9. Los dos caminos de la apostasía
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Luz para mis pasos
Uno de los signos de los últimos tiempos que aparece en las Sagradas Escrituras y que podríamos calificar quizá como “el pecado de los últimos tiempos” es la apostasía.
Lo vimos en el programa del discurso escatológico cuando Nuestro Señor nos advierte de los falsos profetas que engañarán a muchos y los llevarán al error, hasta el punto de desviar, si fuera posible, incluso a los escogidos. Esta apostasía se predice también en Lucas 18,8, como ya hemos comentado en otras ocasiones cuando Nuestro Señor se pregunta si en Su Segunda Venida habrá fe en la Tierra.
Pero, por si todavía no estaba suficientemente claro, también San Pablo en su 2ª carta a los Tesalonicenses 2, 1 hace referencia a este gravísimo pecado al hablar sobre la 2ª Venida de Cristo:
“Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto.”
Apostasía y Anticristo son los dos signos que nos dice san Pablo y el primero de ellos ya lo estamos viviendo.
Hay apostasía cuando se pone en duda los pasajes del Evangelio y se tratan de interpretar de forma distinta. Hay apostasía cuando los que deberían enseñar la Verdad promueven el error. También hay apostasía cuando se pone el foco más en la preservación de lo terreno que en la salvación del alma.
El término apostasía viene del griego y significa salida, defección, revuelta o rebelión. Es el rechazo de la Verdad, por parte de aquellos que la han conocido.
San Pedro en su segunda carta, capítulo 2, 20, explica con claridad esto cuando dice:
«Si una vez retirados de las corrupciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo se enredan en ellas y se dejan vencer, sus finales se hacen peores que sus principios. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia, que después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados. En ellos se realiza aquel proverbio verdadero: “se volvió el perro a su vómito, y la cerda, lavada, vuelve a revolcarse en el barro”» (2Pe 2,20-22)
Esto mismo lo enseña la Iglesia en el Concilio Vaticano I de aquellos que han recibido la fe:
«No es en manera alguna igual la situación de aquellos que por el don celeste de la fe se han adherido a la verdad católica, y la de aquellos que, llevados de opiniones humanas, siguen una religión falsa. Porque los que han recibido la fe bajo el magisterio de la Iglesia no pueden jamás tener causa justa para cambiar o poner en duda esa misma fe» (Dz 3014).
Por eso la Iglesia condena con severidad la apostasía dentro del código de derecho canónico, en su numeral 1364, epígrafe 1, que dice así: «El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión latæ sententiæ». Son, por lo tanto, pecados que implican estar fuera de la Iglesia de manera inmediata.
Por ello la apostasía es uno de los pecados más graves que pueden cometerse. Para Santo Tomás: el pecado de infidelidad es el mayor de cuantos pervierten la vida moral. Y la apostasía es la forma extrema y absoluta de la infidelidad.
Y nos advierte de sus consecuencias:
“Y así, de igual modo que perdida la vida corporal, todos los miembros y partes del hombre pierden su disposición debida, muerta la vida de justicia, que es por la fe, se produce el desorden de todos los miembros. En la boca, que manifiesta el corazón; en seguida en los ojos, en los medios del movimiento; y por último, en la voluntad, que tiende al mal. De ello se sigue que el apóstata siembra discordia, intentando separar a los otros de la fe, como él se separó» (ib. 12, 1 ad2m).”
Y este tratar de separar a los demás de la fe es lo propio de los falsos maestros y los falsos profetas de quienes nos advierte San Pedro también en su segunda carta, capítulo 2:
“En el pueblo de Israel hubo también falsos profetas. De la misma manera, habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán solapadamente desviaciones perniciosas, y renegarán del Señor que los redimió, atrayendo sobre sí mismos una inminente perdición. Muchos imitarán su desenfreno, y por causa de ellos, el camino de la verdad será objeto de blasfemias. Llevados por la ambición, y valiéndose de palabras engañosas, ellos se aprovecharán de vosotros. Pero hace mucho que el juicio los amenaza y la perdición los acecha.”
Y continúa en el capítulo 3,17:
“Vosotros, pues, carísimos, que lo sabéis de antemano, estad en guardia, no sea que aquellos impíos os arrastren consigo por sus errores y caigáis del sólido fundamento en que estáis”.
Yo te pregunto: ¿No te sientes interpelado por estas palabras? ¿No sientes que se están cumpliendo en la actualidad con toda la confusión que se ha introducido en la Iglesia? ¿No son un ejemplo de esas palabras engañosas que dice San Pedro cuando se habla hoy de “bendiciones no litúrgicas” o de “relaciones irregulares”, para justificar lo que es abominable a Dios?
Nos dice también San Pedro que la apostasía ya se dio en el pueblo de Israel y es cierto. De hecho es un pecado que se repite de generación en generación desde Adán y Eva, que rechazaron a Dios y siguieron a la serpiente, y seguirá sucediendo hasta la apostasía final, cuando la humanidad casi entera rechazará a Cristo y seguirá al Anticristo.
Y en toda esta historia de la salvación que nos narran las Sagradas Escrituras podemos diferenciar claramente un esquema que se repite casi de forma continua cada vez que el pueblo de Israel traiciona su alianza con Dios y cae en apostasía. Este esquema consiste en dos actitudes o dos caminos distintos, con desarrollos y consecuencias también distintas, en función de la gravedad del pecado, de su persistencia o no en él, y por último de las consecuencias y castigos que lo acompañan.
Entendiendo y analizando este esquema y observando el desenlace que ha tenido cada uno de estos dos caminos, podremos entender en qué parte del proceso se encuentra hoy la Iglesia, podremos intuir qué es lo próximo que puede ocurrir y previendo el desenlace esperado, podremos escoger aquel camino que nos permita enmendarnos y volver a Dios.
El inicio de la apostasía siempre viene inducido por los malos pastores, que como hemos leído a San Pedro, se desvían del camino de la santidad y tratan de arrastrar a los demás tras de sí hacia la perdición.
Tras esa primera manifestación de apostasía, el Señor suele enviar un aviso o un pequeño castigo para que el pueblo se arrepienta. Este castigo suele ser la consecuencia de la profanación de un lugar santo, como un templo por ejemplo, con el resultado de que la presencia divina se aleja de ese lugar.
En clave escatológica, esta etapa corresponde al principio de los dolores (rumores de guerras, pestes, hambres y terremotos) que nos anuncia Nuestro Señor en el discurso de Mateo 24 y que vimos en programas anteriores. Y si queremos buscar ejemplos en la actualidad, éstos castigos serían como consecuencia de las profanaciones que vemos cada vez más frecuentes: ataques a iglesias, robo de formas consagradas, celebraciones litúrgicas indignas, grabación de videoclips obscenos en catedrales, etc.
Es aquí, tras esta etapa en la que se produce la bifurcación o separación de los dos caminos de la apostasía.
En el primer camino, el del arrepentimiento, el pueblo apóstata afligido por los avisos y castigos divinos, reconoce humildemente la gravedad de su pecado y deseoso de recuperar la presencia divina en su santuario, inicia un camino de oración y penitencia, que conmueve el corazón de Dios, que finalmente le otorga su perdón. Pero aquí no termina el camino y un poco después explicaremos por qué.
El segundo camino, es el de la persistencia en la apostasía. En él, Dios envía sus castigos, pero la mayoría del pueblo apóstata no solo no se arrepiente, sino que continúa con su rebeldía, ofendiendo cada vez más gravemente al Señor. En esta situación, Dios permite por su gran misericordia, que algunos de los que sí se han arrepentido, puedan huir de los lugares de pecado y ponerse a salvo antes de que la ira del Señor caiga sobre los réprobos. Esta persistencia en la apostasía conlleva que el templo que había sido profanado y en el que ya no estaba la presencia divina, se convierta en el centro de un culto idólatra.
En el discurso escatológico de Jesús, esta etapa corresponde a la instalación de la abominación de la desolación en el lugar santo y que es la señal para que los fieles huyan y es el inicio de la tribulación.
Siguiendo este segundo camino de la apostasía, la tribulación es la persecución y martirio que sufrirán aquellos fieles que no hayan huído a tiempo, ya sea porque no estuvieron atentos a las señales dadas por Dios o bien porque se dejaron persuadir por los falsos profetas y terminaron sufriendo el mismo castigo que los apóstatas impenitentes. Una vez purificados por el sufrimiento, y por la oración y la penitencia de los fieles que huyeron, obtendrán de nuevo el perdón de Dios y Él les concederá la derrota de los enemigos.
Si estás familiarizado con las historias bíblicas, este esquema te resultará familiar, pues son muchas las ocasiones en las que el pueblo de Israel ha escogido uno u otro camino y ha sufrido en sus carnes los frutos de su elección. Algunos de estos ejemplos los veremos con más detalle en próximos programas.
He dicho antes que el camino no termina con el arrepentimiento y con el perdón de Dios, sino que en este punto ambos caminos vuelven a converger. Y debemos acudir nuevamente al relato bíblico para conocer cómo termina este camino. Y es que no debemos olvidarnos que el templo había sido profanado y en el caso del segundo camino había sido incluso utilizado para el culto idólatra y las consecuencias de estos pecados adicionales al de la apostasía no se compensan únicamente con la obtención del perdón de Dios. Para que la presencia divina vuelva a habitar en el templo, es necesario hacer una reparación y una purificación del lugar santo. Solo así, se podrá posteriormente restaurar el culto a Dios en su Santuario.
Este esquema de los dos caminos de la apostasía también se repetirá en los últimos tiempos de forma que la apostasía será cada vez mayor y, como no habrá arrepentimiento, también los castigos serán cada vez mayores y así también la gran tribulación, como no ha habido antes ni habrá más, en palabras del Señor. Y todo ello comienza con la gran apostasía que se cuenta en el libro del Apocalipsis, al que obviamente también dedicaremos varios programas, si Dios quiere.
Por último, me gustaría que te pararas a pensar en los acontecimientos que hemos vivido en los últimos años en el mundo y de forma particular en la Iglesia. Hemos vivido pandemias, guerras y rumores de nuevas guerras, crisis económicas; hemos visto a sacerdotes y obispos enseñar doctrinas contrarias al Evangelio y atacar la fe de muchos con sus escándalos, hemos visto ídolos amazónicos llevados en procesión hasta el interior de los templos, hemos visto y cada vez vemos más bendiciones de parejas en situación de pecado grave, hemos visto y vemos cómo se contraviene sistemáticamente la doctrina católica sobre los sacramentos, sobre la liturgia o sobre la Santísima Virgen María y vemos cómo la mayoría de los fieles y los pastores, en el mejor de los cosas, permanece en silencio. ¿En qué parte del camino estamos? Que Dios nos ayude.
Iluminando lo escondido
Buenas a todos una vez más a Iluminando lo Escondido. En este programa vamos a continuar hablando de las profecías de los Últimos Tiempos de la beata Anna Catalina Emmerick, esta vez centrándonos en aquellas visiones que hablan de la Gran Tribulación, el periodo en que se producirá la persecución del Anticristo hacia todo aquello referente a la Iglesia de Cristo.
Como ya comentamos en la 1ª parte, en estos Últimos Tiempos habrá una escisión de la Iglesia: por un lado estarán aquellos que renegarán de la Fe, tanto almas consagradas a Dios como laicos, y estos se unirán a los perseguidores de Cristo. Por otro lado, en número bastante inferior, estarán aquellos que permanezcan fieles a la doctrina católica. Ana Catalina lo vio de la siguiente forma:
“Tuve todavía una visión sobre la gran tribulación, bien en nuestra tierra, bien en países alejados. Me pareció ver que se exigía del clero una concesión que no podía hacer. Vi muchos ancianos sacerdotes y algunos viejos franciscanos que ya no portaban el hábito de su orden y sobre todo un eclesiástico muy anciano llorar muy amargamente. Vi también algunos jóvenes llorar con ellos.”
“Vi a otros, entre los cuales todos tibios, se prestaban gustosos a lo que se les demandaba.”
Recordando también lo que vimos en la 1ª parte, Ana Catalina vio cómo Roma sería tomada por los enemigos de Cristo, por tanto, la sede central de la Verdadera Iglesia ya no estará allí, es decir, habrá de ser trasladada. Así lo vió Ana Catalina:
“Vi la Iglesia de San Pedro que un hombre pequeño llevaba sobre sus hombros; tenía algo de judío en los trazos del rostro. El asunto parecía muy peligroso. María estaba de pié sobre la iglesia en el lado norte y extendía su manto para protegerla.”
“Ese hombrecito parecía sucumbir. Parecía ser todavía laico y yo lo conocía”
“Los doce hombres que veo siempre como nuevos apóstoles debían ayudarle a llevar su carga: pero ellos venían demasiado lentamente. Parecía que él caería bajo el peso de la carga, entonces, finalmente, llegaron todos ellos, se pusieron debajo y numerosos ángeles vinieron en su ayuda. Eran solamente los cimientos y la parte posterior de la iglesia (el coro y el altar), todo el resto había sido demolido por la secta y por los servidores de la iglesia mismos.”
“Ellos llevan la Iglesia a otro lugar y me parece que varios palacios caían ante ellos como campos de trigo que se cosechan.”
Este traslado de la Iglesia fue explicado por Jesús a la misma Ana Catalina:
“Él dijo, entre otras cosas, que esta translación de la iglesia de un lugar a otro significaba que ella estaba en completa decadencía, pero que reposaba sobre esos porteadores y se revelaría con su ayuda”
Vemos cómo todo ello sucederá en medio de grandes Tribulaciones, no sólo en materia de Fe sino que también numerosos desastres ocurrirán en el mundo, consecuencia de los pecados cometidos en un lugar determinado que se extienden por todo el mundo:
“Veo planear sobre ciertos lugares y ciertas ciudades, apariciones espantosas que les amenazan con grandes peligros o incluso con una destrucción total. Veo tal lugar derrumbarse de alguna manera en la noche: en otro, veo la sangre correr a ríos en las batallas libradas en el aire, en las nubes.”
“Y estos peligros, estos castigos, no los veo como cosas aisladas, sino que los veo como consecuencias de lo que pasa en otros lugares donde el pecado estalla en violencias y en combates encarnizados, y veo el pecado devenir la vara que golpea a los culpables.”
Sin embargo, en todos estos lugares contaminados sigue habiendo gente fiel a Dios, ya que de esta manera lo vio la beata:
“De estos focos de corrupción, veo derrames y cenagales extenderse a través del país como canales envenenados y veo en medio de todo esto a gentes piadosas en oración, las iglesias donde reposa el Santo Sacramento, los cuerpos innumerables de santos y bienaventurados, todas las obras de virtud, de humildad, de fe, ejercer una acción que sofoca, que apacigua, que detiene el mal, que ayuda donde hace falta”
En otras visiones, Ana Catalina es llevada a muchos lugares, tanto de su propio país, Alemania, pasando por ciudades como Munich y Paderborn, como de otros lugares europeos como Praga, los Alpes austriacos, Venecia, Milán y Silicia; lugares en los que veía mucha corrupción y personas buenas y piadosas que vivían escondidas.
Pero los lugares que más se destacan son Roma, Viena, París, España e Irlanda.
De Roma ya hemos visto qué cosas le esperan en cuanto a la Fe, que traerán consigo las siguientes consecuencias:
“He visto en esta villa (Roma) terribles amenazas viniendo del Norte.”
“¡Oh ciudad, oh ciudad (Roma)! ¿de qué estás amenazada? La tormenta está próxima. ¡Manténte en guardia! Pero espero que permanezcas inquebrantable.”
“Vi a Roma en un estado tan deplorable que la menor chispa podía prender fuego por todas partes.”
Esta misma tormenta que llegará a Roma, pasará antes por Viena y Ana Catalina nombra otro evento importante que ocurrirá en la ciudad austriaca:
“Cerca de esta iglesia (haciendo referencia a la catedral de Viena), vi a muchas personas distinguidas, entre las cuales varios extranjeros, con delantales y paletas de albañil. Parecían enviados ahí para demoler esta iglesia que estaba cubierta de pizarra. Todo tipo de personas del país se unían a ellos: había incluso sacerdotes y religiosos.”
“De golpe, una llama partió la torre, se extendió sobre el tejado y parecía que todo se iba a consumir. Pensaba yo entonces en el ancho río que pasaba por uno de los lados de la ciudad, preguntándome si no se podría con su agua apagar el fuego. Pero las llamas hirieron muchos de los que habían puesto su mano en el trabajo de demolición: las llamas los cazaron y la iglesia continuó de pié. Sin embargo vi que no se salvaría más que tras la gran tormenta que se aproximaba.”
“Este incendio, cuyo aspecto era espantoso, indicaba en primer lugar un gran peligro, en segundo lugar un nuevo esplendor de la Iglesia tras la tempestad”
También tuvo visiones de París, en las que Ana Catalina Emmerick vio que el mal ya iba a sus anchas y estaba muy avanzado, gracias a unos diablos que se encargaban de ello.
Pasemos a hablar ahora de las visiones que hacen referencia a España, que son realmente impactantes:
“Después fui a la patria de Francisco Javier (España), porque yo viajaba en la dirección del poniente. Vi allí numerosos santos y vi el país ocupado por soldados rojos”
“Vi finalmente a los enemigos del interior avanzando por todos los lados y aquellos que atizaban el fuego arrojados ellos mismos a la hoguera.”
“Vi enormes abominaciones extenderse sobre el país. Mi guía me dijo: «Hoy Babel está aquí». Y vi por todo el país una larga cadena de sociedades secretas, con un trabajo como en Babel, y vi el encadenamiento de estas cosas, hasta la construcción de la torre, en un tejido, fino como una tela de araña, extendiéndose a través de todos los lugares y toda la historia: el producto supremo de esta floración era Semiramis, la mujer diabólica.”
“Vi destruir todo lo que era sagrado y la impiedad y la herejía hacer irrupción.”
“Había una amenaza de guerra civil próxima y de una crisis interior que iba a destruirlo todo.”
Después de pasar por España, al que hace referencia como “desgraciado país”, fue conducida a Irlanda, concretamente a la isla donde estuvo San Patricio, y vio que solo habían católicos, pero muy oprimidos. El resto del país estaba lleno de miseria, vicios maniobras abominables y se encontraba dividido en dos bandos que estaban próximos a una guerra.
Como hemos podido ver, en todos los lugares a los que es conducida Ana Catalina encuentra desolación. No obstante, no solo hay mal en ellos:
“Veo por encima de cada país un mundo de luz que representa todo lo que se ha hecho por él por los santos, hijos de ese país, los tesoros de gracia de la lglesia que ellos han hecho descender sobre él por los méritos de Jesucristo. Vi por encima de iglesias devastadas planear iglesias en la luz, vi a los obispos y los doctores, los mártires, los confesores, los videntes y todos los privilegiados de la gracia que han vivido allí: entro en las escenas donde figuran sus milagros y las gracias que ellos han recibido, y veo las visiones, las revelaciones, las apariciones más importantes que ellos han recibido: veo todas sus vidas y sus relaciones, la acción que han ejercido de cerca o de lejos, el encadenamiento de sus trabajos y los efectos producidos por ellos hasta las distancias más alejadas”
Por último me gustaría compartir una visión muy bonita que tiene Ana Catalina sobre el Santo Rosario, arma fundamental en estos Últimos Tiempos para combatir a satanás y que es tan odiada por los enemigos de la Iglesia:
“Los diversos Ave María eran estrellas formadas por cientos de piedras preciosas sobre las cuales los patriarcas y los ancestros de María estaban figurados en escenas que se relacionaban con la preparación de la Encarnación y con la Redención. Así, este rosario abrazaba al cielo y la tierra, Dios, la naturaleza, la historia, la restauración de todas las cosas y del hombre por el Redentor que ha nacido de María; y cada figura, cada materia, cada color, según su significado esencial, era empleado para la realización de esta obra de arte divino.”
Le pedimos al Espíritu Santo la fortaleza y la paciencia para soportar todos los sufrimientos y un Amor que nos lleve a entregar la vida por Cristo. Así sea. Amén.
La máquina del tiempo
Bienvenido una semana más a la máquina del tiempo. Hoy traigo una cita del libro de Esdras, capítulo 9, versículos 11 y 12, que dice así:
“Pues hemos abandonado tus mandamientos, que prescribiste por medio de tus siervos los profetas, diciendo: <<La tierra en cuya posesión vais a entrar es una tierra inmunda, a causa de la inmundicia de los pueblos de estos países, y a causa de las abominaciones; pues la han llenado con sus inmundicias de un cabo a otro. Por lo cual, no daréis vuestras hijas a sus hijos, ni tomaréis sus hijas para vuestros hijos; ni procuraréis nunca su paz y prosperidad, para que lleguéis a ser fuertes y comáis los deliciosos frutos de este país y lo dejéis en herencia a vuestros hijos para siempre>>”.
El contexto de esta cita es que Esdras, experto y maestro de la ley, vuelve de la deportación de Babilonia junto con otros sacerdotes y levitas, para poner en funcionamiento los ritos prescritos por Dios en el nuevo templo. Pero cuando llega a Jerusalén, se da cuenta de que muchos de los israelitas habían emparentado con gente extranjera, de los pueblos paganos de alrededor, contraviniendo así un mandato divino que podemos encontrar en Josué 23, 7-13.
En los libros de Reyes y Crónicas, podemos ver cuáles fueron las consecuencias de no obedecer esta ley. Primero, que los israelitas no pudieron expulsarlos completamente del territorio que Dios les había dado y estuvieron en constantes luchas con ellos. Segundo, al mezclarse con ellos, se apartaron de Dios y siguieron a los falsos ídolos que esos pueblos adoraban, atrayéndose la ira del Señor. Y precisamente, eso es lo que Dios quería evitar, cuando ordenó a los israelitas, en Números 33, 51-53, antes de entrar a la tierra prometida, que exterminaran a los pueblos que hasta ese momento habitaban allí, lo cual no hicieron.
Podría parecer que Dios es un genocida, al que no le importan las vidas de las personas y eso puede hacer pensar a ciertas personas, que es un Dios malo, cruel, sanguinario… pero nada más lejos de la verdad. Dios, dueño de la vida, tiene potestad para darla y para quitarla según sus planes. Nadie tiene la autoridad para decirle a Dios cómo debe administrar sus bienes, como leemos al final del libro de Job. Además, el Señor no es caprichoso, que según cómo está de humor hace o no hace. Esos pueblos que habitaban esa tierra eran pueblos perversos, que ofrecían a sus hijos en sacrificios demoníacos, cosa que Dios detesta y por eso deben desaparecer. (Os podéis hacer una idea de cómo acabará este mundo a causa del aborto, si no se enmienda). Además, el plan de Dios era que el pueblo de Israel creciera en esa tierra prometida haciendo cada vez más gloriosa la Ley de Dios, esparciéndola por el mundo, para que se santificara, para, a su tiempo, enviar al Mesías, para que sublimara esa Ley y nos devolviera la Gracia, como ha hecho, aunque desgraciadamente para demasiado pocos.
Al contrario, al no obedecer el pueblo de Israel, se corrompieron con los ídolos de los pueblos paganos, provocando el castigo de Dios en forma de destrucción de Jerusalén y del templo y de deportación a Babilonia de la mano de Nabucodonosor. Cuando los israelitas pueden volver a Jerusalén a reconstruir el templo, no pasa mucho tiempo hasta que los israelitas vuelven a juntarse con los pueblos paganos, lo cual llena de tristeza a Esdras.
Esta historia tiene muchísimo significado espiritual, que voy a intentar exponer brevemente. La cita que traigo es una advertencia que nos hace Dios Padre a cada uno de nosotros cuando nos concede el don de la vida, pues el mundo es un lugar de abominación, de pecado, de inmundicia, pues el mundo y todos los que son del mundo son enemigos del alma y van a intentar por todos los medios separarnos de Dios. Por eso Jesucristo nos dice en el Evangelio de Juan 17, 16: “Ellos no son ya del mundo, como Yo no soy del mundo”. Dios en la cita de Esdras nos dice que no debemos hacer ningún tipo de compromiso con el mundo, sino combatirlo y “no procurarle nunca su paz y prosperidad” y si estamos en él, es simplemente para crear un pueblo santo y fuerte en la Gracia y el Amor de Dios, para disfrutar de la creación, como el Señor quería desde el principio, pues Dios nos hizo reyes de todo lo creado.
En la tierra prometida habitaban 7 pueblos, que los israelitas debían expulsar: los heteos, gergeseos, amorreos, cananeos, fereceos, heveos y jebuseos, que según dice el Señor en Deuteronomio 7, 1, son más grandes y fuertes que los israelitas. Esto es una referencia clara a los 7 pecados capitales que cada cristiano debe enfrentar y exterminar de su vida para conquistar la tierra prometida, el Cielo. Estos pecados son mucho más fuertes que nosotros, que estamos debilitados por el pecado original, pero con la Gracia de Dios, nos basta para vencerlos (2 Corintios 12, 9), al igual que Dios ayudaba a los israelitas en la batalla. No acabar de raíz con estos pecados hace que los asimilemos en nuestra vida, mezclándolos con la ley de Dios, mezclando la Verdad con la mentira, lo cual hace que enseguida perdamos la Fe. Muchas veces caemos en la trampa de creer que podemos sacar algún bien de esa situación y que el mal no nos va a afectar, como pensó Saúl en 1 Samuel 15, 7-9. Esto lo podemos ver hoy en día con, por ejemplo, la serie The Chosen o con los últimos documentos que ha sacado el Vaticano, que junta cosas que pueden ser buenas con cosas claramente malignas, y que mucha gente cree que sabe evitar, pero el demonio es demasiado inteligente para nosotros y acaba por colarnos muchas de sus mentiras. Por eso no se puede negociar con el pecado ni con la mentira, no podemos tentar a Dios ni a nosotros mismos.
Dios pide a los Israelitas que creen un oasis de santidad en medio de todos esos pueblos que no conocen al Señor y que son una amenaza para esa santidad que les ha proporcionado mediante su Ley. Lo mismo hoy, Dios nos envía a cada uno de nosotros al mundo, para que seamos oasis de santidad en medio de tanto pecado, para destruirlo con la Ley y la Gracia que nos dio Nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia debe ser ese oasis de santidad en medio del mundo, pero como dice el Evangelio en Mateo 5, 13: “Si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? Para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres”. Esto mismo pasó con el pueblo de Israel, que perdió su sabor con sus idolatrías y fue pisada por los hombres, en su caso, Nabucodonosor y el imperio babilónico primero, y el imperio romano después. En el final de los Últimos Tiempos, esa sal sosa será pisada por el Anticristo y por sus secuaces. Por lo tanto, miremos de no mezclarnos con el mundo y sus falsos dioses, mantengamos pura la doctrina católica, para no perder la Fe, apartémonos de aquellos y aquello que, so capa de bien, introducen la mentira y podremos disfrutar de la verdadera tierra prometida que el Señor tiene preparada para nosotros.
Que nuestra Madre, la siempre Virgen María, jardín florido, nos alcance Sabiduría, pobreza espiritual y humildad, para cumplir a rajatabla los mandatos de nuestro Padre Dios. Amén
Santos de Verdad
Hoy en día se critica el proselitismo y esto es algo que me hace pensar
Que cómo puede alguien convertirse sin que nadie le abra los ojos a la Verdad.
Y es que por mucho que se niegue hay algo que no debemos olvidar,
Quien peca sin saberlo igualmente está realizando y causando un mal.
¿De qué sirve la conciencia si ésta está sin formar?
Para dar rienda suelta al pecado diciendo que nadie es quien para juzgar.
Pero la conciencia debería ser reflejo fiel de la doctrina y de la Verdad
Por eso es tan importante que los pastores se dediquen fervorosamente a predicar.
San Bernardino tomó la misión de la predicación muy en serio
Con su predicación convirtió a miles suscitando el arrepentimiento
Compuso cientos de sermones para que más allá de los sentimientos
Las gentes de su época volvieran la mirada a los Mandamientos.
Desde pequeño, San Bernardino muestra un interés especial hacia las cosas de Dios, con un cuidado extraordinario en hablar y actuar con pureza.
Tras entrar en la Orden de los Frailes Menores y ordenarse sacerdote, San Bernardino desplegó por toda Italia su actividad como predicador con grandes frutos.
En sus sermones, San Bernardino llamaba al arrepentimiento y a la penitencia, atacando sin compasión los vicios y malas costumbres y propagando la devoción a la Eucaristía, al Santísimo Nombre de Jesús y a la Virgen María. Allá donde iba, llevaba consigo un estandarte con las siglas JHS.
San Bernardino fue calumniado con falsas acusaciones y el papa le prohibición predicar, pero, invitado a Roma, pudo defenderse y fue restituido a la que era su vocación.
Fue propuesto 3 veces su nombramiento como arzobispo, pero él no quiso aceptar y continuó su labor incansable, acompañada de prodigios y milagros, recorriendo ciudades y pueblos, predicando sermones que devolvieron la paz a lugares, hasta que con poca salud pero con inmenso entusiasmo, murió santamente tras una vida dedicada a dar a conocer la Verdad.
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