La sal de la tierra
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La máquina del tiempo
Esta semana, en La Máquina del Tiempo, vamos a comentar una cita muy famosa y muy importante para cualquier cristiano en la historia y, especialmente, para los cristianos de estos tiempos. La cita es Mateo 5, 13, que dice así:
“Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? Para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres”.
Hoy en día, la sal es un condimento muy común, que en cualquier supermercado podemos encontrar sin dificultad y, aunque es muy común, es un producto importantísimo para nosotros, sobre todo para la gente que vivía en épocas anteriores, donde no era tan fácil de tener a mano. No sólo para darle sabor a las comidas y hacerlas más buenas y apetitosas, sino por su propiedad de conservar los alimentos.
Cuando Jesús dice a sus apóstoles, que son la sal de la tierra, es un cumplido muy grande, pues básicamente les está diciendo que ellos son los que tienen que dar sentido a la vida de las personas en el mundo, por medio del Evangelio. Al igual que una comida sin sal es sosa, difícil de comer y absurda se podría decir, la vida sin las verdades sobrenaturales es más absurda todavía.
Hoy en día vemos tantos sacerdotes, obispos, etc. que no predican el Evangelio, sino que se dedican a la política, a su propio bienestar, a las obras solidarias desconectadas de Cristo, y a muchos otros proyectos dejando a Dios de lado, para centrarse en los hombres. Parecería que lo que estoy diciendo no tiene mucho sentido. Hacer el bien siempre está bien, era lo que hacía Jesús… pero Jesús lo hacía, para que la gente, viéndole a Él, viera que era el Padre el que cuidaba así de sus hijos. Y hoy en día, muchos lo hacen, para que se les reconozca a ellos mismos. La misión de cada cristiano, en especial de los consagrados al Señor, es la de llevar a Dios a las almas y a las almas a Dios y toda acción que no tenga ese objetivo, es una obra inútil: sal que pierde su sabor.
Hagamos un examen de conciencia y miremos cuál es el motor de nuestra vida. El primer mandamiento es el de amar a Dios sobre todas las cosas y, ¿cuánto tiempo le dedicamos al día? En estos días que se juega la Eurocopa, mucha gente se apiña en la televisión para ver los partidos. Un partido dura 90 minutos y en el caso de que haya 2 o 3 partidos, la cifra puede ascender a 270 minutos. Ahora bien, ¿le dedicamos el mismo tiempo en el día a Dios? Y ese ejemplo lo podemos poner con cualquier cosa. Los cristianos somos la sal de la tierra y el mezclarnos con las cosas del mundo hace que perdamos el sabor, que nos unamos a la masa. Como dice Jesucristo, estamos en el mundo, pero no somos del mundo. El mundo no debe marcarnos el ritmo de nuestra vida, sino Dios. Debemos darle un sentido espiritual a todo, que por nuestra forma de vivir, en cualquier cosa que hagamos, la gente vea que hay un Dios, que Dios les ama y que Dios es el sentido de todo. Cuando veamos el fútbol, no nos comportemos como el mundo, sino demos gracias a Dios por ese rato de diversión, pidamos por las almas de todos los que están participando en ello, pidamos perdón por las actitudes que veamos que no son buenas… y esto con cualquier actividad. No es algo sencillo, pero como todo, con práctica, se puede conseguir.
Acabamos con la última frase de la cita que traigo, que dice que la sal que pierde su sabor para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres. Dios nos llama a todos los cristianos y, en especial a los consagrados, al máximo honor, que es trabajar para él en la salvación de las almas y, mediante este trabajo, salvar nuestras propias almas y recibir el ciento por uno en la eternidad. Sin embargo, al secularizarse y llevar una vida alejada de Dios, los que antes eran sal, pierden el sabor y son echados fuera , porque ellos mismos han preferido al mundo y sus bienes antes que a Dios. Y el mundo, al ser el territorio de Satanás, es cruel y despiadado, en especial con aquellos que otrora sirvieron al Señor, pues lucharon contra el demonio. Y no hay ser más vengativo que el demonio. Entonces, estos cristianos no solo pierden los honores que Dios tenía preparados para ellos, sino que llegan a ser peor considerados en el mundo, pues son pisoteados por otros hombres mundanos. Esto lo explica Jesús en la parábola del hijo pródigo, cuando el hijo acaba cuidando los cerdos, animal impuro para los judíos. Además, tristemente, hay demasiados ejemplos reales.
Pidamos a nuestra Madre, la Inmaculada Concepción, que pisa a la serpiente infernal, mantener nuestro sabor, el sabor de Dios, para poder llevar ese sabor al mundo y todos formemos parte del Reino de Dios. Amén
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