La tolerancia del mal

La cita bíblica que vamos a comentar hoy la podemos encontrar en el libro de Esdras, capítulo 9, versículos 11 y 12.
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Bienvenido una semana más a la máquina del tiempo. Hoy traigo una cita del libro de Esdras, capítulo 9, versículos 11 y 12, que dice así:

“Pues hemos abandonado tus mandamientos, que prescribiste por medio de tus siervos los profetas, diciendo: <<La tierra en cuya posesión vais a entrar es una tierra inmunda, a causa de la inmundicia de los pueblos de estos países, y a causa de las abominaciones; pues la han llenado con sus inmundicias de un cabo a otro. Por lo cual, no daréis vuestras hijas a sus hijos, ni tomaréis sus hijas para vuestros hijos; ni procuraréis nunca su paz y prosperidad, para que lleguéis a ser fuertes y comáis los deliciosos frutos de este país y lo dejéis en herencia a vuestros hijos para siempre>>”.

El contexto de esta cita es que Esdras, experto y maestro de la ley, vuelve de la deportación de Babilonia junto con otros sacerdotes y levitas, para poner en funcionamiento los ritos prescritos por Dios en el nuevo templo. Pero cuando llega a Jerusalén, se da cuenta de que muchos de los israelitas habían emparentado con gente extranjera, de los pueblos paganos de alrededor, contraviniendo así un mandato divino que podemos encontrar en Josué 23, 7-13.

En los libros de Reyes y Crónicas, podemos ver cuáles fueron las consecuencias de no obedecer esta ley. Primero, que los israelitas no pudieron expulsarlos completamente del territorio que Dios les había dado y estuvieron en constantes luchas con ellos. Segundo, al mezclarse con ellos, se apartaron de Dios y siguieron a los falsos ídolos que esos pueblos adoraban, atrayéndose la ira del Señor. Y precisamente, eso es lo que Dios quería evitar, cuando ordenó a los israelitas, en Números 33, 51-53, antes de entrar a la tierra prometida, que exterminaran a los pueblos que hasta ese momento habitaban allí, lo cual no hicieron.

Podría parecer que Dios es un genocida, al que no le importan las vidas de las personas y eso puede hacer pensar a ciertas personas, que es un Dios malo, cruel, sanguinario… pero nada más lejos de la verdad. Dios, dueño de la vida, tiene potestad para darla y para quitarla según sus planes. Nadie tiene la autoridad para decirle a Dios cómo debe administrar sus bienes, como leemos al final del libro de Job. Además, el Señor no es caprichoso, que según cómo está de humor hace o no hace. Esos pueblos que habitaban esa tierra eran pueblos perversos, que ofrecían a sus hijos en sacrificios demoníacos, cosa que Dios detesta y por eso deben desaparecer. (Os podéis hacer una idea de cómo acabará este mundo a causa del aborto, si no se enmienda). Además, el plan de Dios era que el pueblo de Israel creciera en esa tierra prometida haciendo cada vez más gloriosa la Ley de Dios, esparciéndola por el mundo, para que se santificara, para, a su tiempo, enviar al Mesías, para que sublimara esa Ley y nos devolviera la Gracia, como ha hecho, aunque desgraciadamente para demasiado pocos.

Al contrario, al no obedecer el pueblo de Israel, se corrompieron con los ídolos de los pueblos paganos, provocando el castigo de Dios en forma de destrucción de Jerusalén y del templo y de deportación a Babilonia de la mano de Nabucodonosor. Cuando los israelitas pueden volver a Jerusalén a reconstruir el templo, no pasa mucho tiempo hasta que los israelitas vuelven a juntarse con los pueblos paganos, lo cual llena de tristeza a Esdras.

Esta historia tiene muchísimo significado espiritual, que voy a intentar exponer brevemente. La cita que traigo es una advertencia que nos hace Dios Padre a cada uno de nosotros cuando nos concede el don de la vida, pues el mundo es un lugar de abominación, de pecado, de inmundicia, pues el mundo y todos los que son del mundo son enemigos del alma y van a intentar por todos los medios separarnos de Dios. Por eso Jesucristo nos dice en el Evangelio de Juan 17, 16: “Ellos no son ya del mundo, como Yo no soy del mundo”. Dios en la cita de Esdras nos dice que no debemos hacer ningún tipo de compromiso con el mundo, sino combatirlo y “no procurarle nunca su paz y prosperidad” y si estamos en él, es simplemente para crear un pueblo santo y fuerte en la Gracia y el Amor de Dios, para disfrutar de la creación, como el Señor quería desde el principio, pues Dios nos hizo reyes de todo lo creado.

En la tierra prometida habitaban 7 pueblos, que los israelitas debían expulsar: los heteos, gergeseos, amorreos, cananeos, fereceos, heveos y jebuseos, que según dice el Señor en Deuteronomio 7, 1, son más grandes y fuertes que los israelitas. Esto es una referencia clara a los 7 pecados capitales que cada cristiano debe enfrentar y exterminar de su vida para conquistar la tierra prometida, el Cielo. Estos pecados son mucho más fuertes que nosotros, que estamos debilitados por el pecado original, pero con la Gracia de Dios, nos basta para vencerlos (2 Corintios 12, 9), al igual que Dios ayudaba a los israelitas en la batalla. No acabar de raíz con estos pecados hace que los asimilemos en nuestra vida, mezclándolos con la ley de Dios, mezclando la Verdad con la mentira, lo cual hace que enseguida perdamos la Fe. Muchas veces caemos en la trampa de creer que podemos sacar algún bien de esa situación y que el mal no nos va a afectar, como pensó Saúl en 1 Samuel 15, 7-9. Esto lo podemos ver hoy en día con, por ejemplo, la serie The Chosen o con los últimos documentos que ha sacado el Vaticano, que junta cosas que pueden ser buenas con cosas claramente malignas, y que mucha gente cree que sabe evitar, pero el demonio es demasiado inteligente para nosotros y acaba por colarnos muchas de sus mentiras. Por eso no se puede negociar con el pecado ni con la mentira, no podemos tentar a Dios ni a nosotros mismos.

Dios pide a los Israelitas que creen un oasis de santidad en medio de todos esos pueblos que no conocen al Señor y que son una amenaza para esa santidad que les ha proporcionado mediante su Ley. Lo mismo hoy, Dios nos envía a cada uno de nosotros al mundo, para que seamos oasis de santidad en medio de tanto pecado, para destruirlo con la Ley y la Gracia que nos dio Nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia debe ser ese oasis de santidad en medio del mundo, pero como dice el Evangelio en Mateo 5, 13: “Si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? Para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres”. Esto mismo pasó con el pueblo de Israel, que perdió su sabor con sus idolatrías y fue pisada por los hombres, en su caso, Nabucodonosor y el imperio babilónico primero, y el imperio romano después. En el final de los Últimos Tiempos, esa sal sosa será pisada por el Anticristo y por sus secuaces. Por lo tanto, miremos de no mezclarnos con el mundo y sus falsos dioses, mantengamos pura la doctrina católica, para no perder la Fe, apartémonos de aquellos y aquello que, so capa de bien, introducen la mentira y podremos disfrutar de la verdadera tierra prometida que el Señor tiene preparada para nosotros.

Que nuestra Madre, la siempre Virgen María, jardín florido, nos alcance Sabiduría, pobreza espiritual y humildad, para cumplir a rajatabla los mandatos de nuestro Padre Dios. Amén