San Policarpo

¡Yo te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo! ¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable! ¡Yo te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!
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Santos de Verdad

San Policarpo

La herejía es un una enfermedad, un cáncer en el cuerpo místico
Que envenena y causa gangrena dejando a los miembros de la Iglesia quísticos
Una lepra que se extiende en el espacio y en el tiempo y condena a muerte
A tantas almas que seducidas por el engaño finalmente se pierden

Antes las herejías eran anunciadas y sostenidas abiertamente,
Y el cuerpo místico reaccionaba amputando de raíz el miembro divergente
La sana doctrina imperaba y al manifestarla los santos hacían patente
que la Verdad solo es una y los infames se movían por otros intereses
Y es que no en vano nos dice la Escritura, y debemos tener muy presente,
Que no sigamos doctrinas extrañas, pues Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.

Hasta hace poco parecía que reinaba la calma pero se fraguaba
la gran herejía del modernismo, de la que San Pio X nos alertaba
Ésta creció como planta, enraizó en los corazones de aquellos
que con buenas o con malas intenciones creían poder moldear la Palabra.

Hoy en día la herejía se predica a la luz del día,
fruto de no haber matado las malas hierbas.
De aquellas infames y modernistas ideas
Nos vienen las pseudo-teologías que prometen el cielo en la tierra.

Usan un lenguaje ambiguo que intencionadamente ni afirma ni niega
Para poder engañar mostrando cada vez una cara diferente de la misma falsa moneda
Es el perfeccionamiento de la torre de Babel, un agujero hacia las tinieblas
Con las gentes reunidas hablando el mismo idioma de la maldad y la tibieza.

Las herejías invaden la literatura, las parroquias, los seminarios y las redes
Salen del corazón y coquetean enamorando incluso a formadas mentes
Y hoy en día las herejías son mucho más dañinas precisamente
Porque se aceptan y profesan en el corazón y no se declaran oficialmente

Hoy se confunde la Voluntad de Dios con lo que Él decide permitir
Porque aunque exista el Pecado, Él nunca lo quiso, y esto es algo que no debería hacer falta decir
Por eso con tristeza permite que tendamos puentes al mal bajo soberbia o apariencia de quererlo convertir
Pero ¿acaso no es de necios, inconscientes o malvados tender puentes a lugares donde no debemos ir?

El Santo de hoy es uno de los primeros Padres de la Iglesia
San Policarpo aprendió de San Juan que la herejía merece condena
Fue Obispo de Esmirna y dedicado pastor para sus ovejas
Y hasta la muerte defendió la Verdad para entrar en la vida eterna

La tradición cuenta que, habiéndose encontrado San Policarpo con Marción en las calles de Roma, el hereje le increpó, al ver que no parecía advertirle, y cuándo el hereje le preguntó si le reconocía, Policarpo respondió: «Sí, sé que eres el primogénito de Satanás».

El santo obispo había heredado este aborrecimiento hacia las herejías de su maestro San Juan Evangelista, que tuvo que sufrir el ver proliferar las ideas demoníacas de los primeros herejes, como Cerinto. Y es que tanto San Juan como San Policarpo y los primeros Padres Apostólicos comprendían el gran daño que hace la herejía.

Eran los primeros años del cristianismo y las persecuciones no cesaban. San Ignacio de Antioquía fue apresado y de camino al martirio, fue llevado de paso por Esmirna, donde pidió a Policarpo que velara por sus ovejas y escribiera a las Iglesias de Asia. San Policarpo escribió a los Filipenses una carta que se conserva todavía y que alaban mucho grandes santos como San Ireneo o San Jerónimo. Esa carta, en tiempos de San Jerónimo se leía públicamente en las iglesias, por la excelencia de sus consejos y la claridad de su estilo.

Los testimonios y martirios se sucedían y la gente idólatra no se saciaba de la sangre de los cristianos, y pedía a gritos la muerte de Policarpo. El santo huyó, pero no era ajeno a su destino: sabía que entregaría la vida por amor a Cristo.

Llegó el día y los soldados rodearon la casa en la que estaba. Sin ofrecer resistencia, ofreció de cenar a los soldados y les pidió únicamente que le dejasen orar unos momentos. Concedida esta gracia, Policarpo oró de pie durante dos horas, en una intensa oración por sus propios cristianos y por toda la Iglesia. Hizo esto con tal devoción, que algunos de los que habían venido a capturarle se arrepintieron de haberlo hecho.

El procónsul le exhortó a tener compasión de su avanzada edad, a jurar por el César y a gritar: «¡Mueran los enemigos de los dioses!» El santo, volviéndose hacia la multitud de paganos reunida en el estadio, gritó: «¡Mueran los enemigos de Dios!» El procónsul repitió: «Jura por el César y te dejaré libre; reniega de Cristo». «Durante ochenta y seis años he servido a Cristo, y nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo quieres que reniegue de mi Dios y Salvador? Si lo que deseas es que jure por el César, he aquí mi respuesta: Soy cristiano.

El procónsul le amenazó: «Tengo fieras salvajes». «Hazlas venir -respondió Policarpo-, porque estoy absolutamente resuelto a no convertirme del bien al mal, pues sólo es justo convertirse del mal al bien». El precónsul replicó: «Puesto desprecias a las fieras te mandaré quemar vivo». Policarpo le dijo: «Me amenazas con fuego que dura un momento y después se extingue; eso demuestra que ignoras el juicio que nos espera y qué clase de fuego inextinguible aguarda a los malvados. ¿Qué esperas? Dicta la sentencia que quieras».

Entrando en la hoguera y alzando los ojos al cielo, Policarpo hizo la siguiente oración: «¡Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo, por quien hemos venido en conocimiento de Ti, Dios de los ángeles, de todas las fuerzas de la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia! ¡Yo te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo! ¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable! ¡Yo te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!»

Recomendamos la película de San Policarpo, disponible en este enlace.