En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

En los últimos años ha habido un interés creciente por el yoga y otras prácticas orientales en todo el mundo. Y este crecimiento ha llegado también a los cristianos. Ante esto se nos plantea la cuestión de si un católico puede realizar o llevar a cabo este tipo de prácticas, en especial el yoga que es el que más se ha expandido y el que se ha puesto más de moda en Occidente. Y vemos cómo incluso en los colegios se les plantea este tipo de actividades a los niños como si fueran juegos, sin conocer todo lo que hay detrás de las posturas y ejercicios que practican.

Y vamos a responder dicha pregunta a continuación, empezando por ver de dónde surge esta práctica oriental.

La palabra “yoga” proviene de la raíz sánscrita yuj, que significa «unión» o «uncir». El sánscrito es la lengua antigua del hinduismo y por tanto no debería sorprendernos el saber que el yoga está relacionado inseparablemente con esta religión. En consecuencia, no podemos pensar que si una persona hace yoga basta con que no crea en la filosofía que hay detrás, porque ambas cosas están unidas. El objetivo del yoga es unir el yo transitorio con el infinito, que se conoce como «brahman», el concepto hindú de dios. Por tanto, el hacer yoga ya nos está uniendo con otro dios distinto al Dios Uno y Trino en el que creemos, y veneramos así a otros dioses, cayendo en la idolatría, y como dijo San Pablo en su primera carta a los corintios, los idólatras no heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6, 9-10). También leemos en Mateo 6, 24: “Nadie puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará a otro; o se adherirá al uno y despreciará al otro”. Asimismo, Jesús cuando es tentado por el diablo le dice: “Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás” como podemos leer en Mateo 4, 10.

En resumen, al practicar el yoga, que es inseparable del hinduismo y cuyo objetivo es unirnos al demonio, porque todo dios distinto al Dios uno y Trino es una manifestación del demonio, caemos en la idolatría y siendo idólatras no podemos ir al Cielo.

Sigamos profundizando en esta disciplina. Existen ocho vías que guían las prácticas del yoga desde la ignorancia a la iluminación, y son como una escalera, en la que vas escalando desde la primera hasta la última. Estas son: el autocontrol, la práctica religiosa, las posturas, los ejercicios de respiración, el control de los sentidos, la concentración, la contemplación profunda, y la iluminación. Estas ocho vías se resumen y se presentan bajo 3 formas: las posturas corporales, el control de la respiración y el yoga mental, que en su conjunto buscan absorber energía cósmica para ir abriendo lo que ellos denominan “chakras” que se encontrarían desde la parte inferior de la columna vertebral hasta el cráneo. Es decir, el yoga no es solamente un sistema elaborado de posturas y de ejercicios, es una disciplina espiritual que pregona llevar el alma a la iluminación, un estado que busca la unión total con el ser divino, en el cual lo natural y lo divino se convierten en uno, el hombre y dios llegan a ser uno sin diferencia. Esto choca radicalmente con el cristianismo, en el que se distingue claramente al Creador y su criatura. Dios es un ser trascendente, distinto de todo el mundo por Él creado y es totalmente irreductible a él; y es un ser personal, que se da a conocer al hombre, invitándolo a una relación de amor. Al contrario, las religiones orientales quieren reducirlo todo a un solo ser indistinto. Por esto sabemos que prácticas que se hacen hoy en día como el “yoga cristiano” no tienen sentido alguno, ya que el yoga y el cristianismo son incompatibles.

Y no solamente es incompatible, sino que es anticristiano, porque se trata de una visión en la que a través de nosotros mismos podemos llegar a ser dioses. Y bien sabemos por la Sagrada Escritura que no es por nosotros mismos por quienes podemos llegar a Dios, sino que el único camino es Jesucristo: “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por Mí “(Juan 14, 6). Es decir, el yoga, en vez de acercarnos a Dios, nos invita a ser como el diablo, que en su soberbia quiso ser como Dios, y nos lleva a caer en el mismo pecado en el que cayeron Adán y Eva tras la tentación de satanás: “De ninguna manera moriréis; pues bien sabe Dios que el día en que comiereis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal” (Gén 3, 4-5)

Cayendo en esta tentación cometemos el pecado más grave, el pensar que podemos ser como Aquel que nos ha creado.

En la Iglesia, tenemos el ejemplo del Padre José María Verlinde, el cual antes de ser sacerdote, estuvo inmerso en el mundo del yoga y del ocultismo, y que da testimonio de los peligros que tienen dichas prácticas. En una conferencia en la que contaba su testimonio, declaró que, cuando era médium, analizando los “chakras” de sus pacientes veía entidades difícilmente definibles, pero bien reales. Pequeñas entidades oscuras que se fijan en estas zonas, y de las que hablan los Vedas, que son los libros sagrados de la India. Ante esto, debía rendirse a la evidencia de que estaba en presencia de espíritus diabólicos. Esas «entidades» son atraídas por los ejercicios de «meditación». La apertura de los “chakras” funciona como una bomba aspiradora. Los demonios aprovechan estos tiempos de meditación para ocupar estas energías.

Por tanto, al hacer yoga estamos dejando la puerta abierta para que los demonios se introduzcan en nosotros, alejando de esta forma, el Espíritu de Dios que habita en nosotros, como dice San Pablo en 1 Cor 3, 16, haciéndonos instrumentos directos de satanás.

Habrá personas que argumenten que hacen yoga porque les relaja y porque les suponga una evasión de los problemas de la vida, y puede ser que así lo noten, pero este es un relajamiento corporal y de manera temporal. San Pablo dice que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Col 11, 14) pero siempre ofreciendo bienes materiales. A satanás le importa tu alma, así que no tendrá reparo en ofrecerte un bien temporal, como puede ser esa relajación, a cambio de tu alma, que la irás debilitando y se la irás entregando cada vez que hagas yoga. Como católicos, debemos buscar a Dios en todo momento a través de la oración, pues Él nos conoce mejor que nosotros mismos y sabe perfectamente lo que necesitamos. Por Él es por quien obtenemos la paz, una paz que perdurará hasta en los momentos más difíciles. Pues como dijo Jesús: Venid a Mí todos los agobiados y los cargados, y Yo os haré descansar. Tomad sobre vosotros el yugo mío, y dejaos instruir por Mí, porque manso soy y humilde en el corazón; y encontrareis reposo para vuestras vidas. Porque mi yugo es excelente; y mi carga es liviana” (Mateo 11, 20-30)

Otros podrán pensar que por 20 minutos al día de yoga no pasa nada. El Padre Verlinde contestaba con el siguiente ejemplo: «Hay dos modos de envenenar a una persona. Una es hacerle beber de golpe un tazón de cianuro. Y otra es echar cada día una gota en su té durante diez años». Como hemos estado viendo, el yoga es contrario al cristianismo, por tanto, va en contra de Dios. Y como dijo Jesús: Quien no está conmigo, está contra Mí, y quien no amontona conmigo, desparrama (Mateo 12, 30) ya sea durante 10 segundos, 20 minutos o 1 hora.

Después de todo esto que hemos estado viendo, la pregunta de si un católico puede hacer yoga o no queda bastante clara. No obstante, si a alguno le queda alguna duda, se la aclaramos con la respuesta que dio el Padre Verlinde a dicha pregunta al finalizar su conferencia: «Quien nunca ha hecho yoga, no empiece. Quien ya ha empezado, corte enérgicamente. El yoga es incompatible con la fe. Las prácticas más elementales del yoga no tienen otro fin que abrir los chakras, y ya se ha visto los riesgos que eso implica».

Le pedimos al Espíritu Santo por medio de María Santísima un discernimiento santo, a fin de que podamos elegir siempre el bien y no caigamos en las redes del demonio, y pedimos por todas las personas que realizan yoga y otras prácticas similares para que Dios nuestro Señor les haga ver el peligro que tiene para su alma el realizar estas prácticas, se arrepientan de ello y puedan cortar con ellas definitivamente, dando paso a Jesús en sus vidas. Así sea. Amén.