7. La destrucción de Jerusalén

Tal y como predijo el Señor, la ciudad de Jerusalén fue destruida años después de Su Muerte y Resurrección. Hoy veremos cómo ocurrió exactamente, y cómo todos los signos que dijo Jesús se cumplieron punto por punto. Hoy también hablaremos de la Beata Ana Catalina Emmerick, descubriremos por qué el Rey David fue tan amado por Dios a pesar de sus graves pecados y conoceremos la historia de un santo pastor fiel, que con su vida y martirio plantó la semilla de nuevos cristianos.
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Luz para mis pasos

Después de la lectura comentada del discurso escatológico de Jesús queremos poner el foco en este programa en la primera de las dos cosas que Nuestro Señor anuncia de forma simultánea y desde la misma perspectiva, y que son dos ruinas de desigual tamaño.

  1.   En primer lugar, la ruina de Jerusalén, que tuvo lugar en el año 70 d.C., que fue invadida por los ejércitos, sitiada, saqueada y pisoteada por los gentiles, como castigo por el crimen de aquellos deicidas que no quisieron recibir ni reconocer a Cristo. Y que se expresa con las palabras: «En verdad, os digo, que no pasará la generación ésta hasta que todo esto suceda.” (Mateo 24,34)
  1.   En segundo lugar, la ruina suprema, cuando el universo, sacudido hasta el extremo, estará en convulsiones de agonía, mientras que los hombres se paralizarán de terror ante lo que sucederá en el mundo. Esto ocurrirá como castigo por el crimen del mundo apóstata, que, habiéndo conocido a Cristo, finalmente lo rechazó. A esta ruina se refieren las palabras: “Mas en cuanto al día aquel y a la hora, nadie sabe, ni los ángeles del cielo, sino el Padre solo.” (Mateo 24,36).

Vamos por ello a analizar a la luz de la historia y de los acontecimientos que ocurrieron en aquella primera ruina, durante la destrucción de Jerusalén, cómo los signos anunciados por Cristo, se cumplieron con exactitud.

Y para ello, primero es necesario que nos situemos en el contexto, porque que la ciudad de Jerusalén y el Templo pudieran ser destruidos era una cosa impensable para los judíos.

Recordemos que justo antes del discurso escatológico, Jesús pronuncia un duro discurso contra los pecados de los fariseos y los escribas y al salir del templo, anuncia que desde ese momento su casa, esto es templo, quedaba vacío de la presencia divina. Desde ese momento, en el templo ya no estaba Dios y como vimos en palabras de San Jerónimo, los preceptos judíos ya no tenían ningún valor y no podían cumplirse.

Quizá impresionados por estas palabras de Jesús, sus discípulos se apresuran a hacerLe ver la magnificencia del templo y empiezan a describir la belleza de sus construcciones. 

Parémonos un segundo a entender este pasaje: Jesús les acaba de decir que ese edificio, el templo, va a ser destruido. Ellos, los discípulos, le dan importancia solo a lo material, a lo externo, al cuerpo-sin-alma, es decir al cadáver, a lo que había sido construido por mano de hombre. Para ellos es incomprensible lo que Jesús acaba de anunciar porque el templo y la ciudad de Jerusalén significan seguridad y protección terrenas, plenitud de vida y magnificencia. La magnificencia del templo es para ellos garantía de la cercanía y amor de Dios. Todas las esperanzas de un futuro grandioso se concentran desde antiguo en el templo. En cambio, la destrucción del templo abre bruscamente ante ellos terribles horizontes: no podían imaginar que el mundo pudiera seguir existiendo si el templo y la ciudad santa debían desaparecer.

Todavía no habían entendido las palabras de Jesús cuando les dijo “Destruid este Templo, y en tres días Yo lo volveré a levantar” (Juan 2,19), sentencia, que el mismo san Juan explica al decir: Pero Él hablaba del Templo de su cuerpo. Esta frase fue utilizada por sus acusadores durante el injusto juicio de los sumos sacerdotes en la Casa de Caifás. Frase también de la que sus discípulos se acordaron, después de la Resurrección y por la que creyeron la Escritura y la palabra que Jesús, según nos narra san Juan en 2, 22.

El verdadero templo, Cristo, fue destruido y él mismo lo volvió a levantar, resucitando entre los muertos, en cambio, el falso templo, el de Jerusalén, en el que Dios ya no estaba, fue destruido y hasta el día de hoy permanece entre los muertos.

Por eso, si en el templo no está Dios y seguimos admirando el templo, hemos convertido el templo en un ídolo. Como el becerro de oro, como la Torre de Babel, como todos esos pequeños o grandes ídolos que tenemos en nuestra vida, y que aunque no nos llevan a Dios ni sirven para darle culto, nos cuesta tanto renunciar a ellos. Ídolos, que como se dice en Ezequiel 36,25, de ellos el Señor nos tiene que purificar.

Lo vemos también en el Salmo 127, que alude precisamente a la construcción por parte de Salomón del primer templo de Jerusalén, con las palabras: Si Yahvé no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. O dicho en otras palabras: Si Dios no está en el templo, en vano podemos rendirle culto allí.

Por eso la respuesta de Jesús es tan clara: “En verdad, os digo, no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”. Porque el templo sin la presencia de Dios no es más que eso: un conjunto de piedras amontonadas, que solo sirven para la idolatría.

Veamos ahora cómo se cumplieron las señales que Jesús indicó como signos precursoras de esta desgracia. Jesús había anunciado epidemias, hambrunas y terremotos, como el principio de los dolores y los relatos históricos atestiguan que estas cosas nunca habían sido más frecuentes y más notables que en estos tiempos:

  • Sobre los terremotos: el historiador Cayo Cornelio Tácito que vivió en el siglo I d.C, nos cuenta que en los años 61 y 62 d. C., los terremotos sacudieron Asia, Acaya y Macedonia; las ciudades de Hierápolis, Laodicea y Colosos se vieron particularmente afectadas. En el 63 pasaron a Italia; la campiña de Nápoles ya ardía con esos terribles incendios que, dieciséis años después, provocaron la primera erupción histórica del Vesubio. Nápoles y Nocera fueron alcanzadas, Pompeya casi arrasada hasta el suelo, Herculano parcialmente destruido: y esto era todavía sólo el preludio de su ruina. El terror en Campania era universal, los hombres se volvían locos por agotamiento. El suelo parecía temblar en todas partes, y los cristianos recordaron las palabras del Salvador: Y habrá terremotos en varios lugares.
  • Sobre las epidemias y otras desgracias: Campania estuvo plagada en el año 66 d.C por vientos torrenciales que devastaron casas, arbustos y cultivos. Estas tormentas llegaron a Roma, y en la ciudad misma, sin ninguna alteración visible de la atmósfera, una enfermedad pestilente despobló todas las clases de la sociedad. Cuentan los historiadores que las casas estaban llenas de cadáveres, las calles de caravanas fúnebres. Hombres y mujeres, niños y ancianos, esclavos y libres, perecieron por igual. En un solo otoño, se registraron treinta mil muertes.
  • También se cumplió la predicción anunciada de apariciones aterradoras en el cielo y señales extraordinarias. Tácito y Flavio Josefo nos dicen que durante todo un año se vio deslizarse un siniestro meteoro en forma de espada que en ese momento se veían por todo el país. También poco antes del amanecer, se vieron escuadrones de caballeros armados, rompiendo las nubes, corriendo por los aires y llegando a acampar en los alrededores de la capital. Cuentan, además, que era frecuente que se vieran cosas extrañas constantemente en el templo. Como cuando el día de Pentecostés estando reunidos los sacerdotes en la parte más cerrada del templo, oyeron una súbita voz que decía: “¡Vámonos de aquí, vámonos de aquí!” Cuentan que uno de los rabinos, muerto de miedo gritaba: “Templo, templo, ¿Qué es lo que te mueve y por qué tienes miedo? 

Recordemos lo que hemos dicho antes, que en aquel entonces, el templo ya no tenía la presencia divina y por lo tanto podía estar habitada por seres inmundos o como nos dice el Apocalipsis de Babilonia en 18,2, la ciudad idólatra se había convertido albergue de demonios y refugio de todo espíritu inmundo.

Si de estos prodigios solo fueron testigos los sacerdotes, hubo uno especialmente memorable y que fue manifiesto a los ojos de todo el pueblo. Cuenta el historiador Flavio Josefo, que cuatro años antes de la declaración de guerra, un granjero llamado Jesús, comenzó a gritar: «Una voz salió del este, una voz salió del oeste, una voz salió de los cuatro vientos: Una voz contra Jerusalén y contra el templo, una voz contra los novios, una voz contra todo el pueblo. Y desde entonces no dejó de gritar: «¡Ay de Jerusalén! Y en los días festivos gritaba aún más fuerte. Y ninguna otra palabra salió de su boca; porque los que se compadecían de él, los que lo maldecían y los que lo cuidaban, sólo escuchaban de él esta terrible palabra: “¡Ay de Jerusalén! Fue apresado, interrogado y condenado a ser azotado por los magistrados: a cada golpe y cada solicitud, respondía sin quejarse jamás: «¡Ay de Jerusalén! Fue expulsado como un loco y corrió por todo el país repitiendo su triste predicción una y otra vez. Durante siete años siguió gritando así, sin detenerse y sin que su voz se debilitara jamás. En el momento del último asedio, se encerró en la ciudad, rodeó incansablemente las murallas y gritó con todas sus fuerzas: ¡Ay del templo, ay de la ciudad, ay de todo el pueblo!» Finalmente añadió:» ¡Ay de mí! » y al mismo tiempo fue golpeado por una piedra lanzada desde una máquina.»

  • En cuanto a los disturbios, los rumores de guerra y el levantamiento de nación contra nación y reino contra reino: Esto se verificó al pie de la letra en los últimos años de Nerón, cuando el Imperio Romano, tan pacífico después de la victoria de Augusto y bajo el poder de los emperadores, comenzó a temblar, y las ciudades de la Galia, España y todos los reinos que componían el imperio, se agitaron repentinamente: cuatro emperadores se levantaron casi simultáneamente contra Nerón y entre ellos. Las cohortes del pretorio, los ejércitos de Siria, de Alemania y todos los que estaban esparcidos por Oriente y Occidente, se enfrentaron y cruzaron el mundo de un extremo al otro, para resolver sus disputas con sangrientas batallas. Narran que en veintidós meses, Italia fue invadida dos veces, Roma tomada dos veces, la segunda con un asalto; guerra en el Rin, guerra en el Danubio, guerra en el Mar Negro, guerra al pie del Atlas, al mismo tiempo en el Tíber. Hablan de que quizás nunca, por tantas causas diferentes, tantas naciones se habían agitado, tantas tierras habían sufrido, tantos hombres habían muerto. Y esto iba a ser sólo en palabras de Jesús, «el comienzo de los dolores».
  • También se cumplió la profecía respecto a las persecuciones a causa del nombre de Jesús y se cumplió punto por punto, de forma especial en Roma, donde Nerón desató la primera de las diez grandes persecuciones, de las que Tácito describió los horrores, y en las que fueron martirizados los príncipes de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo. 

Sin embargo, fue sobre los judíos sobre los que iban a caer las mayores calamidades: sobre los judíos que preparaban su propia ruina, muchas veces guidos por los falsos Cristos y falsos profetas de los que Jesús había advertido. De hecho, se dice que nunca han aparecido tantos como en el período posterior a la muerte de Cristo. Cuenta Flavio Josefo que especialmente en la época de la Guerra de Judea, y durante el reinado de Nerón surgió un número infinito de estos impostores que atrajeron a la gente al desierto con prestigiosos secretos vanos y mágicos, prometiéndoles una pronta y milagrosa liberación. 

Y esto es algo que se repite a menudo y es una de las señales más terribles de la ira divina cuando, como castigo por nuestros pecados anteriores, nos entrega a nuestro sentido réprobo, de modo que seamos sordos a todas las advertencias sabias, ciegos a los caminos de salvación que se nos muestran y estamos dispuestos a creer todo lo que nos pierde.

  • Hablemos ahora de la huída, de las señales que Jesús dio a su pueblo para librarlo de las desgracias que azotarían Jerusalén. Y es que Dios no siempre da a su pueblo fiel este tipo de señales y muchas veces los castigos los sufren tanto los justos como los pecadores y esto es por un designio misterioso de Dios que en su infinita sabiduría sabe qué es lo más conveniente para la salvación de las almas. 

Pero en el caso de la desolación de Jerusalén, para que la imagen del juicio final fuera más explícita y la venganza divina más pronunciada sobre los incrédulos, Dios no quiso que los judíos que habían recibido el Evangelio se confundieran con los demás. 

Por eso, Jesús les dio a sus discípulos ciertas señales por las cuales podrían saber cuándo era el momento de dejar esa ciudad reprobada. Para ello se basó, como era su costumbre, en profecías antiguas, y tomó concretamente aquella que hablaba de la última ruina de Jerusalén, en el libro de Daniel: “Cuando vean la abominación desoladora que profetizó Daniel, el que lea escuche; cuando lo vean colocado en el lugar santo, o, como dice San Marcos, donde no debería estar, los que están en Judea huyan a las montañas. San Lucas dice lo mismo en otras palabras: cuando hayas visto los ejércitos rodeando Jerusalén, debes saber que su desolación está cerca; que los que estén en Judea se retiren a las montañas. 

Esta abominación predicha por Daniel, que significa ídolo, se refiere (al menos en parte) en el contexto de la destrucción de Jerusalén a las insignias que llevaban los soldados romanos con las imágenes de sus dioses y sus Césares. Estas insignias eran objeto de adoración para los soldados, y dado que los ídolos, de acuerdo con las órdenes de Dios, nunca debían aparecer en tierra santa, las insignias romanas estaban prohibidas. Y esto fue respetado por los romanos durante mucho tiempo, mas no fue así cuando quisieron castigar al pueblo judío y arrasaron Jerusalén. También esta abominación hace referencia a los Zelotes que, instalados en el templo como en una fortaleza durante el asedio, lo profanaron durante cuatro años consecutivos, con crímenes sin precedentes.

Y en este punto alguien podría decir: ¿esta es la gran señal de aviso que dio Jesús? ¿Que huyeran cuando Tito sitió Jerusalén con tanta fuerza que no había forma de escapar?

Pues he aquí la maravilla de la profecía de Cristo: Jerusalén fue sitiada dos veces: primero por Cestio Gallo, gobernador de Siria, en el año 66 d.C.; y después por Tito, solo cuatro años después. En este segundo asedio, no había forma de escapar. Tito se tomó muy en serio esta guerra e hizo un cerco tan impenetrable alrededor de la ciudad que no dio esperanzas a sus habitantes.

Pero no fue así en el primer asedio, ya que Cestio acampó muy lejos de la ciudad y su ejército estaba esparcido por todos lados, pero sin hacer trincheras, y libró la guerra con tal negligencia que perdió la oportunidad de tomar la ciudad, ordenando un rápida retirada.

De esta forma, entre el primer asedio y el segundo hubo un corto periodo de unos cuatro o cinco meses en los que, según sabemos por el historiador Flavio Josefo, muchos huyeron de Jerusalén como uno huye de un barco que se hunde.» 

Y Jesús en su predicación, había distinguido muy claramente los dos asedios: uno en el que la ciudad estaría rodeada de trincheras, y lo encontramos en Lucas 19,43: “Porque vendrán días sobré ti, y tus enemigos te circunvalarán con un vallado, y te cercarán en derredor y te estrecharán de todas partes; derribarán por tierra a ti, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo en que has sido visitada”. 

El otro asedio aparece en Lucas 21,20: “Mas cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed que su desolación está próxima. Entonces, los que estén en Judea, huyan a las montañas, etc.”

Primero anuncia la desolación de la ciudad y después les da la señal para que huyan antes de que esta suceda. Y de hecho así lo entendieron los cristianos y obedecieron la palabra de su Maestro y no hay registro en los historiadores de que hubiera cristianos en la ciudad cuando fue tomada, sino que se sabe que huyeron a un pueblo pequeño llamado Pella, en una zona montañosa cerca del desierto, en la frontera entre Judea y Arabia.

La reunión de los elegidos estuvo marcada por el mantenimiento de los fieles en refugios seguros y separados de la masa de los réprobos, que, encerrados dentro de las murallas de la ciudad, estaban a punto de convertirse en presa de todos los flagelos unidos.

Mucha culpa de ello la tuvieron los falsos profetas que retuvieron a muchos dentro de la ciudad prometiéndoles la salvación, por lo que no pudieron escapar de la invasión romana. Y son los que sufrieron la tribulación como no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá más. Y es que se cifra en 1 millón cien mil hombres los que murieron en un asedio de 4 meses.

Cuentan los historiadores que el hambre y las disputas internas mataron más que la propia guerra contra los romanos y hubo incluso madres que se comieron a sus hijos por la desesperación, cumpliéndose aquí el lamento de Jesús en el discurso escatológico por las mujeres embarazadas y lactantes. 

  • Quedaba todavía por cumplirse un vaticinio, el de la destrucción del templo del que no quedaría piedra sobre piedra. Cuenta Flavio Josefo, que una vez asaltada Jerusalén, y a pesar de la prohibición expresa de Tito, y a pese a la inclinación natural de los soldados de saquear más que de destruir, de repente un soldado, por inspiración divina para que se cumplieran las Escrituras, dejó que sus compañeros se subieran a una ventana y prendieran fuego al templo. 

Ante esta noticia, sigue contando Josefo, Tito salió corriendo y ordenó que la llama incipiente se apagara de inmediato, pero ya era tarde, la llama se apoderó de todas partes en un instante, y en menos de unas pocas horas el magnífico edificio quedó reducido a cenizas. 

Y añade el historiador que frente a una devastación tan grande de la ciudad, Tito no recibió ni las felicitaciones de los pueblos vecinos, ni le enviaron coronas para honrar su victoria. Hubo tantas circunstancias memorables, y percibió la ira de Dios tan marcada y su mano tan presente, que le causó una gran impresión, llegando el mismo Tito a afirmar que él no era el vencedor, y que solo era un débil instrumento de la venganza divina. 

A través de estos relatos históricos hemos podido comprobar cómo la profecía de Jesús se cumplió de forma precisa sobre Jerusalén y sobre el templo.

La destrucción de la ciudad santa y de su templo simboliza y anticipa la destrucción del mundo. Lo dicho de la destrucción del templo vale para todas las catástrofes ocurridas dentro de la historia humana: son precursoras de la última del fin del mundo y son el prólogo de la segunda venida de Cristo.

Iluminando lo escondido

Bienvenidos a Iluminando lo Escondido. Esta semana hablaremos de las visiones de la Beata Anna Catalina Emmerick sobre los Últimos Tiempos. Anna Catalina fue una monja alemana que ya desde la infancia recibía apariciones de Jesús, de la Virgen María y de los santos. Vivió una vida de pobreza, tenía poco para vivir pero incluso lo poco que tenía lo compartía con los más pobres. A lo largo de su vida, recibió numerosas visiones y mensajes y muchos de ellos hacen referencia a estos Últimos Tiempos y es en estos en los que vamos a poner el foco. En el programa de hoy vamos a comentar las visiones de Anna Catalina que hacen referencia a los venenos que se han establecido en la Iglesia y que han hecho que esté en la situación crítica en la que se encuentra hoy en día.

En primer lugar, Anna Catalina vio con sus terribles consecuencias, las medidas que se llevaban a cabo por parte de las personas con poder e influencia para abolir cualquier práctica divina o rebajarlas a algo solamente vano, escondiendo a ellos mismos y a los demás el vacío de las cosas en las que no está Dios. Además, habla de la degradación del hombre al vivir constantemente en el pecado: « Me hizo entrar en las tinieblas y considerar de nuevo la malicia, la ceguera, la perversidad, los engaños, las pasiones vindicativas, el orgullo, el engaño, la envidia, la avaricia, la discordia, el asesinato, la lujuria y la horrible impiedad de los hombres, todo tipo de cosas que sin embargo no les eran de ningún beneficio, sino que les hacía cada vez más ciegos y miserables y les hundían en las tinieblas cada vez más profundas». 

También observó un barullo de personas que formaban grupos en los que se cometían todo tipo de actos pecaminosos que a su vez producían más pecados. Perfectamente podemos atribuir esto al mundo actual, un mundo cada vez más alejado de Dios con las consecuencias que derivan de ello. Y es que el acúmulo de pecado lleva al hombre a los más grandes delitos, como fue en su día la Crucifixión de Jesús y la que sufre hoy en día por todos estos pecados, como lo pudo ver Anna Catalina: “Un horrible espectáculo me fue mostrado. Vi crucificar a Nuestro Señor Jesucristo. Yo temblaba hasta los huesos: porque no había ahí más que hombres de nuestra época. Era un martirio del Señor mucho más espantoso y mucho más cruel que el que debió sufrir de los Judíos. Vi ahí con horror un gran número de personas conocidas mías, incluso sacerdotes.”

Vemos en esta visión que incluso los mismos sacerdotes afligen al Señor hasta el punto de crucificarle, y es que son muchas las visiones y mensajes que recibió Anna Catalina Emmerick que hacen referencia a los sacerdotes, como los siguientes: “¡Vosotros sacerdotes, que no os movéis! ¡Estáis dormidos y el redil arde por todos lados! ¡No hacéis nada! ¡Cómo llorareis por eso un día! ¡Si tan solo hubierais dicho un Pater! (…) ¡Veo tantos traidores! No soportan que se diga: «esto va mal». Todo está bien a sus ojos con tal de que puedan glorificarse con el mundo!”

“Si algún día las almas reclaman lo que el clero les debe al ocasionarles tantas pérdidas por su incuria y su indiferencia, sería algo terrible”

“Los sacerdotes dejaban que se hiciera cualquier cosa y decían la misa con mucha irreverencia. Vi pocos que tuvieran todavía piedad y juzgasen sanamente las cosas. Todo eso me afligió mucho”

“Vi muy a menudo a Jesús mismo cruelmente inmolado sobre el altar por la celebración indigna y criminal de los santos misterios. Vi ante los sacerdotes sacrílegos la santa Hostia reposar sobre un altar como un Niño Jesús vivo que ellos cortaban en trozos con la patena y que martirizaban horriblemente. Su misa, aunque realizando realmente el santo sacrificio, me parecía como un horrible asesinato”

“Es muy triste que los sacerdotes, en nuestro tiempo, (el de Ana Catalina) sean tan indiferentes en lo que toca al poder de bendecir. Se diría a menudo que ya no saben lo que es la bendición sacerdotal; muchos a penas creen en ella y se avergüenzan de la bendición como de una ceremonia anticuada y supersticiosa”

No obstante, también los fieles son responsables de esto, como vio Ana Catalina en la siguiente visión:

“Me mostró también en cuadros innumerables la deplorable conducta de los cristianos y de los eclesiásticos, en las esferas cada vez más vastas extendiéndose a través del mundo entero estando mi país incluido. Me fue así mostrado que no hay casi ya más cristianos en el antiguo significado de la palabra. Esta visión me llenó de tristeza”

Por tanto, son los sacerdotes y los fieles impíos los que se salen de la verdadera Iglesia, formando una iglesia de apóstatas. En una visión la beata ve cómo se produce este cambio, y cómo lo argumentan diciendo que en esa iglesia “todo es más bonito, más natural y más ordenado”

Es así como se forma la falsa iglesia, de la unión de los perseguidores de Cristo y de aquellos que han apostatado de la fe, tanto laicos como sacerdotes. Y todos ellos encabezados por el Anticristo. Ana Catalina ve la falsa iglesia de la siguiente manera:

“Viajaba a través de una comarca sombría y fría y llegué a la gran ciudad (Roma). Vi allí de nuevo la gran y singular iglesia que se estaba construyendo; no había nada de santo en ella; vi aquello de la misma manera que veo una obra católica, eclesiástica, en la cual trabajan en común los ángeles, los santos y los cristianos; pero aquí la colaboración se hacía de otras maneras más mecánicas” 

Es decir, una iglesia que en apariencia es similar a la Verdadera Iglesia, pero que en su interior es todo lo contrario. También vio esto en una visión: “Esta iglesia está llena de inmundicias, de vanidades, de necedad y de oscuridad. Casi nadie de ellos conocía las tinieblas en medio de las cuales trabajaba. Todo es puro en apariencia: pero no es más que vacío” 

“Está llena de orgullo y de presunción, y con eso destruye y conduce al mal con toda clase de buenas apariencias. Su peligro está en su inocencia aparente”

Y, ¿cómo actúa esta falsa iglesia? Ana Catalina lo vio de esta forma: “Ellos hacen y quieren cosas diferentes: en ciertos lugares su acción es inofensiva: además trabajan para corromper a un pequeño número de sabios, y así todos juntos desembocan en un centro, en una cosa mala por su origen, en un trabajo y en una acción fuera de Jesucristo por el cual únicamente toda vida es santificada y fuera del cual todo pensamiento y toda acción permanecen como el imperio de la muerte y del demonio.” “¡Quieren ser un solo cuerpo en algo diferente que el Señor!”

Por último, vamos a comentar un par de citas sobre cómo será la verdadera religión en estos tempos: “Vi en el futuro la religión caída muy bajo y conservándose únicamente en algunos lugares, en algunos hogares y en algunas familias que Dios ha protegido también de los desastres de la guerra”

“No hay más que una Iglesia, la Iglesia católica romana. Y cuando no quedare sobre la tierra más que un católico, este constituiría la Iglesia una, universal, es decir católica, la Iglesia de Jesucristo, contra la cual las puertas del infierno no prevalecerán”

Como hemos podido ver, estos Últimos Tiempos están caracterizados por una gran confusión, que va a hacer que la mayor parte de la humanidad sea engañada, incluyendo a los mismos cristianos, y, en consecuencia, solo serán unos pocos los fieles a la Verdadera Religión.

Por ello, le pedimos al Señor por medio de Nuestra Madre Santísima que nos libre de la mente perversa del Anticristo y al Espíritu Santo le pedimos un discernimiento santo para cumplir la voluntad de Dios en todo momento y no caer en las trampas que el Anticristo y sus secuaces tienen preparadas para toda la humanidad. Así sea. Amén.

La máquina del tiempo

Bienvenido a la máquina del tiempo. Esta semana continuamos explicando por qué el primer mandamiento es el más importante y, por consiguiente, el pecado de idolatría es el peor de todos. Para ello, nos vamos a basar en la cita de 1 Reyes 9, 4-5.

“Si tú andas en mi presencia como anduvo David, tu padre, con sinceridad de corazón y con rectitud, haciendo todo lo que te tengo mandado, y guardando mis mandamientos y mis preceptos, aseguraré el trono de tu reino sobre Israel para siempre, según prometí a tu padre David, diciendo: «Nunca te faltará varón sobre el trono de Israel.»”

La figura de David es una de las más importantes en toda la historia de Israel y se hace referencia a él en numerosas ocasiones a lo largo de la Biblia, siendo uno de los ejemplos más significativos de fidelidad a Dios y beneficiado de la profecía del Señor, que de él saldrá un rey, que gobernará al pueblo de Israel para siempre. Esta promesa la encontramos en 1 Crónicas 17, 12-14, cuando Dios le dice a David: “Él me edificará una Casa, y yo haré estable su trono para siempre. Yo seré padre para él, y él será hijo para Mí, y no apartaré de él mi gracia, como la aparté de aquél que te ha precedido. Yo lo estableceré en mi Casa y en mi reino eternamente, y su trono será establecido para siempre”. Sin duda, ésta es la promesa del Mesías, de Jesucristo.

A lo largo de los libros 1 y 2 de Reyes, donde se narran las acciones de los reyes de Judá e Israel, vemos cómo se hace mención varias veces al rey David, para compararlos, sobre todo, con sus descendientes en el reino de Judá, según si sus hechos fueron buenos o malos a los ojos del Señor. Por ejemplo, vemos en 1 Reyes 15, 3, hablando sobre el rey Abiam: “Anduvo en todos los pecados que su padre había cometido antes de él, y su corazón no estuvo enteramente con Yahvé su Dios, como el corazón de su padre David”. También vemos en el versículo 11: “Asá hizo lo que era recto a los ojos de Yahvé, como David su padre”. Del mismo modo, en 2 Reyes 14, 3, leemos de Amasías: “Hizo lo que era recto a los ojos de Yahvé, pero no así como su padre David”. En el capítulo 16, versículo 2 se dice de Acaz: “No obró lo que era recto a los ojos de Yahvé su Dios, como lo había hecho su padre David”. En el capítulo 18, versículo 3, La Escritura refiere de Ezequías lo siguiente: “Hizo lo que era recto a los ojos de Yahvé, siguiendo en toda su conducta a su padre David” y más adelante, en el capítulo 22, versículo 2 leemos del rey Josías: “Hizo lo que era recto a los ojos de Yahvé, siguiendo en todo el camino de David, su padre, sin apartarse ni a la derecha ni a la izquierda”.

Estos son algunos ejemplos de cómo el rey David era un referente para los israelitas de obediencia y fidelidad a Dios, pero hay muchos más. Ahora bien, ¿fue David realmente tan santo? ¿verdaderamente hizo todo conforme a la Ley de Dios? Contestando a estas preguntas, vamos a descubrir la importancia del primer Mandamiento (o de los 3 primeros mandamientos) en relación con el resto.

En el segundo libro de Samuel, capítulo 11 leemos la historia de David y Betsabé. Para los que no la conozcan, David se acostó con Betsabé, la mujer de uno de sus oficiales, Urías, y ésta quedó embarazada. Para intentar tapar la traición hacia su súbdito, David intenta que en los días posteriores, Urías se acueste con su mujer, pero éste, por solidaridad con sus tropas, decide quedarse en el campamento, pues argumenta, que no puede irse a la comodidad de su casa, mientras sus soldados duermen a la intemperie. Entonces, David, para no verse descubierto, decide enviar a Urías a primera línea de batalla, donde el combate es más cruento y, una vez allí abandonarlo, para que muera, lo cual sucede. Entonces David se casa con Betsabé.

En el capítulo 24 podemos leer cómo David hace un censo de la población, contraviniendo la Voluntad de Dios, pues no por sus fuerzas, sino por la ayuda que le vino del Señor, el rey pudo conseguir todo lo que poseía y derrotar a todos sus enemigos. 

Tanto en el primer caso como en el segundo, Dios castiga a David duramente, por medio de los profetas, pues sus pecados habían sido muy graves. Entonces, si David cometió actos tan graves, ¿cómo es que se le tiene como hombre, el cual, siguió en todo a Dios?

La explicación radica en que David, desde pequeño, desde antes de ser rey, creía y confiaba en el Señor con todo su corazón y le alababa siempre, tanto en los momentos de dificultad, como en los momentos de alegría. Podemos verlo, cuando se ofrece a pelear contra Goliat, cuando rehúsa matar a Saúl por ser el ungido de Dios, por todos los salmos y cánticos que compone en honor de Dios, por el deseo de reflejar la grandeza de Dios construyéndole el templo, alabando y bailando delante del Arca con todas sus fuerzas, mientras la trasladaba a Jerusalén, cuando al ser castigado por Dios por sus pecados, acepta la corrección del Señor, confesando su pecado y la justicia y bondad de Dios, y muchos ejemplos más. De este modo, a sus sucesores se les juzga en tanto en cuanto su amor por el Señor fue igual al del rey David o no y con qué fuerza combatieron la idolatría en sus dominios. Y Dios le considera justo y santo, precisamente, porque su amor por Él fue, dentro de sus posibilidades y siendo hombre de su época, podríamos decir, perfecto.

Lo que podemos aprender nosotros de esta enseñanza que nos da el Señor, es que si no tenemos amor a Dios, tampoco la tendremos al prójimo. Y que, amando a Dios y siguiendo fielmente sus mandamientos, aunque fallemos en nuestro amor al prójimo, pues somos imperfectos por el pecado original, si nos humillamos ante el Señor y aceptamos de buena gana sus correcciones y castigos, que también son Amor, para enmendarnos y purificarnos, Dios nos considerará justos y, con la Gracia, llegaremos a eliminar incluso las más pequeñas faltas, como lo hicieron los Santos.

Que el Señor haga crecer su Amor en nosotros, de tal forma que aborrezcamos cualquier forma de idolatría y busquemos siempre defender el Honor y la Gloria de Dios. Por medio de la Santísima Virgen María, la Inmaculada Concepción. Amén.

Santos de Verdad

Un obispo es un apóstol, un sucesor directo de los doce

Que da su vida al Señor y abandona los bajos y terrenos amores

Su misión es velar por las ovejas pero ay de aquellos pastores

que las dejan o incluso las entregan al lobo para que las destroce

 

Duele decirlo, pero hay muchos pastores en el infierno,

Y no es algo mío, sino la Verdad recogida en el Evangelio

Porque el demonio no cesa de suscitar traidores en todos los tiempos

Traidores que lo son doblemente, pues imitan la maldad del primero.

 

Pero Jesús es el Vencedor y Satanás siempre es el vencido

Por eso nunca nos han faltado pastores reflejos de Cristo

Uno de esos fieles pastores fue San Narciso 

Que en el siglo cuarto y bajo Diocleciano como tantos cristianos sufrió el martirio

 

San Narciso nació en Gerunda, la actual Gerona, ciudad de la que es patrón. Sabemos que en aquella Iglesia incipiente y constantemente perseguida de los primeros siglos, San Narciso fue nombrado obispo de la ciudad y tuvo un papel importante confirmando a sus fieles en la fe, animándoles a seguir los pasos de Cristo hasta dar la vida por Él si fuera necesario.

Acompañado siempre por su diácono Félix, emprendió un viaje por mandato divino hacia Augsburgo, donde el Señor realizó a través de él numerosas conversiones. Una de ellas fue la de una prostituta llamada Afra, además de su madre Hilaria, la de su tío Dionisio y la de tres criadas: Digna, Eunomia y Eutropia. Se conoce que todos ellos murieron mártires tras su conversión, y hasta el día de hoy se venera a Santa Afra y Santa HIlaria como santas mártires de la Iglesia.

A su vuelta a Gerona, San Narciso dedicó tres años a alentar a sus fieles, hasta que un día, celebrando la Eucaristía, fue herido por tres lanzadas y falleció, y con él el diácono San Félix. Son muchos los milagros que se le atribuyen tras su muerte y por su ejemplo de vida y su intercesión sigue siendo hoy en día venerado, como un gran pastor y mártir de nuestra Iglesia.