La Esposa y la ramera
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La máquina del tiempo
Bienvenido a la máquina del tiempo. La cita que traemos esta semana es Isaías 42, 8-9, que dice así:
“Yo soy Yahvé; éste es mi nombre;
no doy mi gloria a ningún otro
ni mi honor a las imágenes fundidas.
Se han cumplido ya las (predicciones) anteriores,
ahora anuncio cosas nuevas,
que os doy a conocer antes que sucedan.”
En este programa y en el siguiente, con un pasaje diferente, quiero intentar exponer la importancia que tiene el primer mandamiento, amar a Dios sobre todas las cosas, en la historia del pueblo de Israel, de la Iglesia y también en la historia personal de cada uno de nosotros, como también, por supuesto, en los Últimos Tiempos.
La idolatría es el pecado más grave que se puede cometer, pues significa quitarle a Dios su gloria, su honor, sus derechos de Creador y de Salvador y dárselo a cosas o personas que también fueron creadas y/o salvadas por Dios. Dios es un Dios celoso, como se dice, por ejemplo en Éxodo 20, 5, lo que significa que, como podemos ver en el primer versículo de la cita que traigo, no da a nadie lo que es suyo, pues solamente Él el Dios y no permite que se adore o que se ponga en primer lugar a algo o alguien que no es Él. Esto es muy justo, pues de Él proviene todo y sin Él nada fue hecho (Juan 1, 3). En el Antiguo Testamento, la idolatría se basa primordialmente en adorar ídolos y dioses extranjeros, de los pueblos que habitaban alrededor de Israel. Pero Jesucristo, en el Evangelio, nos advierte de que idolatría es también poner en el corazón cualquier cosa por encima de Dios, es decir, si nos preocupamos más por el dinero, la familia, la carrera laboral; si tenemos vicios, que no intentamos desarraigar del corazón, eso también es idolatría, pues ya no estaríamos amando a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas (Deuteronomio 6, 5). Jesucristo dice en Mateo 10, 37-39: “Quien ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí. Quien halla su vida, la perderá; y quien pierde su vida por Mí, la hallará”.
En la Biblia, a la idolatría se le llama también prostitución, pues la fidelidad a Dios se puede comparar con el matrimonio, donde la mujer seríamos cada uno de nosotros, el pueblo de Israel o la Iglesia, que, al mantenernos fieles al Esposo, es decir, a Dios, participamos de sus mismos derechos y bienes, porque, como dice la Escritura en Génesis 2, 24, “por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer, y vendrán a ser una sola carne” y como dice San Pablo en Efesios 5, 32, ese pasaje se aplica a Cristo y a su Iglesia y, como el Padre ha sometido todo bajo el poder de Cristo, nosotros al demostrar nuestra fidelidad a Cristo, participaremos de esa autoridad. El Esposo tiene el encargo de amar a su esposa y dar la vida por ella, según leemos en Efesios 5, 25, como hizo Nuestro Señor Jesucristo en la cruz, mientras que la mujer debe “sujetarse a su marido como al Señor, porque el varón es cabeza de la mujer, como Cristo cabeza de la Iglesia, salvador de su cuerpo” (Efesios 5, 22-23). En estos tiempos de apostasía, vemos cómo estos roles están totalmente transformados, con el consiguiente daño que vemos que se ha producido en las familias. Los maridos cada vez son menos generosos y amorosos hacia sus esposas y a las mujeres se les enseña a ocupar el puesto de los maridos, como si de un privilegio se tratase. Tanto la vocación del marido como la de la mujer es de donación y servidumbre el uno hacia el otro y no de poder. Si no vivimos esa relación en nuestras familias, muy difícilmente la viviremos en la religión. Un ejemplo de esto es el debate que se genera sobre el diaconado femenino y el rol de la mujer en la Iglesia, que en realidad es una lucha de poder y soberbia, en vez de humildad y mansedumbre. El ejemplo nos lo pone, una vez más, Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir (Mateo 20, 28). Y la Iglesia debe servir a Cristo, pues por medio de Él obtenemos la Vida Eterna. Para entender mejor todo esto, es importante leer el capítulo 5 de Efesios, donde San Pablo lo explica extraordinariamente.
Entonces, si la mujer no sirve a su marido, sino que se va tras otros “amores”, que en realidad son vicios, viene a ser una prostituta. Llevado al campo espiritual, cada vez que pecamos o que abandonamos a Dios y su Ley para buscar placeres mundanos, nos prostituimos y nos hacemos odiosos al Señor. Si persistimos en nuestro pecado, Dios no tendrá más remedio que dejarnos fuera, en la oscuridad, donde será el llanto y el rechinar de dientes, pues la prostituta pertenece en la calle. Sin embargo, si nos arrepentimos, Dios, que permanece siempre fiel, está pronto a recogernos de la calle, para darnos el hogar y los cuidados de esposa, que Él desea para nosotros.
En cuanto a las últimas frases de la cita que expongo: “se han cumplido ya las (predicciones) anteriores, ahora anuncio cosas nuevas, que os doy a conocer antes que sucedan”, en el Antiguo Testamento, Dios habla a Moisés y al pueblo elegido y les anuncia lo que les pasará, tanto si se mantienen fieles, como si van tras otros dioses. Y esto se cumple a rajatabla en toda la historia de Israel. ¿Cuáles son las cosas nuevas que Dios nos da a conocer antes de que sucedan? Se puede referir a las enseñanzas de Jesús en los Evangelios, como estamos viendo en el discurso escátológico, y al libro del Apocalipsis, donde se detallan las bendiciones para los fieles y las maldiciones para los infieles en los Últimos Tiempos.
En Apocalipsis 17, el Apóstol san Juan nos habla de la Gran Ramera “con la que han fornicado los reyes de la tierra, embriagándose los moradores de la tierra con el vino de su prostitución”. ¿Quién es esta Gran Ramera? Como hemos visto anteriormente, es la que es infiel al marido, para, en este caso, buscar placer en “los reyes de la tierra”. Es decir, abandona a su Esposo espiritual, para contaminarse con la podredumbre de los bienes perecederos. La Gran Ramera es la iglesia, como afirma Straubinger en sus notas sobre este pasaje: “la gran ramera Babilonia es representante del mundo anticristiano (S. Agustín), en particular de la ciudad de Roma (S. Jerónimo), levantada sobre siete montes (v. 9) como la Bestia sobre la cual se asienta la ramera grande (v. 3). En tiempo de S. Juan ella era la capital del mundo y centro de la corrupción pagana. Varios autores, entre ellos S. Roberto Belarmino, creen que en los últimos tiempos Roma volverá a desempeñar el mismo papel que en los tiempos de los emperadores”. En las apariciones de la Salette, aprobadas por la Iglesia, la Virgen hace referencia a esto diciendo que Roma perderá la Fe y se convertirá en la sede del Anticristo. No nos referimos a la Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia, que es la que sirve fielmente a Cristo a pesar de las tribulaciones y que en el final de los Últimos Tiempos será muy minoritaria, sino a la falsa iglesia, que “saldrá de los nuestros, pero no será de los nuestros” como dice San Juan en su primera carta, capítulo 2, versículo 19 y que, como saldrá de la verdadera Iglesia, muchos serán engañados y pensarán que verdaderamente están dentro de la Iglesia. La Iglesia es la que posee todos los tesoros espirituales, pues el mismo Cristo la instituyó y le dio los Sacramentos, para que dispensara Su Gracia a sus miembros, para la salvación de sus almas, pero, como estamos viendo en estos tiempos, la falsa iglesia está abandonando todos esos tesoros, para mezclarse con el mundo. Lo vemos con la pachamama, Amoris Laetitia, Fiducia Supplicans, el pacto con el gobierno comunista de China, la adhesión y fomento de la Agenda 2030…
Pidamos al Esposo, que nos preserve de las lisonjas del mundo, para que seamos fieles a Nuestro Señor Jesucristo y podamos participar de nuestras bodas con el Cordero. Por medio de la Santísima Virgen María, Esposa fidelísima del Espíritu Santo. Amén
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