En los últimos años, y más concretamente en los últimos días, nos llegan declaraciones desde el vértice de la iglesia, que contradicen las Sagradas Escrituras, el Catecismo de la Iglesia Católica, el Concilio de Trento y otros documentos oficiales de Papas sobre todo tipo de cuestiones doctrinales.

La semana pasada, en concreto, hemos podido escuchar que “todas las religiones son un camino para llegar a Dios” y que “seikh, musulmán, hindú o cristiano, todos son caminos”. Y por si fuera poco, 4 días después, no sólo no rectifica, sino que va más allá al afirmar que “la diversidad de religiones es un regalo de Dios”.

Este tipo de comentarios no son nuevos en los últimos 11 años, ya que, en 2019, en Abu Dhabi, aquél que se sienta en la cátedra de San Pedro, firmó un documento junto al Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, en el que afirmaba que “el pluralismo y la diversidad de religión (…) son expresión de una sabia voluntad divina”, por lo tanto, no podemos decir que se trate de una equivocación, sino de persistencia en el error.

Ya circulan por internet innumerables vídeos y artículos que explican por qué estas declaraciones son contrarias a la Fe de la Iglesia, pero, en general, hay algo que prácticamente todos estos comentadores dejan en el tintero, y eso es lo que quiero exponer aquí.

Empezaremos por contrastar estas declaraciones con algunos de los documentos oficiales de la Iglesia a lo largo de su historia, empezando por el Syllabus.

El Syllabus es un documento publicado en 1864 por el Papa Pio IX, que condena los errores modernos. En este documento, en el apartado III sobre indiferentismo y latitudinarismo hay 3 errores que se condenan:

Error 1, punto XV:

Todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que juzgue verdadera, guiado por la luz de su razón.

En la constitución dogmática “Dei Filius” del Concilio Vaticano I, en el capítulo III se pude leer que: “Dado que el hombre, en todo su ser, depende de Dios, su Creador y Señor, y dado que la razón creada está completamente sujeta a la Verdad increada, debemos rendir total obediencia de mente y voluntad a Dios con fe reveladora.”

De tal modo, el primer canon de este tercer capítulo establece que: “Si alguno dice que la razón humana es tan independiente que Dios no puede imponerle la fe: sea anatema.”

Error 2, punto XVI:

Los hombres pueden, dentro de cualquier culto religioso, encontrar el camino de su salvación y alcanzar la vida eterna.

En la encíclica “Ubi Pluribus” del 9 de noviembre de 1846, Pio IX condena a aquellos que defienden “ese sistema que repugna a la luz misma de la razón natural, que es la indiferencia de la Religión, con la que ellos, habiendo eliminado toda distinción entre virtud y vicio, entre verdad y error, entre honestidad y vileza, enseñan que cualquier religión es igualmente buena para alcanzar la salud eterna, como si alguna vez pudiera haber acuerdo o comunidad entre la justicia y las pasiones, entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Belial.”

Asimismo, en la encíclica “Singulari Quidem” del 17 de marzo de 1856, el Papa confirma lo siguiente: “Por tanto, no dejéis de proteger celosamente de estos errores fatales al pueblo que os ha sido confiado; instruirles cada día más íntimamente en la doctrina de la verdad católica; para enseñarles que, así como hay un solo Dios Padre, un solo Cristo Hijo de Él, un solo Espíritu Santo, así hay una sola verdad divinamente revelada, una sola fe divina, principio de la salvación humana, fundamento de toda ley por la que vive el justo, y sin la cual es imposible agradar a Dios y alcanzar la comunión de sus hijos; sólo hay una Iglesia verdadera, santa, católica, apostólica, romana y sólo una Cátedra fundada por la voz del Señor en Pedro [San Pedro], y fuera de ella no se puede encontrar ni la verdadera fe ni la salud eterna, ya que quien no tiene a la Iglesia como madre no puede tener a Dios como Padre y quien abandona la Cátedra de Pedro confía absurdamente en que pertenece a la Iglesia en que se funda la Iglesia

Y, añado yo, ¿quién es el que abandona la Cátedra de Pedro, sino el que niega la doctrina de Jesucristo, que San Pedro y toda la Iglesia ha defendido hasta nuestros días?

Error 3, punto XVII:

Por lo menos debemos esperar con fundamento la eterna salvación de todos aquellos que no se encuentran dentro de la verdadera Iglesia de Cristo.

Sigue el Papa Pio IX en su encíclica “Singulari Quidem” del 17 de marzo de 1956: La teoría, surgida de las tinieblas, de la indiferencia de las religiones no difiere mucho de esta innoble forma de indiferentismo , según la cual hombres extraños a la verdad, adversarios de la verdadera creencia religiosa y olvidadizos de su salud, maestros de principios contradictorios y sin una sólida convicción, no admitimos ninguna diferencia entre las profesiones de fe más divergentes, vivimos en paz con todos y exigimos que la entrada a la vida eterna esté abierta a todos, sea cual sea la religión a la que pertenezcan. De hecho, no les importa nada, aunque tengan tendencias diferentes, siempre que conspiren para arruinar la única verdad”.

Otro Papa, esta vez Pio XI, en su encíclica “Mortalium Ánimos”, nos dice lo siguiente: «(Algunos) convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de que no será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual. Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de oyentes e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles de todo género, de cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión.

Tales tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos, puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.

Cuantos sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan, sino también rechazan la verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios

Siguiendo con el Concilio de Trento, en su Sesión VI sobre la Justificación, en el Proelio, establece lo siguiente:

“Habiéndose difundido en estos tiempos, no sin pérdida de muchas almas, y grave detrimento de la unidad de la Iglesia, ciertas doctrinas erróneas sobre la Justificación; el sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo (…) se propone declarar a todos los fieles cristianos (…) la verdadera y sana doctrina de la Justificación, que el sol de justicia Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe enseñó, comunicaron sus Apóstoles, y perpetuamente ha retenido la Iglesia católica inspirada por el Espíritu Santo; prohibiendo con el mayor rigor, que ninguno en adelante se atreva a creer, predicar o enseñar de otro modo que el que se establece y declara en el presente decreto.

Cap. II.- De la misión y misterio de la venida de Cristo.

(…) el Padre celestial, Padre de misericordias, y Dios de todo consuelo, envió a los hombres (…) a Jesucristo, su hijo (…) para que redimiese los judíos que vivían en la ley, y los gentiles que no aspiraban a la santidad, la lograsen, y todos recibiesen la adopción de hijos. A este mismo propuso Dios por reconciliador de nuestros pecados, mediante la fe en su pasión, y no sólo de nuestros pecados, sino de los de todo el mundo.

Cap. III.- Quiénes se justifican por Jesucristo.

No obstante, aunque Jesucristo murió por todos, no todos participan del beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión. Porque, así como no nacerían los hombres efectivamente injustos, si no naciesen propagados de Adán (…) del mismo modo, si no renaciesen en Jesucristo, jamás serían justificados; pues en esta regeneración se les confiere por el mérito de la pasión de Cristo, la gracia con que se hacen justos (…).

Cap. IV.- Se da idea de la justificación del pecador, y del modo con que se hace en la ley de gracia.

(…) De suerte que es tránsito del estado en que nace el hombre hijo del primer Adán, al estado de gracia y de adopción de los hijos de Dios por el segundo Adán Jesucristo nuestro Salvador. Esta traslación, o tránsito no se puede lograr, después de promulgado el Evangelio, sin el bautismo, o sin el deseo de él; según está escrito: No puede entrar en el reino de los cielos sino el que haya renacido del agua, y del Espíritu Santo.”

Por último, vamos a echar un vistazo a lo que dicen las Sagradas Escrituras sobre este tema:

La primera cita que traigo es del Evangelio de San Juan 14, 6:

Jesús le replicó: “Soy Yo el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre, sino por Mí.

Aquí vemos una afirmación categórica de Cristo, que rechaza cualquier idea de que haya otros medios de salvación fuera de Él, por lo tanto, la sentencia: “todas las religiones son caminos para llegar a Dios”, contradice directa y absolutamente a Cristo. Y si Cristo es la Verdad, el que le contradice es mentiroso. Y si Cristo es la vida, fuera de Él sólo podemos esperar muerte.

No estamos diciendo que aquellos que no han conocido a Cristo ni la Iglesia Católica en su vida y, por lo tanto, tienen ignorancia invencible, se vayan a condenar. Lo caminos de Dios son misteriosos y Su Misericordia es eterna, pero lo que está claro es que, en algún momento tendrán que reconocer a Cristo como su Dios y salvador, para ir al cielo. Si no pudo ser en vida mortal, tendrá que ser después de ésta. Si Dios puede tener misericordia de nosotros, es poque Jesús la compró con su Sangre Preciosa, satisfaciendo la Justicia, sufriendo Él mismo que era inocente, lo que debíamos padecer nosotros, culpables. Por lo tanto, quien no reconoce a Cristo como salvador, reclama para sí, la Justicia de Dios.

En el libro de Hechos 4, 11-12, podemos leer:

Ésta es «la piedra que fue desechada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo»; y no hay salvación en ningún otro. Pues debajo del cielo no hay otro nombre dado a los hombres, por medio del cual podemos salvarnos.”

Y en 2 Corintios 6, 14-16, está escrito:

“No os juntéis bajo un yugo desigual con los que no creen. Pues ¿qué tienen de común la justicia y la iniquidad? ¿O en qué coinciden la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿O que comunión puede tener el que cree con el que no cree? ¿Y qué transacción entre el templo de Dios y los ídolos?”

En 1 Juan 4, 9, leemos:

“Y el amor de Dios se ha manifestado en nosotros en que Dios envió al mundo su Hijo Unigénito, para que nosotros vivamos por Él.”

Hasta aquí los documentos de la verdadera Iglesia Católica que confirman que solamente por Jesucristo podemos ser salvos, aunque hay más pasajes que hablan de ello, como la carta de San Pablo a los romanos 3, 21-26.

Consecuencias de estas declaraciones

Ahora vamos a ver, como hemos dicho al principio de este artículo, qué es lo que muchos comentadores dejan de escribir, y esto es: ¿qué consecuencias tiene esta declaración de Singapur y, por extensión, la de Abu Dhabi?

Para ello nos apoyaremos en algunos pasajes de la Palabra de Dios, empezando por la primera carta de San Juan.

El apóstol predilecto de Nuestro Señor escribe:

1 Juan 2, 18-19:

“Hijitos, es hora final y, según habéis oído que viene el Anticristo, así ahora muchos se han hecho anticristos, por donde conocemos que es la última hora. De entre nosotros han salido, mas no eran de los nuestros, pues si de los nuestros fueran, habrían permanecido con nosotros. Pero es para que se vea claro que no todos son de los nuestros.”

1 Juan 2, 22-26:

«¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo que niega al Padre y al Hijo. Quienquiera niega al Hijo tampoco tiene al Padre; quien confiesa al Hijo tiene también al Padre. Permaneced firmes en la doctrina. Lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si en vosotros permanece lo que oísteis desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y ésta es la promesa que Él nos ha hecho: la vida eterna. Esto os escribo respecto de los que quieren extraviaros.”

1 Juan 4, 1-3:

“Carísimos, no creáis a todo espíritu, sino poned a prueba los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido al mundo. Conoced el Espíritu de Dios en esto: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios, y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, sino que es el espíritu del Anticristo. Habéis oído que viene ese espíritu, y ahora está ya en el mundo.”

1 Juan 5, 10-12:

“Quien Cree en el Hijo de Dios, tiene en sí el testimonio de Dios; quien no cree a Dios, le declara mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo. Y el testimonio es éste: Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.”

Estimados oyentes y lectores, los tiempos que nos ha tocado vivir son tiempos que no se han visto en toda la historia de la Iglesia, donde desde el vértice, el que se supone que debe confirmar a sus hermanos en la verdadera Fe, está contradiciendo a nuestro Señor Jesucristo y, por lo tanto, a Dios Padre y al Espíritu Santo, creando confusión y llevando a las ovejas a la muerte eterna introduciendo el veneno de la mentira en la verdad revelada.

Como dice San Juan, el que niega que Jesús es el Cristo, ese es el mentiroso y el anticristo, que ha salido de los nuestros, pero no era de los nuestros. Afirmar que hay otros medios de salvación fuera de Jesucristo, significa que la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús son una tontería, pues no hacía falta para salvarnos. De la misma forma, predicar el Evangelio a todas las naciones también es inútil, porque no hace falta creer en el Hijo de Dios, para llegar al Padre. Como dice San Pedro en Hechos, Cristo “es la piedra que ha venido a ser cabeza de ángulo”, por lo tanto, si quitamos al Señor del edificio, éste colapsa sin dejar piedra sobre piedra.

El mismo San Juan en su segunda epístola, versículos 7 a 11, nos enseña lo siguiente:

“Porque han salido al mundo muchos impostores, que no confiesan que Jesucristo viene en carne. En esto se conoce al seductor y al Anticristo. Mirad por vosotros mismos, a fin de que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis colmado galardón. Todo el que va más adelante y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la doctrina, ése tiene al Padre, y también al Hijo. Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le saludéis. Porque quien le saluda participa en sus malas obras.”

Según el apóstol, no vale únicamente con rechazar la herejía, sino que también es necesario rechazar al hereje, mientras no se convierta, para no ser cómplice de sus herejías, porque como dice Jesucristo, “no se puede servir a dos señores” (Mateo 6, 24) y también dice “quien no está conmigo está contra Mí, y quien no amontona conmigo, desparrama” (Mateo 12, 30)

Como dice San Pablo en Gálatas 1, 6-9:

“Me maravillo que tan pronto os apartéis del que os llamó por la gracia de Cristo, y os paséis a otro Evangelio. Y no es que haya otro Evangelio, sino es que hay quienes os perturban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicasen un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema.”

Si creemos que la Biblia es Palabra de Dios (y como católicos, todos debemos creerlo), entonces tenemos que darnos cuenta de que esto que dice San Pablo es un mandato de Dios, es algo que hay que hacer si queremos conservar “el fruto de nuestro trabajo”, como dice San Juan en la cita anterior. En toda la Biblia se nos enseña que el anatema es una cosa muy seria y de obligado cumplimiento la destrucción de todo aquello que se entregaba al anatema. Por eso vemos cómo Saúl perdió el favor de Dios y el Reino de Israel por no obedecer al Señor y destruir a todos los amalecitas junto con todas sus pertenencias (I Samuel 15).

Otro ejemplo más claro lo encontramos en el libro de Josué, capítulo 7, en el que, por una persona que quebranta el anatema, Acán, los israelitas son derrotados y 36 de ellos mueren contra un enemigo débil. El Señor no devuelve Su favor a los israelitas hasta que Acán no es sacado del campamento y lapidado por el pueblo. Con este ejemplo vemos claramente que el pecado de uno afecta a todos, sobre todo si ese pecado no se corrige. En estos tiempos en que Cristo ya ha venido a llevar la Ley a la plenitud, Dios no nos pide apedrear a nadie, sino simplemente alejarnos de aquellos que no profesan la doctrina verdadera.

No tengamos miedo de hacer lo que es necesario, porque siempre tendremos a la cabeza, Jesucristo, y también tenemos muchos Vicarios: todos los Papas verdaderos que han defendido, incluso con la muerte la Verdad de Jesucristo, empezando por San Pedro.

Que el Señor, por medio de la Santísima Virgen María, San José, San Juan Evangelista, San Pedro y San Pablo nos guíe en estos tiempos de confusión, para que sepamos permanecer en la verdadera Iglesia de Nuestro Señor, la que Él mismo fundó y no la que el demonio nos quiere imponer a través de sus siervos. Amén.