16, donde dice: Porque el mismo Señor, dada la señal, descenderá del cielo, a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dos, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Después, nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados juntamente con ellos en nubes hacia el aire al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor.

Avancemos de nuevo en el relato de Mateo, con una de las parábolas que ya hemos mencionado en programas anteriores:

“De la higuera aprended esta semejanza: cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y sus hojas brotan, conocéis que está cerca el verano. Así también vosotros cuando veáis todo esto, sabed que está cerca, a las puertas. En verdad, os digo, que no pasará la generación ésta hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero las palabras mías no pasarán ciertamente”. “Mas en cuanto al día aquel y a la hora, nadie sabe, ni los ángeles del cielo, sino el Padre solo. Y como sucedió en tiempo de Noé, así será la Parusía del Hijo del Hombre. Porque así como en el tiempo que precedió al diluvio, comían, bebían, tomaban en matrimonio y daban en matrimonio, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no conocieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la Parusía del Hijo del Hombre. Entonces, estarán dos en el campo, el uno será tomado, y el otro dejado; dos estarán moliendo en el molino, la una será tomada y la otra dejada”.

San Juan Crisóstomo

Con lo cual demuestra que no mediará mucho tiempo, sino que inmediatamente acontecerá la venida de Jesucristo. Y otra cosa predice también con esto, a saber, el estío espiritual y la tranquilidad que ha de suceder a los justos después del invierno; mas a los pecadores por el contrario, el invierno después del estío.

San Hilario, dándole un sentido místico, explica que la higuera es la sinagoga y las ramas de la higuera se entienden que son el Anticristo hijo del diablo, porción del pecado, usurpador de la ley; el cual cuando principiara a reverdecer y a cubrirse de hojas a causa del verdor de los pecadores soberbios, entonces está próximo el estío, esto es, se advertirá el día del juicio.

Completa esta interpretación San Remigio diciendo que cuando esta higuera brote nuevamente (esto es, cuando la Sinagoga reciba la palabra de la predicación santa, predicándola Enoc y Elías), debemos entender que está cerca el día de la consumación.

En este punto, algunos exégetas han visto las dos imágenes de la profecía: la imagen cercana de la destrucción de Jerusalén y la imagen remota de los últimos tiempos, cuando Nuestro Señor dice: “En verdad os digo que no pasará la generación ésta hasta que todo esto suceda.

Entre ellos San Juan Crisóstomo que afirma: De consiguiente, todas estas cosas fueron dichas acerca de la destrucción de Jerusalén. Así como las que dijimos de los falsos profetas y de los falsos cristos, y de todo lo demás que ha de acontecer hasta la venida de Cristo. Mas cuando dijo: «Esta generación», no lo dijo por aquella generación que entonces existía, sino por la que constituyen los fieles. Pues la Escritura acostumbró a designar la generación, no solamente por el tiempo, sino también por el lugar, por el culto y por el lenguaje. Así como cuando se dice: «Esta es la generación de los que buscan al Señor» (Sal 23,6). Con esto indica que perecerá Jerusalén y que será destruida la mayor parte de los judíos; mas ninguna prueba vencerá a la generación de los fieles.

¿Por qué dice el Señor que el cielo y la tierra pasarán? Según san Hilario porque el cielo y la tierra, por condición de su creación, nada tienen en sí que haga necesaria su existencia; mas las palabras de Jesucristo, deducidas de la eternidad, contienen en sí la virtud de ser permanentes.

San Jerónimo enlaza el siguiente pasaje con la Ascensión narrada en Hechos 1, cuando interrogado Jesús después de la resurrección por los apóstoles acerca de este día, bien claramente respondió: “No toca a vosotros saber los tiempos y los momentos que puso el Padre en su propio poder.” Con ello da a entender que Él lo sabe, pero que no conviene sea conocido por los apóstoles, para que estando siempre inciertos de la venida del Juez, vivan de tal manera todos los días como si hubiesen de ser juzgados en el mismo día.

Orígenes también aporta luz a este versículo afirmando que el Hijo prepara el conocimiento de aquel día y la hora, a los coherederos de sus promesas, para que todos a un mismo tiempo lo sepan (esto es, lo experimenten por la misma cosa) en la hora y en el día que preparó Dios para los que le aman.

Sobre la comparación con los días de Noé, San Juan Crisóstomo explica que esto lo dijo dando a entender que vendrá repentina e inopinadamente, y cuando muchos estarán entregados al pecado. Esto mismo dice San Pablo ( 1Tes 5): porque cuando digan: paz y seguridad, entonces les sobrecogerá una muerte repentina.

San Rábano aclara que no es que aquí se condenen los matrimonios o las comidas, sino que lo que se increpa es el uso inmoderado de lo que es permitido.  

Y san Juan Crisóstomo enseña que cuando venga el Anticristo, los apetitos más indecentes tendrán aceptación en aquéllos que a la sazón serán hombres inicuos, quienes desesperarán de su propia salvación. Y por lo mismo pone un ejemplo que viene muy a propósito a este caso: cuando, pues, se construía, el arca estaba puesta a la vista de todos, prediciendo los males futuros. Mas los hombres malos no lo creían, y se entregaban a la disipación (como si ningún mal hubiese de venir). Y dado que muchos no dan crédito a las cosas futuras, el ejemplo de las pasadas hace creíble lo que se predice.

Sobre los dos que están juntos, uno es tomado y el otro es dejado, podemos encontrar diferentes interpretaciones y como en pasajes anteriores algunas son más literales y otras hace referencia a un sentido espiritual. Veamos algunas de ellas:

Para san Juan Crisóstomo con estas palabras da a entender que serán tomados y dejados los siervos y los señores, los ociosos y los que trabajan.

San Hilario argumenta que el día del Señor sorprenderá a dos en el campo, a saber, los dos pueblos de los fieles y de los infieles en el siglo, como en el trabajo de esta vida. Serán, con todo, separados, y el uno dejado y tomado el otro; en lo cual se da a conocer la separación de los fieles e infieles. Porque al agravarse la ira de Dios, los escogidos se ocultarán en sus moradas; mas los pérfidos serán dejados para combustible del fuego del cielo. Lo mismo hay que decir, respecto de los que muelen; La muela es la obra de la ley, mas, porque una parte de los judíos, así como creyó por los apóstoles, ha de creer también por Elías y ha de ser justificada por la fe; por eso, una parte será tomada por la misma fe, a causa de sus buenas obras, y la otra será dejada en el trabajo infructuoso de la ley, moliendo en vano, y no amasará el pan del manjar celestial.

La interpretación de San Remigio lo vincula con los tres órdenes de la Iglesia. Por dos en el campo, el orden de los predicadores, a quienes se ha confiado el campo de la Iglesia; por dos en el molino, el orden de los casados, que cuando por sus diversos cuidados son llamados ora a estos asuntos, ora a los otros, parece que llevan a su alrededor piedras de molino; por dos en el lecho el orden de los que guardan continencia, cuyo descanso es designado con el nombre de lecho. En estos órdenes están los buenos y los malos, los justos y los injustos, y de consiguiente unos de ellos serán dejados y otros serán tomados. 

Leamos un poco más del discurso escatológico:

“Velad, pues, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor. Comprended bien esto, porque si supiera el amo de casa a qué hora de la noche el ladrón había de venir, velaría ciertamente y no dejaría horadar su casa. Por eso, también vosotros estad prontos, porque a la hora que no pensáis, vendrá el Hijo del Hombre. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien puso el Señor sobre su servidumbre para darles el alimento a su tiempo? ¡Feliz el servidor aquel, a quien su señor al venir hallare obrando así! En verdad, os digo, lo pondrá sobre toda su hacienda. Pero si aquel siervo malo dice en su corazón: “Se me retrasa el señor”, y se pone a golpear a sus consiervos y a comer y a beber con los borrachos; volverá el señor de aquel siervo en día que no espera, y en hora que no sabe, y lo separará y le asignará su suerte con los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”.

¿Qué significa Velad? Nos lo explica San Gregorio Magno cuando dice que “Vela el que tiene los ojos abiertos en presencia de la verdadera luz; vela el que observa en sus obras lo que cree; vela el que ahuyenta de sí las tinieblas de la indolencia y de la ignorancia.”

Y San Agustín aporta un matiz importante: el Señor no dijo: velad, tan sólo a aquéllos a quienes entonces hablaba y le oían, sino también a los que existieron después de aquéllos y antes que nosotros. Y a nosotros mismos, y a los que existirán después de nosotros hasta su última venida (porque a todos concierne en cierto modo), pues ha de llegar aquel día para cada uno. Y cuando hubiera llegado, cada cual ha de ser juzgado así como salga de este mundo. Y por esto ha de velar todo cristiano, para que la venida del Señor no le encuentre desprevenido; pues aquel día encontrará desprevenido a todo aquel a quien el último día de su vida le haya encontrado desprevenido.

Orígenes comenta la parábola del ladrón en la noche, advirtiéndonos del peligro del racionalismo, con estas palabras: El padre de familia es el entendimiento del hombre, y la casa de éste es el alma, mas el ladrón es el diablo. Es, pues, contrario todo razonamiento que no penetra en el alma del hombre negligente, por la entrada natural, sino como quien mina la casa, destruyendo primero ciertas defensas naturales del alma (esto es, su inteligencia natural) y habiendo penetrado por la misma brecha, despoja al alma. Algunas veces encuentra alguno al ladrón en la misma perforación, y asiéndole, y dirigiéndole palabras agresivas, lo mata. El ladrón no viene durante el día, cuando el alma del hombre solícito está iluminada por el sol de la justicia, sino por la noche; esto es, en el tiempo en que todavía permanece su malicia. Cuando el ladrón quiere minar la casa del alma, suele venir principalmente, en el tiempo de las tentaciones o de cualesquiera otras calamidades. 

San Gregorio Magno enseña que el ladrón mina la casa sin saberlo el padre de familia, porque mientras el espíritu duerme sin tener cuidado de guardarla, viene la muerte repentina y penetra violentamente en la morada de nuestra carne, y mata al Señor de la casa, a quien halló durmiendo. Porque mientras el espíritu no prevé los daños futuros, la muerte, sin él saberlo, le arrastra al suplicio. Mas resistiría al ladrón, si velase, porque precaviendo la venida del Juez, que insensiblemente arrebata a las almas, le saldría al encuentro por medio del arrepentimiento, para no morir impenitente. Quiso, pues, el Señor, que la última hora sea desconocida, para que siempre pueda ser sospechosa; y mientras no la podamos prever, incesantemente nos prepararemos para recibirla.

Hemos leído que el Señor lanza una pregunta «¿Quién creéis que es el siervo fiel y prudente, a quien su Señor puso sobre su familia, para que les dé de comer a tiempo? San Hilario tiene muy clara la respuesta cuando afirma que aunque el Señor nos había exhortado en general a vivir con mucha vigilancia, encomienda de un modo especial a los príncipes de su pueblo (esto es, a los obispos) la solicitud en la expectación y su venida. Pues el siervo fiel y cabeza prudente de su familia significa el pastor que provee de lo útil y conveniente al rebaño que le está cometido.

En esto vemos la especial responsabilidad que tienen los obispos en los últimos tiempos, a quienes el Señor exige aquí dos cosas, según San Juan Crisóstomo: exige prudencia y fidelidad: llama en verdad fiel a aquél que no se apropia nada de lo que pertenece a su Señor, ni gasta inútilmente sus cosas. Y llama prudente a aquél que conoce el modo con que conviene administrar lo que se le ha confiado. 

San Rábano aclara el sentido de la parábola, explicando que El Señor es Jesucristo; la familia que constituyó, es la Iglesia católica. Difícil es, pues, encontrar en una sola persona la prudencia y fidelidad, pero no es imposible, porque no llamaría Dios bendito al que no pudiera serlo; y lo es, según san Hilario, obedeciendo los preceptos de su Señor, y dispensando con oportunidad a la familia el alimento de la doctrina y la palabra de vida eterna.

Y al que así obre lo pondrá el señor sobre toda su hacienda, no para que gocen solos, dice San Rábano, sino para que gocen sobre los demás, del premio eterno, ya por su vida ejemplar, ya también por el cuidado que tuvieron de su grey.

¿Qué pasará con ese siervo, con ese obispo, que no actúe así?

Orígenes afirma rotundo, que peca contra Dios todo Obispo que no administra como siervo, sino como dueño; y frecuentemente como amargo dueño, que domina por la fuerza, y no acoge a los indigentes, sino que se regala con los ebrios. Y siempre se imagina que el Señor tardará en venir.

Añade san Rábano, que en sentido figurado, puede también entenderse por maltrato de los consiervos, la perversión de la conciencia de los débiles, con su palabra y mal ejemplo. 

A estos los separará o dividirá (depende de la traducción) el señor. San Jerónimo entiende en estas palabras que no se ha de entender que le partirá con la espada, sino que le separará de la comunión de los Santos.

De nuevo Orígenes puntualiza que serán divididos cuando su espíritu (esto es, su casa espiritual) vuelva al Dios que se la dio, y su alma con su cuerpo vaya al infierno.

Añade San Jerónimo que tendrán su parte con aquéllos que estaban en el campo y que molían, y sin embargo fueron abandonados. Pues muchas veces decimos que el hipócrita es una cosa, y manifiesta otra; así como en el campo y en la muela parecía que hacían lo mismo, pero el resultado demostró diferente intención.

Creo que no es casualidad que Nuestro Señor diga que a estos siervos infieles les asignará su suerte con los hipócritas, calificativo, que como hemos visto en programas anteriores, se aplica principalmente a los falsos doctores y los falsos profetas.

Terminamos esta sección con un planteamiento que nos ofrece San Agustín para que entendamos qué actitud es más perfecta según el Evangelio. 

Pongamos ante nuestros ojos tres siervos buenos que desean Su venida. El primero dice que el Señor vendrá pronto, el segundo dice que vendrá más tarde y el tercero confiesa su ignorancia sobre cuándo vendrá. El primero dice: vigilemos y oremos, porque pronto vendrá el Señor. Dice el segundo: vigilemos, porque esta vida es corta e incierta, aunque el Señor tarde en venir. Y dice el tercero: vigilemos, porque es breve e incierta esta vida y no sabemos cuándo vendrá el Señor.

Nos pregunta san Agustín, ¿Quién es el que dice lo que oímos decir en el Evangelio: vigilad, porque no sabéis en qué hora vendrá el Señor? 

Todos los que tienen deseos del reino de Dios, quieren y desean que sea verdad lo que piensa el primero, es decir que venga el Señor pronto; por consiguiente, si sucediere, se alegrarán con él el segundo y el tercero. Pero si no sucediere, es de temer que los que creían lo que había dicho el primero, empiecen a pensar que la venida del Señor no sólo tardará, sino que no se realizará. El que cree lo que dice el segundo, de que el Señor tardará en venir, si resultare falso, no prevaricará en la fe, sino que gozará de una alegría inesperada; pero el que, como el tercero, confiesa ignorar lo que sucederá, desea aquello, tolera esto, no hiere en uno ni en otro porque no afirma ni niega ninguna de las dos.  

Pidamos al Señor que actuemos como los siervos fieles y prudentes para que cuando Él vuelva, sea pronto, sea tarde o sea cuando no sabemos, nos encuentre velando y orando para que nuestra alma no caiga en manos del ladrón maligno que quiere su perdición. Pidamos también de forma especial por nuestros obispos, para que el Señor les ayude a ser pastores fieles y no huyan, por miedo, ante los lobos.

Iluminando lo escondido

Buenas a todos una semana más a Iluminando lo Escondido. Esta vez vamos a hablar de un tema muy importante y preocupante hoy en día: el aborto. Y para ello vamos a contar la conversión de Bernard Nathanson, un médico estadounidense que fue responsable de la muerte de 75.000 niños no nacidos. 

Nacido en 1926, Bernard, hijo de un prestigioso médico judío especializado en ginecología, creció en un hogar sin fe y sin amor, debido a que su padre abdicó de la fe tras estar en contacto con el ambiente escéptico y liberal de la universidad. En su familia imperaba demasiada malicia, conflictos y odio.

Estudió medicina en la Universidad de McGill en Montreal y en 1945 se enamoró de Ruth, una joven y guapa judía, con la que hizo planes de matrimonio. La joven, sin embargo, quedó embarazada, y cuando Bernard escribió a su padre para consultarle la posibilidad de contraer matrimonio, éste le envió cinco billetes de 100 dólares con la recomendación de que eligiese entre abortar o ir a los Estados Unidos para casarse, lo cual comprometería la brillante carrera que le esperaba como médico.

Bernard decidió apostar por su carrera, y convenció a Ruth de que abortase. No la acompañó a la intervención abortiva, y Ruth volvió sola a casa, en un taxi, con una fuerte hemorragia, con la que estuvo a punto de perder la vida. Al recuperarse –casi milagrosamente–, ambos dieron por terminada su relación. Este fue el primero de los muchos encuentros que tuvo Bernard con el aborto a lo largo de su vida.

Después de graduarse Bernard hizo sus prácticas en un hospital judío y más tarde pasó al Hospital de Mujeres de Nueva York, donde entró en contacto con el aborto clandestino. Para entonces ya había contraído matrimonio con una joven judía, con la que acabaría divorciándose a los pocos años.

En esas circunstancias Nathanson conoció a Larry Lader, un médico a quien solo le los abortos clandestinos.

Dos años más tarde, Nathanson se involucró directamente en la práctica abortiva. Las primeras clínicas abortistas de Nueva York comenzaban a explotar el negocio de la muerte programada, y en muchos casos su personal carecía de licencia del Estado o de garantías mínimas de seguridad. Una clínica que estaba a punto de cerrar debido a esto fue relanzada por el mismo Nathanson. Se daba la paradoja increíble de que, mientras estuvo al frente de aquella clínica, en ese lugar había también un servicio de ginecologíaobsesionaba la idea de conseguir que la ley permitiese el aborto libre y barato. Para ello fundó, en 1969, la «Liga de Acción Nacional por el Derecho al Aborto», una asociación que intentaba culpabilizar a la Iglesia por cada muerte que se producía en  y obstetricia: es decir, se atendían partos normales al mismo tiempo que se practicaban abortos. Mientras tanto, Nathanson mantenía una intensa actividad para que la ley del aborto fuera ampliada, dando conferencias y reuniéndose con políticos y gobernantes de todo el país. Llevó a cabo en esta etapa más de 60.000 abortos, entre ellos el de un bebé que iba a tener él mismo con una mujer que no quería abortar y a la que el propio Nathanson convenció de llevar a cabo la operación. Hasta que finalmente, agotado, dimitió de su clínica.

A partir de este momento las cosas empezaron a cambiar. Dejó la clínica abortista y pasó a ser jefe de obstetricia del Hospital de St. Luke’s. La nueva tecnología, el ultrasonido, hacía su primera aparición en el ámbito médico. El día en que Nathanson pudo observar el corazón del feto en los monitores electrónicos, comenzó a plantearse por vez primera qué era lo que estaban haciendo verdaderamente en la clínica.

Decidió escribir un artículo sobre su experiencia con los ultrasonidos, reconociendo que en el feto había vida humana y esto le hizo recibir amenazas de muerte, pero no cambió su opinión, ya había llegado a la conclusión de que el aborto es un crimen.

Nathanson dejó de realizar abortos, pero aún quedaba pendiente el camino de vuelta a Dios. Nathanson creció judío y durante muchos años se describía a sí mismo como un «ateo judío». Una primera ayuda le vino de su admirado profesor universitario, el psiquiatra Karl Stern, que según decía el mismo Nathanson, poseía un secreto que él había buscado durante toda su vida: el secreto de la paz de Cristo.

Por otra parte, el movimiento pro-vida le había proporcionado el primer testimonio vivo de la fe y el amor de Dios. 

En 1989 asistió a una acción de Operación Rescate en los alrededores de una clínica. El ambiente de los que allí se manifestaban pacíficamente en favor de la vida de los no nacidos le conmovió. Dijo textualmente: empecé a considerar seriamente la noción de Dios, un Dios que había permitido que anduviera por todos los proverbiales circuitos del infierno, para enseñarme el camino de la redención y de la misericordia a través de su gracia.

Pronto, el médico acabó leyendo Las Confesiones de San Agustín, libro que calificó como «alimento de primera necesidad».

A raíz del movimiento pro-vida se puso en contacto y empezó a hablar periódicamente con el Padre John McCloskey del Opus Dei. No le resultaba fácil creer, pero lo contrario, permanecer en el agnosticismo, le llevaba al abismo ya que sentía que el peso de sus abortos se hacía más gravoso y persistente.

Finalmente, el 8 de diciembre de 1996, solemnidad de la Inmaculada Concepción, a las 7:30 de la mañana, en la cripta de la Catedral de San Patricio de Nueva York, el Doctor Nathanson se convertía en hijo de Dios. Entraba a formar parte de su Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. El Cardenal John O’Connor le administró los sacramentos de Bautismo, Confirmación y Comunión. Las palabras de Bernard Nathanson, al final de la ceremonia, fueron escuetas y directas:

«No puedo decir lo agradecido que estoy ni la deuda tan impagable que tengo con todos aquellos que han rezado por mí durante todos los años en que me proclamé públicamente ateo. Han rezado tenaz y amorosamente por mí. Estoy totalmente convencido de que sus oraciones han sido escuchadas. Consiguieron de Dios lágrimas para mis ojos».

Personalmente me gustaría sacar dos ideas de esta bonita historia. La primera es que todos, en mayor o menor parte, necesitamos el perdón de Dios y hemos de confiar en su Infinita Misericordia que se derrama por todos los que estén dispuestos a arrepentirse de manera sincera dejando atrás la vida de pecado. Muchas veces el demonio nos tienta haciendo ver que nuestro pecado no tiene perdón y nos intenta hundir en ese sentimiento de culpabilidad. Sin embargo, es en este momento donde más necesitamos acudir a Dios, que nos espera para recibirnos con los brazos abiertos y con su Amor, para darnos la fuerza para no volver a pecar.

La segunda idea es la responsabilidad que tenemos los cristianos de rezar por el prójimo, especialmente por los más grandes pecadores del mundo, ya que, con nuestra intercesión, el Señor a través de Nuestra Madre Santísima es capaz de llevar a Sí incluso a aquellos que más alejados están de Dios.

Le pedimos a Dios que derrame su Preciosísima Sangre en estos Últimos Tiempos sobre nosotros los pecadores, especialmente sobre aquellos que están alentando y realizando abortos, para que puedan convertirse e ir al Cielo. Pedimos también por el cese del aborto en el mundo entero, y por todos los niños no nacidos por esta causa. Así sea. Amén.

La máquina del tiempo

Bienvenido a la máquina del tiempo. La cita que traemos esta semana es Isaías 42, 8-9, que dice así:

“Yo soy Yahvé; éste es mi nombre;

no doy mi gloria a ningún otro

ni mi honor a las imágenes fundidas.

Se han cumplido ya las (predicciones) anteriores,

ahora anuncio cosas nuevas,

que os doy a conocer antes que sucedan.”

En este programa y en el siguiente, con un pasaje diferente, quiero intentar exponer la importancia que tiene el primer mandamiento, amar a Dios sobre todas las cosas, en la historia del pueblo de Israel, de la Iglesia y también en la historia personal de cada uno de nosotros, como también, por supuesto, en los Últimos Tiempos. 

La idolatría es el pecado más grave que se puede cometer, pues significa quitarle a Dios su gloria, su honor, sus derechos de Creador y de Salvador y dárselo a cosas o personas que también fueron creadas y/o salvadas por Dios. Dios es un Dios celoso, como se dice, por ejemplo en Éxodo 20, 5, lo que significa que, como podemos ver en el primer versículo de la cita que traigo, no da a nadie lo que es suyo, pues solamente Él el Dios y no permite que se adore o que se ponga en primer lugar a algo o alguien que no es Él. Esto es muy justo, pues de Él proviene todo y sin Él nada fue hecho (Juan 1, 3). En el Antiguo Testamento, la idolatría se basa primordialmente en adorar ídolos y dioses extranjeros, de los pueblos que habitaban alrededor de Israel. Pero Jesucristo, en el Evangelio, nos advierte de que idolatría es también poner en el corazón cualquier cosa por encima de Dios, es decir, si nos preocupamos más por el dinero, la familia, la carrera laboral; si tenemos vicios, que no intentamos desarraigar del corazón, eso también es idolatría, pues ya no estaríamos amando a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas (Deuteronomio 6, 5). Jesucristo dice en Mateo 10, 37-39: “Quien ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí. Quien halla su vida, la perderá; y quien pierde su vida por Mí, la hallará”.

En la Biblia, a la idolatría se le llama también prostitución, pues la fidelidad a Dios se puede comparar con el matrimonio, donde la mujer seríamos cada uno de nosotros, el pueblo de Israel o la Iglesia, que, al mantenernos fieles al Esposo, es decir, a Dios, participamos de sus mismos derechos y bienes, porque, como dice la Escritura en Génesis 2, 24, “por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer, y vendrán a ser una sola carne” y como dice San Pablo en Efesios 5, 32, ese pasaje se aplica a Cristo y a su Iglesia y, como el Padre ha sometido todo bajo el poder de Cristo, nosotros al demostrar nuestra fidelidad a Cristo, participaremos de esa autoridad. El Esposo tiene el encargo de amar a su esposa y dar la vida por ella, según leemos en Efesios 5, 25, como hizo Nuestro Señor Jesucristo en la cruz, mientras que la mujer debe “sujetarse a su marido como al Señor, porque el varón es cabeza de la mujer, como Cristo cabeza de la Iglesia, salvador de su cuerpo” (Efesios 5, 22-23). En estos tiempos de apostasía, vemos cómo estos roles están totalmente transformados, con el consiguiente daño que vemos que se ha producido en las familias. Los maridos  cada vez son menos generosos y amorosos hacia sus esposas y a las mujeres se les enseña a ocupar el puesto de los maridos, como si de un privilegio se tratase. Tanto la vocación del marido como la de la mujer es de donación y servidumbre el uno hacia el otro y no de poder. Si no vivimos esa relación en nuestras familias, muy difícilmente la viviremos en la religión. Un ejemplo de esto es el debate que se genera sobre el diaconado femenino y el rol de la mujer en la Iglesia, que en realidad es una lucha de poder y soberbia, en vez de humildad y mansedumbre. El ejemplo nos lo pone, una vez más, Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir (Mateo 20, 28). Y la Iglesia debe servir a Cristo, pues por medio de Él obtenemos la Vida Eterna. Para entender mejor todo esto, es importante leer el capítulo 5 de Efesios, donde San Pablo lo explica extraordinariamente.

Entonces, si la mujer no sirve a su marido, sino que se va tras otros “amores”, que en realidad son vicios, viene a ser una prostituta. Llevado al campo espiritual, cada vez que pecamos o que abandonamos a Dios y su Ley para buscar placeres mundanos, nos prostituimos y nos hacemos odiosos al Señor. Si persistimos en nuestro pecado, Dios no tendrá más remedio que dejarnos fuera, en la oscuridad, donde será el llanto y el rechinar de dientes, pues la prostituta pertenece en la calle. Sin embargo, si nos arrepentimos, Dios, que permanece siempre fiel, está pronto a recogernos de la calle, para darnos el hogar y los cuidados de esposa, que Él desea para nosotros.

En cuanto a las últimas frases de la cita que expongo: “se han cumplido ya las (predicciones) anteriores, ahora anuncio cosas nuevas, que os doy a conocer antes que sucedan”, en el Antiguo Testamento, Dios habla a Moisés y al pueblo elegido y les anuncia lo que les pasará, tanto si se mantienen fieles, como si van tras otros dioses. Y esto se cumple a rajatabla en toda la historia de Israel. ¿Cuáles son las cosas nuevas que Dios nos da a conocer antes de que sucedan? Se puede referir a las enseñanzas de Jesús en los Evangelios, como estamos viendo en el discurso escátológico, y al libro del Apocalipsis, donde se detallan las bendiciones para los fieles y las maldiciones para los infieles en los Últimos Tiempos.

En Apocalipsis 17, el Apóstol san Juan nos habla de la Gran Ramera “con la que han fornicado los reyes de la tierra, embriagándose los moradores de la tierra con el vino de su prostitución”. ¿Quién es esta Gran Ramera? Como hemos visto anteriormente, es la que es infiel al marido, para, en este caso, buscar placer en “los reyes de la tierra”. Es decir, abandona a su Esposo espiritual, para contaminarse con la podredumbre de los bienes perecederos. La Gran Ramera es la iglesia, como afirma Straubinger en sus notas sobre este pasaje: “la gran ramera Babilonia es representante del mundo anticristiano (S. Agustín), en particular de la ciudad de Roma (S. Jerónimo), levantada sobre siete montes (v. 9) como la Bestia sobre la cual se asienta la ramera grande (v. 3). En tiempo de S. Juan ella era la capital del mundo y centro de la corrupción pagana. Varios autores, entre ellos S. Roberto Belarmino, creen que en los últimos tiempos Roma volverá a desempeñar el mismo papel que en los tiempos de los emperadores”. En las apariciones de la Salette, aprobadas por la Iglesia, la Virgen hace referencia a esto diciendo que Roma perderá la Fe y se convertirá en la sede del Anticristo. No nos referimos a la Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia, que es la que sirve fielmente a Cristo a pesar de las tribulaciones y que en el final de los Últimos Tiempos será muy minoritaria, sino a la falsa iglesia, que “saldrá de los nuestros, pero no será de los nuestros” como dice San Juan en su primera carta, capítulo 2, versículo 19 y que, como saldrá de la verdadera Iglesia, muchos serán engañados y pensarán que verdaderamente están dentro de la Iglesia. La Iglesia es la que posee todos los tesoros espirituales, pues el mismo Cristo la instituyó y le dio los Sacramentos, para que dispensara Su Gracia a sus miembros, para la salvación de sus almas, pero, como estamos viendo en estos tiempos, la falsa iglesia está abandonando todos esos tesoros, para mezclarse con el mundo. Lo vemos con la pachamama, Amoris Laetitia, Fiducia Supplicans, el pacto con el gobierno comunista de China, la adhesión y fomento de la Agenda 2030… 

Pidamos al Esposo, que nos preserve de las lisonjas del mundo, para que seamos fieles a Nuestro Señor Jesucristo y podamos participar de nuestras bodas con el Cordero. Por medio de la Santísima Virgen María, Esposa fidelísima del Espíritu Santo. Amén

Santos de Verdad

La Verdad es una gracia que se nos da sin rogarla,

Pero el mérito consiste en acogerla, seguirla y guardarla.

Por eso la Verdad, que es la Palabra tiene doble filo cual espada

Porque rechazarla es negar a Cristo, que es el único que nos salva

 

Todos los hombres tienen la ley moral escrita en sus corazones,

Dios mismo la puso y a todos nos colma de gracias y bendiciones.

Esto es cierto, pero hoy en día se usa como falso pretexto

para no llevar la Verdad a los que siguen otras religiones.

 

Hoy se enardece con orgullo la libertad de culto y religión

Pero la Iglesia es Sacramento del mundo e igualar los cultos limita su acción

Está claro que evangelizar es mostrar la Verdad sin imposición

Pero la libertad es la capacidad de elegir el Bien, no el derecho a promover el error

 

El patrón de Irlanda es hoy nuestro Santo de Verdad 

San Patricio sabía que imitar a Jesús es la definición de santidad

Y si Cristo con sencillez usaba parábolas para explicar 

Él con un trébol explicaba a los irlandeses la Santísima Trinidad

 

Alrededor del año 403 en Escocia y con 16 años, Patricio cayó prisionero de piratas junto con otros jóvenes para ser vendido como esclavo a un pagano del norte de Irlanda, a quien sirvió cuidando ovejas.

La Divina Providencia aprovechó este tiempo de esclavitud, de rudo trabajo y sufrimiento, para espiritualizarlo, preparándolo para el futuro, ya que él mismo dijo que hasta entonces «aún no conocía al verdadero Dios», queriendo decir que había vivido indiferente a los consejos y advertencias de la Iglesia.

Así que Patricio, durante ese cautiverio, oraba de continuo durante el día y se retiraba a los bosques y montes, y fue creciendo en él el amor y temor de Dios, afirmando y afianzando su fe.

Tras 6 años en Irlanda, el Señor le iluminó su Voluntad. Huyó caminando más de 300 kilómetros hasta llegar a la costa y pudo subir a un barco con destino a Francia. En la travesía, hubo grandes tormentas y tocaron tierra en un lugar deshabitado. Allí caminaron durante un mes sin encontrar a nadie y se agotaron sus provisiones. Instigado por los compañeros, Patricio oró al Señor y milagrosamente una piara de cerdos apareció, por lo que tuvieron comida en abundancia y pudieron reemprender el viaje.

Una vez en Francia, se ordenó sacerdote, pero Dios le tenía preparada una importante misión, que le mostró a través de visiones y voces: Irlanda era su campo de trabajo para salvar almas. Consagrado obispo, partió a la tierra de su cautiverio, donde enérgicamente predicó, convirtió, construyó y combatió la herejía del pelagianismo y el fuerte paganismo de los druidas.

Patricio confió en Dios, y así el Señor fue interviniendo milagrosamente para protegerle de las amenazas y ataques constantes a su vida. Por su lenguaje sencillo al evangelizar y el don de hacer milagros, Patricio logró muchas victorias sobre sus oponentes paganos y hechiceros, haciendo posible la conversión de muchos.

Decía el santo: “A diario estoy a la espera de una muerte violenta, de ser robado, de que me secuestren para servir como esclavo, o de cualquier otra calamidad semejante». Pero más adelante agrega: «Me he puesto en manos del Dios de misericordia, del Todopoderoso Señor que gobierna toda cosa y, como dijo el profeta: ‘Deja tus cuidados con el Señor y Él proveerá la manera de aliviarlos».

Su incansable labor durante 30 años y su fortaleza de no permitir a los enemigos del catolicismo que propagaran por allí sus herejías, fue una de las razones para que la fe no se apagara en Irlanda durante siglos hasta el día de hoy.

Patricio murió el año 461, en la región donde había edificado su primera Iglesia.

Si su vida y fe se puede resumir, éstas se encuentran, escritas por él mismo así:

“Sin cesar doy gracias a Dios que me mantuvo fiel el día de la prueba. Gracias a él puedo hoy ofrecer con toda confianza a Cristo, quien me liberó de todas mis tribulaciones, el sacrificio de mi propia alma como víctima viva, y puedo decir: ¿Quién soy yo, y cuál es la excelencia de mi vocación, Señor, que me has revestido de tanta gracia divina? Tú me has concedido exultar de gozo entre los gentiles y proclamar por todas partes tu nombre, lo mismo en la prosperidad que en la adversidad. Tú me has hecho comprender que cuanto me sucede, lo mismo bueno que malo, he de recibirlo con idéntica disposición, dando gracias a Dios que me otorgó esta fe inconmovible y que constantemente me escucha. Tú has concedido a este ignorante el poder realizar en estos tiempos esta obra tan piadosa y maravillosa, imitando a aquellos de los que el Señor predijo que anunciarían su Evangelio para que llegue a oídos de todos los pueblos. Dios me juzga digno de ello, estoy dispuesto a dar mi vida gustoso y sin vacilar por su nombre, gastándola hasta la muerte.”